“A las grandes cosas se llega a través de lo pequeño y lo sencillo”
Nos encontramos en una cafetería de Cáceres, ciudad en la que nació hace 66 años el poeta Basilio Sánchez y en la que vive. A punto de jubilarse de su trabajo como coordinador de cuidados intensivos en el hospital de esta ciudad, hemos quedado para hablar de su último libro publicado, ‘El baile de los pájaros’ (PreTextos). Escrito en plena pandemia, esta palabra no aparece en ninguno de los versos de este hermoso libro, que es muchas cosas, un canto a la vida, a la belleza, casi una oración de gratitud hacia lo que nos aporta la naturaleza.
Después de compartir muy de cerca la enfermedad y la muerte en el hospital durante la pandemia, cuando llegaba a su casa le recibían los pájaros del jardín, con ese baile y ese canto inspirador que de alguna manera contrarrestaban el dolor vivido. Satisfecho con el trabajo realizado a lo largo de su vida como médico, una profesión a la que llegó casi accidentalmente, como a la poesía, de hecho. Ya sin las obligaciones del hospital, dedicará más tiempo a su familia, quizás también a observar el mundo con esa singularidad que lo ha convertido en una de las voces poéticas más sugerentes del panorama literario español. Sánchez tiene en camino un nuevo libro, esta vez de ensayo, en el que explora el lugar de la poesía, un tema que hila tanto su obra poética como ensayística. Confiesa que al comienzo, cuando empezó a escribir y a publicar poemas, arrastraba una especie de complejo. “Me sentía un poquito advenedizo, como ese aficionado que se inmiscuye en un terreno que no le es propio y que los demás miran con cierta sospecha, ¿no?, con cierta reticencia”.
Ahora ha reunido buena parte de sus reflexiones en El buen lugar. “Este nuevo libro, que aún no tiene fecha de publicación, viene, digamos, a afianzarme en el hecho de que 40 años en la poesía dan para formarte como poeta y para tener también un cierto criterio y poder expresarlo”.
En ‘El baile de los pájaros’ has condensado tu sabiduría vital y literaria. Creo que es un libro de referencia, al menos para mí.
Siempre he pensado que cada libro no es nuevo, resume todo lo anterior, más el pequeño paso que das de uno a otro. Es verdad que ha habido un proceso de destilación, de simplificación en muchos aspectos. Intento expresar las ideas con mayor claridad, con mayor transparencia, me voy quedando con las ideas más sustanciales de mi visión del mundo y de la realidad de la poesía, de lo que somos, en fin, de todo eso de lo que escribimos los poetas.
Ese proceso es algo a lo que se llega solo por los años. Es decir, que escribo de esta manera porque ya tengo 65 años cumplidos. No se puede escribir esto con 25 o con 30. La edad, lo que trae es eso, ¿no?, muchos quebraderos físicos, pero también trae, desde el punto de vista literario y mientras que tengas la cabeza todavía más o menos armada, ciertas ventajas, un conocimiento y una experiencia de la vida que es la raíz de la construcción de los poemas. Además, ya lo decía Rilke [un poeta referente para Sánchez], vive, aprende a convivir con lo que tienes, viaja, lee, pasa una noche en una habitación con un muerto, recuerda, y cuando tengas todo eso, escribe el primer verso.
Te tomas tu tiempo entre libro y libro.
Cuando acabo de escribir un libro de poemas, me gusta dejar un tiempo absolutamente limpio de escritura. Es decir, no es que no publique, es que no escribo siquiera. Puede pasar un año, año y medio hasta que decido volver a escribir poemas. Es un acto voluntario. Entre libro y libro me gusta disfrutar de la lectura limpia, sin que esté tergiversada por el hecho de escribir. Cernuda decía que eran necesarios esos momentos de aparente esterilidad, porque son una forma de cargar las baterías.
¿Qué costumbres tienes como escritor?
