Chris Rapley: “Sabemos desde hace mucho lo que hay que hacer”
El físico y climatólogo Christopher Rapley es, a sus 77 años, uno de esos científicos que un día decidieron dar un paso al frente y movilizarse por el cambio climático: en 2021, renunció a su puesto como asesor en el Museo de la Ciencia de Londres porque había patrocinios de empresas de combustibles fósiles en sus exhibiciones. Entre 2007 y 2010 había sido director de esta misma institución, uno de los muchos cargos que ha ocupado en su país y a nivel internacional relacionados con la investigación. Caballero de la Orden Británica desde 2003, en la actualidad está entre las ‘voces’ más autorizadas y críticas con el sistema económico actual a la hora de divulgar sobre el cambio global del clima, un tema con el que participó en la última edición del festival Starmus Earth, en Eslovaquia. Hablamos con él.
Rapley, siempre con una sonrisa en el rostro y también contundente en sus afirmaciones, comenzó su carrera en el mundo espacial, trabajando durante años en el diseño de instrumentos para misiones espaciales de la NASA. Aún es un científico visitante distinguido en el Jet Propulsion Laboratory. Profesor de Ciencias del Clima en el University College of London (UCL), durante casi 10 años (1998-2007) dirigió el programa antártico de su país, el British Antarctic Survey. También fue director del programa Geosfera-Biosfera de la Real Academia Sueca de Ciencias, la misma que otorga los premios Nobel.
Convencido de que hay que utilizar todos los caminos para concienciar de la urgencia de frenar las emisiones, colaboró con Al Gore en su campaña Live Earth y asesoró a David Attenborough en su serie de la BBC Cambio Climático: los hechos. Incluso escribió y representó, con el dramaturgo Duncan Macmillan, la aclamada obra teatral 2071, estrenada en 2014 en el Royal Court Theatre de Londres y después convertida en libro por el escritor John Murray. En ella se retrata su vida y carrera, a la vez que se explica lo que es el calentamiento global y sus impactos, así como las controversias que lo rodean.
El profesor Rapley, que no se perdió un concierto ni una conferencia del Starmus Festival en Bratislava, reconoce que la humanidad no está siendo consciente de que se enfrenta a un fenómeno que nunca ha vivido y reclama más presión sobre los políticos para que se lo tomen en serio, porque “lo que ocurra en los próximos 10 años afectará durante cientos, si no miles de años” .
Usted comenzó diseñando instrumentos para satélites para ver cómo era el Cosmos y ahora los tenemos enfocando a nuestro planeta porque, como señala, debe ser la principal preocupación ahora. ¿Realmente lo es?
Muchas de las personas que hacemos ciencia pensamos lo mismo: el planeta nos está enviando señales muy fuertes y la situación sí es preocupante, porque el clima está cambiando muy rápido, algo que, en realidad, la comunidad científica predijo hace ya 40 años. Primero nos preocupó lo que ocurría en la atmósfera con los gases contaminantes, pero ahora vemos que la temperatura del océano también aumenta, y con ella, hay más tormentas extremas, más incendios salvajes y muchos otros impactos. Sabemos desde hace mucho lo que hay que hacer: reducir rápidamente las emisiones del gas, el petróleo y el carbón. Sabemos también que el contenido atmosférico de carbono y metano es más alto que nunca. Pero es verdad que desafortunadamente no vemos progresos y las temperaturas son cada vez más cálidas.
¿Sorprende a la ciencia esa velocidad que está tomando el cambio climático en los últimos años?
No es una sorpresa. Las leyes de la física, la biología y la química son inmutables; no se puede negociar con ellas. Hemos sabido durante décadas que esto ocurriría, pero cuando llega, parece como si no se conociera. Es muy importante saber que en el sistema Tierra hay fronteras, fenómenos que se llaman puntos de inflexión que hacen que, de repente, ese sistema cambie a un nuevo modo de operar. Algunos de esos puntos los hemos pasado y otros estamos a punto de hacerlo. Por ejemplo, en Starmus se habló de que una parte de la Antártica podría pasarse ya uno de esos puntos fronterizos, con un deshielo tan importante que puede aumentar el nivel del océano a nivel global. Y aunque nos parezca que la Antártida está muy lejos de nosotros en el hemisferio norte, de nuestra vida cotidiana, eso puede tener un tremendo impacto en todos. Es tal cantidad de hielo que puede cambiar los niveles del mar en nuestras costas, modificar las corrientes oceánicas, inundar ciudades. Y que ocurra depende de nuestro comportamiento como humanos.
Hay un sector convencido de que tecnologías como la inteligencia artificial nos evitarán los peores daños, que nos salvarán, como otras que inventamos nos ayudaron en el pasado. ¿Qué opina usted?
Parece que sí, que hay gente que espera que tecnologías como la inteligencia artificial solucionen el problema. En Starmus hubo expertos internacionales que nos mostraron lo poderosa que se está haciendo. Nos enseñaron cómo es de irresistible, pero también cómo a veces nos hace creer en alucinaciones que no existen y que tampoco nos muestra la información más justa con todo el mundo. Y lo que sucede es que no se sabe cuándo la IA es una alucinación irresistible y cuándo es fiable. Toda tecnología puede usarse para hacer el bien o el mal, como ha ocurrido en el pasado. Sus efectos dependen de dos cuestiones: la calidad de la herramienta y la calidad de la persona que la usa. Brian May, uno de los organizadores de Starmus, es un brillante guitarrista. Su instrumento es bueno, pero si me dejara su guitarra, yo no podría hacer lo que él hace. Ya hemos visto casos en los que la IA se ha utilizado para manipular elecciones. Además, se está desarrollando mucho más rápido de lo que las instituciones pueden intuir –sean instituciones legales, políticas e incluso económicas– para poder mantener un control sobre ella. Ahora, corre por delante de lo que la sociedad sabe manejar. Otras tecnologías sí son realmente positivas, como vemos con las energías renovables, que sí avanzan.
