Aire libre de Julio entre algunas de las mejores playas y bosques de adelfas
Comenzamos el Aire Libre de julio con paseos por una costa bella pero amenazada, a través de las playas de Los Genoveses (Almería) y La Tejita (Tenerife) y de los acantilados de Maro (Málaga). Como cae el calor a plomo en estos días, no nos separamos del agua, buscamos parajes fluviales en Tierra Estella (Navarra) y los bosques de adelfas más impresionantes de la Península, ahora en plena floración. Por último, seguimos cerca de bosques y sotos de ribera para escuchar a los flautistas más naturales del verano: la oropéndola y el autillo.
En pocos sitios de la costa española he sentido una comunión tan perfecta entre playa y mar como en la de Los Genoveses, en el Parque Natural del Cabo de Gata-Níjar. Sobre todo si se habla de eso, de playa; sin que te flanqueen por detrás, derecha e izquierda grandes moles de edificios o paseos marítimos de ruido desquiciante. Playa limpia, arena fina, entorno natural y puro… Son algunos de los calificativos más utilizados por quienes hemos tenido el placer de recorrer esta bahía rematada al sur por el morrón de Los Genoveses, de recomendable ascensión hasta su mirador.
Pues bien, en Los Genoveses quieren rehabilitar un antiguo cortijo de los varios que hay repartidos por el parque natural. Hasta aquí todo bien, porque formaría parte de la recuperación del patrimonio cultural de la zona. El problema es que lo quieren convertir en un hotel de cuatro estrellas con 33 habitaciones. Es decir, lo de playa limpia y entorno natural y puro se empezaría a desvanecer. Y lo mismo le sucede a otras dos zonas litorales con igual comunión privilegiada entre costa y mar: la playa de La Tejita en la isla de Tenerife y los acantilados de Maro en Málaga. Aquí, como en Los Genoveses, hay una fuerte oposición vecinal y ecologista para conseguir que las dunas, las aves marinas, el matorral mediterráneo y el sosiego en general sigan formando parte de nuestras recomendaciones de Aire Libre y de vuestra próxima visita a estos parajes.
Las aguas de Tierra Estella
De sosiego fresquito continuamos hablando en pleno julio porque nos adentramos en el bosque de ribera del río Irantzu hasta el monasterio del mismo nombre. Estamos en la comarca Tierra Estella, en Navarra, y remontamos el río desde el pueblo de Abartzuza. La llegada al monasterio culmina un recorrido histórico-natural de los muchos que depara la zona. La caminata hasta las fuentes de otro río, el Urederra, es también casi una obligación. Por lo sensible de este paisaje, el acceso está regulado y hay que solicitar antes una reserva. Las primeras y últimas horas del día (mejor fuera de fin de semana) son las ideales, por ser menos concurridas. Atención a las aguas turquesas de varias charcas y los quejigos y hayas que las bordean. También hay remojo para quien le guste las aguas abiertas, embalsadas y más bullangueras, ya que en la misma comarca el embalse de Alloz ofrece baño y navegación. Y por supuesto, más atractivos culturales-naturales, con la sierra de Urbasa, Estella/Lizarra y el Camino de Santiago.
Bosques de adelfas
No salimos de entornos fluviales gracias a las adelfas, pero dejadme que antes os cuente algo. Estas plantas tienen unas flores preciosas (van del rojo al blanco) y en julio están en uno de sus momentos más álgidos, ya que florecen entre mayo y octubre. No nos dejemos impresionar y nos apartemos de ellas porque se tenga asumido que son plantas venenosas e incluso mortales. Claro que contienen sustancias tóxicas, pero como la azalea, la hortensia, la hiedra o el tejo, y no por ello dejamos de admirarlas de cerca. Habría que cometer la imbecilidad de comer sus hojas, flores o frutos, cosa que no haremos nunca si no sabemos de partida que es una planta comestible. Es decir, igual que con las setas.
Ahora vamos a adentrarnos en algunos ríos del sur peninsular para disfrutar de adelfales que adquieren incluso porte arbóreo.
El que más conozco es el adelfal del río Cuadros, dentro del Parque Natural de Sierra Mágina, en Jaén. Dicen que es el más frondoso y con pies más altos de España. A mí me dejó prendado el túnel que forman estas gigantescas adelfas en torno al sendero que recorre el paisaje, y sobre todo si las comparamos con las que acostumbramos a ver en parques, jardines o medianas de autovías. Lo encajonado del cauce y los cortados que lo escoltan realzan la belleza del adelfal. Sin la entidad del de Cuadros, en el río de la Miel (Parque Natural de Los Alcornocales) y en la ruta Angosturas por el río Guadalmina (Benahavís, Málaga) también se encuentran excelentes muestras de adelfares. Sin salir de Andalucía, y en plan jardines, los del Generalife de la Alhambra (Granada) se engalanan ahora, entre otras plantas, con floridas adelfas.
Las flautas de la ribera
Durante el día, la oropéndola y en el ocaso y la noche, el autillo. Con la banda sonora aflautada de estas dos especies se ambientan los paseos veraniegos entre bosques caducifolios en general, y de galería o ribera en particular. Reconocer a las aves por sus cantos y reclamos es más complicado que con la vista, quizá también porque no activamos como es debido el sentido del oído en los paseos campestres. Pero con la oropéndola europea y el autillo europeo no tiene pérdida la cosa. La primera entona unas notas aflautadas con semejanzas con el canto a la tirolesa o yodel. Si orientamos la vista hacia el lugar desde donde nos llega el tiroliro y tenemos suerte de dar con su emisor macho, la identificación será inconfundible, porque su librea amarilla y negra no la tiene ninguna otra especie.
Ahora le toca al autillo, la única especie de rapaz nocturna que solo pasa la primavera y el verano en España, incluso en parques y jardines urbanos. Aunque es cierto que es más cantarín en primavera, en pleno celo, las noches de julio me han deparado algunos repertorios con los que deleitarme, a veces combinado con el reclamo más lúgubre del cárabo. Pero también con alguna confusión con el canto del sapo partero. El del autillo contiene una nota alargada aflautada y con una cadencia más o menos de dos segundos, a veces parece un grito suave. El del sapo partero es más corto, seco y con una cadencia más irregular. El blog de Entre Pinos y Sembrados viene muy bien para diferenciar ambos cantos, así como apuntarse a alguna ruta pajarera veraniega con la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). Otra cosa es verle, porque es la rapaz nocturna más pequeña (apenas veinte centímetros) y suele mimetizarse mucho con los árboles desde los que canta.
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