No soy un escritor especialmente nocturno. Cuando estudiaba Medicina, yo era de los que se levantaban a las seis de la mañana, me acostaba temprano, a diferencia de mis compañeros, que se quedaban hasta las tantas. En la escritura poética me ha pasado algo parecido. Prefiero levantarme a las seis de la mañana y escribir solo en casa, cuando no hay nadie y está todo el mundo dormido, que quedarme escribiendo por la noche.
¿Y en el hospital has escrito alguna vez?
En el hospital he escrito mucho y he revisado. Me he ido a las guardias con mi maletín lleno de libros, de papeles, de apuntes y, bueno, pues he hecho lo que tenía que hacer. Cuando había periodos de tranquilidad, con pocos pacientes, o en los que todo estaba en calma, me he metido en mi habitación y he corregido textos que estaba escribiendo o he anotado cosas que podían valer para un poema. En el hospital he encontrado la soledad muchas veces. Ese tiempo que necesitamos los escritores, como los espigadores, que se agachan, desaparecen un momento entre la multitud y luego vuelven a aparecer. Pues yo eso lo he hecho a veces cuando tenía a mi familia en casa, cuando mis hijos aún vivían con nosotros. El único momento de soledad era en el hospital
Te lo han preguntado en varias ocasiones, ¿pero cómo ha influido tu trabajo en tu poesía, una profesión como médico de la unidad de cuidados intensivos, en el que siempre has estado en contacto con la muerte?
Pues ha influido de la manera en que te decía antes, la escritura parte de un trasfondo, digamos, homogéneo, como una especie de universo en el que ahí se juntan muchas cosas: tu formación, tu educación, tu infancia, lo que has aprendido. Y la medicina forma parte de ese universo del que surgen los poemas. No sé de qué manera, en qué grado, pero tiene que estar ahí, igual que cada lectura deja su poso. Durante muchos años he rechazado que los colegas de profesión me consideraran el médico poeta y los poetas el poeta médico. Era como si no fuera bueno en ninguna de las dos cosas.
La realidad es que soy médico cuando estoy en el hospital, e intento ser un médico bueno con mis pacientes, y luego quiero ser un buen poeta cuando estoy fuera del hospital y que se me respete como poeta por mis compañeros literatos. Con el tiempo me he dado cuenta, por supuesto, de que hay una interferencia, hay un trasvase de una cosa a otra. A mí la medicina me ha convertido en un poeta de unas características peculiares, precisamente por ese contacto con el sufrimiento, con la enfermedad, esa humanización a la que te obliga tu trabajo, tu forma de hablar a un familiar de que tiene a su padre, o a su madre, o a su mujer moribunda. Ese tipo de relaciones te lleva a mantener una cierta humanidad que se tiene muchas veces en la adolescencia y en la juventud, y que se pierde por determinadas carreras, que te impermeabilizan para todos esos aspectos.
La medicina, y lo decía Miguel Torga, tiene la virtud, sobre otros oficios, de que mantiene viva esa cercanía a lo humano. Y la medicina, por tanto, ha influido en mi forma de escribir. Pero también, de forma recíproca, yo creo que el trabajo con las palabras, con la poesía, ha influido en mi ejercicio de la medicina, en mi forma de acercarme al paciente, de explicarle lo que tiene, cuáles son sus expectativas, en la forma de sentarme con unos familiares, sin prisas, para intentar aclararles la situación y acompañarles en un duelo. Ha habido un trasvase evidente, y eso no lo puedo negar.
Decía Chéjov que la medicina era su esposa y la escritura su amante. Fue un médico humanista, que atendía a los pobres, que viajó ya enfermo a la Isla de Sajalín para ver de primera mano la situación de los convictos. Y fue además uno de los escritores más importantes de su tiempo.
Un hombre es una suma de acontecimientos, la mayoría de ellos impredecibles. Yo llegué a ser médico sin tener una vocación clara. Algo de lo que nunca me he arrepentido, estoy muy feliz de haberlo hecho, de haber ejercido 41 años como médico intensivista. También estoy feliz de haber llegado casi accidentalmente a la literatura, a la poesía, de haber tenido dos hijos, de haber tenido una nieta hace tres meses, es decir, de toda esta suma de acontecimientos. No sé en qué lugar colocar a la medicina con respecto a la literatura, pero sé que siempre las he simultaneado, no ha habido contradicción.
