Félix Sabroso, un relato exclusivo de madres y ponis

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El director de cine, teatro y guionista Félix Sabroso ha abierto recientemente bitácora en Internet, ‘La pistola estilográfica’, en la que vuelca relatos cortos urgentes para saciar su necesidad de publicar y comunicarse con el mundo. Sabroso le regala a ‘El Asombrario’ uno de esos textos, ‘Madres y ponis’, antes de que vea la luz en su nuevo sitio. 

Sabroso y su compañera de fatigas, Dunia Ayaso, acaban de estrenar nueva obra en el Guiniguada de Las Palmas: Las histéricas somos lo máximo, que estará en cartel en este teatro canario hasta este sábado. Félix y Dunia son los autores de películas como La isla interior, Los años desnudos y Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí, y de obras de teatro como Lifting, La gran depresión y De cintura para abajo.

Félix Sabroso se desenvuelve bien como director y guionista en cine y teatro, pero sobre todo es un gran narrador. Un escritor, vamos. Desde hace unos meses, ha abierto un blog, ‘La pistola estilográfica’, en el que escribe «relatos abiertos que necesitan al lector para completarse; algunos nacen de viejas notas para un guion o de retazos de películas sin rodar, o inspirados por una fotografía». Son textos urgentes y sugerentes de un escritor que también aprovecha el poder de las bitácoras para reconocerse.

El Asombrario le solicitó a Félix Sabroso, con el que nos une una larga amistad (ya participó en nuestras entrevistas con dibujo), uno de esos cuentos inéditos para la celebración del primer aniversario de la revista. Dijo que sí desde el primer momento y nos envió un texto autobiográfico. «Eso ocurrió en la realidad», nos dijo. Es un texto inquietante y amargo, que ilustramos con una de las fotografías de la cuenta de Instagram del propio escritor que también nos ha cedido.

MADRES Y PONIS

Por FÉLIX SABROSO

Durante los años de estudiante fuera de casa, con el miedo ya desterrado al menos en apariencia. En un periodo de plena negación de la tradición terrosa y rutinaria de lo familiar. En uno de tantos veranos en los que, tras dudas eternas de si reinventarme las vacaciones o acabar volviendo a la familia, terminé repitiéndome y regresando a Madrid y a los míos. España  vivía en primera línea de fuego la crisis del 82. Recuerdo una mañana de agosto bochornosa y nublada en que viajaba en un taxi con mi madre hacia no sé donde. El conductor, dicharachero, empezó a contarnos que aparecían nuevos modelos de empresa en una suerte de alternativas más o menos brillantes para afrontar el complicado momento económico que vivíamos. Comenzó entonces a contarnos de una que se dedicaba a organizar un sinfín de tipos de eventos familiares y que alquilaba incluso ponis para fiestas infantiles. Nos decía además que alquilar un poni era muy barato, que, de hecho, él mismo lo había hecho para los cumpleaños de sus hijos.

– Todos se vuelven locos, grandes y pequeños se quieren montar en los ponis. El animal no da abasto- explicaba el taxista, fascinado con el acierto de la lucrativa actividad.

Mientras tanto, yo, que por aquel entonces ya elucubraba, me imaginé siendo poni. Y aunque en esos años me otorgara más credibilidad si cabe que actualmente, sin embargo, el resultado de mis incesantes conjeturas solía ser todavía feliz y ligero.

Yo era un desorientado poni blanco metido en una furgoneta que era trasladado sin saber bien dónde para acabar en una fiesta infantil donde seres desconocidos de todos los pesos y tamaños se agolpaban a mi alrededor, gritones, con la intención de subírseme encima… Una  desquiciante pesadilla nazi, pensé.

Mientras me entretenía con todo este encadenado de imágenes, desconecté unos minutos de la conversación de aquel hombre con mi madre y, como a ella le desconcertaba y enervaba siempre que yo mostrara cualquier indicio de poseer alguna forma de vida interior, más que nada, supongo, por no perdérsela, comenzó a agitarme para que le dijese qué era lo que estaba pensando. Una vez nos apeamos del vehículo, le conté entonces de modo superficial lo terrible que me parecía todo eso del sufrimiento de los ponis alquilados para fiestas infantiles y lo mal que lo tendrían que pasar esos animales, a lo que ella me contestó:

– Sí, seguramente es horrible, pero los ponis están acostumbrados.

No hubo más conversación. Siempre me pareció que esa frase suya final resumía  muy bien a mi madre. Imaginad con libertad, tirando del hilo de la sugerencia y atad cabos. Alguna vez llegué incluso a tontear con la posibilidad de llegar a ponerla en su lápida como epitafio metonímico: «Los ponis sufren, sí, pero están acostumbrados».

MÁS INÉDITOS DE CELEBRACIÓN DEL PRIMER ANIVERSARIO DE ‘EL ASOMBRARIO’

1) Love of Lesbian nos regala ‘John Boy’ (versión tango) en exclusiva

2) José Manuel Ballester en las montañas de ‘Avatar

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