Un ajuste de cuentas con mucho humor negro al Reino Unido del Brexit

La escritora Ali Smith.

Con mucho humor negro, la escocesa Ali Smith lleva a cabo en ‘Otoño’ un ajuste de cuentas con un ‘dickensiano’ Reino Unido al que considera hecho pedazos. Un ambiente de decadencia moral y política con el contrapunto de una intensa y larga amistad no entendida. Para ‘The New York Times’, fue uno de los 10 mejores libros de 2017.

Podría empezar de muchas maneras este texto porque las posibilidades que ofrece Otoño, de Ali Smith (Inverness, 1964), son infinitas, pero es de justicia comenzar diciendo que Otoño es una metáfora de valor incalculable y una lección de honestidad auspiciada por el humor (siempre negro) y la imaginación.

Daniel Gluck y Elisabeth Demand exhalan pulcritud narrativa por cada uno de sus imaginados poros. No hay palabra que salga de sus bocas que no sea un animal exacto y hambriento. Ambos son memoria y futuro, no he visto jamás un personaje tan quieto como Gluck y que a la vez sea capaz de ejecutar movimientos tan certeros, tan enérgicos, tan completos.

Otoño habla de la enriquecedora amistad entre un hombre mayor y su pequeña vecina (y le tapa con cada párrafo la boca al mismísimo Nabokov), sobre los amores imposibles y el rastro que dejan en el futuro de quien no es correspondido, sobre la lealtad y su piel indeformable. Habla de una grieta exenta de poesía que habría dejado mudo al mismísimo Leonard Cohen, habla del abismo en que Gran Bretaña susurra sus cuitas después del verano del Brexit. Una novela que habla de la Historia reciente de un país y que para ello cincela a dos personajes de inteligencia electrizante:

“Hola, dijo él. ¿Qué estás leyendo?

Elisabeth le mostró la manos vacías.

¿Parece que estoy leyendo algo?

Siempre hay que leer algo, aunque no leamos físicamente, dijo Daniel. Si no, ¿cómo leeríamos el mundo?

Imagínatelo como una constante”.

Smith consigue que su narración sea desasosegante. La barbarie que narra entre sus páginas, el descontrol, la ambivalencia política y social. El desafío inteligente y contumaz al equilibrio emocional del Impero Británico, lo que subyace bajo las conversaciones entre Daniel y Elisabeth, la imaginación penosa de su madre, su control dañino y caprichoso sobre la vida de su hija mantienen al lector en un inagotable estado de alerta.

La pátina de imaginación con que Smith cubre sus reflexiones emana ácido y cinismo en dosis idénticas. El dibujo de las siluetas de sus protagonistas es una miscelánea trasgresora que cautiva a quien lee. Su sarcasmo es una oración que nos devuelve a la lucha, que revoluciona como si fuese el motor de un fórmula 1 la lucidez del espectador.

Sus interminables y cáusticos juegos de palabras vivifican y dinamizan la desazón de la narradora, su lengua es libérrima.

Tanto que consigue que este libro sea una hecatombe sostenida sobre pegadizos estribillos.

El escepticismo visceral de la protagonista es hipnótico. Denuncia acoso y persecución, y narra que en un siglo donde debería primar la libertad y el bienestar se colocan vallas electrificadas, los muertos comparten playas con los vivos, se escriben en los muros de la calles epitafios nada corteses para los migrantes y todo lo que nos rodea huele y aprisiona como el aliento viciado y oscuro que envuelve las paredes de una caverna:

“Es la única responsabilidad que tiene la memoria, le dijo. Pero la memoria y la responsabilidad no se conocen. Se ignoran. Y la memoria siempre acaba haciendo lo que le da la gana”. 

Smith transmite en esta novela una justicia detallada de todas las injusticias. Hace una valoración exhaustiva de un país que no sabe, y no sabrá nunca, reinterpretarse, un país que se convierte en un lodazal de intransigencia y odio. Smith es inmisericorde con los ingleses. Es una maravilla cómo relaciona la Inglaterra del Brexit con la Inglaterra del caso Profumo de los años 60 (el ministro de Guerra, la corista y el espía soviético). Cómo perpetua su provincianismo, la historia de amor tardío entre la madre de Elisabeth y Zoe, una ex niña prodigio de la televisión, es una prueba de fuego a ese respecto. Cómo construye ese paralelismo en el que está claro que sus acróbatas desparramarán sus sesos sobre la blanca pista del circo. Explica con una maestría absoluta cómo la venganza personal o política puede cambiar el rumbo de una nación. Cuenta un pasaje de la vida de Christine Keeler en el que deja claro que si tu padrastro aplasta de un pisotón a tu indefenso ratoncito de campo, a tu mascota, después a ti no te quedará más remedio que aplastar al gobierno de tu país.

Otoño es sin duda una historia de sublimes obsesiones, de obstáculos con partida de nacimiento que impedirán a los protagonistas la llegada de su auténtica vida una y otra vez.

Otoño es una narración construida a dos velocidades, la que implica la esperanza y la que imprime el fracaso.

Una reverencia absoluta al feminismo útil y un homenaje hermosísimo a Pauline Boty, fundadora del movimiento Arte Pop británico. A su vida, a su prematura muerte, a su corto, pero fascinante balance vital.

No dejen de leerla porque Otoño es un nido de belleza prieta. Un cuchillo que te parte en dos. El descenso a los infiernos de un país que siempre ha estado pegadito a la boca húmeda y permisiva del cielo. Y es además el comienzo de una tetralogía que nos convertirá en aventajados contorsionistas.

‘Otoño’. Ali Smith. Nórdica Libros. Traducción de Magdalena Palmer. 235 páginas.

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