Cómo salir de la ‘esquizofrenia’ del agua
El último informe de los expertos climáticos de la ONU (el IPCC) nos lanzó la alerta hace apenas unas semanas: el 54% de la población española estará expuesta a estrés hídrico (escasez). Y, sin embargo, seguimos sin ser conscientes de ello, contaminando ríos y promoviendo regadíos sin control ni coordinación. Es la ‘esquizofrenia’ del agua en España. Así lo destacaron los expertos que han participado en una nueva cita de #Vidriosybarras de Ecovidrio, ‘El agua como motor del futuro’, y que recogemos hoy, 22 de marzo, con motivo del Día Mundial del Agua.
“En España vivimos en la esquizofrenia en relación con el agua: sabemos que hay que cuidarlo, se restauran ríos y se invierte en iniciativas de mejora, pero alimentamos por otro lado una rueda que no da más de sí, siguiendo la inercia de exprimir al máximo este recurso”. Así resumía el mal que nos afecta, Fernando Magdaleno, responsable en el Ministerio de Transición Ecológica en la subdirección destinada a la protección de nuestras aguas, durante una jornada, organizada por Ecovidrio y la revista Ethic en el Espacio Triple (Madrid), para analizar la geopolítica en torno a un bien natural tan necesario como escaso en nuestro territorio.
Con una capacidad embalsada de apenas el 44% a mediados de marzo –ni llegaba al 30% en el Guadalquivir–, una sequía que ha durado meses invernales y unas previsiones de desertificación en aumento, las perspectivas no son halagüeñas si no se opta por una gestión que implique a todos los sectores económicos y regiones. El riesgo de que un día algunos grifos no suelten ni gota es real. El informe último de los expertos climáticos de la ONU (el IPCC) nos lanzó la alerta hace apenas unas semanas: el 54% de la población española estará expuesta a estrés hídrico (escasez), aunque las emisiones contaminantes que generan el cambio climático se redujeran incluso más rápido de lo previsto. Y añadía que al menos siete millones de personas de este país vivirán en zonas con poca agua, alertándonos de que en un panorama con más sequías, aumentar la demanda puede agotar las reservas subterráneas que existen en toda la región mediterránea de la que formamos parte.
Y frente a estos retos, ¿cómo estamos reaccionando? En esta nueva edición de las sesiones de Vidrios y Barras, poco antes del Día Mundial del Agua que hoy se conmemora, fueron muchos los asuntos sobre la mesa. Leonor Rodríguez Sinobas, catedrática de ingeniería hidráulica, recordaba cómo España se ha convertido en un país referente a nivel tecnológico en lo que se refiere a la gestión del agua. “Tenemos una importante red de medición, un dominio hidráulico, somos la avanzadilla en ideas y no hay problemas de acceso: abres el grifo y sale agua. Pero se nos olvidó que en los años 70 aún íbamos en zonas rurales a las fuentes y hoy el precio que pagamos es irrisorio. Vemos, por ejemplo, que los agricultores quieren vivir del campo, pero no están de acuerdo con los caudales mínimos en los cauces. No se valora lo suficiente”, apuntaba la investigadora de la Universidad Politécnica de Madrid.
Precisamente la relación con la agricultura –supone más del 75% del consumo de agua según datos oficiales– es hoy uno de los puntos clave. Alberto Fernández, experto en agua de la ONG WWF España, recordaba cómo la expansión de cultivos de regadío está afectando a las aguas subterráneas, que son fundamentales para humedales y ríos en zonas con pocas lluvias, y defendió que las aguas depuradas se utilicen para ello. De hecho, Andalucía, la región con menos lluvia, es la que más cultivos de regadío tiene, a medida que zonas de cereales, leguminosas y viñedos se han cedido al sector hortofrutícola, más rentable y más bebedor. El Levante presenta una situación similar.
La cuestión es, destacaba Magdaleno, que “vivimos en un país con dificultades para acercarse al agua salvo con una visión instrumental”. “La gente, en general, no sabe ni de dónde viene ni adónde va, sobre todo en el medio urbano. No conoce los trasvases entre las cuencas y sus impactos, ni sabe que sólo hemos cumplido un 55% de los estándares en buena calidad del agua que nos impone la UE, cuando en cinco años acaba el plazo. Sólo nos enteramos de lo que pasa cuando salta la noticia del estado grave de Doñana, Daimiel o el Mar Menor, que son lugares emblemáticos, pero en todas las cuencas hay problemas”. Esta situación, reconoce, contrasta con el hecho que todos “queremos bañarnos en playas limpias y ver ríos con biodiversidad”.
