28 Cumbre del Clima en Dubái, un gran teatro con olor a petróleo

Foto oficial de la COP 28, que tiene lugar en Dubái. Foto: COP28

Van 28 ‘cumbres del clima’, 28 conferencias de las partes (o COP, de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, CMNUCC) (Dubái la actual, del 30 de noviembre al 12 de diciembre) en las que los líderes del mundo, muchas grandes empresas (finanzas, energía, alimentación, etcétera…) y representantes de la sociedad civil, por lo general alojados fuera de las grandes salas de reuniones, nos dan a entender que están trabajando por poner límites a una crisis climática planetaria que se veía venir hace más de medio siglo y, de momento, campa sin freno. Y dar a entender no es lo mismo que hacer. Mientras justo ayer conocíamos que 2023 va a ser el año más cálido en el global del planeta desde que hay registros, asistimos a toda una feria de ‘green-washing’, de papeles mojados, de hipocresías y contradicciones, de declaraciones tan rimbombantes como huecas…

Es difícil saber por dónde empezar a analizar la convocatoria de este 2023 en Emiratos Árabes Unidos (EAU), un emporio petrolero que, como no podía ser menos, ha elegido a un empresario, también petrolero, el sultán Al Jaber, como presidente del encuentro. Las noticias sobre los negocios que desde tiempo antes andaba tramando por detrás, como se ha publicado, no sorprenden. Tampoco que él mismo haya negado (y luego rectificado) que la ciencia diga que hay que ir reduciendo el consumo de petróleo o gas; ni tan siquiera que Vladimir Putin (Rusia), Joe Biden (Estados Unidos) o Xi Jinping (China) se hayan molestado en acercarse, aunque entre sus tres países acumulan más de la mitad de todas las emisiones contaminantes del mundo. Pero gente no falta. Son más de 70.000 personas inscritas y casi 100.000 las desplazadas al desértico país para negociar en el superlujoso complejo de Dubái donde se celebra la COP28.

El diagnóstico del planeta Tierra no puede ser peor. Hoy no queda un lugar en este pequeño astro azul donde el impacto del cambio climático no haya llegado. Solo los fondos abisales igual se salvan. No se conocen lo suficiente. En lo demás, desde que en 2015 se decidiera que sería catastrófico superar una media global de 1,5ºC por encima del nivel de temperatura preindustrial, sabemos que con solo 1,2º C más son ya cientos de millones de personas las que han sufrido en sus carnes incendios monstruosos, inundaciones destructivas, sequías interminables, terribles huracanes y olas de calor insoportables de día y de noche. En Canadá, en toda África y en Pakistán, pero también mucho más cerca: en nuestra costa levantina, nuestra reseca Andalucía y nuestras asfixiantes ciudades. Las previsiones que profesionales de la meteorología hacían para 2050 resulta que se han cumplido en 2023 y España ya está en ese 1,5ºC de más, acercándose a los 50ºC en algunas zonas y con un 15% menos de lluvias en un año.

Que la ciencia agrupada en el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) en 2015 se quedó muy corta en sus previsiones y los recortes de emisiones pactados en el Acuerdo de París también lo son; resulta evidente. Un nuevo informe del Programa Ambiental de Naciones Unidas destaca que, aunque todos los países hicieran los deberes que han aprobado a nivel nacional, la temperatura global subiría entre 2,5º y 2,9º C a finales de siglo. Pero es que encima no se cumplen. Nos dicen que la contaminación debería caer un 42% en solo siete años para evitarlo y resulta que está aumentando: 1,1% a nivel global más en 2023 que el anterior. Así que estamos en 419 ppm (partículas en la atmósfera), como hace millones de años, y el pasado 17 de noviembre la media global ya superó ese día los 2ºC más de media planetaria.

Hoy mismo, un nuevo informe de más de 200 científicos, bautizado Global Tipping Points, coordinado por la Universidad de Exeter (Reino Unido), nos alerta de que vamos a cruzar 5 de los 26 “puntos de inflexión”, o de no retorno, con consecuencias terribles, como el colapso de grandes capas de hielo, la destrucción masiva de corales o la pérdida de capacidad de cultivar alimentos básicos. Ciertamente, uno de los puntos acordados por 134 países en la COP 28 es impulsar la agricultura sostenible y apoyarla con casi 3.000 millones de dólares, pero también lo es que el problema no está en esos 500 millones de pequeños agricultores que mencionan, sino en la gran agroindustria responsable de un tercio de las emisiones, de grandes extensiones deforestadas en Indonesia, China o Latinoamérica que habría que obligar a restaurar. ¿Cómo ser sostenibles si no se penaliza, sino todo lo contrario, la producción que nos llega de Perú o Australia?

Po otro lado, seguimos encontrando nuevos pozos de gas y petróleo, cuando los países árabes productores aseguran tener reservas para décadas. Los buscamos en el fondo del mar, en el Ártico y hasta en el Delta del Okavango. Si nos centramos en España, solo Repsol produce 572.000 barriles de petróleo al día según su web. Y es que el sistema industrial sigue inmerso en ese líquido negro. Una investigación de Intermón Oxfam ha revelado que las 50 empresas españolas más grandes emiten el 40% de todo el CO2 que se genera en el país y que más de la mitad (27) aumentaron las emisiones respecto a 2022, en vez de disminuirlas. También nos enteramos, por Greenpeace España, que somos el segundo importador europeo de gas licuado de Estados Unidos, procedente del fracking, que llega a la planta El Musel (en Gijón).

