Waldo de los Ríos: vivir con éxito y morir de amor (y homofobia)

El músico Waldo de los Ríos en un fotograma del documental ‘Waldo’.

Conocido mucho más por sus éxitos musicales que por su vida, apasionante y trágica, Waldo de los Ríos merece el tiempo dedicado por Miguel Fernández, su biógrafo, y los cineastas Alberto Ortega y Charlie Arnaiz, directores del documental que aglutina el trabajo de los tres: una emocionante película llamada simplemente ‘Waldo’, y que aún puede verse en los cines.

En 1974, el cuarto movimiento de la Sinfonía n.º 9 de Beethoven se colocaba entre los discos más vendidos en Australia, Canadá, Alemania, Suiza y la lista Easy Listening de Estados Unidos, que publicaba la revista Billboard. No se trataba, obviamente, de la composición original, sino de una brillante resurrección llamada Himno a la Alegría, cantada por Miguel Ríos y dirigida por Waldo de los Ríos, genial compositor, arreglista y director de orquesta.

De los Ríos firmó sintonías tan populares como la del concurso televisivo Un, dos tres… responda otra vez, y casi todos los proyectos de Chicho Ibáñez Serrador, la serie Curro Jiménez y, junto a otro arreglista, Rafael Trabuchelli, la creación del pop más popular de aquellos tiempos, el Sonido Torrelaguna, la calle madrileña donde estuvo la sede de Hispavox, potente casa discográfica que dirigió las carreras de Jeanette, Karina, Paloma San Basilio, María Ostiz, Los Ángeles, Los Payos, Los Pekenikes, Mari Trini, Los Módulos, Raphael o José Luis Perales, además del citado Miguel Ríos.

¿De qué murió Waldo de los Ríos? Podría parecer una pregunta absurda. Sabemos que Oswaldo Nicolás Ferrero (Buenos Aires 1934 / Madrid 1977) se voló la cabeza de un disparo en la frente, refugiado en el dormitorio de su casa, completamente solo. Nadie elige nacer siendo un genio. Pero Waldo sí que planeó un escenario dramático para su muerte. Como si suicidarse a los 43 años no fuera ya bastante calamitoso. (Su padre y su padrastro también se quitaron la vida). Así se despidió. Vestido sobre su cama. Rodeado de fotos de gente a la que amaba, con y sin permiso, y el ruido de fondo del contestador emitiendo en bucle recados de su madre: “Waldo, cuidate”, y de Juan, su gran amor secreto: “Ahora no puedo llamarte. Espero que estés bien”. “Cuando el corazón se te parte, nada tiene valor”, dice Teddy Bautista, músico y amigo de Waldo de los Ríos.

El argentino pasó en España sus últimos 15 años de vida, registrando su existencia como para asegurarse una imposible inmortalidad. Sin embargo, no se concedió la posibilidad de hacerse viejo. En la película sorprende la riqueza de momentos personales del artista, escenas imposibles de encontrar en una base de datos. Alberto Ortega, codirector de Waldo, explica: “La  documentación ha sido esencial. En DADA, la productora, saben que nos gusta trabajar así. Destaco desde aquí la labor del equipo que ha conseguido esa riqueza de grabaciones caseras y fotos antiguas que nadie protegió, ni siquiera su mujer, Isabel Pisano. Supongo que tras la muerte de Waldo, hubo una especie de expolio y gran parte fue a parar a coleccionistas privados. Investigamos durante cinco años, contando con la labor previa de su biógrafo, Miguel Fernández, autor del libro, Waldo de los Ríos. Desafiando al olvido”.

Por alusiones, Miguel Fernández, su biógrafo (también de la actriz Amparo Muñoz y la cantante Mari Trini), se merece una charla. Para tejer esa biografía, se citó primero con la actriz y escritora Isabel Pisano, la viuda, hoy retirada en una residencia, aquejada de Alzheimer. Hablaron de la vida y de la muerte. De secretos y mentiras. A medida que avanzaba, crecían los enigmas, lo que alimentaba sus ganas de seguir buscando. Cuando consiguió el sumario del suicidio, tratado en un principio como un asesinato, detectó el tono profundamente homófobo de la instrucción. Waldo frecuentaba lugares de ambiente y, al parecer, estaba recibiendo amenazas. Más de 50 personas fueron interrogadas en la comisaría de la Puerta del Sol. Isabel reconoce haber sabido que su marido era gay, incluso llegó a reunirse con él y con su amor prohibido, tratando de arreglar el asunto entre los tres.

