“Yo jamás podría comerme a un perro”

Foto: Pixabay.

Seguimos con la serie Relatos de Agosto en colaboración con el Taller de Escritura Creativa de Clara Obligado. Protagonistas: los perros y gatos. Hoy, séptima entrega:El perro es el mejor amigo del hombre. Hay una simbiosis. Uno no puede tener esa relación con un cerdo o un becerro. Ni qué decir de los pollos. Un pollo es como un insecto. No tiene raciocinio, no tiene afecto”.   

POR MARIANO TOMASOVIC 

“Yo jamás podría comerme a un perro”, le dice Álvaro a Cari.

Ella contesta con una sonrisa. Hace poco terminaron de cenar, pero él sigue sentado en la mesa de la cocina, liquidando las sobras.

De lo que preparó por la tarde, Cari tan solo ha probado una cucharada del puré y una rodaja de tomate de la ensalada. Parece no estar de humor. Se levantó y dio unas vueltas por la casa. Ahora está de pie, rígida y con la cara cansada, fumando bajo la campana extractora, mientras mira a su marido con algo que no es enfado ni desgana, sino todo a la vez. Entre calada y calada, a veces, corrige su postura. Se acomoda el pelo sobre las orejas.

Estuvieron viendo, mientras cenaban, en la pequeña tele de la cocina, un reportaje sobre los festejos del Año Nuevo Chino. A Álvaro le encanta cenar mirando el noticiario. Ahora la tele solo pasa anuncios, por lo que él ha bajado el sonido hasta dejarla en mute. Tan solo se oye la aspiración atragantada de la campana extractora. La voz del marido esclareciendo sus teorías.

–El perro es el mejor amigo del hombre. Es muy distinto –añade él. Y levanta la bandeja del estofado y vierte la salsa sobre el resto de puré que le queda en el plato. Cucharada a la boca–. Hay una simbiosis. Uno no puede tener esa relación con un cerdo o un becerro, ¿verdad, amor? Ni qué decir de los pollos. Un pollo es como un insecto. No tiene raciocinio, no tiene afecto.

Álvaro y su costumbre de hablar con la boca llena. Sigue:

–Cómo va a haber gente capaz de comerse a un perro. Imagínate si nos comiésemos a Roque. El Roque es lo mejor que nos ha pasado en la vida. Y es respetuoso. Y compañero. Al menos conmigo. Podemos confiar en él, porque él confía en nosotros.

–Es verdad –concede ella.

–Es que el Roque es un perro muy leal. Quizá podrías aprender algo de él y tratarme como me trata a mí.

Desde la mesa, Álvaro le lanza una mirada socarrona, para aclarar que está bromeando. Pero Cari no se ríe.

Últimamente le ha dado por hacer bromas de esas. Bromas sobre compromiso, sobre lealtad. Tiene que ver con el malestar que Cari padece. Durante el verano ella le confesó que le gustaría volver a estudiar. Habló con su marido sobre la posibilidad de terminar el grado en Psicología que había empezado antes de que se conocieran. Se imaginaba haciendo las prácticas, acaso ejerciendo. Álvaro argumentó algo acerca de la estabilidad del hogar. Acusó a Cari de tener deseos egoístas, de estar conspirando contra el matrimonio. Contra lo que habían construido pese a todo.

Él entonces le prometió resolver su desolación. Y un buen día, al regresar del trabajo, apareció con un cachorro. Un inconsecuente pastor alemán, que debería salvarla de todas sus penas, pero que Álvaro terminó acaparando. Como todo en la vida de la pareja, se volvió obsesivo con Roque.

Cari lo ve sorber la salsa del plato. Le da un golpe al cigarro y la ceniza cae lenta hacia el pozo del fregadero.

–Perdona –le contesta ella. Su voz casi inaudible bajo el ruido enlatado del extractor–. Estoy muy cansada.

–Ya. Veo que has estado toda la tarde cocinando, mi amor.

Con un trapo húmedo que yacía retorcido sobre la encimera, Cari se limpia una mancha del delantal, a la altura del vientre.

–Pues sí. Estuve baldeando el patio también.

Hoy era el último día para solicitar plaza y retomar los estudios de grado. Por la mañana, antes de que se fuera a la agencia, Cari volvió a mencionar el tema. “¿Quién cuidará al Roque si vas a clase?”, replicó él, y le dio un beso en la mejilla, saliendo con prisa, como todos los días.

Álvaro señala la última croqueta de carne que queda en la mesa y haciendo una mueca infantil le pregunta a su esposa si puede comerla. A Cari se le retuerce la cara. Dice que sí con la cabeza. En la tele regresarán las celebraciones del Año Nuevo Chino, en cuanto termine la publicidad.

–Es todo para ti. Perdí el apetito al cocinar.

–No las has llegado a probar, pero déjame decirte que te quedaron un poquitín saladas –comenta el marido y se zampa la croqueta entera en la boca–. Tampoco se la podemos a dar a Roque. No puede comer con tanta sal.

–Tienes razón. A Roque ya no se la podemos dar.

Álvaro pincha el último trozo de carne de la bandeja de estofado. Lo parte en dos con el cuchillo sobre su plato, aunque no hiciera falta. La carne está tan tierna que podría rebanarla solamente con el tenedor. Echa un vistazo a las fibras jugosas del interior, antes de llevarse el trozo mayor a la boca.

–Por cierto, no ha salido a recibirme cuando llegué de la agencia –comenta mientras mastica satisfecho–. Supongo que estará en el patio, durmiendo la siesta.

Cari expulsa el humo de su cuerpo una vez más y machaca el cigarrillo contra el borde del fregadero. Contempla a su marido engullir el último bocado.

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