Yayo Herrero: “Ver mar, monte y verde sana mucho” 

La antropóloga, profesora y activista Yayo Herrero.

Escuchar a la antropóloga, ingeniera, profesora y activista Yayo Herrero siempre es enriquecedor. Su defensa de la ecología está tan bien articulada que obliga a sumarse a la causa a los que le prestan su oído. Un discurso en el que están mezclados la naturaleza, la literatura, el arte, los mitos, el feminismo y la conciencia de clase, porque la lucha contra la crisis climática ha de ser transversal. Ahora ha dejado por escrito estas ideas en el libro titulado ‘Los cinco elementos’ (Arcadia), una especie de cartilla de alfabetización ecológica que busca recuperar la memoria de lo que somos a través de los cinco elementos naturales del aire, el agua, el fuego, la tierra y la vida. Hoy vuelve a ‘El Asombrario’ por el Día Mundial del Medio Ambiente.

En el libro analizas esos cinco elementos (aire, agua, fuego, tierra y vida) para recuperar la memoria de lo que somos. Obligar de alguna forma a sentirnos parte de esos elementos.

Sí. Además intento hacerlo desde acercamientos diferentes. No solo desde lo científico, sino también lo artístico, desde la vida cotidiana, los propios mitos con los que hemos aprendido a relacionarnos, la literatura… Pretendía, a través de esas miradas, dar a conocer cómo esos elementos forman parte de nosotros.

Todos ellos, bajo una perspectiva feminista y social.

He intentado hacerlo así porque ya no puedo mirar de otra manera. Siempre me ha resultado sorprendente y preocupante que, cuando hablamos de la justicia, cuando se intenta analizar desde la perspectiva de clase o desde las diferentes violencias y dominios las problemáticas que atravesamos, no estén conectadas con la ideología y con la crisis ecológica. Me parece imposible pensar en un mundo justo, en el que todas las personas tengan garantizadas sus condiciones de existencia, si no es un mundo consciente de que fundamentalmente somos seres ecodependientes. Ambas cosas están interconectadas.

Así, por ejemplo, con el agua comienzas recordando que somos un gran porcentaje de este elemento. Y no solo nosotros, sino que todos los bienes y servicios que utilizamos la necesitan.

Absolutamente. Para mí el agua es como la sangre de la vida. No hay posibilidad de entenderla sin agua. Somos agua corporalmente y la utilizamos para crear casi todo, pero nadie la fabrica. Es fruto de un ciclo natural que es tremendamente complejo y que los seres humanos podemos alterar, pero no controlar. Muchas veces nos podemos crear la ilusión de que la creamos porque la embotellamos o la trasladamos, pero no. Es el ciclo del agua, y alterarlo o modificarlo pone en riesgo nuestra relación con ese elemento que es esencial para la existencia de la vida.

Por ello, no es normal el trato que le damos. Desde su intento de privatización hasta su explotación, que está haciendo que cada vez la Tierra esté más desecada.

Tengo la sensación de que la cultura que ha generado el modelo capitalista, que se ha desconectado de la Tierra, en general inhibe a la vida. Sin ser conscientes de que al mismo tiempo nos estamos humillando y despreciando a nosotros mismos. Decimos que somos una sociedad antropocéntrica, pero si fuera así, no pondríamos en riesgo todo lo que la vida hace que se pueda sostener. El agua se ensucia, se deteriora, se contamina y se explota sin límites. Y, como al final es necesario para el cuerpo de las personas, es un bien en disputa. Quien tiene el control sobre ella tiene el poder sobre nosotros. En estos momentos, en los que el sentido central no es producir cosas que satisfagan las necesidades, sino cosas que produzcan dinero, el agua entra en ese combo y termina habiendo una tremenda pugna por su privatización. Si lo piensas en frío, es como hacer depender de alguien o de una institución que no tienen como primera prioridad el sostenimiento de las vidas, las propias vidas.

También dices que somos aire, que “somos cuerpos animados por este elemento”. Y que, por lo tanto, cuando lo deterioramos, nos estropeamos a nosotros mismos también.

