“Está chusco esto”, una visión eco-social de ‘Las ratas’ de Delibes
Dicen que ‘Las ratas’ rezuma realismo poco placentero a según quién, que es una alegoría de la miseria de la posguerra. Personalmente, veo en ella una lectura ecológica de la vida de entonces, de aquellos años de la posguerra en los cuales la miseria económica era compartida. No me extraña que Delibes mereciera en 1962 el premio de la Crítica. Sobresale en ‘Las ratas’ un eje vertebrador a lo largo de todo el relato basado en la eco-dependencia y en la interdependencia.
Pocas veces se lee con la mente borrada de experiencias previas. Admito que aproximarme a Miguel Delibes me produce una satisfacción íntima. Encuentro en sus novelas paisajes vividos o pensados, caracteres humanos vistos ya, desenlaces desprovistos de la manicura que algunas obras de hoy presentan. Se podría decir que dibuja una sociedad animalizada, pero sin carga peyorativa; acaso deshumanizada en algunos personajes, en particular en los que detentan el poder, quienes están en la cima del tetraedro que es la vida.
Son los mismos que quieren desalojar del cubil/cueva a la manada que forman el Ratero, el Nini y la perra Fa. Son parecidos a los señoritos que en Los santos inocentes exhiben a menudo su degradación moral y la explotación de quienes se parecen a la misma naturaleza despreciada. Estos antagonismos son como una rebelión sin duda que Delibes expuso en otras obras con sutil delicadeza y con enérgica repulsa. Se podría decir que queremos movernos en la ecocrítica de la que daba cuenta aquella tesis doctoral Ser humano y naturaleza en la obra de Miguel Delibes de la Universidad de Valladolid.
Dicen que Las ratas rezuma realismo poco placentero a según quién; tanto que alguien abandona la empezada lectura. Escribe Calvo Carilla que Las ratas es una metáfora con distintos niveles de significación, y a la vez una alegoría de la miseria de la posguerra. Sostiene que “la cueva que el tío Ratero y el Nini habitan es el inframundo y, por extensión, el telón de fondo que enmarca las vidas de unos seres primitivos que parecen haber surgido de la tierra, de tan escasamente diferenciados como están del limo que pisan y del que adquieren sus rasgos más broncos y terrosos”.
Personalmente, veo en ella una lectura ecológica de la vida de entonces, de aquellos años de la posguerra en los cuales la miseria económica era compartida. No me extraña que Delibes mereciera en 1962 el premio de la Crítica. Sobresale en Las ratas un eje vertebrador a lo largo de todo el relato basado en la eco-dependencia y en la interdependencia. Nada es porque sí, todo tiene su razones, unas veces se explicitan; en otras ocasiones se sobreentienden.
La lectura socio-ecológica que presenta la obra es una reflexión crítica sobre la pobreza social de casi todos, el abandono del medio rural, la marginación como pauta de las relaciones sociales; la incultura acumulada que no se quiere subvertir. Junto a las deplorables condiciones de vida, o esa violencia soterrada que la mueve desprovista de aparejos amables. El constante vivir pendientes del cielo para ver si llueve, y maldecir si no lo hace. Como cuando ni las novenas y rogativas impedían las plagas. A veces me disperso y no sé si estoy analizando el ayer o sueño con el ahora mismo a gran escala.
Quienes busquen una socio-ecología de entonces encontrarán en la sociedad rural un continuum de la naturaleza escasamente antropizada. La vida silvestre nunca es sencilla en los páramos y las estepas. A pesar de eso, el Nini –observador atento de todo lo que sucede a la naturaleza, a los animales y silencioso con los humanos– desaprueba que el Furtivo –en perpetuo alejamiento con la naturaleza que lo sustenta- mate a una madre raposa que está criando. Va contra la ley de la naturaleza.
