‘Planes brutales’ y muchos gratis: ‘disfrutones por el mundo’ 

Gonzalo y Álex son los influencers detrás de @planesbrutales

Gimnasia facial, deliciosos ‘mochidonuts’, baños enzimáticos enterrados en una especie de serrín oscuro que alcanzan los 85 grados de temperatura, descuentos secretos, comer hasta reventar, exóticas delicias de convento que saben a gloria con precios por las nubes y, para compensar, un montón de planes gratis. Hoy traemos a nuestra serie de ‘influencers con miga’ a los chicos de ‘planes brutales’. Un millón de seguidores avalan sus recomendaciones de ocio, compras, restaurantes, viajes… ‘Experiencias’ dicen ellos.

Cuando dos entrevistados hablan de su trabajo intercalando carcajadas casi entre cada frase, podemos afirmar que estamos ante dos seres privilegiados que han hecho de su oficio su mejor afición y viceversa. ¿Intuición? ¿Perseverancia? ¿Imaginación? ¿Entusiasmo? ¿Suerte? Gonzalo y Alex (confieso que ni después de compartir con ellos esta charla y un ice matcha latte avena, en un modernísimo local, conseguí saber quién era quien), son @planesbrutales, una especie de disfrutones por el mundo, con tan buen olfato para detectar de lo bueno lo mejor, como generosidad a la hora de compartir sus hallazgos con el millón de seguidores que acumulan en redes. 

Menos mal que hay un detalle en la mano derecha de Gonzalo, que marca la diferencia entre los dos. “Mira mi dedo corazón ligeramente arqueado. ¡Es de sujetar el teléfono móvil cuando grabo, que es mucho tiempo al día!”, comenta. Aun así, con su permiso y por simplificar, aceptan hacerse responsables de todas las respuestas en un impecable tanto monta. Alex y Gonzalo gestionan su propia agencia de marketing y publicidad, The Brutal Agency, calman el hambre voraz de sus redes y gestionan un negocio muy coqueto de fresas con chocolate. Todo, especialmente su ritmo de vida, más que brutal, brutalísimo.

¿Qué ha supuesto llevar esta corriente ‘brutalista’ del ocio hasta las redes?  

Un millón de seguidores en algo más de dos años, entre Instagram y Tik Tok. Una barbaridad y por pura casualidad. Trabajando en la agencia, tuvimos que hacer un vídeo para un cliente. Algo normalito que ni siquiera tuvimos que producir demasiado. Lo subimos a Tik Tok y a la mañana siguiente comprobamos que tenía más de 200.000 reproducciones. Imposible no aprovechar esa señal. 

¿Habéis ‘rastreado’ mucho hasta conseguir que sea la gente quien os busque?  

Sí, y nos encanta eso del rastreo. Ahora puede que nos estén llegando unas cien solicitudes al día para ir a conocer lugares y recomendarlos en nuestra página. Pero seguimos trabajando con la misma intención, buscar y encontrar sitios que de verdad sean brutales.  

¿Cuándo decís que un sitio es brutal?

 Cuando cumple tres condiciones. Ser distinto de los demás aportando algo interesante a la gente, a la sociedad. Por ejemplo, una quesería será brutal cuando ofrezca un surtido único o una elaboración novedosa del producto. Valores añadidos que pueden mejorar el día a día de la gente. El concepto también ha de ser único, algo chulo, que sorprenda. Y, cómo no, la tercera condición es que sea instagrameable. Con esos tres requisitos cumplidos, ya tenemos un plan brutal.  

¿Cómo puedo saber que no me estás recomendando un sitio para hacerle publicidad?  

Porque el 85% de nuestro contenido es orgánico, no publicitario. Y siempre que hay algún tipo de acuerdo con las marcas, lo avisamos porque hay que hacerlo así por ley.  Si es pagado, se dice. Pero lo que más nos gusta es el rastreo.

También podríais llamaros ‘divulgadores de ocio’. ¿Hay serendipia en vuestro trabajo de campo? ¿Buscáis una cosa y aparece otra  mejor?  

Eso nos ocurre muchísimas veces. Así hemos conseguido las publicaciones más exitosas. Lugares que parecen ocultos, casi secretos, pero que están delante de nuestras narices y, por las prisas y el trajín diario, pasan desapercibidos. Cruzas 300 veces una calle y no te fijas en determinadas maravillas.   

Contadme un caso.

