Alberto Conejero actualiza el amor insaciable de Aquiles y Patroclo

Menelao llevando el cuerpo de Patroclo. Copia de un original griego en Florencia.

A partir de la ‘Ilíada’ de Homero, Alberto Conejero, premio nacional de Literatura Dramática en 2019, compone ‘En mitad de tanto fuego’ un alegato contra las guerras y a favor del deseo y la pasión, encarnados por la historia de amor de Aquiles y Patroclo. Como dice la editorial, Dos Bigotes: “Es también una obra para contar la historia de otro modo e imaginar otro futuro posible, el rescate de una alegría posible”. Y como dice el autor: “Yo no estoy aquí para hablar del ‘compañero devoto’, ni del ‘más querido entre los soldados’, yo estoy aquí para reventar los eufemismos, para hablar del amante insaciable”.

Le confieso que caí profundamente enamorada de su narración desde la primera página. La contundencia de esta elegía de cuerpo clásico y brutal actualidad hipnotiza y subyuga a quien lee. Se pega a la memoria. Es profunda, vivaz, plural, inclusiva y de una exclusividad lírica que, sin embargo, no le pertenece a la poesía strictus sensu. Es un prodigio de potencia narrativa. Una conversación ilimitada entre el deseo y la razón que jamás resuena como un duelo en la memoria del lector. Se presiente en cada página la firmeza de su escritura, pero también se presiente el anhelo de esa zozobra que sacude con tanto ímpetu ‘En mitad de tanto fuego’. ¿Su texto es el de un narrador orgulloso de ser falible o es la falibilidad una impostura para asentar y contemporizar la atormentada diatriba de su protagonista?

Le agradezco sus generosas palabras y le confieso las muchas dudas que me acompañaron durante su escritura, algunas de las cuales persisten hoy día. Fui acopiando los materiales para la escritura de esta obra durante años porque considero que es un texto de textos extraído de la cantera inefable de la literatura. En su composición también fueron decisivas las estancias en Grecia. Algunas imágenes son la transliteración de aquellas encontradas en los museos, en los puertos, en las montañas de Grecia. Sin embargo, la escritura definitiva del texto, y aquí está el corazón de la respuesta, sucedió en un solo mes. Y tuvo algo de febril y de sonámbulo porque empezaban los ensayos y había que entregarlo. Al terminarlo caí enfermo. Sentí lo que esas jornadas maratonianas de escritura le habían hecho al cuerpo.  Y apareció esa escritura falible, vulnerable, pero también sensorial e incendiaria, como lo es el propio Patroclo.

Usted no escatima en violencia estética ni en perseverancia ética: “Hay quien dice que fueron las moscas y los cuervos quienes escribieron los versos de esta historia; porque son los primeros en tocar los cuerpos que acaban de convertirse en cadáveres”. Pero no las vulgariza, sino que hace de ellas dos de las caras más integras e intimidantes de la belleza. Habla de amor, y en su idealización  muestra la verdad del mundo actual, inocula cada frase con el veneno que recorre el cuerpo del siglo XXI y, aun así, su narración no pierde ni estructura ni su eco clásico. Nombra, sin necesidad de incurrir en la demarcación histórica, todas las palabras belicosas que hoy recorren las calles, los despachos de los mandatarios, los de los verdugos, etc… sin perder la silueta que Homero escogió para su eterno poema. ¿No temió en ningún momento que ese respeto reverencial que se debe tener por una obra sometida a tantas maniobras estéticas a lo largo de los siglos mermara a ojos del espectador el intrínseco valor que lleva implícito su modo de encarar una obra que la mayoría del público encuentra ya anclada en un mar del que se han olvidado los más avezados turistas? ¿No sintió miedo al tomar conciencia del cuerpo emocional que ha resultado de su arriesgado experimento?

Siento una profunda devoción por la Ilíada. Es uno de los textos con los que tengo una relación más íntima y sostenida en el texto. Sin duda es por mi amor y trabajo con la tragedia griega. Esquilo, Sófocles y Homero también se asomaron a este texto fundacional desde una absoluta libertad creativa. La Ilíada está en todas partes, no sólo en esos 24 cantos atribuidos a Homero. Es una constelación de lo humano que hace gravitar poemas, canciones, cuadros, obras de teatro, óperas, etc… Mi texto parte del canto XVI de la Ilíada, pero no pretende ser una versión ni una reducción, sino un texto nuevo que dialoga con sus antecesores con el compromiso que sólo es posible desde la libertad.

