Yuri Herrera: “Declararse apolítico es una de las maneras más timoratas de ser conservador”

El escritor Yuri Herrera. Foto: Tori Bush.

El escritor Yuri Herrera. Foto: Tori Bush.

Yuri Herrera (México, 1970) es uno de los narradores más arriesgados del momento. Sus novelas relatan inquietantes historias que movilizan susurros y palpitaciones de quienes habitan el límite, y condensan decires poéticos de la calle y la frontera.

POR RICHARD PARRA

Al leerlo, encarnamos seres arquetípicos y terrenales al mismo tiempo, y transitamos universos socialmente devastados, de confines y temporalidades extremas, pero también de vitalidad íntima, ternura y anhelos.

En tus novelas, transitamos un mundo fuera de la ley, lumpenesco, prostibulario. Incorporas referencias culturales y un lenguaje todavía percibido por algunos como “no literarios”. ¿Cuál es tu relación con esos materiales culturales reales, provenientes de la cultura popular viva? ¿Parte de una documentación libresca y moral, o más bien de tu memoria comunitaria?

Todos esos materiales son mi patrimonio, de ahí es de donde parto, no hay un lenguaje exclusivamente literario; además cuando ciertas expresiones son catalogadas de esa manera se las convierte en clichés o en alimento para el comején. Creo que una de las cosas más interesantes del oficio consiste en ejercer presión sobre palabras que comúnmente se consideran no literarias, cambiarlas de contexto, llevar sus connotaciones al límite, resignificarlas. Cada palabra puede arrojar nueva luz si se encuentra la manera de sacarla de su nicho. “Lo literario” suele ser un catálogo de valores aceptados, de guiños al entendido, cuando lo que yo creo es que tenemos la oportunidad de encontrar nuevas palabras para señalar el mundo, o acudir a las posibilidades de viejas palabras que parecen agotadas. En particular con respecto a eso que se denomina “lenguaje popular” encuentro que frecuentemente denota una lucidez sobre situaciones, individuos o paisajes cuyos nombres “oficiales” se quedan cortos.

Sospecho que rechazas el academicismo, el barroco, el DRAE y el lenguaje estándar, de traductor. En tus obras, descubro diálogos y un decir narrativo definidos por la ironía, la dialéctica, el oxímoron, el ingenio picaresco… También observo que miras lo social tratando de percibir los antagonismos, las luchas de clases, los claroscuros. ¿Cómo describirías la evolución de la expresión literaria a lo largo de tus tres novelas y su relación política con la realidad?

No tengo suficiente distancia con mi trabajo como para definir cuál pudiera ser esa “evolución”. Lo que podría decir es que en cada una de estas novelas he elegido un núcleo distinto a partir del cual prolifera la narración. En Trabajos del reino ese núcleo es la tensión entre el artista y un hombre poderoso, en Señales que precederán al fin del mundo es la experiencia transformadora del viaje, y en La transmigración de los cuerpos es la atmósfera de una ciudad enloquecida por el miedo. Es un distinto principio organizador del texto en cada caso, y podríamos decir que en ese sentido es también un asunto político: tensión, viaje, atmósfera; en los tres casos lo político está presente, aunque la narración no obedezca a una agenda específica.

En tus novelas es notoria la presencia de Juan Rulfo, o su tradición estética. En Señales que precederán al fin del mundo, resuena el cuento “El paso del norte”. En Transmigración de los cuerpos, retumban los cuerpos de “Pedro Páramo”, el viaje mítico, el encuentro sucesivo con personajes arquetípicos. ¿Qué aspectos del proyecto de Rulfo te parecen literariamente vivos e inspiradores?

Cuando estoy escribiendo no pienso en cuáles son los autores o libros que me influyen, aunque después puedo ver dónde he intentado aprender algo. Tengo presentes a Jesús Gardea, a Daniel Sada, a Mercé Rodoreda, a la novela negra norteamericana. Pero, por supuesto, he leído Pedro Páramo y El llano en llamas en varias ocasiones, y hay mucho que quisiera aprenderle. Esa voz narrativa que parece venida de quién sabe dónde y que parece no esforzarse cuando habla de asuntos terribles sin necesidad de malabares, es una voz más contenida que construida. La precisión en el lenguaje de Rulfo le viene de ese laconismo denso, prescinde de explicaciones farragosas, no siente la necesidad de glosar el mundo que se impone naturalmente en la página. Es descarnado cuando lo requiere, pero nunca cae en la superficialidad pornográfica. Entre otras cosas, gracias a esa contención es que Rulfo construyó personajes terribles sin hacer discursos morales. La moral parece en sus libros algo que está a punto de convertirse en un órgano vestigial pero que cada tanto vuelve a activarse.