Me impresionó mucho cuando empezó la pandemia que una de las primeras conclusiones que se sacaron fue que donde se había estado respirando aire contaminado los años anteriores, se había producido una incidencia mayor mortal del virus. Es decir, el hecho de respirar, algo que no se puede dejar de hacer, había convertido a una parte de la ciudadanía en población de riesgo. Y eso es tremendo. Es una violencia bestial contra la vida. No solo en las ciudades grandes, sino en muchos trabajos también. Como en las minas.

La Tierra, nuestro hogar. ¿Cómo puede ser que nos hayamos desvinculado tanto de ella? Hasta el punto de que en nuestro día a día no pisemos suelo natural.

Sobre todo en el ámbito urbano; puedes pasar días sin haber visto nada natural. Desde lo que pisas hasta las formas. En la naturaleza es imposible ver tanto ángulo recto o forma cuadrada. No pisar suelo vivo durante días seguidos hace que sea difícil vincularte a la trama de la vida, ya que sientes que vives fuera y por encima de ella.

En nuestro día a día escuchamos mucho la importancia de lo natural: andar, comer, etc… Sin embargo, muchas de nuestras vidas son totalmente antinaturales. Estar muchas horas delante de pantallas, movernos en coche a todos lados, comida preparada, etc…

Absolutamente. La gente es consciente de que tienes que caminar y acabamos pagando por hacer deporte en un gimnasio. Si pudiéramos vernos desde fuera, como una antropóloga que mirara a otra cultura, hay mucho de nuestro propio hacer que es absurdo. Y que acaba creando muchas problemáticas de salud. Al final, ver mar, monte, verde sana mucho a la mayoría. Esa falta de sentido de pertenencia a una cosa tan flipante como es la complejidad de la vida me parece tremendo. Siempre digo que nuestra cultura es extraterrestre y alienígena. Hemos aprendido a mirar la Tierra desde la superioridad, desde la instrumentalidad y, desde ahí, nos cuesta mucho interpretar los signos de lo que se deteriora y destruye.

Ser extraterrestres de nuestra propia Tierra. Como esos gurús, esos ‘elon musk’, para los que es más fácil vivir en Marte que intentar salvar la Tierra, donde tenemos todas las condiciones para ello.

Y, sobre todo, qué fácil es que te entren esos discursos. El mito fundacional de Adán y Eva parte de la expulsión del paraíso a la Tierra. Creo que cuando arrancamos desde ahí, cuando el sentido de la vida humana es volver a escapar, eso alimenta muchísimas cosas. Incluso la forma en la que se configuró la ciencia durante la modernidad, que no está conectada con la Tierra, sino que busca escapar de sus límites. Es como si fuéramos una cultura y una economía en rebeldía contra lo que somos nosotros mismos.

Ese estar fuera de todo sirve también para explicar el fuego. Al que no entendemos. Tú le intentas dar una vuelta, porque además de devastador, lo presentas también como protector.

En la mitología griega tienes a la diosa del hogar, que es la protege las hogueras, la que permite cocinar, que es el calor y el abrigo. Y luego está Prometeo, que roba el fuego a los dioses para convertir a los humanos en todopoderosos y poder sobrepasar así cualquier tipo de límite. Pienso en lo que ha sido el uso masivo y acelerado de combustibles fósiles que han desencadenado el cambio climático y, por otro lado, el actual declive de esos bienes básicos sobre los que sostenemos nuestras vidas. Ahí sí que el fuego se transforma en una dinámica destructiva, y está ligado a muchas guerras y agresiones. Pero el fuego y la energía son cruciales para la vida y han permitido que los humanos hayamos podido desarrollarnos.

Finalizas con la vida, que no sería posible sin los otros cuatro elementos en armonía con nosotros.

Puse la vida como último elemento porque creo que tenemos una mirada muy reduccionista de la propia palabra. La entendemos como el tiempo que transcurre entre el nacimiento y la muerte de los seres vivos. Pero su trama es mucho más compleja; lleva durando más de 3.800 millones de años. Además, tiene unas lógicas positivas desde sus inicios entre las que podemos destacar la cooperación, el poderoso sistema de reciclaje para que aquello que está limitado siga disponible, la inevitable entropía de los flujos energéticos… Creo que la vida es un conjunto que tiene una integralidad que hay que conocer. Cualquier ser vivo debería tener el derecho y la obligación de saber cómo se sostiene.

  COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.

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