Mejora tu salud: sal al bosque
El contacto directo con los bosques mejora la respuesta inmunológica de nuestro organismo, reduce la tensión arterial, el ritmo cardíaco, el estrés y la ansiedad, disminuye los niveles de glucosa en la sangre, refuerza la autoestima, favorece una mayor relajación, descanso y sueño y aumenta la capacidad de atención y el desarrollo social y mental de los niños. Casi nada, y lo corroboran cientos de estudios científicos. Con estos beneficios positivos no es extraño que el lema del Día Internacional de los Bosques de 2023 que se celebra hoy mismo, 21 de marzo, sea ‘Bosques y Salud’. Bosques sanos para mantener poblaciones sanas. Y a todo ello habría que añadir su papel esencial en la regulación del clima y el agua, la protección del suelo y el aporte de madera, alimentos, medicinas y otros muchos recursos. Aviso: este artículo es de un ‘medicamento’. Léelo detenidamente.
Tengo que reconocer que la parte que más me gusta de escribir un artículo periodístico es la de no escribir. Es decir, la documentación previa. La culpa la tiene Internet, que te vuelve adicto ante la cantidad de información disponible, a la que se añaden entrevistas, recuperación de antiguos trabajos propios sobre la materia y repaso de apuntes y subrayados en libros y revistas. De esta manera he disfrutado explorando sobre dos términos: fitoncidas y células natural killers. Dos términos asesinos, ya que el primero, enraizado en lenguas clásicas, significa “exterminado por la planta” (fito: planta / cida: lo que mata o extermina). Vaya oxímoron: salud y muerte
Los fitoncidas son compuestos orgánicos volátiles –COV de los buenos, no de los que se emiten con la quema de combustibles fósiles– emitidos por los árboles y que contienen sustancias químicas con cualidades antimicrobianas e insecticidas naturales que funcionan como autoprotección ante gérmenes, insectos, bacterias y parásitos. Diversas investigaciones demuestran que algunos de estos fitoncidas, como los terpenos, también favorecen la salud mental y física de las personas. Hace un año, justo en la celebración del Día de los Bosques de 2022, lo exponía también en El Asombrario, fruto del trabajo de varios centros de investigación en temas forestales de Cataluña. En concreto, se concluía que las máximas concentraciones de estas sustancias se producen durante julio y agosto a primera hora de la mañana (de 6 a 8 horas) y de la tarde (de 13 a 15 horas).
Algunas de esas sustancias, como el alfa-pineno o el limoneno, que proceden de las hojas y las cortezas de los árboles, sirven para fabricar fragancias y ambientadores que replican esos aromas forestales. Pero lo mejor es que entren por los sentidos directamente en la naturaleza, desde cedros, pinos, robles, lavandas, encinas o jaras, para que tengan los efectos terapéuticos que les atribuyen dichos estudios. Y aquí entran en acción las células NK: natural killers o células naturales asesinas. Los terpenos aumentan y fomentan la actividad de estas células en el cuerpo humano, cuya labor más destacada es la de destruir células infectadas y anormales, incluso tumorales e infectadas por virus. Conclusión: los fitoncidas también refuerzan nuestro sistema inmunológico.
Bosques sanos que mejoran la nutrición y la salud
Para este Día Mundial de los Bosques de 2023, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recupera un informe (Los bosques para la salud y el bienestar de los seres humanos) en el que constata este y otros muchos beneficios saludables tras la visita o cercanía de ecosistemas forestales: reduce la tensión arterial y el ritmo cardíaco, aumenta las emociones positivas y disminución del estrés, la depresión, la fatiga, la ansiedad general, la incertidumbre y la tensión, incrementa la autoestima, renueva la vitalidad y la capacidad de dirigir la atención, mejora el desarrollo mental y social en niños y niñas –incluso si tienen trastornos por déficit de atención e hiperactividad, TDAH– y el bienestar emocional en pacientes con cáncer.
En el informe de la FAO se habla de los efectos beneficiosos de los bosques a través de la nutrición y dietas saludables: datos recogidos de 43.000 hogares de 27 países de África revelaron que la diversidad alimentaria de los niños expuestos a los bosques era al menos un 25% mayor a la de los niños que no lo estaban; de la medicina: el número total de especies vegetales que se utilizan con fines medicinales ronda las 50.000; y de la supervivencia de pueblos indígenas: se asocia el bienestar del bosque con un mayor bienestar colectivo y comunitario en un sentido amplio, percibiendo un vínculo entre las tierras sanas y las personas sanas. En esas culturas se ha observado que la degradación de los bosques y la deforestación causan efectos negativos en la salud mental.