El poema que abre el libro es toda una declaración de intenciones, en el que hablas, entre otros temas, de la festividad de los pájaros, de su humildad, del clamor por la vida. Es un libro muy profundo y al mismo tiempo bastante vitalista.
Bueno, yo ya he dicho en algunas ocasiones, probablemente te lo haya dicho a ti incluso, que concibo la poesía como una suerte de diario del espíritu en el que se registra y pone en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea, tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes fases o etapas por las que vive. Este libro es justamente eso, mi forma de sentir la vida y la literatura durante un periodo muy concreto, el que se extiende entre 2019, cuando publico mi último libro, He heredado un nogal sobre la tumba de los Reyes, y 2022, que es cuando envío ya el original a Manuel Borrás, el editor de Pretextos. Un periodo marcado indefectiblemente por la pandemia, en la que yo me veo involucrado de forma muy singular por mi profesión de médico de cuidados intensivos. De alguna manera, este libro reúne mi experiencia vital y literaria de este periodo y tiene que hablar de la pandemia, aunque no aparezca por ningún lado. Sería como el negativo fotográfico de la pandemia.
Claro, había que resaltar la vida después de tantas muertes.
Así es. Y el sentido del libro viene dado precisamente por una frase que es la que inicia ese texto en prosa del que tú hablas, que dice: “A mi regreso a casa me invadía la alegría de los pájaros, el fervor de lo vivo, la elocuencia sencilla de las cosas”. ¿Y por qué? Porque yo, como médico de cuidados intensivos, regresaba a casa de algo absolutamente superior a mí, que me superaba, que era el sufrimiento, el dolor, el agobio de la gestión de una unidad de cuidados intensivos. A diferencia de todo el mundo, que estaba confinado y deseando salir de su casa, para mí la casa era el lugar de protección, era el refugio, el lugar que yo había construido para protegerme de la intemperie, el lugar de resistencia. Mientras los demás querían salir de su confinamiento, yo quería confinarme. Pero no solo en mi casa, sino en el jardín de mi casa.
Y ahí viene lo de los pájaros. Yo regresaba a un jardín que tiene en su centro una casa. Me invadía la alegría de los pájaros. Veía esa naturaleza que permanecía un poco indiferente a nuestros problemas humanos. Y que era además una naturaleza pletórica. Los pájaros seguían saltando de parcela en parcela, volando, sin confinamiento. Volvían a comer las migas que yo les traía. Veía cómo esa primavera de la pandemia era la más exultante que habíamos visto durante años, porque no había habido intromisión humana. Ese es un poco el sentido del libro, en el que hay un poco de gratitud a la vida también. Y de ahí que, aunque la naturaleza ha estado siempre presente en mi vida, como tú conoces por todos mis libros, en este momento era especialmente significativa.
Ya en el coche, de vuelta, conforme me iba acercando, me quitaba la ropa antes de entrar en casa para dejar fuera los virus porque no sabíamos todavía en los primeros meses cómo se contagiaba. Y además esto coincide con una idea que yo había leído de una escritora argentina, la poeta María Negroni, que en un libro que se llama Archivo Dickinson dice: Todo lo que está quieto está danzando, bienaventurados los que ven el lado cariñoso del dolor. Que son dos versos que se amoldaban perfectamente a ese sentimiento.
Todo lo que está quieto está danzando. Había un baile, un baile de pájaros. Pero no solo de pájaros, baile de árboles, baile de hierbas, baile de ratoncitos, baile de conejos y de liebres. Había un baile a mi alrededor, mientras yo estaba allí sufriendo y parado, y estábamos todos encerrados. Había un contraste. Es algo que René Char, por ejemplo, a pesar de ser un hombre con una existencia dura, quiso reconocer siempre, incluso en los peores momentos, la belleza, la naturaleza viva. El mismo Adam Zagajewski, a raíz del atentado de las Torres Gemelas, el primer poema que escribió en un periódico norteamericano fue de alabanza a la vida. A pesar de que había habido miles de muertos. Es decir, que esa visión de hacer destacar la existencia vital a pesar de las condiciones humanas deplorables es algo que nos corresponde a los poetas y tenemos la obligación de preservar esa actitud. Creo que lo que se nos pide como poetas es que mantengamos viva un poco la esperanza de que hay vida después de la muerte. Y esa es la función de los poemas de Ósip Mandelshtam y de Ajmátova.
