Agustí Fernández: “La música improvisada mantiene todo el potencial para revolucionar”

Agustí Fernández

CARLOS PÉREZ CRUZ

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No hay medias tintas. La música libre improvisada despierta filias y fobias extremas entre los aficionados al jazz. El británico Brian Eno ha sido el último en agitar el debate con sus despectivas opiniones sobre el free jazz, reflejadas hace unos días en El País. El pianista Agustí Fernández, uno de los puntales de la música improvisada en Europa, nos ayuda a entender mejor de qué hablamos cuando hablamos de improvisación y desmonta algunos clichés.

El periodista Ramon Súrio firmaba en ‘La Vanguardia’ una crítica de una reciente actuación tuya en el club Jamboree de Barcelona, titulada “Arte aleatorio”, en la que decía: “un discurso free-jazz de alto poder evocador, aunque sus chirridos, gimoteos y sonidos guturales con los saxos tenor y soprano estuvieran más cerca del escalofrío que produce rascar un vidrio que de las sensaciones placenteras”.

Poco tengo que decir. (Risas). ¿Sabes qué pasa? Que este tipo de crítica se basa evidentemente en el desconocimiento. Seguramente si yo fuera a un acto artístico de una disciplina de la que no supiera de qué va, su base, su historia, estética, los nombres importantes… Si no tuviera ninguna referencia, haría una cosa así: “Sale un señor y no sé qué”. O sea, un nivel 1: la descripción. Esto pasa mucho en los conciertos, pero también pasa en los discos. A veces en las críticas que nos hacen de los discos explican: “en el segundo tema no sé qué, no sé cuántos, sopla o no sopla. En el tercer tema toca más piano”. ¡Esto no es una crítica! Es una descripción muy elemental de lo que puede escuchar en un disco. Claro, si no tienes un criterio de: ¿es esto válido? ¿Con qué parámetros, con qué ideas, lo comparo? ¿Cómo lo hago encajar en una estética, en el momento, en la trayectoria de los que están tocando? Es muy difícil decir algo coherente.

En esa misma crítica describe “una oda al arte aleatorio, ese que no entiende de estructuras formales y se rige por la atonalidad”. ¿Es eso la libre improvisación?

No, no. (Risas). Los conceptos dependen del punto de vista con el que te enfrentes a las cosas. Hablar de la música improvisada como arte aleatorio… No tiene nada que ver. Es como hablar del pescado y compararlo con un vinagre de Módena. ¿De qué me estás hablando? Sí, claro, es comida pero no es lo mismo. El arte aleatorio es históricamente otra cosa y sus pretensiones otras. El azar interviene poco. Interviene la voluntad, la memoria y el background del músico que está tocando. Interviene la visión que tiene de hacia dónde quiere llevar su discurso. Sí que hay una porción de azar pero la misma que cuando vas a coger el autobús y llegas un poquito antes o un poquito después. Tú vas a coger el autobús, tienes una determinación. El músico que sale al escenario también está determinado a hacer algo, aunque no sepa en todos sus detalles qué es lo que va a hacer. Es como con una conversación. Con la conversación que estamos teniendo tú y yo ahora no sé exactamente las palabras que voy a utilizar pero sé muy bien lo que quiero decir. Un concierto improvisado es esto. Por eso digo que la palabra aleatoriedad… Claro, se remite a la música de los años 50, a John Cage, a toda una estética y a una manera de hacer que hoy en día, simplemente, no es pertinente. Y con lo de atonal aún peor, porque es mucho más antiguo. La atonalidad se refiere seguramente al método de Schönberg de hace cien años, y es una cosa que está absolutamente superada hoy en día. Tonal o atonal, no es el parámetro con el cual se juzga una improvisación.

El domingo desayunábamos con unas declaraciones de Brian Eno en El País. Declaraciones que no son literales sino a las que el periodista da forma: “Su desprecio por el free jazz. La improvisación le parece un acomodo inconsciente de los miembros del cuerpo que hacen sonar el instrumento en las posiciones físicamente más fáciles. Pura vagancia convertida en método musical. La música requiere normas”.

No quiero meterme tampoco mucho con eso porque es una reflexión muy primaria y que parte del desconocimiento de lo que es la improvisación, de lo que es el free jazz. Cualquier banda de rock and roll lo que usa son las posiciones más acomodaticias, las que conocen desde pequeños. Son los cuatro acordes que se han aprendido desde pequeñitos y no hay más. Y esto es un poco lo que hace Eno, ¿no? Si hablamos del cuerpo del intérprete de free jazz o del intérprete de rock and roll, por muy sofisticado que sea… Es que no se aguanta por ningún lado lo que dice. Mejor dejarlo. Y es por desconocimiento. No sé. Brian Eno es una persona inteligente, es una persona que ha pintado mucho en la música en los últimos cuarenta años y tampoco quiero meterme con él por una declaración desafortunada sobre el free jazz, por desconocimiento seguramente. Porque luego tiene otras muchas declaraciones y muchas ideas que son muy válidas y que son ingeniosas. Tiene una mirada muy crítica acerca del hecho musical y sobre qué significa hacer música hoy en día. Tampoco me quisiera meter mucho con él porque no es de mi ramo, de mi familia, ni yo soy de la suya. Creo que hablamos de cosas diferentes.

Todo lo que se relaciona con el free jazz, con la libre improvisación, acalora siempre el debate. Tiende a confundirse el gusto personal con la valoración racional y objetiva de aquello sobre lo que se está discutiendo. Pocas expresiones musicales despiertan pasiones encontradas y tan enconadas como ésta. ¿Eso es bueno? ¿Es malo? ¿Ni lo uno ni lo otro? ¿Sintomático de algo?

Eso es buenísimo. Para mí es buenísimo. Significa que es una música que está viva, que aún provoca reacciones a la gente, reacciones emocionales muy primarias, muy básicas, que tocan el instinto de la gente que va a escucharla. Para bien o para mal, para que te guste o para que la odies a matar. Significa que esta música mantiene todo el potencial para revolucionar. Es como lo que pasó el otro día cuando toqué con el Free Art Ensemble, que la gente que no sabía qué iba a escuchar salió radiante, llena de energía. Nos lo decían: “¡qué energía nos habéis dado!”. Esto es la música, la música tiene que provocar estas emociones. Habrá gente que esta energía la reciba con los brazos abiertos y habrá gente para la que esta energía sea excesiva por su educación, su manera de entender la música y por lo que espera de ella. A mí me parece bien, me parece fenomenal que la gente reaccione a la música. Lo peor que puede pasar es que des un concierto y al acabar la gente aplauda tímidamente y diga: “sí, era interesante lo que hacíais”. Pero ves que no le ha tocado para nada, que estaba pensando en el partido, en qué va a cenar o cuándo tiene que llamar a José Luis. Esto es lo peor. En cambio, con nuestra música no pasa. Logra que la gente se quede ahí fascinada o salga horrorizada.

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