Fragancias de bosques: un antidepresivo idóneo
Los baños de bosque o shinrin yoku (término acuñado en Japón, donde directamente se prescriben como una medicina) son el paradigma de los paseos por los bosques con efectos saludables. Uno de sus principales impulsores es el investigador en temas de bosques y salud Qing Li, un experto de renombre mundial en medicina forestal. En obras como El poder del bosque este autor resalta los beneficios para la salud mental y física ya reseñados, deteniéndose en destacar estudios que constatan que las personas ganan un 20% más de memoria y atención tras haber dado un paseo entre los árboles, o que la fragancia cítrica del fitoncida D-limoneno es más efectiva que los antidepresivos para potenciar el buen humor y asegurar el bienestar emocional en pacientes con trastornos mentales.
Los baños de bosque conllevan una inmersión sensorial con los cinco sentidos. “Mucha gente se hace una idea equivocada y se piensa que es una actividad más de senderismo, pero a veces todo lo que buscamos del bosque lo podemos encontrar en menos de dos kilómetros, incluso en 500 metros”, comenta María Galán, guía especializada en baños de bosques y formada, como muchos colegas, en el Forest Therapy Hub. “Además, aprovechamos muchos de los recursos que ofrece el bosque, algunos imprevistos, como el viento o el agua de lluvia; recursos que entran por los sentidos, como las cortezas, las hojas, el suelo…”, añade Galán.
Esta bióloga y guía profesional de baños de bosque afirma que cuanto más biodiversidad haya en un bosque, mejores y mayores sensaciones transmite, y coincide en parte con Qing Li, para quien un bosque contendrá un mayor poder sanador cuanto más frondoso sea y cuanto más viejos sean los árboles, porque más fitoncidas exhalarán. A esto hay que añadir la constatación de otro bien arbóreo en tiempos de olas de calor y cambio climático, que la sombra que dan los bosques y árboles urbanos en algunos lugares puede reducir el efecto de la isla térmica urbana de cuatro a cinco grados (informe de la FAO). Todo ello debería hacer pensar a más de un gobernante sobre el valor de la biodiversidad urbana, incluidos ayuntamientos y comunidades autónomas que talan árboles añosos y frondosos a cambio de proyectos de árboles.
Baños de bosque: que se convierta en un hábito, como ir al gimnasio
En un libro de referencia en este ámbito: La salud planetaria (Fernando Valladares, Xiomara Cantera y Adrián Escudero. CSIC/Catarata. 2022) se recuerda: “Muchos estudios en ecosistemas de todo el planeta ilustran que cuanto más ricos en especies son, mayor es el número de bienes y servicios que nos aportan, mayor resulta su capacidad para realizar simultáneamente varias funciones y mejorar la salud de las personas que los habitan o los visitan. Incluso algunos estudios económicos demuestran que los beneficios resultantes del bienestar emocional de quienes visitan espacios protegidos en todo el mundo son entre cien y mil veces superiores al coste de mantenimiento de estos espacios”.
En la conversación con Galán y en los textos de Qing Li surge también que los efectos beneficiosos de esos baños de bosque se pueden prolongar hasta mucho después de recibirlos. “Y sería mucho mejor si se convierte en un hábito, como una dieta, ir al gimnasio, la meditación o el propio senderismo”, apostilla la primera. José Antonio Corraliza, catedrático en Psicología Ambiental de la Universidad Autónoma de Madrid, rebaja incluso la ansiedad para aquellas personas que no tienen a mano un bosque prístino ni el tiempo que les permita sumergirse en él durante tres horas. “Habría que investigar con más detalle cuál es la dosis adecuada, incluso según el perfil de cada persona (edad, si estudia o trabaja, estado físico y mental…) y ver la durabilidad de los efectos, pero en muchos casos esos efectos se pueden conseguir con menos de dos horas, incluso con mucho menos”, puntualiza Corraliza.
Este experto en el trastorno por déficit de naturaleza, especialmente en la infancia y la adolescencia, y que aboga por renaturalizar los centros escolares y los currículos escolares para vencerlo, me hace llegar otro estudio titulado Dosis de tiempo mínima en la naturaleza para impactar positivamente en la salud mental de los estudiantes universitarios y cómo medirla. Se trata de una revisión de científicos estadounidenses de numerosos estudios al respecto de esas dosis, que concluye que “cuando se compara con duraciones iguales en entornos urbanizados, tan solo diez minutos de permanecer sentado o caminando en una amplia gama de entornos naturales impactan de manera significativa y positiva en marcadores psicológicos y fisiológicos de bienestar mental para personas en edad universitaria”.