El de las monjitas. Estábamos rastreando Granada y, de pronto, vemos un convento donde se vende sushi. Pero no un convento convertido en restaurante, no. Habitado por monjas de clausura. Entramos a preguntar y nos contaron que era una forma distinta de obtener ingresos, porque la típica venta de dulces había bajado muchísimo. ¿Cómo innovamos?, se preguntaron las religiosas. Pues cambiando la clásica oferta de magdalenas por algo más original. Resulta que una de las novicias era filipina y dominaba la cocina asiática en general. Enseñó a las hermanas y empezaron a elaborar un montón de platos, además del sushi. Karaage, que es pollo frito japonés, fideos chinos, tallarines, udon, shaomai… Y Bubble Tea, té de burbujas. Acudían familias del barrio, pero también muchos jóvenes que se compraban cada día su Bubble Tea. El vídeo tuvo 15 millones de reproducciones y en el convento hubo colas tremendas durante días. Hasta nos llamó el director para decirnos que se había liado una muy buena. De tanto trabajo, tuvieron que romper alguno de los momentos del rezo. 

El precio del éxito en las redes son las críticas… 

Las redes sociales son muy abiertas. El acceso que tiene todo el mundo es buenísimo, pero también perjudicial. Sabemos que nuestra exposición es distinta a la de un influencer que solo cuenta su vida. Nos han llegado comentarios del estilo “cómo se os ocurra publicar algo, os partimos las piernas”, cuando nos han visto simplemente cenando con amigos. Y lo cierto es que nosotros jamás grabamos sin permiso. 

Nuestros lectores, y vuestros seguidores, pensarán en que todo os sale gratis.  

Pues no es así. Nosotros empezamos visitando el lugar como cualquier cliente, tanto si es un descubrimiento, como si nos llega la solicitud. De incógnito y pagando nuestra cuenta. Si nos gusta, hablamos con el dueño y le proponemos volver para grabar. Más que sitios, buscamos experiencias, que es lo que quiere todo el mundo, sobre todo después de la pandemia. Por eso creemos que han funcionado tan bien las redes y hemos crecido tan rápido.  

¿Cuánto trabajo detrás?

Mucho, aunque la gente crea que los vídeos se hacen por arte de magia. Hay que conocer el lenguaje de las redes y manejar sus códigos. Guionizar las secuencias, grabar, editar, seleccionar bien los planos, meter impactos…  

¿Lo contáis todo o hay algún lugar secreto que os guardáis para vosotros? 

Algo nos callamos, sobre todo restaurantes. En España estamos muy abiertos a convertir lugares en sitios de moda. Por eso siempre hay que quedarse con un pedacito, en plan secreto. Casi siempre en las zonas más céntricas de las ciudades.

Habéis empezado a cubrir largas distancias…

El año pasado viajamos a Japón gracias a la colaboración de una marca.  Contamos cómo descubrir Japón en 12 días, con un vídeo de un minuto y medio. Seis millones de reproducciones. Japón empieza a abrirse al mundo, aunque siguen prefiriendo no tener muchas visitas. Cuando llegamos, nos encontramos con una manifestación turismofóbica. Temen que la esencia de su cultura pueda adulterarse y sigue habiendo restaurantes donde no admiten extranjeros. Son un pueblo muy especial. Ellos organizan una fiesta en plena calle, que puede durar casi toda la noche, hasta perder el sentido y el teléfono móvil. Pues al despertarse de madrugada, los teléfonos siguen ahí porque a nadie se le ocurre robarlos. También hemos estado en China y en Corea del Sur, que es un auténtico espectáculo. Hay centros comerciales de 12  plantas dedicados exclusivamente a la higiene corporal y a la belleza. 

¿Cuál es la ciudad española que más arriesga en novedades ahora mismo?  

Valencia es la que tiene un componente más disruptivo, incluso por delante de Madrid o Barcelona. Para nosotros, a nivel europeo, las referencias son Londres y París. Allí vemos esas cosas que luego llegan a España. Y, en España,  Valencia está escalando muchas posiciones.  

No puedo despedirme sin que me digáis a qué sabe el colágeno. (@Planesbrutales recomienda un local donde lo sirven como bebida) 

(Risas) ¡A salud! En París hay un sitio donde además te aplican lo que llaman Terapia Led. Te bebes tu copa de colágeno, un ratito con la máscara roja, y ¡como nuevo! 

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