En este sentido, el representante de WWF recordaba el ejemplo de la recuperación del río Manzanares a su paso por Madrid, como prueba de lo que ocurre cuando se deja a la naturaleza tranquila, y reconocía que el consumo doméstico ha mejorado gracias a una concienciación que no ha llegado al campo, donde se ha primado la rentabilidad convirtiendo en regadío lo que eran tierras de secano. “La ciudadanía ya no deja los grifos abiertos como antes y son más los que usan inodoros que ahorran agua, pero vemos que se riegan cultivos y luego ni se recogen los frutos porque no compensan los precios, como ha pasado con la mandarina. Se tiran hasta 820 hectómetros cúbicos a la basura en un país con poca agua”, denunciaba. “Pero soy optimista, porque hay tecnología para mejorar y porque aumenta la concienciación, aunque seguimos usando el agua por inercia, un agua que antes era gratis y con la que ahora regamos praderas”, añadía.
Es un agua, recordó, que en muchos lugares se está extrayendo ilegalmente de unos acuíferos –nuestras huchas de agua– que se recargan por infiltración y escorrentía de lluvias y nevadas, las mismas que el IPCC nos recordaba que van a menos: “Sólo en el Guadiana hay 51.000 hectáreas de cultivo con riegos ilegales, otras 1.500 en el Mar Menor y cientos de pozos que ahora quieren legalizar en Huelva. Es evidente que es necesaria una nueva gobernanza”, insistía Fernández. Como dato positivo, Rodríguez Sinobas comentó que en los últimos años hay más regadío por bombeo y menos por inundación, lo que reduce el derroche, si bien la catedrática lo calificó de “espada de Damocles”, porque regar por aspersión requiere una energía que, como vemos estos meses, es más cara cada día que pasa. “Sería importante promover la asesoría en el sector agrícola de lo que hay que cultivar”, mencionó. De hecho, es lo que se busca para África: especies resistentes a las sequías, mientras a 15 kilómetros de distancia se apuesta por los tomates.
Pero esta “guerra cultural por el agua”, como la definió Magdaleno, puede tener consecuencias negativas para la rentabilidad de la producción que se busca, dado que, recordaba, “hay mercados europeos a los que se dirige que ya están poniendo problemas a las fresas de Huelva o las frutas de Murcia”. Se refería a los reportajes en grandes medios internacionales sobre los graves impactos ambientales de la agricultura española en espacios protegidos, hechos que no han pasado desapercibidos entre los más concienciados consumidores europeos.
Y es que ante la escasez de agua que se avecina en España, por más que haya quien lo defienda, ya no es posible recurrir a más embalses y trasvases, como dejaba claro la catedrática, que recordaba que el trasvase del Tajo al Segura y Júcar es un ejemplo “de generosidad” destinada a una zona que gasta esa agua recibida en el turismo y en una agro-industria intensiva. “Mientras, en las cuencas centrales de ríos como ese Tajo o el Duero se ha producido un gran despoblamiento y un envejecimiento agrícola que, al final, acarrea que las tierras pasen a empresas que saben que la seguridad alimentaria es un negocio”.
No se habló en este foro de minería, pero al día siguiente , en una jornada en el Congreso de los Diputados, se añadió a la lista de problemas del agua este otro riesgo para los acuíferos del oeste peninsular, especialmente en Extremadura, Galicia o Salamanca, donde cientos de proyectos mineros están sobre la mesa o en marcha.
“Debemos adaptarnos al cambio climático, pero hay problemas que tienen aún más peso, como es el manejo de los suelos o la disyuntiva campo / ciudad, y hay soluciones”, concluía Fernando Magdaleno en el acto de Ecovidrio. “Si somos más conscientes al elegir lo que compramos y hacemos de nuestro dinero un voto político, aún mejor”, añadía Alberto Fernández, de WWF. “Se necesita más conocimiento social y formación”, apuntaba Leonor Rodríguez Sinobas. Son sus propuestas de tratamiento para acabar con ese mal esquizofrénico que nos impulsa a disfrutar y cuidar el agua de los ríos y mares con una mano, mientras con la otra, la derrochamos e intoxicamos de vertidos.
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