Mahmoud Alhaj: “Todos los palestinos sabemos que volveremos”

El artista palestino Mahmoud Alhaj.

Frente a los ‘genocidas planes inmobiliarios’ de Trump, el artista palestino Mahmoud Alhaj antepone la necesidad de atender a los pequeños que perdieron a sus padres o que llevan dos años sin escuela en Gaza. Él pudo salir de allí hace unos meses, aunque anhela volver y retomar su vida familiar. Esta entrevista transcurrió en Madrid, adonde llegó a presentar dos singulares obras audiovisuales en Casa Árabe sobre la vigilancia permanente que sufren los palestinos y la calidad de sus derechos.

“Habéis tenido suerte vosotros, los argentinos, que fuisteis potenciales víctimas… Ya conoces la historia: vuestro país también se barajó como uno de los posibles territorios para la fundación del Estado de Israel. Sonriente y con estas palabras nos despide, tras la entrevista, el artista palestino Mahmoud Alhaj, al saber que esta cronista nació en Argentina.

“De lo que os habéis salvado”, hubiese dicho como chanza si hablara castellano (pero apenas esbozó un You are lucky), refiriéndose a aquellos repartos imperiales de finales del siglo XIX. Entonces, entre los pedazos de suelo que se mencionaban en Gran Bretaña como solución para reunir a la diáspora judía (y alejarla de Europa, quizá) habrían figurado Argentina y Uganda. Esto es lo que siempre se cuenta entre los antecedentes a la decisión final de establecer un Estado sionista en Palestina.

Todavía nos queda por conocer lo que aún no se cuenta de las negociaciones (para las que los generosos conquistadores británicos tenían tantas propuestas), pero en estas siete décadas y media de establecimiento de Israel en Medio Oriente, los palestinos sí saben de primera mano lo que significa una política real de supremacismo y apartheid. En ese contexto, uno de los ejercicios cotidianos del opresor es el del control de la población nativa, que va pasando por diferentes etapas conforme avanza la tecnología de vigilancia y la de la guerra. De este devenir del espionaje y la represión, que va del cara a cara con los soldados del ejército de ocupación hasta la supervisión –mediante drones– de cada movimiento desde el aire, pasando por el seguimiento armado a unos metros de distancia, habla Alhaj en sus piezas audiovisuales, que son arte y son denuncia. También proclama el derecho a ver, que es “el mínimo de los derechos”, afirma, mientras constata cuán borrosas aparecen las imágenes satelitales del territorio palestino en Google.

Obra de Mahmoud Alhaj.

Durante el mes de enero, Alhaj (Jan Yunis, Gaza, Palestina, 1990) pasó unas semanas en España, invitado por la red TEJA (Red de Espacios Culturales en Apoyo a Situaciones de Emergencia) y Casa Árabe, en cuyo auditorio presentó sus últimas piezas audiovisuales, Anatomía del control (2023) y El derecho de ver (2022). Al cabo de la proyección, pidió a los espectadores que no dejemos de hablar de Palestina, un clamor que repiten todos los músicos, plásticos y cineastas que salieron de Jerusalén, Cisjordania o Gaza y consiguen comunicarse con el resto del mundo. ¿Qué otra cosa podríamos hacer los del resto del mundo contra la violencia que impera y la indiferencia que se expande?

“Frente a la mirilla del rifle del soldado apostado en la torre, hemos sido obligados a susurrar, o a soportar los asentamientos de colonos cada vez más cerca de nuestra casa. El ejército israelí sabe todo sobre nosotros, incluso lo que nos gusta hacer dentro de nuestras casas, porque nos vigilan día y noche”, nos explica Mahmoud.

El presidente de EE UU como agente turístico

Hijo de su tiempo, en sus piezas audiovisuales, Alhaj utiliza vídeos difundidos por las tropas israelíes e imágenes en 3D para mostrar el otro lado de las hazañas bélicas del poderoso ejército israelí. Se vale, para ello, de narraciones metafóricas cuyos protagonistas pueden ser personajes de fantasía, como el ave mitológica Grifo, un cuadrúpedo alado, con la vista, el pico y las garras de un águila, pero con el cuerpo de león, que caza desde arriba.

Como artista, Mahmoud siente que su trabajo es una forma de protesta contra la información manipulada por las autoridades israelíes que, además, se usa para conseguir adhesión (y negocios) en el extranjero. Rehúsa darse a conocer como víctima… aunque lo es, ya que salió de un campo de desplazados en Gaza hace menos de un año, dejando allí a su familia, y lo hizo solo, porque se le presentó la oportunidad de pasar un año de residencia artística en Aviñón. Todos ellos son de Jan Yunis, una localidad gazatí a la que llegaron sus abuelos –desde Ramla–, “cuando lo peor comenzó, en 1948”. Son tres generaciones a las que les toca vivir escapando, dejando atrás nuevas pilas de escombros.

