Llega una superproducción de ‘Los Maestros Cantores de Núremberg’

Quinteto del tercer acto de ‘Los Maestros Cantores de Núremberg’. Foto: Javier del Real.

El Teatro Real estrena hoy una impresionante nueva producción de ‘Los Maestros Cantores de Núremberg’, de Wagner, con dirección musical de Pablo Heras-Casado y escénica de Laurent Pelly, que transforma la única comedia wagneriana de madurez en un espectacular y emocionante artefacto teatral.

Los Maestros Cantores de Núremberg es la única comedia escrita por Richard Wagner. Su primera ópera representada fue La prohibición de amar, basada en la comedia Medida por medida, de Shakespeare, pero el compositor la repudió en vida. Con Los Maestros Cantores, Wagner se da un respiro tras la composición de Tristán e Isolda y a mitad de camino de terminar su imponente tetralogía del Anillo del Nibelungo. Pese a ser una comedia costumbrista, Los Maestros Cantores es una obra gigantesca, con un libreto extenso y riquísimo, que trata temas tan universales que será complicado que no esté de actualidad en cualquier momento que se represente.

La libertad creativa frente a la rigidez de la tradición. Nada más y nada menos de eso trata esta emocionante y divertida ópera. Ríos de tinta se han escrito sobre la heterodoxia de discos tan actuales como Cowboy Carter, en el que Beyoncé reivindica el pasado negro de la música country americana y la cambia y retuerce hasta hacer saltar al sector más conservador de uno de los estilos musicales más conservadores de Estados Unidos. Con El mal querer, Rosalía encendió la ira del ala ortodoxa del flamenco, y con Motomami directamente dinamitó las reglas del pop de consumo masivo. La crítica la aupó al olimpo y el público la llevó en volandas. Eso mismo nos cuenta Wagner, solo que hace la friolera de 156 años. Fue entonces cuando estrenó esta ópera cuya acción transcurre en el próspero y creativo Núremberg del siglo XVI, uno de los centros del Renacimiento del norte de Europa y el epítome de la utilización de la música como arma de promoción cultural de una Alemania nacionalista y férreamente cohesionada.

Los maestros cantores conforman una cofradía de músicos y poetas aficionados que, además, son los guardianes de unas intrincadas y estrictas normas compositivas para sus canciones. Pertenecen en su mayoría a la clase media de la ciudad y son casi todos artesanos. En la víspera del día de San Juan, cuando se realizará un concurso de canto y composición entre los maestros, Veit Pogner, el orfebre, ofrece la mano de su hija Eva como premio para aquel que gane la competición, siempre y cuando ella esté de acuerdo con el ganador. El tradicionalista administrador municipal Sixtus Beckmesser quiere ser uno de los competidores. Es famoso por su defensa a ultranza de las reglas tradicionales de composición. Walther von Stolzin, un joven caballero que se ha enamorado a primera vista de la hija del orfebre, sueña con convertirse en Maestro Cantor en tiempo récord para poder casarse con Eva. El zapatero Hans Sachs, maestro admirado por el pueblo por la belleza de sus composiciones, se ofrece a ayudar a Walther para conseguir convertirse en maestro cantor.

Wagner no solo nos habla de la innovación frente a la tradición como el motor que hace evolucionar la cultura y salud de las sociedades, también nos advierte de aquellos que prefieren utilizar atajos deshonestos para alcanzar sus objetivos. La belleza, el amor puro y el talento triunfarán sobre la mentira y el inmovilismo.

Tras asistir el pasado domingo al ensayo general de esta nueva producción que estrena el Teatro Real, podemos asegurar que el regreso de Los Maestros Cantores de Núremberg tras 22 años de ausencia del coliseo madrileño supone todo un acontecimiento cultural en España. El Real ha logrado conjugar todos los elementos necesarios para construir una auténtica superproducción capaz de emocionar, hacer reflexionar y divertir al público que logre conseguir una entrada.

Pablo Heras-Casado llega a la dirección musical de estos Maestros Cantores precedido por el éxito cosechado con su primer Anillo en el Real; también por la notoriedad conseguida tras abrir con Parsifal la última edición del festival de Bayreuth. Si en el ensayo general el Coro Titular del Teatro Real –con 112 cantantes preparados por José Luis Basso– logra desde el primer número del primer acto un nivel de emoción inconmensurable, no sé hasta dónde podrán llegar durante el estreno y las funciones posteriores. Su participación en el tercer acto es tan alucinante que hay un momento en el que el escenario pareciera que fuese a elevarse sobre la mismísima plaza de Ópera. El reparto encabezado por Gerald Finley, considerado como uno de los mejores Hans Sachs del mundo, contribuirá sin duda al éxito de esta producción.

Casi todos los directores de escena poseen un sello, un lenguaje propio que los distingue entre los demás o, al menos, algún elemento que, en cierta forma, les sirve de firma o guiño. El caso de Laurent Pelly, encargado de la dirección de escena de estos Maestros Cantores, es uno de lo más acusados que conozco. Posee el francés cierta obsesión y querencia por la imagen esquemática de las casas con tejados a dos aguas, como esas que se utilizan en el Monopoly para construir urbanizaciones y luego hoteles. Pelly se sirve de esa imagen (y sus variantes) en una buena parte de las producciones que firma. Le gusta iluminarlas y mostrarlas en diferentes dimensiones: completas, como en Lakmé; en urbanizaciones, como en Manon; ampliadas en una especie de zoom que sólo deja ver las ventanas, como en Falstaff, o casi protagonistas, como en El Turco en Italia. No hay nada más universal y protector que un hogar y nada que simbolice mejor la comunidad y la vida.

Aquí construye y destruye toda una urbe con humildes casitas construidas con cartón dentro de una especie de nave industrial destruida. Las dimensiones del escenario y la disposición paisajística de esas casas logra que se nos pase por la cabeza que estemos ante una caja sin tapa en la que un Wagner desinhibido jugase con sus personajes y su hábitat como un niño con sus muñecos para contarnos una fábula con varias moralejas.

El texto y la música de Wagner componen una obra magnífica en las que la belleza tanto de las melodías como de las palabras rivalizan con la maravilla de la naturaleza. Los bosques, los pájaros, los ríos y montañas, el viento y las nubes, los prados y el sol. Todo en esta producción rema tan a favor de la obra que hasta resulta un poco sospechoso que en el ensayo general los subtítulos dejasen de funcionar justo cuando el mensaje se vuelve demasiado nacionalista y duro para la ética y la estética de un tiempo este que nos ha tocado vivir pleno de individualismo:

“¡Tened cuidado, se ciernen

sobre nosotros grandes males!

Si el pueblo y el imperio alemanes

decayeran bajo una extraña Majestad,

ningún príncipe velaría por su pueblo:

y modos de extranjera trivialidad

brotarían en la alemana tierra.

Nunca nadie sabría lo que es alemán

si no alentase del honor

de los maestros alemanes”.

Casualidad o recurso estilístico. Esta noche lo sabremos.

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