COSA, el festival de teatro que Alberto Conejero estrena en su pueblo

Espectáculo ‘Poi’, de la Compañía D’es Tro. Foto: Mai Ibargen.

COSA es el acrónimo de Cuerpo, Objeto y Sitio específico de Andalucía. Con esta contundente declaración de intenciones ya desde la concepción de su nombre queda bastante claro que el festival que el premio nacional de teatro Alberto Conejero organizó a finales de septiembre en su pueblo, Vilches (Jaén), iba a tener mucho de apego, en el mejor sentido de la palabra. Esta primera edición de COSA contó con la implicación de todo el pueblo, tanto en las labores de producción como en su faceta de público entusiasta. ‘El Asombrario’ estuvo allí.

La memoria y las raíces, temas que han atravesado absolutamente toda la programación, están directamente relacionadas con la intersección entre lo físico y lo emocional. Es decir, con esa fuerza invisible que emana de los objetos –una peonza, una farola, una rueda que da vueltas– y que acaba alojándose en algún lugar de nuestros cuerpos en forma de recuerdos.

Atendiendo a esta coherencia temática, la programación de COSA  arrancó con la obra Conservando memoria , de la compañía El Patio Teatro. Esta fue, de hecho, una de las pocas piezas que se representaron en un teatro convencional, porque todas las demás, excepto To have or not to have, de TAMTAM Objektentheater, tomaron las calles del pueblo: En la Plaza Charco Verde pudimos disfrutar de un espectáculo casi circense de peonzas gracias a CÍA D’es Tro. En el mirador de la Esperanza, del espectáculo de danza Mariana, de la siempre fascinante Luz Arcas. En una antigua nave de aperos, de Una rueda que da vueltas –con visita a un antiguo molino incluida– de la mano de Laura Santos. Y en una cueva, la cueva de la Carlota para ser exactos, de Cosas que se olvidan fácilmente, de Xavier Bobés, pieza que cerró el festival.

Cosas que se olvidan fácilmente de Xavier Bobés.

‘Cosas que se olvidan fácilmente’, de Xavier Bobés.

La inauguración, por su parte, corrió a cargo de la periodista cultural Machús Osinaga, madrina de esta primera edición y también moderadora del encuentro con las compañías, que se organizó el sábado en la biblioteca municipal. En el pistoletazo de salida, además de las consabidas palabras de organizador y autoridades, se presentó Luminaria de la memoria, una instalación artística ubicada en la zona de Los Tranquillos que el artista Isidro López Aparicio creó con unas antiguas farolas que encontró en los almacenes municipales del pueblo. Una vez más, el objeto como disparador emocional.

El espíritu de este festival, del que esperamos que vengan muchas ediciones más, tiene la particularidad de que, más allá de su impecable programación, seduce todo cuanto lo rodea. Y es que llevar el teatro al pueblo, en vez de esperar a que sea el pueblo el que vaya a él, es uno de los grandes aciertos de Conejero y su equipo. Bebiendo del espíritu de La Barraca, la compañía dirigida por Lorca que hacía teatro ambulante por los pueblos de España, este festival consigue desprenderse de ese hálito sagrado que a veces rodea a las artes escénicas y acaba dialogando cara a cara con las personas de a pie: con el panadero, con la anciana de 80 años, con el niño que juega en la plaza. De esta forma, y casi sin darse cuenta, estas iniciativas consiguen mostrar y demostrar que el teatro es, además de una expresión artística, un lugar de diversión, reflexión, emoción y un sinfín de cosas más que no siempre tienen que estar escondidas tras un elegante telón de terciopelo.

To have or not to have de TAMTAM Objektentheater

‘To have or not to have’, de TAMTAM Objektentheater.

Salir de los grandes centros urbanos y acercarse a la sencillez de lo rural es quizá el mayor acto de amor que puede hacer un enamorado del teatro. Y así nos lo ha demostrado Conejero con su festival. No en vano, el propio dramaturgo abrió las puertas de su casa, junto con las de otros vecinos del pueblo (de 4.200 habitantes), para alojar a la prensa especializada y a las compañías visitantes. Este que aquí escribe así lo puede corroborar, ya que junto a un gran puñado de profesionales pudo disfrutar de primera mano del espíritu mismo del oficio teatral, lejos de otras pretensiones superfluas. Así pues, a lo largo de cuatro días, una línea invisible trazada en horizontal ha unido de forma estrecha a la organización con las compañías, el público, la prensa y los vecinos. Un ejercicio comunitario que en ningún momento ha dejado de orbitar en torno a las artes escénicas.

Teatro en la calle, casas abiertas, público feliz y un buen puñado de voluntarios y compañías dispuestos a hacer del teatro un lugar solidario, luminoso, disfrutable y reflexivo. Si no hubiera una segunda edición de este festival, sería porque el mundo se habría vuelto rematadamente loco. Por suerte, estoy seguro de que COSA ha llegado para quedarse. Desde luego, no creo que haya mejor forma de evitar que las cosas bonitas lleguen a olvidarse fácilmente.

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