Cuerpos desnudos, carne cruda, descarnada, de Bacon a Freud
All Too Human (Demasiado humano) es una exposición reveladora que explora en la Tate Britain de Londres cómo en los últimos cien años los artistas figurativos del Reino Unido han capturado la vida. Y nada hay más humano que el cuerpo con toda la crudeza de lo vivido. Como confesó Lucien Freud, una de las estrellas indiscutibles de esta muestra junto con los trabajos de su amigo Francis Bacon, su pretensión fue lograr “que la pintura trabaje como lo hace la carne”. Un centenar de obras condensa la obsesión casi enfermiza de varias generaciones de creadores británicos por los efectos del paso de ese tiempo implacable con el que se teje nuestra existencia efímera.
Al entrar en la primera sala, los ojos se dirigen inevitablemente hacia el retrato desnudo de Patricia Preece, pintado por Stanley Spencer en 1935. Sus ojos de un frío azul te miran desafiantes, tan azules como esas venas que recorren sus pechos inmensos, tan visibles como esa fina línea de pubis trepando hacia su ombligo que te obliga a desviar con pudor la vista. ¿Qué miras?, parece preguntar con insolencia la modelo al visitante. “Es mi cuerpo”.
A la izquierda, justo en la pared de al lado, aparece de nuevo ella, dos años más joven, entonces más pudorosa, vestida con despreocupación, despeinada, igual de orgullosa. ¿Te pasa algo?, te pregunta de nuevo. Pasó el tiempo, querida amiga. Lo comprobamos en nuestros cuerpos, en el tuyo y el mío, meros registros de su avance implacable: tempus fugit.
Nada hay más constructivo y a la vez más destructivo con el paisaje, los ambientes y las personas que el trabajo de Cronos. Las obras exhibidas en esta espectacular, emocionante muestra, son cruda constatación de esa realidad incómoda. Como reconocía uno de los creadores aquí expuestos, Walter Richard Sickert, son trabajos donde al verlos se tiene “la sensación de pasar una página en el libro de la vida”. No por casualidad, el título de la exposición hace un guiño a Human, All Too Human (1879), un conocido libro de aforismos “para espíritus libres” del filósofo Friedrich Nietzsche, nihilista y existencialista por antonomasia.
Entre tantos retratos sorprende un paisaje reconocible por su españolidad: Toledo from the Alcázar. Es una obra de David Bomberg fechada en 1929. Presenta una ciudad castellana pegada a la tierra, empastada, oscura. Es un desnudo urbano pero en realidad rural, el de la España atrasada y abigarrada de esos años de violencia en ciernes. Empieza a oler a carne quemada.
Miedo existencialista
La segunda sala es terrible. Después de la Segunda Guerra (matanza) Mundial, en una Europa devastada, Francis Bacon y Alberto Giacometti dialogan sobre la soledad, el existencialismo como nueva filosofía necesaria para dar respuesta a tantas preguntas desesperadas, la ansiedad de una humanidad horrorizada por la amenaza de la era nuclear. En el Study after Velázquez (1950), una especie de Inocencio X con traje y corbata grita descoyuntado, aferrado a su sillón, frente a un terrible muro-cortina gris ceniza con bandas chorreantes de sangre coagulada. En el centro, una escultura del italiano amplifica la desesperanza vital del momento, figura de cuerpo fusiforme, mínima cabeza, apoyada en un inmenso y único pie que se niega a avanzar, inmovilizado por su terror al futuro.
Más allá reina el primitivismo de Francis Newton Souza, paradójico icono de un mundo moderno igualmente angustiado por la postguerra. Su oscuro erotismo recuerda al renacimiento, pero también al exotismo de Gauguin, la rotundidad de Picasso y la delicadeza de Modigliani.
Diálogos carnales entre Freud y Bacon
A partir de ahí el observador empieza a sentir el agobio de ser a la vez observado por decenas de descarnadas y/o carnales obras maestras que exhiben sin tapujos una realidad íntima, subjetiva y tangible. Grupos de piezas importantes y rara vez expuestas de Lucian Freud y Francis Bacon dan la oportunidad de poder sumergirse en la rica sensualidad e intimidad de estos dos inmensos maestros modernos. En contraste con la práctica de Freud de trabajar directamente con modelos, la exposición analiza la relación de Bacon con el fotógrafo John Deakin, cuyos retratos de amigos y amantes fueron a menudo el punto de partida para sus trabajos. Interés especial tiene el estudio de Bacon para un retrato de Lucien Freud firmado en 1964 y exhibido públicamente por primera vez en casi medio siglo.