Otro de los platos fuertes de ‘En mitad de tanto fuego’ es la efervescente verosimilitud que ofrece el yo de su protagonista. Holla el presente desde el perfecto eco del pasado que usted ha construido para él. Y esa contradicción es un rico caldo de cultivo para quien recibe las dudas y pasiones de su narrador, para quien paladea las glorias verbales de su entrega y de su necesidad de salvar al amante. ¿No pensó mientras escribía que esa vehemencia al querer redirigir el destino de su amante podría hacer de él un dios ridículo que con sus megalómanos movimientos aplastase sus maravillosos versos?

Patroclo intenta algo que es casi imposible y es esa grieta que abre el casi la que más me interesa. Esa confianza que sólo tienen los enamorados y los santos en que el deseo puede mover montañas, detener ejércitos, salvar a los moribundos. Una fe que se mueve entre lo sublime y la posibilidad del ridículo. Patroclo siente –y el verbo es precioso– que puede detener la profecía, que ninguna lanza alcanzará el talón de Aquiles y que logrará borrar el nombre de su amado de las nóminas de héroes de guerra, de los lienzos, de las enciclopedias. Y si lo siente, es verdadero, aun cuando es casi imposible…

El escritor Alberto Conejero.

También hay que poner de manifiesto la brutalidad de sus paralelismos. Esas personificaciones que incurren en una grandeza que hiere. ‘En mitad de tanto fuego’ es un altavoz de garganta herida. Un manifiesto contra la intolerancia, contra la guerra, contra la muerte, y a favor de la inocencia que siempre enarbola el que canta la verdad sin la necesidad de querer ser coronado como héroe:

“Mi padre trató de enderezarme, de instruirme, corregirme, como quien se empeña en darle forma al viento. Era un raro destinado a la nada”.

Sus palabras son crudas, límpidas, arañan, pero se nota enseguida que las heridas que usted quiere que dejen sus sombras no nacen de la premeditación. ¿Cuánto tiempo de preparación, de reflexión y de empatía necesitó para asumir la necesidad de no autocensurarse?

A veces me han preguntado por qué no escribo desde el presente, sobre asuntos o personajes “más actuales” y respondo siempre que para mí Patroclo es una figura del presente, como lo son Montgomery Clift, Antoni Benaiges o Josefina Manresa. Son, en cierto modo, mis semejantes y, desde luego, mis contemporáneos. No es necesario subrayar por qué he escrito esta historia de un desertor enamorado, de un raro que hace de esa condición su fortaleza, su lugar en el mundo, su derecho de pertenencia a una genealogía de criaturas extrañas, singulares y poderosas. Patroclo es aquí el soldado de Homero, y el niño marica del último pupitre, y el desertor iluminado capaz de romper la promesa soberana de la patria y de la gloria, y el amante devoto colmado de deseo, y el compañero que espera inútilmente el regreso del amado como quien reclama en vano la presencia de un dios o de Dios. Y nada de lo anterior me es extraño como nada de lo que soy le es extraño a Patroclo…

Para acabar con el mundo, te dije: sólo es necesario romper un corazón”. Hay tanta legitimidad en sus reflexiones, tanta destreza en sus cálculos emocionales que, mientras se avanza en la lectura, se desea atravesar la barrera del tiempo para anidar en la tragedia que ofrece ‘En mitad de tanto fuego’. ¿Cuándo supo que necesitaba esa conexión con lo remoto para que su obra latiese de la manera genuina en que late?

Como le he dicho, la escritura del texto tuvo más de estallido que de geometría. Aparecieron frases maceradas durante los meses de investigación. Algunas son de otros autores, reclamadas por la condición nigromante de Patroclo, que se mueve entre los vivos y los muertos, entre el recuerdo y la esperanza. Es una voz, sí, que entrelaza y galvaniza lo profano y lo sagrado. Y recuerdo aquí lo que dijo Unamuno de buscar cuanto de eternidad hay en nuestra carne. Estoy citando de memoria, pero sin duda es el sentido. Patroclo es el fantasma y el nigromante, es el rapsoda y lo que canta el rapsoda,  es el soldado y el desertor, y en su intento de religar lo vivo y lo muerto es un místico.