A la pregunta de adónde volver cuando tu casa ha resultado totalmente destruida, se agregan hoy los caprichos de los nuevos gerentes del mundo. ¿Qué piensa un gazatí cuando escucha a Donald Trump decir que Gaza es una zona con excelente clima y buenas vistas, en la que se pueden construir bonitos emprendimientos turísticos? Mahmoud responde: “Para ser honesto, no me importa lo que piensa el señor Trump. Me importa lo que piensa la gente de Gaza y creo que merecen una vida en paz, incluso viviendo en tiendas y caravanas. Antes de hablar del futuro lejano y de los hoteles de cinco estrellas en Gaza, se debería detener el derramamiento de sangre. Tenemos que preservar este acuerdo de alto el fuego, porque existe la posibilidad de que Israel lo rompa”.

Obra de Mahmoud Alhaj.

Obra de Mahmoud Alhaj.

A propósito de las cosas buenas con las que fantasea el presidente de EE UU en esa Riviera, le decimos a Alhaj que sabemos que ya existían cosas buenas en Gaza; de hecho, el padre del rapero Saint Levant tenía un buen hotel allí mismo: “Creo que Gaza se podría reconstruir en unos tres a cinco años; podemos construir casas y hoteles, y tener calles limpias. Pero lo que debería importarnos es cómo podemos ayudar a la gente gazatí, porque se han destruido las mentes de los niños que perdieron a sus padres o que llevan dos años sin escuela. Esto podría ser perjudicial para el resto del mundo. Deberíamos preocuparnos por ellos antes que por la arquitectura de la ciudad. La ciudad es fácil, es algo físico que podemos levantar, pero a las personas debemos cuidarlas”.

Laboratorio de pruebas con vidas humanas

¿Y si todos fuésemos Palestina?, nos preguntábamos en este mismo espacio, a partir de la excelente película De repente, el paraíso de Elia Suleiman, otro palestino (en este caso, su familia pertenece a la minoría cristiana). En esa línea, ponemos sobre la mesa la idea de Palestina como matriz para replicar ese trato represivo en el resto del mundo. Alhaj es directo: “Lo que sucede en Gaza desde 2006, después de que este ejército israelí saliera de allí, es justamente el intento por transformar una zona residencial en un laboratorio para probar armas y mostrar los resultados que se consiguen con la nueva tecnología de la guerra”. De ahí que “cuando Israel muestra cómo funcionan sus herramientas y robots sobre aquello que antes tenía vida (las personas), en realidad sale a vender esa maquinaria a diferentes países”, explica. En el futuro, opina, “muchos ciudadanos en otros países sufrirán el efecto de estas mismas armas”.

Por ahora, confiesa, la confianza en que esta frágil tregua se mantenga no termina de prender en los gazatíes: “Tengo miedo, porque volver a la guerra significa que vamos a perder un mínimo de 150 personas cada día. No puedo imaginar cómo la gente del resto del mundo se ha acostumbrado a presenciar esto, como si ser palestino significara tener otra calidad de derechos humanos”.

En España, Mahmoud se siente mejor que en otros países europeos, porque “la gente aquí es cálida”, pero no planea quedarse en Europa a largo plazo. Siente la necesidad de aclarar que los palestinos no están culturalmente lejos de Europa y menciona el surgimiento del movimiento feminista en su tierra, que se adelantó a otras olas árabes. “Me siento bien en el extranjero, aunque, por desgracia, puedo constatar que las cosas e historias de los palestinos no son una prioridad para la humanidad. No somos una prioridad para nadie en el mundo”. Algo que le lastima especialmente cuando ve que es posible otro trato, teniendo en cuenta cómo se recibió a los que huían de la guerra en Ucrania.

El contraste, para él, resulta atroz: “Al estar aquí, en un espacio abierto, en el que puedes comer lo que quieras, respirar aire puro, moverte libremente, interactuar con culturas diferentes y ver la distancia que hay con un lugar como Palestina, donde no puedes respirar sin oler sus cohetes, ni moverte en libertad, causa un dolor que no es fácil de describir”. Entonces, se pregunta retóricamente: “¿Qué hace un europeo con la cantidad de derechos concedidos que tiene y qué podría hacer, no solo por la gente en Palestina sino por las personas del resto del mundo que sufren?”

Por último, Mahmoud admite que nada está demasiado claro en su porvenir, pero que, en cuanto pueda, regresará: “No puedo aceptar el hecho de ser forzado a irme o a vivir con esta pérdida. Así que un día construiré mi casa, de nuevo, en Gaza. Esto es lo que compartimos todos los palestinos: podemos marcharnos temporalmente, pero sabemos que volveremos”.

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