Soledad y dolor en las vidas de un profesor de griego y su alumna
‘La clase de griego’, segunda novela de Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), autora de ‘La vegetariana’, se presenta ante el lector como un oasis que no pretende ser un paraíso. Es una obra que exhala dolor, que materializa de una manera soberbia la incomunicación y las particularidades a las que nos arrastra el abandono y la enfermedad. Una novela que habla de exilio, de belleza, de laberintos vitales y de devoción por el lento discurso de lo indefectible. Un profesor y una alumna se encuentran en mitad del camino de sus vidas sin que sus vidas les importen demasiado. Él finge estar bien, ella no sabe fingir y deja que el peso de la tristeza haga de ella una mujer silente. Con esta novela sobre la soledad que maniata al mundo y a sus habitantes, cerramos la sección ‘Champán y cocodrilos’, que nos ha acompañado en julio, agosto y septiembre.
Quizá otros críticos contarían más cosas del argumento hasta rozar con sus deliberaciones la carne de quien lee. Yo, sin embargo, opino que cada página de esta novela ha de ser un descubrimiento para quien la escoja. Cada párrafo es un cuidado montículo emocional, una reflexión exhaustiva sobre la vida y sus abismos. Han Kang exprime al máximo a cada uno de los individuos que ha construido para narrar esta historia habitada por el bellísimo estigma de la literatura oriental, pero sin olvidar la necesidad de pausar en el preciso instante la influencia de lo onírico para no cargar el discurrir de la lectura de trampas vacías.
La clase de griego es una novela ultra sensorial y muy estricta con las imágenes a compartir. Es una narración misteriosa, que no intrigante, en la que se pide la total complicidad del lector:
“¿Cómo se puede ser un sueño si mana la sangre y brotan las lágrimas calientes?”.
Posee una belleza plena, honda, ilimitada, que convive con gratificante acierto con las estrictas personalidades de sus protagonistas:
“¿Me has perdonado?
Y si no puedes perdonarme, ¿guardarás en la memoria que te estoy pidiendo perdón?”.
El valor de la discreción recorre cada capítulo de esta novela de corrección atroz, que, sin embargo, enamora desde su inicio. Una novela en que la resignación y la autoexigencia de los protagonistas marca cada escena, cada exigente diálogo, cada insistente monólogo:
“Esa noche, por primera vez desde que perdió el habla, se observó con atención en el espejo. Pensó que debía de estar viendo mal, porque sus ojos parecían extraordinariamente serenos. Se hubiera extrañado menos si exudaran sangre, o pus, o hielo derretido”.
Impresiona la manera en que Han Kang hace hablar al dolor para transformarlo en un cuerpo herido que observa e incapacita a los protagonistas:
“A veces me quedo pensando en lo extraño que es formar parte de una familia, en lo extrañamente triste que es eso”.
“Cuando apague la lámpara, vendrá la oscuridad, la noche de mis ojos, que es más oscura que la brea, que es casi la misma con los ojos abiertos que cerrados”.
También impresiona que esta dura y poética novela esté contada con el insistente desparpajo de la sencillez, que sea capaz de aglutinar en un solo párrafo la naturaleza de toda la obra y que, a pesar de ello, no sobre en ella ninguna de las palabras escritas:
“Los fragmentos de la memoria se mueven y crean formas. Lo hacen sin un patrón, sin plan ni sentido alguno. Se dispersan, y de pronto, se unen con determinación. Parecen incontables mariposas dejando de aletear el mismo tiempo; parecen bailarinas impasibles con los rostros cubiertos”.
Que sea capaz de otorgarle más verosimilitud a los recuerdos que al presente.
Han Kang habla de la violencia de los primeros amores, de la complicidad de los primeros amigos, de esos huecos llenos de ambición a través de los que la vida a veces nos deja respirar, crecer y resistir.
La clase de griego es una novela tremendamente firme desde lo estético, y brutalmente conmovedora desde lo ético. Sus protagonistas exhalan respeto por sus circunstancias y por las de aquellos que encuentran a su paso. Podríamos decir que La clase de griego es una poderosa historia de amor caprichosamente distorsionada, que solo al final encuentra la precisa forma de trascender. Hay en ella frases que parecen dictadas por la boca de la eternidad:
“Si la nieve es el silencio que cae del cielo, tal vez la lluvia sean frases precipitándose interminables”.
Infinitud de cavilaciones capaces de restañar esa grieta honda y peligrosa con que la soledad y la incomunicación maniatan al mundo y a sus habitantes.
Han Kang ha escrito una historia despojada de juicios y llena de impúdica verdad. Bajo el manto de sus cuidadas palabras y del sobrehumano respeto con que se relacionan sus dolientes protagonistas subyace ese eco denso que hace de La clase de griego una novela imperecedera.
‘La clase de griego’. Han Kang. Traducción de Sun Me Yoon. Random House. 175 páginas.
Comentarios
Por Del vegetarianismo de Hang Kang, Nobel 2024, a Kafka y Voltaire, el 27 octubre 2024
[…] que lo hubiera merecido) con falta de miras, no me ha sorprendido después de leer La vegetariana y La clase de griego. Sin llegar a lo que planteaba Adorno, si es posible escribir poesía después de Auschwitz, Kang […]