Reconecta con la naturaleza: nueve lecturas recomendadas
Desde esta sección que hace posible Ecovidrio queremos comenzar el curso con buen pie. Del ‘Diario de un naturalista’ y ‘Los últimos niños en el bosque’ a los ‘Escritos sobre naturaleza’ de John Muir y el ‘Elogio de la lentitud’ de Carl Honoré. Os proponemos nueve lecturas, nueve autores, para reconectar con la naturaleza, con el equilibrio del planeta, con la tranquilidad en nosotros mismos.
Una de las cosas que más eché de menos durante el confinamiento fue el contacto con la naturaleza. Por eso, una de las primeras cosas que hice en cuanto pude salir de casa y moverme por la ciudad fue coger el metro y llegar hasta el Retiro. Necesitaba pasearme entre los árboles, bajo su sombra, ahora que el calor aprieta. Incluso en una gran urbe como Madrid la tenemos muy cerca, más de lo que pensamos. Pocos días después me monté en el Cercanías que llega hasta Cercedilla, en plena Sierra de Guadarrama. Durante el viaje a la sierra siempre tengo una sensación agridulce. El verde cobra fuerza poco a poco y se estimulan mis endorfinas, me pongo de buen humor. A la vez, no dejo de ver el desastre urbanístico, cómo el cemento ha ido royendo poco a poco este parque nacional.
Siempre llevo un libro en mi mochila y en los últimos tiempos leo y releo He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, de Basilio Sánchez, el poeta médico encargado de las urgencias del hospital de Cáceres. Los poetas saben mucho de la vida y la muerte. Y por eso algunos de ellos, los más grandes, como Sánchez, nos recuerdan nuestro vínculo con la naturaleza: “Somos hijos de un árbol / al que le falta solo una manzana”.
Se nos ha olvidado de dónde venimos. Y venimos del bosque. Y para amar la naturaleza, a nosotros mismos en realidad, hay que conocerla. Como digo, no hace falta emprender largos viajes en busca de paraísos lejanos. A veces basta con tomar un tren o, incluso más fácil, ir a un parque o mirar por la ventana para reconectar con el entorno. Dos de los naturalistas más importantes de la actualidad, Bernd Heinrich y Nathaniel T. Wheelwright, nos dan algunas pistas sobre cómo hacerlo en Diario de un naturalista (Errata Naturae). “Para convertirse en un naturalista experto”, asegura Wheelwright, “lo fundamental es desarrollar la habilidad de observar los detalles más pequeños de la vida que te rodea y, así, ir adquiriendo los conocimientos para responder al porqué que los motiva. Es algo que exige un poco de práctica y organización, pero que no es difícil”. Lo más importante de este libro, que en la segunda parte cuenta con un diario de campo, es que Bernd Heinrich y Nathaniel T. Wheelwright nos enseñan a mirar.
También podemos viajar por parajes impresionantes sin movernos de casa. En Escritos sobre naturaleza (Capitán Swing) recoge buena parte de la producción literaria de John Muir, uno de los naturalistas y activistas más importantes de todos los tiempos. En la primera parte del libro, nos adentramos en la vida de Muir, inseparable del paisaje en el que vivió, primero en su Escocia natal y más tarde en Wisconsin (EE UU). A él le debemos la protección del parque Yosemite, entre otras cosas. “Miles de personas cansadas, excesivamente civilizadas, enfermas de los nervios, han comenzado a darse cuenta de que ir a las montañas es también volver a casa”, escribió premonitoriamente hace más de un siglo. Palabras que cobran aún más sentido hoy, en un mundo que en buena parte parece haberle dado la espalda a la naturaleza. Un vacío que no ha logrado saciar el consumismo desmesurado.
De ahí la importancia de trabajar nuestra relación con el entorno desde pequeños. Lo cuenta muy bien Richard Louv en Los últimos niños en el bosque (Capitán Swing). ¿Por qué niños y adolescentes (y el resto de nosotros) necesitamos naturaleza?, se pregunta Louv, fundador y presidente emérito de Children&Nature Network, una organización que ayuda a construir un movimiento internacional que una a las personas con el entorno natural. “Quienes contemplan la belleza de la tierra encuentran reservas de fortaleza que durarán lo que dure toda una vida”, dijo Rachel Carson y nos lo recuerda Louv. La salud física y emocional, el desarrollo de nuestras capacidades sensoriales, “la inteligencia naturalística”, en palabras de Howard Gardner, aprender a prestar atención a los detalles y al momento presente, el fomento de la creatividad, una mayor fortaleza o un mayor conocimiento de lo que somos son algunos de los beneficios de que los niños vivan en un entorno natural.
