Reivindicaciones feministas: ¿transformación real o simple postureo?

Foto: Pixabay

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Llevo unos días dándole vueltas a lo vivido el 8 de marzo. Fue un día repleto de actos, acciones, voces y mensajes, tanto en las instituciones como en las calles, y hay una pregunta que me martillea: cuánto de todo es un intento de no quedarse fuera de una exigencia ciudadana y cuánto de voluntad real de cambiar las cosas en lo institucional, lo social y lo personal. Dicho de otro modo: ¿transformación o postureo? Veamos.

Por ROSA MARTÍNEZ, coportavoz de EQUO

La expansión y normalización del discurso feminista en los dos últimos años es digna de estudio. El concepto de igualdad ha ido colonizando el lenguaje y el espacio político y mediático, hasta ser parte imprescindible del paisaje de lo políticamente correcto y el sentido común. Por ejemplo, oír la palabra heteropatriarcado en sede parlamentaria o en horario de máxima audiencia en televisión era el sueño de muchas feministas hasta hace bien poco, hoy es una realidad. O los cuidados; hace apenas 3 años la cuestión del reparto del trabajo reproductivo se circunscribía a ámbitos ecofeministas o de economía feminista. La política apenas hablaba de ello y el pasado 8 de marzo, durante la sesión de control al Gobierno, la ministra de Igualdad hizo una intervención sobre los cuidados que casi me caigo de la silla. Aunque en realidad me caí del todo horas más tarde cuando el Gobierno hizo público su veto a la ley de permisos parentales igualitarios para hombres y mujeres, con la excusa de su coste económico.

Hablar es gratis y actuar no. Esa es la diferencia, y cuando toca repartir recursos hay a quien se le olvidan las palabras y las prioridades cambian. Asumamos que la igualdad tiene un precio económico (sin recursos las leyes se quedan vacías), pero también tiene un precio en cuanto a renuncias personales y sociales de colectivos privilegiados. ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar como sociedad por una igualdad de género real?

En este punto, hablemos de los hombres. Al inicio de la manifestación de Madrid, megáfono en mano, una mujer agradeció a los hombres su presencia, y les recordó que su sitio era apoyando desde un lado o detrás. Aún hay hombres que consideran que la mejor manera de apoyar la igualdad es ocupando el centro de la foto. Gracias, pero no. Me niego a aceptar que la lucha de las mujeres necesita y se refuerza porque un hombre la lidere. Es lo contrario de lo que exigimos: que lo que nosotras hagamos tenga el mismo valor que lo que hacen los hombres.

A los hombres les pedimos hechos y no fotos, o sea transformación y no postureo. Para muestra un botón: durante el paro de mujeres delante del Congreso las cámaras de televisión entrevistaron mayoritariamente ¡a diputados! Creo que ninguno declinó aduciendo que era un día para que hablasen las mujeres (el 8 de marzo es importante saber qué opinan los hombres porque el resto del año están los pobrecitos amordazados y sin voz). Y a ese periodista que le estaba preguntando a un conocido diputado «¿qué hace usted en su vida diaria para fomentar la igualdad?», me quedé con ganas de preguntarle: «¿y tú qué haces en el ejercicio de tu profesión para asegurar la visibilidad de las mujeres en televisión?».

Desde luego, queda mucho camino por recorrer, y las manifestaciones multitudinarias no deben despistarnos. Es evidente, y una muy buena noticia, que son expresión popular y pública de algo que ya habíamos constatado: que el feminismo sigue uniendo mujeres en la lucha por sus derechos y que la toma de conciencia que la desigualdad trasciende edad, nivel de educación, situación socioeconómica o familiar, entorno urbano o rural o identidades varias.

En buena parte del mundo los movimientos de mujeres son punta de lanza contra posicionamientos políticos cuya visión de la sociedad y sus valores son profundamente conservadores y son una amenaza real para los derechos de las mujeres. Pensemos en la marcha de las mujeres en EE UU contra Donald Trump o la jornada de movilización masiva en Polonia por los derechos reproductivos el año pasado.

Sin embargo, la realidad es que este momento dulce del feminismo, en cuanto a discurso y movilización, convive en el día a día con una cultura machista que nos deja mujeres asesinadas cada semana, agresiones sexuales, brecha salarial, techos de cristal y menores oportunidades. Y es el gran reto que tenemos que afrontar las feministas: cómo evitar que las palabras bonitas vacíen de contenido la lucha por la igualdad. Dicho de otro modo, que el discurso y la práctica feministas sean transformadores y no postureo.

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Comentarios

  • Beatriz

    Por Beatriz, el 17 marzo 2017

    Estoy totalmente de acuerdo basicamente en tu vision de la actualidad feminista.Nosotras estamos cambiando pero nuestro papel en la sociedad sigue siendo el mismo porque el hombre es el k no cambia, no le interesa.
    Desde luego la lucha continua.

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