Aparte de esa festividad de los pájaros, otro elemento simbólico que recorre el libro es la nieve.
Como tú sabes, la poesía es todo símbolo, y los símbolos están cargados de significados. Y además, significados que pueden cambiar incluso en los libros, porque la poesía es algo móvil, flexible. El sentido de la nieve aquí es múltiple. Por un lado, la nieve es el blanco de la página. De la nieve brota todo. La nieve es el invierno que precede a la primavera. Es decir, todo parte de la nieve. La nieve es el claustro en el que está escondido lo que va a brotar. La nieve es el lugar de la posibilidad. Y la poesía es el lugar de la posibilidad. Por eso, en un verso me atrevo a decir: hoy he escrito una línea con la mano de Dios, porque la mano del poeta es la mano de la posibilidad. Todo puede surgir del blanco de la nieve de la página. Y ese sentido germinativo a mí me parece muy importante. Luego está el aspecto de la humildad. Es como la glaciación de la que salen los neandertales y los cromañones para una civilización posterior. Bueno, pues a lo mejor necesitamos volver a una glaciación para que el hombre aparezca en otra dirección, que no es la que nos ha llevado esta. Y ese sentido de recomenzar es lo que nos ofrece la nieve. Probablemente creíamos que la pandemia iba a ser una especie de catarsis, pero no ha sido así.
También nos habla de la sencillez, que también mencionas, ¿no?
Es básico. La nieve es lo sencillo, lo elemental, forma parte de la visión que yo tengo de la vida y de la poesía. Yo creo que a las grandes cosas se llega a través de eso, de lo pequeño y de lo sencillo. Y fíjate también con el sentido múltiple que puede tener, con la idea de hacer visible lo invisible.
Una idea, la de hacer visible lo invisible, que retomas de John Berger, ¿no?, a quien mencionas en uno de los poemas.
Bueno, claro, la poesía tiene la visión de hacer visible lo invisible y hacer decible lo indecible. ¿Cómo se consigue eso? Pues pasando por las palabras, no por lo que significan, sino por el aura que las circunda, utilizando las palabras en su capacidad evocadora, sugerente, por encima del significado práctico y utilitario que le damos. Es decir, el lenguaje tiene un límite y la única forma de superar ese límite es cuando utilizamos las palabras de ese mismo lenguaje, pero en su capacidad evocadora, simbólica, o utilizando el aura que las circunda, como rodeaba el aura la cabeza de los santos. Esa es la única manera que tiene la escritura poética de superar el sentido denotativo del lenguaje normal.
El poema hay que merecerlo, escribes.
Sí, y no solo porque uno sea muy buen escritor o porque haya leído mucho o porque haya escrito mucho, sino porque yo haya orientado mi vida en el sentido que me corresponde. Ahí también me recordó una cosa que decía John Berger, que sé que es un autor que compartimos en muchos sentidos, en la presentación de la antología que publicó el Círculo de Bellas Artes, su poesía reunida. Él decía que los demás digan si soy un poeta, yo no me puedo calificar como tal, tiene que ser el otro, el lector, el que lo juzgue.
En esa mirada que tienes hacia lo pequeño, hay un cierto panteísmo, ¿no?
Mira, un sentido importante de este libro, el segundo sentido importante, aparte del que hemos hablado al principio, es el siguiente. En un poema de este libro digo: entre el cielo y la tierra existe un vínculo al que estoy invitado. En mi tierra, que en cierto modo es la tuya, las mañanas soleadas en las que aparece de pronto una bandada de pájaros en el cielo, la gente suele decir que es un día de bodas. Es como si ese bullicio desordenado de los vencejos y de los estorninos fuese el anuncio de una fiesta y su vuelo, la expresión en el aire, el de una danza que brota espontáneamente para acompañar en la tierra el encuentro de dos personas que han decidido unirse y establecer un vínculo común. Los pájaros son en ese momento, en esa imagen, los testigos de un vínculo.