Siento que tus novelas se impregnan de literatura y mitología —ecos rulfianos, bíblicos, shakesperianos— y de eventos contemporáneos —la pandemia del 2009, la corrupción, la crisis política, la mafia—. La mezcla de mito —precolombino y occidental— y realismo social es una tradición fuerte en América Latina. Esta mezcla, ¿supuso algunos dilemas o dificultades para tu escritura?

No rehúyo la dificultad ni en la lectura ni en la escritura, crear en mis textos o descubrir en los de otros los distintos ángulos de una historia es una de las cosas que más disfruto. La escritura es mucho más que un mero desahogo de la individualidad; las maneras de entretejer las anécdotas, la musicalidad de la lengua, la observación del presente y el diálogo con otros libros es mucho del placer del oficio.

¿Puedes hablarnos de tu método de trabajo, si es que cuentas con alguno? En concreto, ¿cuál fue el origen de La transmigración de los cuerpos?

Éste es el único libro que he escrito por las noches. En general escribo temprano antes de que amanezca por completo, pero por alguna razón (me acababa de mudar a Nueva Orleans cuando comencé a escribirla, quizá el eterno ambiente fiestero de la ciudad no facilitó levantarme a trabajar) con esta no fue así.

Una vez que tengo claro hacia dónde voy, me siento y escribo frenéticamente por varios meses, pero antes de llegar a ese punto tomo muchas notas que poco a poco se acompasan: palabras que me gustan, palabras que prometen, recuerdos, anécdotas, ideas sobre qué asunto debe ir antes que otro. Hago un plan de trabajo muy extenso, con la certeza de que está ahí para ser desobedecido, porque la escritura plantea sus propias necesidades, más allá de cuál sea el plan, pero éste ayuda como una brújula que no indica el sitio exacto a donde debo llegar sino el punto cardinal al que me dirijo.

Esa novela se desarrolla sobre una trama detectivesca clásica, pienso por ejemplo en El sueño eterno, de Chandler, Ciudadano Kane, incluso en Fargo o El gran Lebowski, por su visión cómica. ¿Por qué el policial?, ¿no es este género, en cierta forma, un lenguaje del poder? ¿Cómo distingues tu planteamiento narrativo del policial clásico, diríamos oficial, imperial, victoriano?

Bueno, una de las cosas que suceden en la novela es la manera en que el protagonista negocia con distintas formas de poder con las que se encuentra, a veces cede ante ellas, a veces las resiste, siempre está intentando hallar su propio código, o construirlo conforme avanza. De algún modo esa resistencia va contra las mismas expectativas y maniqueísmos de ciertos policiales. Aunque me he nutrido mucho del género, prefiero la novela negra, cuya diferencia fundamental con el policial clásico es que no ahí no existe la ilusión de que algún agente de las instituciones conseguirá restablecer el bien gracias al uso de la razón, y no la existe porque la novela negra más bien registra el hecho de que el crimen frecuentemente está asociado a las instituciones.

En la novela me parece que el amor, el sexo, el erotismo se oponen a la peste, a la violencia gratuita, a la arbitrariedad tiránica de los caudillos. ¿Cómo tejes narrativamente la sexualidad y el erotismo?

Ha sido distinto en cada libro, depende de la dinámica interna de la historia. En efecto, en La transmigración de los cuerpos es una técnica de supervivencia: en medio de la muerte que ronda por la ciudad, el erotismo es un modo de hacer virtuoso el encierro. En Trabajos del reino el sexo le sirve al protagonista para recuperar soberanía sobre sí mismo y rescatar su propio nombre, y en Señales que precederán al fin del mundo es un elemento que define la independencia y la fuerza de la protagonista. Los personajes femeninos en estos libros tienen en común que se encuentran en un mundo de reglas masculinas con las que tienen que pactar pero que nunca aceptan pasivamente.

Alfaqueque es el protagonista de La transmigración de los cuerpos ¿A qué te hace referencia este nombre?

