Alberto San Juan lleva al teatro la España de los machirulos 

Alberto San Juan, con sus músicos, en ‘Macho Grita’.

Sobre el escenario, un macho. Tan pronto es Don Juan Tenorio como su competidor Luis Mejías. Disputan cuántas mujeres han violado y cuántos hombres ha matado cada uno. Don Juan gana por goleada. Es la obra ‘Macho grita’ que el actor y dramaturgo Alberto San Juan –ahora de plena actualidad también por dar vida a Balenciaga en la serie sobre el maestro de la costura– tiene en cartel en el Teatro Pavón de Madrid, una crónica histórica en forma de comedia musical que nos interpela sobre ese concepto de ‘ser español’ que va mucho más allá del lugar donde se nace.

“Nace de mi propia ceguera sobre la historia de España”, nos dirá, para durante las dos horas siguientes mantenernos atentos al relato de un pasado que ha sido invisibilizado y que nos pone delante, a golpe de reflexiones de grandes personajes de nuestra cultura y de cuestionamientos sobre lo que somos y cómo “nos despedazaron” hace 500 años para dejarnos mutilados. Todo trufado de las intervenciones de la banda que le acompaña (con Claudio de Casas, Miguel Malla, Gabriel Marijuán y Pablo Navarro) y aderezado con esa capacidad que tiene para hacerse con el público desde el primer minuto hasta el último.

¿Cómo surgió la idea de hacer un texto como ‘Macho grita’?

Nace, como todo lo que he escrito en los últimos 10 años, de mis ganas de convivir con los demás, deseo en el que uno se enfrenta con problemas para escucharnos y tolerar al que es diferente. Y me pregunté de dónde viene esto. Perseguir al diferente es una dinámica funcional al poder, que culpa a las minorías oprimidas para eludir responsabilidades. Al mirar hacia atrás, un caso evidente es la dictadura franquista, pero hubo un shock previo en 1492, cuando se prohibió, no solo la religión judía y la islámica, sino la cultura que había y con ella la música, la danza, los vestidos, los guisos… Y nos dijeron cómo había que vestir, hablar, cocinar, leer y hablar una lengua y hasta cómo teníamos que lavarnos. Pero al uniformizarse, la vida se empobrece. De esto va la obra, que hace un salto a ese periodo y establece líneas hasta el presente.

¿Cómo de un pasado de convivencia llegamos al ‘macho’ ibérico, blanco, racista e intolerante?

No se trata de una persona, sino de un sistema de poder basado en la voluntad de dominio, un sistema dogmático y depredador que históricamente ha sido ejercido por hombres, pero también pueden serlo por mujeres, como Isabel La Católica. Es el sistema racista y machista en el que me he criado, así que en cierto modo lo soy; y quiero dejar de serlo, aunque no sé si lo conseguiré. La obra la escribí en un diálogo con tres personas: la doctora en Historia Medieval Esther Pascua y dos sociólogos, Ángel Luis Lara y Fernando Guerrero. Fue Lara quien me escribió que las fosas donde siguen sepultados tantos cuerpos republicanos comenzaron a cavarse en 1492, que la identidad nacional española es fruto de una amnesia impuesta por la violencia y una política del miedo que tienen sus bases en el siglo XVI.

También Juan Goytisolo decía que una misma línea une a judíos, moros, protestantes, liberales del XIX, republicanos, socialistas, homosexuales… Son las minorías encuadradas en el concepto de la anti-España. No hay que olvidar que antes de ese 1492, musulmanes, judíos y cristianos eran igual de hispánicos, y desde entonces se impuso que solo lo fueran los cristianos. La sociedad se volvió intolerante y llegó la Inquisición para consolidar esa persecución al diferente. Pero la patria es el lugar donde vives, donde te crías y creces. Ahora, Europa entera es racista. Hubo disturbios en Francia en otoño pasado y los medios hablaban de inmigrantes de cuarta generación. ¿Pero eso qué es?… Serán franceses.

Este concepto de español se construyó desde el poder, se impuso de arriba abajo y, señalas en la obra, nos despedazó, nos quitó parte de lo que éramos. ¿Cómo ha sido posible ese olvido histórico que ahora nos pones delante?