Las nuevas tecnologías requieren muchos minerales escasos. Escuchamos a expertos astronautas defender la minería en la Luna. ¿Pasa la solución por esa minería extraterrestre?
Soy bastante escéptico sobre que podamos obtener minerales fuera de la Tierra con una fórmula viable comercialmente, pero tal vez estoy equivocado y suceda, aunque faltan años. También sabemos que hay muchos minerales valiosos en el fondo del océano profundo, pero es innegable que para obtenerlos son precisas unas acciones mineras que provocan gran daño a los ecosistemas marinos. Como nos recuerda la oceanógrafa Sylvia Earle, resulta que todos dependemos de esos ecosistemas marinos para contar con el oxígeno que respiramos, incluso mucho más que de los bosques, y para equilibrar la temperatura del planeta, entre otras cuestiones fundamentales. Hay que tener mucho cuidado cuando intervenimos en el sistema de la Tierra para evitar consecuencias perversas. A menudo las hay y pagamos un alto precio por obtener un beneficio.
Desde hace muchos años se celebran cumbres mundiales en busca de acuerdos para solucionar el cambio climático. Este año será la número 29, en Arzebaiyán. La anterior fue en Dubái. ¿Qué opinión le merecen estas reuniones de líderes?
Creo que todos los científicos estamos decepcionados y sorprendidos de que el mensaje que hemos intentado transmitir a la sociedad no haya logrado una reacción contundente ni del mundo político, ni de los negocios, ni de la gente frente al cambio climático. Hay muchas acciones positivas, pero a un nivel y con un ritmo muy lejos de lo que es necesario. Podría ser muy cínico sobre los debates en conferencias que se celebran en Estados que se benefician enormemente de la venta del petróleo y el gas. Muchas personas piensan que acogen estas cumbres para ralentizar los progresos. Yo no sé si es verdad, pero no me parece bien.
El cambio climático no es un problema científico, sino social. Tenemos que trabajar con especialistas académicos que entiendan cómo motivarnos a los humanos para actuar en temas que son buenos para nosotros. Hay muchas personas e instituciones, lo que incluye a los gobiernos, que aseguran querer hacer algo, pero se quedan atrapados, ya sea por problemas psicológicos o por las barreras institucionales que nos impiden actuar. Yo tengo a mi cargo un equipo en el UCL que se llama Unidad de Acción de Cambio Climático. Allí recurrimos a una comprensión profunda del comportamiento humano para superar esas barreras y crear una agenda de acciones, para hacer que cada uno descubra su capacidad de hacer algo útil. Hemos comprobado que cuando las personas cuentan una buena historia sobre cómo han hecho algo beneficioso, otras hacen lo mismo y cada vez son más entusiastas, se implican más. Se trata de construir el momento de la acción y estamos teniendo algún éxito. No creo que el planeta lo haya notado todavía, y sabemos que hay un largo camino por delante, pero es nuestro rayo de esperanza.
Muchas personas creen que no se trata de un reto individual, sino que la responsabilidad es de grandes empresas, de la globalización…
Estamos aprendiendo cómo ayudar a la sociedad a lidiar con este problema. Mucha gente se cuestiona por qué tiene esta responsabilidad cuando las grandes empresas van a la contra. Y el capitalismo está en el centro del problema. No se trata de una externalidad, sino de los costos de daños causados en operaciones corporativas cuyo fin único es obtener un beneficio. Esas corporaciones se sienten libres; sueltan dióxido de carbono o metano a la atmósfera, pero no pagan por los impactos. Si lo hicieran, su comportamiento cambiaría. Hay quien propone adaptar ese capitalismo para que se responsabilice de los perjuicios a las generaciones presentes y a las generaciones futuras. Otras personas creen que el capitalismo es un sistema muy proactivo en la corrupción. Desde luego, si el beneficio es lo que mueve comportamientos en ese mundo económico y financiero, esa corrupción y el odio dominarán siempre. Necesitamos un sistema en el que el único papel de la empresa no sea ganar beneficios para sus propietarios, sino favorecer a toda la sociedad. Si eso fuera un requerimiento legal, el mundo empresarial cambiaría de inmediato. Lo que pasa es que el mundo político tiene que comprender eso, y es frecuente que esté metido en el saco del mundo de los negocios, porque los políticos necesitan su dinero para ser elegidos y al ser elegidos tienen que pagar por lo que recibieron, así que sería muy difícil de hacer un cambio.
Por lo que señala tenemos un grave problema con políticos elegidos democráticamente y su dependencia de empresas. ¿No ve solución a ello?
Me preocupan los intentos que hay para desmantelar la democracia, para eliminar derechos humanos que nos ha costado mucho obtener. Justo cuando queremos que la humanidad se recupere de la violencia pasada y trabaje junta por el bien de todos, surgen fuerzas poderosas tratando de acabar con el mecanismo por el cual podemos hacerlo, que es a través de acuerdos democráticos. Todos los que creemos en la libertad, en la democracia y en un futuro mejor para nuestros hijos y para todos los otros seres vivos en el planeta, tenemos que levantarnos y no dejar que un pequeño grupo de personas, mal guiadas, tomen relevancia. Al final, también ellas sufrirán igual que todos los demás. Hay que cambiar la manera en que la humanidad funciona.
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