Por eso creo que la poesía es el baile de los pájaros frente a la comitiva de la boda, porque creo que la poesía es la expresión, a través de ese vínculo, de la resistencia íntima que la palabra de carácter moral es capaz de oponer a la pérdida del sentido unitario de nuestra vida. La poesía es la expresión, a través de ese vínculo, de una enorme fortaleza que se basa en la constancia, la perseverancia y la tenacidad para mantenernos unidos, no solo con nosotros mismos, sino con lo que nos rodea. Esa visión, digamos panteísta, es el sentido espiritual de este libro. El sentirse parte de todo y el sentirse, además, una parte no especialmente importante.
El silencio es muy importante para ti.
Sí, y se lo digo a los urbanitas, solo podemos encontrar el silencio en el mundo rural, o lo que llaman el mundo rural, o en la periferia de las ciudades. Ese silencio, esa soledad, es la que nos permite encontrarnos con nosotros mismos. Es lo que nos coloca en esa disposición de atención que precede al poema. Lo demás es palabrería. Vivimos una época saturada de ruido, de un uso utilitario y malintencionado de las palabras. Porque todo tiene un fin mercantilista, en cierto modo, y lo que se dice tiene que tener utilidad y rendimiento económico. Entonces, la soledad y el silencio te permiten apartarte e intentar buscarle en las palabras el sentido original, el sentido de nombrar, que es lo que hacen los poetas, buscarle ese otro sentido.
El libro es también una meditación sobre el paso del tiempo, aunque sea entre líneas.
Efectivamente. Había dicho que hay dos líneas básicas, pero podríamos hablar de esta tercera, que va medio oculta, la del paso del tiempo, la vejez. ¿Por qué? Yo, como médico de cuidados intensivos, he tratado muy de cerca la muerte, pero siempre me ha tocado desde fuera. Ahora, en estos años, ya con 62 o 63 años, de pronto llega la pandemia, estoy en el hospital un montón de horas al día, fines de semana, sin vacaciones, día y noche, me convierto en víctima. Es decir, estoy expuesto a ese germen mortífero que mata a mis amigos, a mis compañeros, a gente de mi edad. Veo por primera vez la posibilidad de la muerte. Entonces, la muerte, a la que he hecho muy poca referencia anteriormente, porque soy muy vitalista en mis libros, aparece aquí de una forma muy clara en algunos momentos, porque la he tenido cerca. No hay otra razón.
Esta entrevista se va a publicar en un medio que se llama ‘El Asombrario’. Y una de las cosas que reivindicas es precisamente la capacidad de los humanos para asombrase. Kafka decía que mientras uno siga asombrándose sigue siendo joven.
El asombro está en la raíz del arte. Esa inquietud que te lleva a buscar y que te lleva a enamorarte de lo que ves y de lo que descubres. Ese asombro que yo puedo haber tenido con 62 años, cuando llego a mi casa, en la que vivo desde hace 25 años. Yo me alegro de haber podido mantener ese asombro, aunque sea, en este caso, por condiciones ajenas a mí. Pero ese asombro es el que motiva este libro. El hecho de que, ya superados los 60 años, pueda asombrarme de determinadas cosas de la naturaleza que veo diariamente, es la raíz del arte, de la escritura, de la pintura, de la música, etc… Y es verdad que lo que pedimos, los que nos dedicamos a esto, es seguir manteniendo esa actitud de asombro, que yo descubro en los grandes poetas, que ya octogenarios han seguido escribiendo buenos libros. Los grandes poetas vuelven a la naturaleza, a los astros, al cielo. A pesar de ser lo más elemental, es lo único que no deja de asombrarnos. Porque lo humano pasa de moda, y en cambio eso no.
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