Una visita a la nueva Oslo, Capital Verde Europea 2019
La capital noruega celebra su nombramiento como Capital Verde Europea 2019 demostrando su liderazgo en la movilidad sostenible, la energía limpia y un nuevo urbanismo pensado para las personas. Hemos viajado a Oslo para visitar lugares estratégicos en esta reconversión, como silos de grano convertidos en residencia para estudiantes, antiguas fragas resucitadas como mercados gourmet o una barriada entera creada donde antes solo había un fiordo.
“No, lo verde no tiene por qué ser aburrido, tampoco estar reñido con las comodidades ni con la estética”. Parece que es eso lo que te dice el aeropuerto de Oslo nada más aterrizar en él. Se trata de la mejor tarjeta de bienvenida en una de las actividades económicas que más contamina: el turismo. La nueva terminal de Gardermoen cuenta con un profundo pozo de geotermia, que usan para calentar agua y como calefacción; también dispone de un sistema de reutilización de aguas desechadas y su tasa de reducción de residuos registra un asombroso 80%. Además, aprovechan la nieve acumulada en sus pistas en invierno para producir aire acondicionado en verano y los materiales con los que está construida la terminal son reciclados, locales o generan la mínima emisión de carbono. La producción de petróleo sitúa a Noruega en el puesto 16 del ránking mundial, pero nada tiene que ver lo que hacen con sus beneficios comparados con otros países.
El país nordico parece haber entendido que nada es para siempre y que esos beneficios deben ser reinvertidos y apostar por el futuro. Un futuro eléctrico, como lo asegura el consumo de coches enchufables per cápita (el mayor del mundo) y como lo promueven instituciones como el Ayuntamiento de Oslo. “En 2020 el centro de la ciudad será 100% peatonal”, comenta el responsable de e-mobility municipal, Sture Portvik. Entonces, ¿si por un lado fomentamos los coches eléctricos pero por otro les prohibimos el acceso? Portvik tiene la solución: “Nuestra apuesta es primero por el transporte público, segundo por las bicicletas y tercero el coche eléctrico”, comenta a la vez que matiza que es necesario tener soluciones sostenibles para todos. Por eso están pensando poner por ley cargadores rápidos cada 90 kilómetros y apostar por las baterías que proporcionen mayor autonomía a los vehículos. Algo fácil de entender en un país donde algunas poblaciones están a 2.000 kilómetros de la capital.
Salimos del garaje –subterráneo, por supuesto– y nos acomodamos en un hotel. No uno cualquiera, sino uno con los mayores criterios ecológicos. Lo primero que llama la atención es que en Scandic Vulkan no se controla aparentemente tanto el derroche de agua o luz como esperaríamos. La clave es que el propio hotel genera mucha energía limpia –geotérmica– y que el agua es aprovechada por el sistema inteligente del hotel. Además, ponen el foco en reducir al máximo la comida desechada y tienen en marcha varios programas sociales, como donar ropa que los huéspedes ya no quieren a quienes la necesitan. No olvidemos que en España la ropa y complementos supone ya la cuarta parte de la basura (deberíamos ir pensando qué hacer con ella).
Estamos en Grünerløkka, uno de los barrios que mayor transformación ha experimentado de la capital noruega. Ha pasado de ser una zona industrial que usaba el río Akerselva para forjar metales pesados –y, por tanto, contaminarlo– a ser un ejemplo de nueva sostenibilidad. Han reciclado un silo de grano de cientos de metros de altura para convertirlo en una residencia de estudiantes, la antigua fábrica de velas de barcos hoy es la sede de la facultad de Arte y la antigua nave de ladrillo rojo que tenía la fundición hoy es el famoso mercado de Mathallen. Eso sí, las antiguas casa de los trabajadores más modestos se han transformado en codiciadas viviendas de precios muy altos en el centro de Grünerløkka. Lo trendy tiene un coste.