Su texto está en plena y venturosa sintonía con la gran Anne Carson y con su devoción por atravesar el presente con las incandescentes maneras de lo clásico. ‘En mitad de tanto fuego’ se hermana de manera profusa con ‘Eros dulce y amargo’, el emblemático libro de la poeta canadiense, pero también con su libérrima interpretación de la guerra de Troya en ‘Norma Jane Baker de Troya’. Ambos promueven a través de sus libros la necesidad de trasgresión, la monopolización de lo moderno. ¿Tomó como referente a Carson por ese afán suyo de volcarse sin límites en lo dramático y, aun así, componer obras que son un festín de cinismo?

De hecho, uno de los cantos de la pieza se titula Eros dulce y amargo para evidenciar la influencia directa de la obra de Carson, y no sólo del ensayo citado sino también de poemarios como La belleza del marido o de su aproximación a Troyanas o Bacantes. Me fascina la capacidad que tiene Carson de enlazar tiempos, lenguas, citas, diversos registros del lenguaje hasta hacer aparecer una obra singular que le pertenece y, a la vez, es una estratigrafía de sus pasiones como lectora.

Hay un párrafo en la página 29 que comienza así: “Yo… te pido, Aquiles, que aparezcas y levantemos pedestales para los pájaros que no han ido a la universidad”, y que, mientras se avanza en su lectura, se convierte en una declaración de intenciones y en la sangre que alimenta el corazón de esta apasionada obra. Un párrafo que no voy a desvelar porque entre su piel usted señala la ubicación de todos los callejones sin salida que incluye el podrido callejero del siglo XXI. Intuyo que esas líneas convocaron al resto de palabras que forman ‘En mitad de tanto fuego’. ¿Es acertado mi presentimiento? ¿Es ese párrafo la fuente de la que beben todas sus imágenes, todos los ruegos de su protagonista?

El Canto III al que pertenece el párrafo que cita es, de algún modo, el corazón político de la obra porque despliega la posibilidad de otro mundo para Patroclo y Aquiles, y junto a ellos para todas las vidas –del pasado, del presente y del futuro– que reclaman dignidad y alegría para su existencia. No se equivoca al señalar que es el pulso vivísimo de Patroclo, la esperanza –viva, resentida, ardiente– que mueve al personaje a contracorriente, remontado el río sangriento de la historia hasta el origen inocente del cauce.

Tampoco se olvida de Cernuda y de su libro ‘La realidad y el deseo’. Y usa su eco y versos como estos: “Y qué importa la gloria, / qué importa el futuro, el honor y la fama / si tu cuerpo está lleno de raíces y hormigas” para asegurarse la arrolladora verosimilitud del texto. ¿Por qué la serenidad lírica de Cernuda y no la autoexigente vehemencia de Lorca?

No intento nunca amagar la influencia decisiva que Lorca tiene en mi escritura y en toda mi existencia, pero es que a la vez Lorca es un tornadizo de muchísimas voces y tradiciones. Me atrevo a señalar el parentesco de los versos que cita con el espíritu de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Aunque es cierto que Cernuda está muy presente en esta obra y su conciencia de que el amor intenta, una y otra vez, llenar de eternidad lo que es efímero.

El dolor se vuelve multitudinario en su texto. ¿De dónde mana la contundente polifonía del yo que narra el libro? ¿De la lectura de autoras como Duras, Yourcenar o la mismísima Safo?

Sin duda, sin duda. Toda la poesía de Safo, los Fuegos de Yourcenar están en esa cantera inefable a la que me refería al principio de esta conversación.

Para terminar me gustaría agradecerle que haya escrito ‘En mitad de tanto fuego’. Que se haya ceñido tanto a la realidad que necesitaba esta narración. Que haya sabido acoplar la monumental filosofía que contienen sus páginas con la ardiente humildad y humanidad de su protagonista. Que un canto casi fúnebre acabe revertido en una exuberante y prolija canción de amor y, al mismo tiempo, en una nana capaz de adormecer las duras profecías que irán cayendo sobre los años que nos queden por vivir.

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Comentarios

  • Los 20 libros LGTB+ que más nos emocionaron en 2023

    Por Los 20 libros LGTB+ que más nos emocionaron en 2023, el 16 enero 2024

    […] pasión, partiendo de la historia de amor de Aquiles y Patroclo. Como el propio Conejero nos contó en esta entrevista , Patroclo es “el niño marica del último pupitre (…) y el amante devoto colmado de deseo, y […]

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