Numerosos estudios demuestran que los niños que viven rodeados de naturaleza son más felices. Niños reales o de ficción, como Toletis (MadLibro/NubeOcho) el personaje creado por Rafa Ruiz, compañero de El Asombrario. Cuentos de “realismo mágico ecológico”, como lo define el autor, para todos las edades, de 7 a 107 años. “[si un niño] tiene a la naturaleza como aliada, le puede solucionar muchos problemas, como por ejemplo de soledad, depresiones o tristezas. Algo que también he querido trasladar en mi poemario Hierba, porque la naturaleza influye en tus estados de ánimo. Si sientes angustia o ansiedad, un paseo por el bosque te sosiega. Te aporta equilibrio. Y eso lo estamos perdiendo”, afirmaba Ruiz en una entrevista en este mismo medio.
Conectar con la naturaleza nos devuelve a un ritmo lento, el que quizás nos devuelva la esperanza de la felicidad y de que otra sociedad es posible. “La lentitud es bella”, asegura el escritor británico Carl Honoré en Elogio de la lentitud (RBA). Referente del movimiento slow, Honoré insta a tomarnos la vida de otra manera. No es que nunca podamos ir deprisa (cuando el miedo acecha hay que salir corriendo), pero no podemos convertir la aceleración en una divisa vital, en el hilo que cose nuestros días. Caminar entre árboles es una manera de detener el tiempo, de no medir los minutos con criterios productivistas. Dejarse llevar. Vivir el presente en el sentido horaciano.
De regreso a casa desde Cercedilla, me dio tiempo a releer (ventajas de viajar en tren) un cuento maravilloso, tierno y melancólico, de la escritora norteamericana Anni Proulx, Brokeback Mountain (la versión cinematográfica de Ang Lee iguala al texto en belleza y hondura). “La noche negra de la montaña empalideció lentamente hasta volverse del mismo color del humo de la hoguera en la que Ennis preparaba el desayuno. El aire frío se aplacó, los guijarros amontonados y las migajas de tierra proyectaron repentinas sombras largas como lápices, ladera abajo los enhiestos pinos se arracimaban en lascas de sombría malaquita”. Ennis del Mar y Jack encontraron el amor y la pasión en una tienda de campaña, en plena naturaleza, alejados de los ojos de una civilización que en muchas ocasiones nos constriñe y nos convierte en seres insignificantes.
Comentarios
Por Federico Acosta, el 23 septiembre 2020
Me parece muy importante, qué haya un espacio dónde reflexionar sobre el mundo actual y la actitud humana frente a la Madre Naturaleza, tan llena de quemeimportismo que se ve aupada por una ansia patológica por el absurdo consumismo; con las consecuencias encadenadas a ello: degradación del medio ambiente, despilfarro de recursos naturales, extinción inmisericorde de especies animales y vegetales, urbanismo arrasador de los entornos naturales, envenenamiento y contaminación de las aguas y el aire, desprecio de varias formas de vida, crímenes masivos de seres para satisfacer la voracidad humana, experimentos valiéndose de vidas inocentes….etc.etc.etc
La especie humana tiene una terrible lección con la actual pandemia, en la cuál las mentes más lúcidas deberían actuar con sus voces para orientar a la creación de un nuevo estilo de vida, de una toma de conciencia por el respeto a la Naturaleza, o por definitivamente sentar las bases para una nueva civilización o cultura, post capitalista y post socialista. Sólo allí encontraremos el gérmen de un hombre nuevo con el abandono definitivo del antropocentrismo, y la relación armónica con todos los seres.
Esto sería el camino ideal para la superación espiritual del humano, no sólo confiando en la ciencia como posibilidad de conocimiento, sino con el advenimiento de otros caminos para conocer la esencia de las cosas. En definitiva una pluricultulidad, que alimente las experiencias y sensibilidades de las diversas geografías del Planeta con paz, armonía, y principalmente amor. Allí la especie humana encontrará dignidad cómo seres necesarios para la magneficiencia de la Creación.