Aparece una y otra vez en Las ratas el distintivo ecológico del autocontrol cazador del Nini por las temporadas de cría –él y el Ratero expresan más de una vez que las ratas son buenas–, muy diferente a la protección de la biodiversidad que necesita ahora continuas regulaciones, aún así vulneradas por quienes cazando se auto titulan amantes de la naturaleza. Será por eso que critica la fallida repoblación milagrera que arrasaba los ralos pastos para las ovejas a la vez que los repollos de los pinos quitaban su sitio a las encinas, para acabar siendo socarraros por el sol ardiente del verano.
Delibes y los ciclos estacionales
Delibes siempre recuerda los ciclos estacionales. Como cuando se fija en el paso de bandadas de avefrías hacia el sur. Por aquel entonces la cigüeña ya migraba a destiempo aunque no influiría lo del cambio climático como ahora. Lo cual no traicionaba al Nini, que seguía siendo el oráculo del desarreglo de las estaciones. Delibes estaría ahora más despistado, como les sucede a la mayoría de los seres vivos a los que ya no les sirve el fotoperiodo para regular su actividad, y confunden invierno con primavera. Aun así, allí llegaban en verano, y aquí continúan haciéndolo en menor cantidad, las abubillas, golondrinas y vencejos; así como codornices, rabilargos, abejarucos y torcaces. La ecología pajaril cantaba las dificultades de la tierra y animaba a todos.
Noto un intento de reivindicación del papel de las ratas en la cadena trófica de subsistencia. En esa malla, que es también sociológica, hay que alimentarse de lo ínfimo, de lo mínimo, qué también transita por la vida y tanta importancia tiene en nichos ecológicos bastante cerrados. Por toda la novela se esparcen demostraciones de la consideración de la biodiversidad, como hace el Tío Rufo con perspicacia a la hora de explicar fenómenos naturales.
Podíamos resaltar la adopción del zorrillo a consecuencia de la prematura muerte de la madre, inducida por un odio ancestral humano subvencionado en aquellos tiempos. Emociona hoy, porque se ha perdido junto con la depredación antrópica, la sabiduría ecológica de no aniquilar del todo a las ratas porque así se rompería para siempre la cadena trófica. Y, lo más increíble ahora: el respeto por los ritmos de la biodiversidad. Qué decir de la perra Fa, una continuación de la existencia del Nini con apariencia animal.
Todo lo representa el Nini, sencillez en la sabiduría, candidez en el trato. Tal que si fuese esa energía vital que mueve la ecológica vida. El ritmo estacional la marca, sin oteros extraños que la confundan. Y siempre haciendo el servicio colectivo; los intereses propios se ven satisfechos con poco. Visto en el espejo del momento actual nos parece inverosímil, o apetecible, según lo impregnado que esté cada cual de las lecciones ecológicas. Al final de la novela, el tiempo meteorológico se volvió esquivo y maltratador, como ahora; el cielo se desató y tiró por tierra la cosecha.
La tragedia se cuenta de manera sencilla, sin aspavientos, como todo sucede en la naturaleza libre, a no ser que poderosas fuerzas foráneas trastoquen su esencia. Empezaron a escasear las ratas, capturadas por otros, hasta la desaparición total. El Tío Ratero se vio cerca del abismo: está chusco eso, dijo. El fin de las ratas, su posesión acabó con la vida de su competidor y lo convirtió a él en un asesino. Triste final reivindicativo del papel que unos seres sencillos, menospreciados en nuestra lengua, pueden llegar a jugar en el ecosistema mundo.
Todo lo anterior son retazos de la socio-ecología vieja, acaso algunos similares presentes en la nueva: el ecosistema pueblo frente al ecosistema mundo, mucho más complejo e indómito. Está chusco esto, nos diría el Ratero en 2024. Un viejo pueblo en la agonía ecológica frente a una esperanza que debemos construir entre todas las personas, amen o no la narrativa de Miguel Delibes. ¡Gracias, Maestro!
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