Alfaqueque es una palabra que viene de las Siete Partidas de Alfonso El Sabio. En la Segunda Partida, que habla de los soberanos y su relación con el pueblo, y de cómo ambos deben defender el reino, hay una sección especial, el título 30 si mal no recuerdo, en la que se define la labor de un personaje importante en tiempos de guerra, el Alfaqueque, encargado de negociar la entrega de cautivos. Desde que leí eso me pareció fascinante, que este personaje tuviera su propio apartado, precisamente porque es lo que llamo un personaje fronterizo, que pone en relación bandos que formalmente no se comunican. Además de esto, es probable que también haya elementos del cine noir.

¿Dirías que es un personaje que compendia la actitud de determinados mexicanos del presente?

Ningún personaje es la representación fiel de una persona de la vida real, pero sí canibalizo a mis conocidos y pongo manías y frases y anécdotas de muchos de ellos.

A pesar de su realismo crítico, La transmigración de los cuerpos, no presenta una conclusión pesimista, sino que llega a un equilibrio del cual emerge un nuevo comienzo narrativo para el protagonista. Sin embargo, varias críticas coinciden en explicar tu obra como “apocalíptica”.

Entiendo que se refieren al espacio en el que sucede la historia y a las ideas, dándole forma a ese espacio, más que a una especie de fatalismo. Y esa sensación de emergencia sí es algo que aparece sobre todo en esta novela, pero más como una especie de posicionamiento ético: cuando estamos ante el horror no podemos comportarnos como si fuera simplemente una imagen más a consumir.

¿Asististe a talleres de narrativa?

Sí asistí, en dos momentos muy distintos, de adolescente y luego en El Paso, en la maestría en creación literaria. Los talleres no pueden convertirte en un escritor simplemente porque cumples asistiendo, no hay fórmula que te garantice nada. Lo que te pueden aportar es un grupo de lectores críticos que te hagan ver tus limitaciones pero que también te empujen a defender concienzudamente aquello que sabes que es exactamente lo que quieres decir, aunque a los demás no les guste. También pueden darte disciplina, en la medida en que te comprometes a someter regularmente lo que escribes a la mirada de otros. Hay muchas maneras en las que pueden ser fallidos: cuando la persona a cargo del taller se empeña en crear clones de sí mismo, o cuando el taller no pasa de ser una terapia de grupo, es decir, cuando no hay el verdadero propósito de esforzarse por desarrollar una voz propia y de ayudar a los otros a hacer eso mejor que cada cual imagina, en sus propios términos.

Algunos autores niegan que sus obras tengan determinado signo político, van de apolíticos por el mundo. Sin embargo, usualmente sus trabajos privilegian una hipótesis ideológica de la realidad. En el Perú, los apolíticos, los intimistas, frecuentemente empujan el coche neoliberal, el derechismo. No sé cómo será en México. ¿Crees posible esa utopía apolítica?

Declararse apolítico es una de las maneras más timoratas de ser conservador. Es creer o simular que quedarse callado o permanecer inmóvil o hablar en voz bajita no tiene repercusión política. Me parece muy bien que la literatura no responda a las supersticiones de los políticos profesionales, pero una cosa es que lo que escribes no sea partidista, y otra cosa es que no sea tocado por la política. La literatura es parte de la esfera pública.

Tengo entendido que trabajas en un libro de ciencia ficción. ¿Qué aspectos de este género te interesan?

Estoy escribiendo una serie de cuentos que originalmente serían parte de una novela pero muy pronto me di cuenta de que más bien eran historias independientes. Los cuentos caen de manera muy laxa dentro del género, pero este me interesa porque permite pensar los lugares a donde nos pueden conducir nuestros hábitos diarios: la manera en la que consumimos, en que nos relacionamos con los demás, las cosas que decidimos ignorar o la manera en la que dejamos que ciertos objetos modifiquen la condición humana.

Richard Parra (Comas, 1977) es docente y crítico literario. Ganador del Premio Copé de Oro 2014 por su ensayo La tiranía del inca. El inca Garcilaso y La escritura política del Perú Colonial (1568-1617). En 2011, publicó Contemplación del abismo y, en 2014, las novelas breves La pasión de Enrique Lynch y Necrofucker en la editorial Demipage. Próximamente verá la luz su nueva novela Los niños muertos.

Yuri Herrera (Actopan, México, 1970) ha publicado cuentos, artículos, crónicas y ensayos en periódicos y revistas de Estados Unidos, Latinoamérica y España. Fue editor y fundador de la revista literaria el perro. Sus tres novelas publicadas hasta la fecha, —Trabajos del reino, Señales que precederán al fin del mundo y La transmigración de los cuerpos— , todas ellas en la Editorial Periférica, le han granjeado un prestigio internacional. Su obra puede leerse en más de diez idiomas.

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