‘Ese de anoche’, exactitud en las palabras y pieles de Simón Partal
Sonia Fides regresa con su sección del verano dedicada a libros que, sin ser novedades estrictas, le han hecho brindar y sentir el vértigo de una dentellada. En ‘Champán y cocodrilos’ confluyen miradas amparadas por las contradicciones de la vida. Como la antología de la poesía de Alejandro Simón Partal, una gran fiesta. ‘Ese de anoche’ recoge la aventura vital de un poeta, versos que no explican el mundo, sino que se empapan de él. Simón Partal conoce el dramatismo de Cernuda y la vigencia musical de Lorca. Partal hace uso de la sexualidad y de la sensualidad y entre ambas deja fluir el equilibrio de las palabras. Simón Partal es un poeta sencillo, honesto, muy alejado del malditismo que infiere su juventud y muy apegado a esas palabras útiles que nombran lo inefable, que nombran el dolor, la desorientación, la belleza de lo salvaje, lo que se acaba de descubrir.
Hay palabras que una vez escogidas y dichas marcan su propia dimensión, algo que pasa una y otra vez con las palabras del poeta y narrador, Alejandro Simón Partal. Hay algo infinito en esta elección, una eternidad venturosamente cambiante en su universo literario. Las palabras de Partal son firmes, valientes y profundas. Son palabras que juegan con el mundo como si la muerte, el desamor o la pasión no lo destruyeran todo. Demasiado joven para ser antologado y demasiado sabio para ser tan joven. Quizás esta última reflexión sea la que defina la categoría literaria de Ese de anoche, un libro delgado y único, un paraíso de belleza en el que solo un hombre ha sido capaz de albergar aquello que nos llama seres humanos y que al mismo tiempo nos niega esa definición.
Simón Partal es un poeta sencillo, honesto, muy alejado del malditismo que infiere su juventud y muy apegado a esas palabras útiles que nombran lo inefable, que nombran el dolor, la desorientación, la belleza de lo salvaje, la velocidad de lo que acaba de descubrirse:
“¿Quién nos devolverá a los maricones
De las playas difíciles
todo el tiempo entregado a las pampas y a las orillas?”.
Simón Partal no calla nada, se acerca a lo clásico; algunos de los versos de esta antología nos acercan a Dylan Thomas o a Walt Whitman, incluso a Emily Dickinson, pero también es libérrimo. Es un poeta que escribe para romperlo todo y al mismo tiempo para unir la biografía de la mejor poética a la de aquellos que día tras día tenemos que vivir sobre la áspera sábana que envuelve el cuerpo de la inercia.
Simón Partal deslumbra cuando escribe, domina lo sencillo sin que exista extorsión ni maniqueísmo en su preciados y preciosistas versos:
“Salimos de allí cada uno por su lado,
en silencio,
pisando todo lo vivido”.
Simón Partal conoce el dramatismo de Cernuda, la vigencia musical de Lorca. Sus poemas emanan esa luz que solo sabe salir de la boca de quien no le teme a lo vivo. Sus versos arrasan con esa plenitud con que siempre quiere habitar la mentira. Partal está hecho para la verdad, ha neutralizado a Apolo y le ha devuelto su esplendor a Cassandra.
Por Ese de anoche corre una fuerte carga de deseo administrada por la insolente madurez, por los permisivos brazos de un muchacho que se ha hecho hombre besando con destreza la férrea carne de la libertad. Ya no se teme al fracaso que lleva implícita la vergüenza adolescente y se nombra todo, hasta lo que antes era vanagloriado como íntimo, en los nuevos versos que ofrece esta imprescindible antología.
Ese de anoche catapulta al singular y al yo hacia una multiplicidad, y una voz que se extiende y se expresa como si no fuese propia. Pone en el disparadero a un yo que convierte en un elemento fluorescente el daño y lo circunscribe a un instante que, sin embargo, le pertenece a todas las personas del verbo.
Simón Partal posee una erudición que hace de cada verso un mundo necesario, una puerta abierta hacia esas carreteras secundarias que siempre obtienen lo mejor de la mirada.
Rimbaud recibe algunos de los silencios más precisos de este libro. Todos los fantasmas que Partal palpa en esta Antología aparecen para hacer magia, para cuantificar las necesidades y las pérdidas:
“La jaula da forma al aire,
como la muerte da sentido a la luz.
Aire que aviva fuego y apaga fuegos.
Aire de buenos vientos.
Iluminar, dar sentido.
Iluminar, ofrecer desapego.
Estoy en esa espera.
Tengo algunas cosas que hacer”.
Los versos de este libro nacen pegados a la eternidad. Sus cordones umbilicales se mantienen intactos para abastecer cuerpos y memoria con su alimento. Es un libro de versos generosos, cuantitativos y cualitativos, que cambian el sentido de todas las fuerzas físicas:
“El agua aquí gana siempre”.
