Jorge Semprún, memoria y política de un guionista seductor

Jorge Semprún, en un dibujo de Clara León realizado para el ciclo que la Filmoteca Española ha dedicado al escritor y guionista. Cedido por la Filmoteca Española.

Jorge Semprún fue un hombre del siglo XX, un europeo que cargó con algunos de los dramas trascendentales de su tiempo: el exilio, la lucha en la Segunda Guerra Mundial, la prisión en un campo de concentración, el compromiso comunista y su desencanto y ruptura. Las huellas de su convulsa experiencia son visibles en su literatura, en su dimensión pública y en una faceta menos conocida, pero tan relevante como aquellas, la de guionista de cine. En sus guiones se mostró a través de otros personajes, contó momentos de su biografía y expresó, desde la izquierda, sus posiciones políticas, de denuncia de los mecanismos que socavan las democracias. Fue candidato a dos Oscar por los guiones de ‘Z’ y ‘La guerra ha terminado’. Recordamos lo más destacado de su peripecia cinematográfica, a la que hace unos meses la Filmoteca Española dedicó un ciclo con motivo del centenario del nacimiento del escritor.

La vida de Jorge Semprún (1923-2011) es una sucesión de azares y decisiones radicales movidas por una voluntad implacable que fue tomando a partir del desgarro que le produjo el exilio. La palabra camaleónico lo define. Tanto como la de seductor. O aventurero. Una especie de héroe talentoso entre sombras. Fue un memorialista que en sucesivas evocaciones dejó huecos biográficos, los menos amables, ambiguos, que llenaron otros, especialmente su hermano menor Carlos, una conciencia recusadora del propio Semprún.

Niño acomodado de una familia burguesa, de abuelo, Antonio Maura, presidente del gobierno, y tío, Miguel Maura, ministro republicano. Exiliado en Francia con su familia en 1936. Enrolado en la Resistencia francesa y detenido en 1943 por los nazis, que lo enviaron al campo de concentración de Buchenwald, donde permaneció unos 15 meses, en unas condiciones menos penosas que la mayoría de los presos, con un trabajo burocrático, decidiendo a veces el destino de los reclusos, según describe su biógrafa Soledad Fox Maura en Ida y vuelta. La vida de Jorge Semprún.

Comunista ortodoxo en los 40, acusó presuntamente a los también comunistas, y escritores, Robert Antelme y Marguerite Duras de “conducta burguesa decadente”, y ambos fueron expulsados del partido. Infiltrado en los 50 en la España franquista para extender la acción del Partido Comunista de España (PCE) a los ambientes intelectuales, nunca lo detuvo la policía. Sus discrepancias con la línea oficial del PCE se volvieron insalvables y también a él lo expulsaron, junto a otro dirigente, Fernando Claudín, en 1964. Un año antes había estrenado su vida de escritor con la novela El largo viaje, evocación de su pasado combatiente y como preso en Buchenwald que le facilitó su entrada en el cine. Para este medio escribió guiones, diálogos, adaptaciones de unas 16 películas y series de televisión entre 1966 y 2011, de las cuales dirigió una, Las dos memorias.

“Hacer cine es hacer política”, le dijo al periodista Joaquín Soler Serrano en una entrevista del programa televisivo A fondo. Pero la política era parte de la sustancia vital de Semprún. Una posición moral, de intervención que tomó desde su primera juventud. Su escritura cinematográfica recorre períodos relevantes de la historia del siglo XX y muestra las esferas de la vida pública y la privada como dos círculos que se solapan y se determinan. Confluyen en ambas, como estableció en su primer guión, el de La guerra ha terminado (1966), su propia vida, sus pensamientos y reflexiones sobre la historia vivida, leída y observada.

El director Alain Resnais, que había leído El largo viaje, le propuso a Semprún que escribiera sobre su ocupación clandestina en España. En el guión de La guerra ha terminado desbroza a grandes rasgos la parte de su biografía de militante encubierto, que en la pantalla interpreta su amigo Yves Montand. El filme no gustó a la izquierda francesa, porque no entraba en sus esquemas mitológicos sobre lo que entendía que era España, y por supuesto al franquismo, que lo censuró, de modo que no pudo estrenarse hasta que murió Franco.

Aunque Objetivo 500 millones (1966), su segundo trabajo cinematográfico, aparente ser un filme sobre un robo de dinero, lo político y lo histórico envuelven con fatalidad las vidas de sus personajes: excombatientes franceses en Argelia, olvidados en su patria, de vida arrastrada en un París nocturno, que ven en el dinero el fin de una huida existencial. Esos personajes representan también la Historia vivida por miles de soldados secundarios pero imprescindibles en las guerras que se libraron entonces: Vietnam, Yemen, que comparecen aquí en imágenes documentales.

La primera de las tres colaboraciones de Semprún con el director griego Costa-Gavras, Z (1969), le deparó su segunda candidatura al Oscar. Z ganó dos estatuillas (a la mejor película y al mejor montaje) y es la reconstrucción de un hecho real sucedido en Grecia: el asesinato en 1963 de un dirigente político de izquierdas por una trama parapolicial del Estado. Filmado como una crónica de aquellos días convulsos e inciertos en el país heleno, se centra en la investigación de un juez independiente que va desmontando la mentira urdida por los conspiradores para hacer creer que la muerte del político ha sido un accidente; pero su encuesta resulta vana. Una razón corrupta de Estado deja traslucir las tensiones entre dos bloques (democrático y comunista) derivadas de la guerra fría, que desembocará en un golpe de Estado.