Si miramos las nuevas edificaciones en esta zona, no nos sorprende ver azoteas verdes, paneles solares en las ventanas y muchas terrazas. Antes de que el cambio climático hiciera que los noruegos puedan disfrutar más de sus veranos, la apuesta por la vida al aire libre ya obligaba a que todas las viviendas dispusieran de una parte exterior. Igual por ese contacto permanente con la naturaleza no sorprende que sus pasos transformadores estén enfocados a renaturalizar los ríos, ampliar la variedad de la vegetación urbana (para favorecer la biodiversidad animal, protegiendo a las abejas y generando corredores verdes) y ampliar el espacio público al máximo. Este es uno de los puntos más importantes de la Ópera de Oslo. “Es un edificio que habla de la cultura, pero va más allá de pagar por todo”. Quien nos atiende es Arrate Arizaga, una joven arquitecta que lleva tres años trabajando en Snøhetta. Es el estudio que ha firmado la obra de la Ópera, un nuevo símbolo para la ciudad que dio el pistoletazo de salida para la transformación justo hace diez años y que es un ejemplo de edificio con plaza pública. Su fachada blanca e inclinada es transitable casi en su totalidad y el hall está abierto a los visitantes sin entrada. En verano, es fácil ver personas caminando, sentadas leyendo o grupos hablando animadamente mirando al fiordo. Una foto idílica que ahora mismo se rompe al mirar detrás del edificio, ya que una masa de grúas nos advierte de que esto no ha hecho más que empezar.
¿Puede la nueva construcción tener impacto cero?
Superando los primeros pensamientos –esos que nos dicen que lo más sostenible de todo es dejar de intervenir en la naturaleza y no construir más–, vemos que se está levantando un nuevo polo de atracción cultural –con la Biblioteca principal o el nuevo Museo Munch–, pero también oficinas, viviendas y muchos espacios abiertos de manera sostenible. Uno de estos edificios está aún en obras y se puede apreciar perfectamente la estructura de madera que lo compone. No sorprende; la madera es un recurso abundante, no tóxico, local (no contamina en su traslado) y Noruega ya posee el récord de la torre de viviendas levantada en madera más alta del mundo. Está en Bergen.
Volviendo a Oslo, vemos que una de las construcciones más acabadas en esta zona llamada Bjørvika es el Barcode: una decena de edificios cubiertos de cristal que por su forma alargada pero estrecha recuerda los códigos de barras. Su forma no es mera estética, ya que se ha tratado de lograr un equilibrio entre el espacio público y privado, no cerrar pasos de circulación entre el puerto y la estación central, y generar un tramado urbano más resiliente en caso de lluvia copiosa. “Donde estamos ahora mismo es terreno ganado al mar”, explica Vibeke Hermanrud desde dentro de uno de los edificios del Barcode.
Sobreponiéndonos al shock inicial, podemos ver que se trata de un plan muy ambicioso en el que prácticamente se está construyendo una nueva Oslo. El grupo de viviendas de Sørenga se mete en el mar, ofreciendo un lugar privilegiado para ver la nueva cara de Oslo. Aunque pudiéramos pensar en pelotazo inmobiliario, rápidamente Hermanrud se apresura a explicarnos que el entramado está dispuesto para ser bloques abiertos, para que interaccionen los vecinos y que en el extremo de la península existen unas piscinas públicas. Se trata, de nuevo, de estar en contacto directo con la naturaleza y sirve de escenificación para valorar la restauración ecológica por la uqe ha pasado esta parte del fiordo. Por debajo de nosotros pasa la autopista. También en terreno ganado al mar. Pero ¿no afectará a todo esto el aumento del nivel del mar? Noruega tiene suerte: su placa tectónica también se eleva. Además de ser uno de los países más concienciados, lleva 20 años siendo considerada el país menos vulnerable a los efectos del cambio climático.
Atardece y no hay nada mejor que acercarse al lado oeste del puerto para escuchar las campanas de las torres del Ayuntamiento, que han interpretado desde canciones tan conocidas como Imagine de John Lennon a la banda sonora de Harry Potter o algunas canciones de Nine Inch Nails. Se puede hacer desde la fortaleza de Akershus, desde donde se divisa muy bien el Fiordo City, un proyecto para transformar más de 10 kilómetros de muelle en una zona transitable. Como todo en Noruega, va muy deprisa, y ya se puede visitar el restaurante Vippa en un antiguo almacén de pescado o la isla de arte de Tjuvholmen. Si en el siglo XVII, tras un incendio no tuvieron miedo de reconstruir la ciudad en un lugar diferente al emplazamiento original, parece que ahora tampoco tienen reparos al cambio. Una nueva ciudad se construye en el este de Oslo y se realiza con estrictos y envidiables criterios de sostenibilidad. Tanto que en 2019 podrá celebrar por todo lo alto ser Capital Verde Europea y un referente para muchos otras urbes.
COMPROMETIDA CON EL MEDIO AMBIENTE, HACE SOSTENIBLE ‘EL ASOMBRARIO’.
Comentarios
Por Manuel Porca, el 31 diciembre 2018
Cuanto tendrían que aprender los políticos españoles si los mandáramos allí.