“En uno de mis viajes a Argentina”, sigue Miguel, “estaba de mercadillo en mercadillo, cuando encuentro a una mujer que tenía toda la discografía de Waldo de los Ríos. Negocié el precio para hacerme con los vinilos, y le pregunté si tenía más cosas. ‘Yo de Waldo lo tengo todo’. Me invitó a su casa en el barrio de Caballito, donde precisamente yo pensaba visitar a un amigo antes de volver a España. Resultó que mi amigo vivía en la casa que fue de Waldo y la señora había sido vecina del artista”. Serendipia.

Waldo y las mujeres

“La relación entre Isabel y Waldo es muy difícil de catalogar”, opina Alberto Ortega. “Es algo que solo supieron ellos y, tristemente, no podemos preguntárselo a ninguno de los dos. Hay testimonios de Isabel en los que habla de mucho amor, mucho respeto, pero tampoco se descarta que pudieran haberse aprovechado el uno del otro. La película deja el tema un poco abierto para que el espectador saque sus propias conclusiones. Todo en la vida de Isabel Pisano es un enigma, incluido su matrimonio”.

De los Ríos vivió enganchado a su propia tortura, alimentada desde niño por su propia madre. Martha de los Ríos, una cantante folclórica argentina que le educó a golpe de durísimos castigos. “Hay muchas capas en el documental de Waldo”, comenta su biógrafo. “La infancia triste, la homosexualidad reprimida, el esoterismo, la soledad y la enfermedad mental”. La creatividad y la locura. “La vida de Waldo estuvo muy marcada por dos presencias femeninas. La madre y la esposa”, sigue Ortega. “Eran dos mujeres de carácter fuerte. Nos parece milagroso haber rescatado los audios entre Waldo y su madre. Conversaciones telefónicas que nos gusta comparar con las notas de voz de la mensajería instantánea, en analógico”. “Entendemos que en algún momento de su vida tuvo que ser feliz. Laboralmente, la etapa del Sonido de Torrelaguna, con la discográfica Hispavox, le proporcionó muchísima gloria”, explica Charlie Arnaiz. “No todo en su vida fue malo, pero finalmente las partes más oscuras ganaron a las luces”.

La intención de Ortega y Arnaiz fue que los artistas y compañeros de Waldo de los Ríos estuvieran en el documental sin dar la cara. Vemos su nombre en la pantalla y escuchamos su voz. Nada menos que Raphael, Jeanette, José Ramón Pardo, Teddy Bautista, Willy Rubio –al que dedican el documental por haber fallecido el pasado mes de abril–, Karina o Miguel Ríos, entre otros, recuerdan al maestro con cariño, admiración y no poca tristeza. “Todos ellos han sido muy generosos aportando sus testimonios. Es cierto que detectamos reticencias a contar esas partes oscuras del personaje, quizás por respeto a un secreto que el propio Waldo guardó durante toda su vida. Aun así, son las piezas perfectas de un puzle que nos ayuda a recrear la imagen de Waldo de los Ríos y su tiempo”.

Alberto Ortega y Charlie Arnaiz nacieron, respectivamente, en 1984 y 1975. Juntos han firmado otras producciones como Anatomía de un dandy (2020) sobre Francisco Umbral; la serie documental Raphaelismo (2021) y Bisbal, en 2023. Para rodar Waldo tuvieron que abrir muchos baúles, además de repasar el momento que le tocó vivir al arreglista más importante de la época. “De todos los que hemos tratado, es el personaje que más lejos está de nuestro tiempo. El más fuera de nuestro mundo”, cuenta Charlie. Quizás por eso el final de la película es un homenaje a la libertad de amar. “Decidimos acabar mostrando las primeras manifestaciones por los derechos LGTBI, no solo por evitar el gusto amargo de la muerte, sino por rendir un homenaje a quienes vivieron ocultando su verdadero ser. Los documentales tienen la capacidad de plantear esas cosas del pasado que han determinado el presente. Y es bueno recordar quiénes somos y de dónde venimos”, explica Arnaiz.

26 de junio de 1977. Se celebra en Barcelona la primera Marcha del Orgullo. A Las Ramblas acudieron unas 400 personas, que acabaron escapando de la policía. Dos años después de morir Franco y a pocos meses del suicidio de Waldo del Ríos. Sirva esta película para abundar en un artista que dirigió todas las orquestas, excepto la de su propia vida.

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