Cien años para cerrar la desigualdad de género
El Foro Económico Mundial anunció el pasado octubre que la brecha en la igualdad de género en el mundo tardaría 100 años en cerrarse. Es muy probable que cuando los técnicos de Davos hicieron sus estimaciones no tuvieran en cuenta un factor capaz de acelerar cualquier proceso social: Internet. Hoy, 8 de marzo, es la fecha más reivindicativa del año para los derechos de las mujeres. El autor repasa aquí antecedentes a la convocatoria de huelga de este año, campañas exitosas, logros y retos, tensiones y radicalismos que muchos han aprovechado para desacreditar todo tipo de legítimo feminismo.
Por esas mismas fechas, un hashtag en contra del acoso sexual a las mujeres, #MeToo, a raíz de las denuncias contra el productor de cine Harvey Weinstein, revolucionaba la red hasta el punto de provocar un tsunami de confesiones que vislumbraron la magnitud del drama por todo el planeta. No se trataba de un reacción espontánea. La clamorosa misoginia de Donald Trump ya había acarreado anteriormente un repunte de las protestas en favor de la igualdad, como la Marcha de las Mujeres en Washington, replicada en otras ciudades del mundo, el día posterior a su nombramieno como presidente de EE UU. Pero el ímpetu y el alcance de la indignación que se propagó, un año después, a través de las redes sociales hizo perceptible que ya nada volvería a ser como antes.
A finales de diciembre, la joven Vida Movahed se subía a una caja de conexiones de la avenida de Enghelab en Teherán y se quitaba el velo, dejando a la vista de todos los viandantes su larga melena. La acción propició el movimiento #WhiteWednesdays, a través del cual decenas de mujeres iraníes comenzaron a imitar a su compatriota rebelándose contra la imposición de la prenda.
Ya entrados en 2018, al #MeToo le sucedió el #TimesUp que desembocó, una semana después, en un llamamiento de la periodista Oprah Winfrey, en su discurso de la gala de los Globos de Oro, en el que proclamó el principio del fin del periodo de sumisión de la mujer. La percepción de desigualdad de género era una evidencia ante la que no cabía permanecer pasivas por más tiempo. Las redes volvieron a arder.
El hashtag que agitó la conciencia femenina en España fue #nosotrassomoslamanada. El intento de criminalización de la víctima de una violación múltiple, por parte de la defensa de los imputados, suscitó una corriente de rechazo que enlazaba con la protesta global. Ya no se trataba, solamente, del influjo de activistas comprometidas con la causa desde hacía tiempo, sino de la aceptación por parte de un amplio sector de la sociedad de que las mujeres sufrían un trato discriminatorio inaceptable.
Aprovechando la celebración del Día Internacional de la Mujer, hoy 8 de marzo, multitud de asociaciones, sindicatos y partidos políticos del territorio español han convocado una huelga para reclamar la igualdad real de oportunidades y derechos entre hombres y mujeres. Desde la denuncia por la falta de recursos para combatir la lacra de la violencia de género, pasando por la exigencia de respuestas legislativas que corrijan la precariedad laboral y la brecha salarial que padecen las mujeres, a la petición de reconocimiento del trabajo doméstico o la condena hacia el acoso sexual y la mentalidad machista que subyace tras el mismo. Mediante paros totales, parciales y hasta con una propuesta de huelga de consumo y cuidado, las españolas intentan evidenciar que ‘Si nosotras paramos, se para el mundo’.
La maniobra tiene antecedentes. El 24 de octubre de 1975, el 90% de las mujeres de Islandia hicieron huelga y paralizaron el país en demanda de una sociedad más igualitaria. El acontecimiento constituyó un punto de inflexión. Cinco años después, una madre soltera divorciada, Vigdis Finnbogadottir, se convertía en la primera mujer de la historia en ser elegida jefa de un Estado en una elección democrática, cargo que ostentó durante 16 años. La representación parlamentaria pasó del 5% al 44% actual y la fuerza laboral femenina se situó en el 45,5%, aun manteniendo una de las tasas de fertilidad más altas de Europa. Islandia encabeza desde 2009 el Índice Global de la Brecha de Género y este mismo año el Parlamento islandés marcó un hito al prohibir por ley que los hombres puedan cobrar más que las mujeres en trabajos de la misma categoría.