Impresiona la Girl with a White Dog (1950) de Freud, ensimismada, ajena a que la bata verde está abierta y muestra uno de sus senos, tan ausente como el perro que dormita en su regazo pero también asustada, refugiada en un rincón del cuadro. ¿En qué piensa?
Hay toda una sala dedicada al nieto del padre del psicoanálisis, pura carne, cuerpos desnudos vencidos por la realidad, mundo somnoliento, perezoso, descuidado, iluminado por instantes de exhibicionismo otoñal en medio del sopor de la vida. Gordos y seres esqueléticos, niños, viejos y perros, rostros ceñudos, forzados. Incluso hay retratos botánicos de Freud que igualmente te llevan al desaliento, espacios semisalvajes donde las plantas nacen, crecen, florecen, fructifican y se secan. Nada nuevo bajo ese sol hacia el ocaso que ya cantara Jorge Manrique hace casi seis siglos: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”.
No todo son personajes pesimistas. También hay ambientes urbanos, jolgorios infantiles como Children’s Swimming Pool, Autumn Afternoon de Leon Kossoff (1971). Aquí se siente el jaleo, el bullicio, pero ojo, también la alegría efímera de unos colores pastel con los que se refuerza la idea de la volatilidad de esa fugaz edad dorada.
Visión femenina… y feminista
All Too Human también rinde homenaje al trabajo de varias mujeres artistas como Paula Rego, Cecily Brown, Celia Paul, Jenny Saville o Lynette Yiadom-Boakye. Una visión que (por fin) da visibilidad a los deseos, intimidades y miedos femíneos.
La de Rego es la de un mundo de hombres vestidos de mujer. De mujeres que mandan y desnudan caprichosamente a hombres travestidos, aburridos, que esperan algo o a alguien.
Las fuentes inspiradoras de Cecily Brown son los libros de historia, los cómics, los anuncios y especialmente la pornografía. Con todo ello teje poemas maravillosos como Teenage Wildlife (2003), dos jóvenes ocultos entre la vegetación, descubriendo por vez primera sus cuerpos desnudos, tocándose, sintiéndose, viviéndose. Aquí ya no hay exhibición insolente, todo lo contrario. Hay mucho pudor. Son los nuevos tiempos.
Despide esta magnífica exposición la desasosegante obra de Jenny Saville, terrorífica por una crudeza que parece llevarnos a la casilla de salida, al descarnado siglo XX, a pesar de ser joven autora del siglo XXI. Reverse (2002) es una bofetada visual tamaño XL, la cabeza de una joven apoyada sobre la resplandeciente mesa de aluminio de algún hospital, cuerpo quemado y lacerado, violentamente naranja, boca entreabierta y ojos vacíos, vidriosos. Seguramente ya está muerta. Pero también es su cuerpo.
Carne cruda, carne viva, carne mortal. Decía el genial Virgilio: Breve et irreparabile tempus omnibus est vitae (El tiempo de vivir es para todos breve e irreparable). En este paseo descorazonador por la Tate Britain nos queda muy claro. Así que a la salida el visitante opta una vez más por seguir los consejos de Horacio, Carpe diem, quam minimum credula postero (Aprovecha el día, no confíes en el mañana), y se lanza ávido a beberse una pinta de buena cerveza en el pub más cercano. O dos.
‘All Too Human: Bacon, Freud and a Century of Painting Life’. En la Tate Britain de Londres hasta el 27 de agosto de 2018.
Artistas: Lucian Freud, Francis Bacon, Giacometti, Walter Sickert, Stanley Spencer, Michael Andrews, Frank Auerbach, R.B. Kitaj, Leon Kossoff, Paula Rego, Jenny Saville, Lynette Yiadom-Boakye, John Deakin, Chaïm Soutine, William Coldstream, David Bomberg, Michael Andrews, Euan Uglow y otros. Comisariado: Elena Crippa y Laura Castagnini.
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