Y luego están las finanzas. Desde 2015, más de 3,2 billones de dólares han invertido las instituciones financieras en combustibles fósiles y otros 370.000 millones en esa gran industria agroalimentaria que los utiliza como fertilizantes. Entre los peores, BNP, Barclays, Société Génerale, JP Morgan, Citibank o el banco chino CITIC, pero también españoles como el Banco Santander, BBVA, Caixabank o Bankinter. Algunas de estas entidades aseguran que para 2050 tendrán emisiones netas cero, pero deben referirse a sus oficinas y no a las inversiones de su capital, que es lo importante. Son datos de una investigación de Alianza por la Solidaridad-Action Aid, donde se menciona que se está dando 20 veces más dinero a negocios del CO2 que lo que reciben del norte global los países más impactados por el cambio climático.

Analizando más en detalle el caso español, solo en seis años, el Santander ha financiado con 33.200 millones proyectos en el Sur de Shell, BP, Petrobas o Total Energy, entre otras. Curioso que a finales de octubre Ana Botín, junto con los presidentes de BBVA o Iberdrola, pidiera a la COP28 “políticas transformadoras” y  la necesidad de acelerar la reducción de emisiones.

Muchos y muchas se preguntarán qué es lo que se busca en Dubái en un momento internacional con una China cada día más fuerte y contaminante porque al mundo occidental le viene bien que estén allí las fábricas para contaminar menos localmente y más globalmente, y a los chinos por lo que ganan con ello; con un Estados Unidos que sigue chupando más petróleo de su subsuelo para su uso y el nuestro; con una Unión Europea donde negacionistas y retardistas climáticos se hacen con el poder político en más países; y con una Rusia, que sigue financiando sus guerras vendiendo combustibles, ahora vía India.

Qué esperar cuando nos enteramos de que África está vendiendo hasta su aire limpio a quien lo ensucia: la CNN informaba hace unos días de que una empresa de EAU (sí, donde se celebra la COP28) llamada Blue Carbon se ha hecho con bosques del tamaño del Reino Unido en Zimbaue, Zambia, Kenia, Liberia y Tanzania para usarlos como “créditos” de carbono que se venderán a empresas y la permitirán seguir contaminando. Tierras, como denuncia Survival International, de las que se está expulsando a los pueblos indígenas que las habitan. Entre otros, el pueblo keniata ogiek. Y lo mismo pasa con los manglares de Ecuador, donde mafias se están haciendo con zonas de pescadores que comercian con “bonos de carbono azul”.

Un fondo para daños y pérdidas

Luego están esas noticias que no sabes cómo encajar. Por ejemplo, el gran anuncio el primer día de la Cumbre de la creación de un fondo para daños y pérdidas causados por el cambio climático en los países en desarrollo. Han pasado 30 años desde que se propuso y en Dubái, el primer día se aprueba después de años de dimes y diretes. Luego resulta que es un fondo en el que los países contaminantes no están obligados a poner ninguna cantidad y que gestionará el Banco Mundial. Se menciona que deberá tener 100.000 millones de dólares en 2030 (lo mismo que este año se ha gastado EE UU en armas para Ucrania), pero comenzaba con unos escasos 517millones. Parece un chiste que EE UU ponga solo 17 millones o Japón 10 millones. Recordemos que otro fondo similar, el Fondo Verde del Clima, se puso en marcha hace una década para proporcionar esos 100.000 millones anuales destinados a la adaptación y mitigación en cambio climático y, a fecha de hoy, solo ha logrado 30.000 millones. Por cierto, el país anfitrión pondrá 100 millones, lo que factura en solo 10 horas de la continua extracción de petróleo en su territorio: haced el cálculo con 3,5 millones de barriles diarios.

De lo demás, ojalá se decidieran más recortes de emisiones para 2030 que realmente nos acercan más a los 1,5ºC que a los 2ºC y pico (es decir, extraer menos petróleo y gas), que se hable más de financiar medidas acordes a ese cambio energético y sobre cómo reducir el consumo que retomar ideas sin visos de ser reales, como esas apelaciones a una energía nuclear más que problemática (no digamos en contextos de guerra) o a las consabidas instalaciones para capturar carbono de la atmósfera, que también han salido ya a relucir en Dubái, costosísimas y aún ineficaces para el reto que tenemos por delante según los expertos, pero que a los lobbies petroleros gustan mucho.

Ojalá, pero ya antes de arrancar esta COP28 había muchas dudas entre autorizadas voces científicas que comienzan a vislumbrar que hay que cambiar estas cumbres por otros mecanismos más eficaces, que el viaje de decenas de miles de personas (el doble que hace dos años) no justifica unos acuerdos que en realidad cambian poco o nada la tendencia. Así lo decía el español José Manuel Moreno, que coordinó uno de los informes del IPCC. En su opinión, la unanimidad que exigen los documentos finales convierte las COP en inútiles: “Basta que un país sea comprado con petróleo para que se quede todo empantanado”, decía recientemente. Con él, otros muchos expertos señalan lo mismo.

En la inauguración de esta COP28, el secretario general de la ONU, António Guterres, recordaba que estamos al borde de un precipicio. Podemos dar un acelerón y saltar a lo Thelma y Louise, pero a nosotros no nos persigue nadie para matarnos. Somos nosotros mismos quienes tenemos que salir a reclamarlo, votar en consecuencia, desenmascarar a quienes quieren hacer negocios a costa del futuro. Y mucho mejor sería dar marcha atrás, con cuidado de no llevarnos por delante a los que más tienen que perder, y cambiar el rumbo.

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