“He recogido frutos pensando en personas,
como hacen los que saben de campo”.
Hay carnalidad entre las sublimes páginas de Ese de anoche, sí, carnalidad útil sin estrambotes ni falsas lubricidades, pero, sin duda, en esta vital antología vence la espiritualidad más indómita, la que se dirige a lo necesario, no a Dios. Partal hace de la espiritualidad algo tangible, un terreno bien abonado, algo que cae a través de sus manos hasta filtrar lo mejor del poeta y del hombre.
En esta antología Partal ofrece poemas nuevos y al hacerlo se convierte en un samaritano de cultura y emocionalidad infinita:
“Invento nombres y conquistas para sus futuros”.
Pero también provoca la relectura de sus novísimos poemas viejos, el acceso a la posibilidad de alimentarse a través de ellos con la leche materna de muchas generaciones. Lo decía más arriba, Partal es hijo de inmensas tradiciones poéticas, el hijo que romperá los espejos para abrirle paso a lo que quedó sellado en las antiguas bocas, Partal le habla al futuro con esa furia y esa lealtad del que atesora el camino recorrido, la necesidad de presente que alberga cualquier pasado.
“Estamos cerca del tiempo
donde no se requerirán performers
ni artistas que se flagelen o mutilen,
sino alguien que ponga al otro
una almohada bajo su cabeza
y lo acompañe en su descanso”.
Partal sabe que la mejor vida que se puede ofrecer a una herida para que sepa atravesar el infierno es la ternura y lo muestra en poemas como Un día como hoy y en versos como estos que comprometen al autor con la excelencia:
“En un día como hoy,
que de tan perfecto tiene algo de final,
no pido un resucitar futuro,
sino un no morir más”.
Esta antología, sentida, limpia e íntimamente musical entronca con el paso a la edad adulta de un poeta que ha sido adulto desde el primer verso. Un autor ajeno a los caprichos y veleidades que implica el éxito del primer poema. Un poeta que, poema a poema, cambia el sentido, que no el sentimiento, de los sueños. Que le ofrece una sombra más apaciguadora que bullanguera:
“Qué más convivencia que alguien
que se acerque y se siente a mi lado”.
“Todos ellos saben que la caricia
es cuerpo elemental que se posa
y que insiste en lo vivo”.
“Me gustaría poner aquí
cosas decisivas o gloriosas,
pero dejo esto para que me comprendan,
para volver a hablar con los niños
que me pegaron en la infancia”.
Partal juega con el laborioso poder de la eternidad como juega un niño con el miedo de un insecto al que vigila. Trata lo cotidiano como si fuese extraordinario y lo extraordinario como si fuese algo que cualquier memoria mereciera:
“El chico que yo deseo
me da de comer todos los días,
me sirve el menú diario”.
Partal hace uso de la sexualidad y de la sensualidad y entre ambas deja fluir el equilibrio de las palabras, palabras que nacen para nombrarnos y para hacer de nuestros secretos oraciones capaces de salvar al mismísimo Dios de su obstinada y arcaica omnipotencia:
“Quizás te mienta como miente la felicidad
cuando aparece y nos confunde”.
Las palabras de Simón Partal son elegías de fondo dulce, cantos que albergan lo necesario, lo invisible, que proponen la unicidad de cada emoción hasta extinguir lo superfluo:
“Hay mañanas
–generalmente frías–
en las que ensaya la esperanza
su arquitectura de promesa”.
Simón Partal reincide en lo inicial hasta desplegarlo como el final más categórico al que puede aspirar un ser humano. Es un mago de lo confesional, de lo propio extendido como si fuese ropa mojada que pronto convencerá al poderoso sol para que le entregue sus mejores rayos. Hay mucha luz en sus laboriosos tiempos verbales, en las excepcionales grietas que pacta con la oscuridad. Su poesía nace de la esperanza y la convierte en una perseverante oración hecha de calma y generosidad. Una poesía cargada de política de anhelos, de misticismo plural, de ascetismo chic, de urbanidad límpida:
“Quiero pagar cada día los diez céntimos
de este dos mil diecinueve
y, cuando levante la cabeza,
ver cómo caen a nuestros pies
las alambradas del mundo,
ver que es enorme la vida”.
“Pienso en la belleza de Louis Garrel,
en su piel de verbena humilde,
mientras pierdo a mi padre”.
Simón Partal es un poeta enorme y su búsqueda es un descomunal recipiente en el que el lector vive y sobrevive, avanza y retrocede como en una prodigiosa atracción mecánica. Cuando Partal escribe, se queda con la vida de quien lee, es un padre que coge de la mano a cada de uno de sus hijos para entregarlo al camino que no le obligará jamás a convertirse en hijo pródigo.
Y es que toda la justicia del mundo está guardada en la boca de los valiosos poemas de este poema malagueño.
Imprescindible.
‘Ese de anoche’. Alejandro Simón Partal. Aguilar, 108 páginas.
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