El poder socializador del bosque
No hay que olvidar tampoco el bienestar que ofrecen los bosques a partir de sus funciones sociales, especialmente en zonas urbanas y periurbanas. Un artículo publicado por expertos del Instituto Forestal Europeo (EFI en sus siglas en inglés) recuerda que “tienen el potencial de impactar positivamente en grupos particularmente vulnerables, como niños y jóvenes y personas mayores, de bajos ingresos, con discapacidad o migrantes. Por lo tanto, ayudan a conseguir una mejor integración social”. En general, el artículo del EFI habla del poder socializador de entornos naturales como parques y bosques, al facilitar el contacto y fomentar la comunicación entre diferentes grupos de usuarios.
Corraliza no duda en catalogar a los bosques y otros espacios naturales como una vacuna en pro de la salud mental y física: “Aparte de disminuir la tasa cardíaca o reducir la ansiedad, aumenta nuestra capacidad reflexiva y la de dialogar consigo mismo, disminuye los sentimientos negativos, te hace más comprensivo y compasivo, cosa que no ocurre durante un paseo por la Gran Vía madrileña, por ejemplo”. María Galán confirma: “No es lo mismo cómo llegan algunas personas a los baños de bosque y cómo se van. Se lo ves en la cara y en el estado de ánimo. A una persona le pilló con la presión arterial alta y se le fue bajando, no solo por el baño seguramente, pero contribuyó decisivamente”.
Trabajar en el bosque: ¿dureza o pureza?
Durante la labor de documentación para otro artículo reciente en esta misma sección, el del resurgir de la extracción de la resina entre pinares, surgió la dicotomía entre dureza o pureza de los trabajos forestales. Incluso, tras publicarlo, un buen amigo, de trabajo y vida muy urbanita, me comentó que le había hecho reflexionar sobre sus ganas de emprender una vida laboral asociada al bosque.
Joan Llusià, doctor en Biología e investigador del centro de investigación en ecología CREAF (uno de los centros que determinaron las horas de máxima emisión de ciertos fitoncidas) explica: “Debería contrastarse los efectos sobre los indicadores de estrés (niveles de a-amilasa en saliva, cortisol en sangre…) de los monoterpenos (alfa-pineno, limoneno, felandreno…) para ver si los efectos son positivos. Sería un balance entre los indicadores de estrés y los niveles de los monoterpenos en sangre y sus efectos sobre los primeros. El estudio lo realizamos con personas que iban en condiciones de tranquilidad y ocio a pasear por el bosque. No fue demasiado conclusivo y merecería hacer más investigaciones al respecto, en diferentes condiciones y con mayor número de participantes”.
Bosques sanos, igual a planeta sano
Pero nada de todo lo relatado hasta aquí se consolidará y beneficiará a la salud de todos los seres vivos que poblamos el planeta si no cuidamos el origen de todas estas medicinas: la naturaleza en general y los bosques en particular. Ya se ha apuntado que en las culturas indígenas hay una relación directa entre la degradación de los bosques y una peor salud mental. Tanto el informe de la FAO como otro de WWF, La vitalidad de los bosques, alertan sobre el efecto combinado del cambio climático, los incendios y la expansión de la agricultura y ganadería industriales en las forestas y en su incidencia negativa en la salud. Advierten desde WWF: “A medida que aumenta el calor extremo, el cual afectó a 1.700 millones de personas entre 1983 y 2016, el potencial de enfriamiento que tienen los bosques es esencial para combatir el riesgo directo de enfermedades relacionadas con el calor”.
Desde la FAO añaden: “Algunas enfermedades infecciosas se propagan por medio de vectores como plagas forestales. A medida que los asentamientos cercanos a los bosques aumentan de tamaño y pasan a estar más densamente poblados, aumenta la exposición a estas y otras enfermedades transmisibles (viruela, sarampión, cólera, difteria, gripe…)”. Y avisa sobre las zoonosis emergente: “Con los cambios que se producen a escala mundial, como el cambio de uso de la tierra, la invasión de seres humanos en bosques y otros territorios silvestres, la deforestación y la erosión del hábitat y la globalización del comercio de especies silvestres con una reglamentación inadecuada han aumentado las posibilidades de que los patógenos salten de los animales silvestres y domésticos a las personas”.
Una de las principales soluciones que propone la FAO es la de promover e instaurar el enfoque One Health (Una Salud), defendido por la Organización Mundial de la Salud como una apuesta global que abarque no solo la salud humana, sino la del resto de seres vivos y los ecosistemas. Como exponen Valladares, Cantera y Escudero en La salud planetaria: “La salud humana no puede aislarse en un ejercicio de antropocentrismo del resto de saludes que afectan a los demás organismos con los que compartimos la biosfera (…) La salud humana depende del resto de los animales, además de las plantas y el resto de organismos vivos y los ecosistemas que forman”.
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