Si la idea de Z había partido de Costa-Gavras, al fin y al cabo griego como el argumento de su película, su siguiente contribución conjunta, La confesión (1970), planteaba un drama que concernía al propio Semprún. De nuevo su historia personal se fundía con la de su época. De nuevo un caso político, el de Arthur London, un dirigente checoslovaco ministro y víctima en 1952 de las purgas estalinistas en Praga. Su proceso recuerda, en una dimensión mucho menor (pues a London lo detuvieron y lo torturaron), al que el PCE sometió a Semprún y que derivó en su expulsión del partido. Como apunta Mayka Lahoz, especialista en el pensamiento de Semprún, en Destino y memoria, volumen colectivo de homenaje al escritor publicado por Tusquets, la película fue tachada de anticomunista por la izquierda marxista-leninista.

El atentado (1972) de Yves Boisset es una variante de Z: una conspiración política para asesinar a un político de izquierda. Semprún adaptó el caso real del crimen cometido contra el dirigente marroquí Ben Barka en territorio francés, supuestamente por autoridades marroquíes con el amparo de los servicios secretos galos y estadounidenses. Y como en el filme de Costa-Gravras, el guionista vuelve a la idea de una razón de Estado que degrada la democracia.

Los dos años siguientes al estreno de El atentado los dedicó Semprún a España, a “escuchar a los otros”, como asegura él mismo en la única película que dirigió, Las dos memorias (1974), devolviendo la palabra a los vencidos de la guerra civil española en este documental rodado a caballo entre Francia y (clandestinamente) España.

El peso del recuerdo en los vencidos desfigura parcialmente el título del filme. En él se escuchan en su mayoría a quienes tuvieron que abandonar su país cuando la República perdió la guerra. Sindicalistas anarquistas de la CNT y FAI, políticos del Partido Comunista, del Partido Obrero de Unificación Marxista, del PNV, más historiadores no españoles, hijos de franquistas que rompieron con su país y viven el exilio, un falangista como Dionisio Ridruejo, que evolucionó hacia posiciones democráticas… Semprún cruza sus voces, alternándolas con imágenes de archivo, para “entender” sus posiciones políticas, sus acciones durante la Segunda República, la guerra, la posguerra y el exilio desde un presente atado inexorablemente al pasado.

El mismo año del estreno de Las dos memorias se proyectó su segunda colaboración con Alain Resnais, Stavisky, retrato de un estafador ruso que en los años 30 corrompió a la clase política y a la policía francesa. Vemos otra vez a Semprún moviéndose en su territorio, ahora el pasado, en el año de la guerra civil, que representa un aristócrata español encargado de comprar armas a Mussolini para los militares africanistas que van a dar un golpe de Estado y recurre a Stavisky para que le dé cobertura. Como en otros de sus guiones, las vidas históricas (Mussolini, Trostki, los nazis) se entrelazan con las privadas de ciudadanos comunes, que se ven arrastrados por acontecimientos sobre los que carecen de control.

A mediados de la década de los 70 debió de escocer la exhibición en los cines del colaboracionismo franco-nazi de Sección especial (1975), tercera alianza de Semprún con Costa-Gavras sobre un suceso histórico: los propios franceses condenando a inocentes para cumplir la cuota de revancha por el asesinato de alemanes durante la ocupación. Seis por uno, dictaminan los alemanes. El escándalo corroe soterradamente a los ejecutantes: ministros, fiscales, magistrados, jueces, abogados. La decisión del gobierno de Vichy de legislar en contra de la idea de justicia para hacer ejecutar a esos seis inocentes le lleva a crear una sección especial que juzga y condena a muerte a seis presos elegidos al azar. Sección especial reprueba, una vez más, la razón de Estado, que paradójicamente esgrimirá un presidente socialista, François Mitterrand, para atentar contra Greenpeace en 1985.

El gran periodo de Semprún como guionista se cerró con dos miradas históricas a hechos que, de nuevo, le concernían. A partir de ellas, le sucederían su gran literatura memorial escrita en francés, su fugaz andanza como ministro de Cultura en el gobierno socialista de Felipe González y numerosos reconocimientos internacionales.

El más distante de esos dos filmes en el tiempo, Una mujer en la ventana (1976), regresa al año de la guerra civil española, en los momentos en que la amenaza de la guerra europea avanza y un golpe militar ha acabado con la democracia en Grecia, país donde transcurre mayormente la crónica de un amor entre un comunista y una aristócrata que lo salva de la persecución de la policía.

En Las rutas del sur (1978) Semprún retoma, con otro nombre (Larrea), el personaje protagonista de La guerra ha terminado, es decir, a sí mismo, en los estertores de la dictadura franquista. Aunque el argumento político le sirve de guía (el viaje de Larrea a España porque su esposa, a la que ha enviado en su lugar a una misión para el partido comunista, ha muerto en accidente), la película es la exposición de la tortuosa relación que Semprún tuvo con su único hijo, Jaime.

Como recuerda Soledad Fox en su biografía, ambos se parecían en el carisma y la inteligencia; pero el hijo creció con su madre, a la que abandonó Semprún en los años 40, y su padrastro. Sus relaciones siempre fueron tensas, hasta que, según personas cercanas al hijo, este decidió no volver a hablar con el padre.

En la película, Semprún se autorretrata intentando explicar su pasado político. El hijo, siempre alterado, siempre impaciente, le echa en cara que ha quedado atrapado por ese pasado, de manera que no hay un nexo que los una. En Las rutas del sur confluyen la memoria del agente político, la del exiliado, la de la guerra civil, la de la traición comunista estalinista, la de la Segunda Guerra Mundial. El propio Semprún girando sobre sí mismo, sobre su memoria para explicarse, para explicarnos.

‘La guerra ha terminado’, ‘La confesión’, ‘Stavisky’ y ‘Sección especial’ pueden verse en Filmin; ‘Z’, en Amazon, y ‘La vieja memoria’, en YouTube.

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