Pero a pesar de todos estos avances ningún Estado – ni tan siquiera Islandia – puede presumir de una igualdad plena. La situación de las mujeres en muchos países en desarrollo es, de hecho, bastante más dramática. La pobreza mundial se concentra mayoritariamente en la parte femenina. Dos tercios de los analfabetos del planeta son mujeres lo cual incide en su incapacidad de empoderamiento. La ONU calificó de “pandemia” la violencia física y sexual a las mujeres, un fenómeno que ha afectado a una de cada tres en el mundo y que no está penalizado en 40 Estados siempre que se ejerza dentro del ámbito doméstico. Se estima que hay en torno a 200 millones de niñas y mujeres que han sufrido la mutilación genital. Aún existen 34 naciones en las que no se juzga las violaciones si son perpetradas por el marido o donde se exime de culpa al violador si posteriormente se casa con su víctima. Alrededor de 5.000 mujeres son asesinadas, violadas o abrasadas con ácido cada año para restituir el honor de una familia cuya respetabilidad, entienden, ha sido mancillada por la de algún miembro de la violentada, por más que esta no tenga ninguna relación en el conflicto.
Que la mujer ha sido tradicionalmente silenciada, marginada e infravalorada no es debatible. Que todavía sufre la opresión en muchas partes del mundo, tampoco. Que su posición, aun en los paises más desarrollados, es manifiestamente inferior a la del hombre y que eso repercute en toda suerte de discriminaciones e, incluso, a veces, en distintos tipos de violencia contra ellas también es innegable. La veterana escritora feminista Vivian Gornick manifestó que era muy complicado para los hombres comprender el sentimiento de rabia que llegaba a sentir una mujer cuando descubría la profundidad de esta desigualdad.
Es precisamente esta ira la que ha derivado, en ocasiones, en corrientes feministas extremas que han mostrado una cara más hostil, proyectando una visión de confrontación de género, en la que el hombre, en dicha lógica, era interpretado como el enemigo. Aunque esta tendencia es minoritaria dentro del feminismo el uso de las redes sociales ha echado gasolina al fuego. El potencial amplificador de Internet no solo afecta a su alcance sino también a la radicalidad de algunas conductas que proyecta. Los excesos que se han desatado, en las campañas reivindicativas en contra de los abusos en Twitter, han sido tan abundantes como intolerantes ante cualquier disidencia o réplica.
Pero aunque esta vertiente no representa al gran grueso ni deslegitima un ápice la causa general, sí que ha alentado un desquite por parte de muchas personas, suspicaces todavía frente a cualquier forma de feminismo, que no han desaprovechado estas muestras hiperventiladas para darle rango de discurso oficial y poder así desacreditarlo. Lo cierto es que no hay un solo feminismo sino muchos, tal y como explicaba Margaret Atwood en su artículo en The Globe and Mail de Toronto titulado “¿Soy una mala feminista?” y en el que alertaba de “un síntoma de un sistema judicial roto”. Aunque Internet, admitía la escritora canadiense, representa un medio muy efectivo para elevar la causa de la defensa de los derechos de las mujeres no podía convertirse en una audiencia donde impartir justicia. “Creo que para tener derechos civiles y humanos para las mujeres deben existir derechos civiles y humanos”, concluyó.
Es complicado imaginar que las mujeres alcancen la igualdad con una estrategia beligerante hacia los hombres toda vez que el objetivo anhelado incluye y se refiere a los propios hombres. No se trata de una batalla contra un género, sino contra unos sistemas de creencias y costumbres que, además, se han enquistado legalmente. Es por esa misma razón que tampoco basta con que el hombre se muestre contrario a la discriminación y que luego siga aceptando en silencio los privilegios que goza merced a ese desequilibrio. La igualdad se basa en hechos y no en palabras. Es necesario compartir una lucha que, a la postre, terminará siendo una victoria para todos, puesto que para que existan derechos civiles y humanos deben existir derechos civiles y humanos para las mujeres.
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