Ha habido muchos casos así. Un ejemplo claro es lo que ocurrió en Estados Unidos. Todo el cine de vaqueros que yo amaba y amo, el western clásico, justifica el genocidio de las poblaciones originarias de América del Norte. Es como si Hitler hubiera ganado la Primera Guerra Mundial y hubiera habido un Hollywood que hiciera un cine espectacular para justificar el Holocausto. Me encanta John Ford, pero tiene una terrible responsabilidad al justificar el extermino. Pero es que el poder siempre genera mitos para justificarse y mantener un sistema de privilegios.

Ahora mismo el mito de esa España y ser español sigue vivo, se ataca a los inmigrantes o a quien no comparte esa idea de país ‘macho’. ¿Cómo lo vives?

Yo me siendo profundamente español, pero es algo que no tiene nada que ver con la bandera o el himno. Es el lugar donde me he criado. Me emociona escuchar un pasodoble, un cocido madrileño o pasear por la Pedriza. Otra cosa son las atrocidades hechas en nombre de España. No sólo en la dictadura, sino también en nombre de la democracia, que es el único sistema viable para la supervivencia, aunque hay que definirla. De hecho, Macho grita es una obra de amor a España, ahora bien, entendido como un país diverso, mestizo, no con una sola versión de lo que somos.

¿Por qué elegiste el mito de Don Juan entre todos los de nuestra literatura?

En realidad, fue a iniciativa de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que coproduce la obra conmigo. Completaban su programación de la sala grande con otras obras que están en diálogo con ellas y me propusieron hacer algo sobre Don Juan, un ejemplo de dominador y tirano, aunque también de rebeldía frente al poder.

No queda fuera tampoco de tu repaso el descubrimiento de América. ¿Cómo nos influyó en esa construcción del mito español?

La influencia directa es que proporcionó el oro y la plata, el que robaron allí los castellanos. Con Felipe II, esas riquezas permitieron construir el imperio, pagar ejércitos con los que arrasar lugares y matar gentes. También sirvieron para crear una mística de la España imperial fuerte, macho, entendido como algo positivo, aunque fue terrible. Aquello fue fundamental en la construcción de esa idea de Occidente como expresión máxima de la civilización, pese a la violencia que genera en el resto del planeta. Y el fascismo español ha reivindicado con razón esa España como cuna de la civilización occidental, del colonialismo moderno, porque se extendió al continente. En el caso de la Corona de Castilla, se hacía en nombre de la cruz; en el siglo XIX, Inglaterra lo hizo en nombre de la ciencia, pero era lo mismo: matar y robar.

¿Ha habido algún momento en el que nos hemos podido alejar de ese mito uniformizador?

En las Cortes de Cádiz en 1812. Los diputados que representaban a los territorios de Ultramar de Latinoamérica reivindicaron tener una relación de igualdad y que España fuera tanto la peninsular como todo lo demás, que la capital rotara de lugar, y pudiera ser Madrid o Buenos Aires. Eso hubiera formado una cultura nacional más diversa. También la II República de Manuel Azaña pudo ser un momento. Recordemos que la Constitución de 1931 es más moderna que la actual de 1978: declaró la neutralidad del país en cualquier guerra y separaba totalmente Iglesia y Estado.

500 años después, ¿en qué momento estamos ahora?

Frente a la crisis de 2008, que llega aquí en 2010, la sociedad española tuvo una respuesta ejemplar, que fue el 15-M: bajó a la plaza a conversar sobre cómo hacer para vivir mejor y pidió más democracia y señaló a los dueños de los grandes capitales como responsables de la crisis, en connivencia con los políticos de los principales partidos. Pero desde entonces hay una política de Estado y de los grandes medios para dar vuelta a la situación y culpar, como siempre, a las minorías oprimidas, sean ahora inmigrantes u okupas. Según el CIS, también al feminismo. Recordemos que la manifestación masiva de 2018 puso en evidencia al poder machista, que llega al asesinato, y ahora resulta que un 44% de hombres jóvenes piensa que la reivindicación ha ido muy lejos y creen que son víctimas de la violencia de las mujeres, algo fuera de la realidad.

También están contra los pobres que cruzan el océano jugándose la vida, no contra los ricos que acumulan a costa del saqueo generalizado. Tras esa última crisis, hubo un tremendo avance en movimientos de emancipación, pero ahora vivimos la reacción del sistema, del poder capitalista, al verse en problemas, lo que ha generado el fascismo. Ocurrió tras la crisis de 1929 y ahora vuelve. Lo que pasa es que ahora hemos llevado al ecosistema al borde del colapso y estamos ante una cuestión de supervivencia de la especie, no sólo de justicia social. Por ello el título Macho grita: porque es costumbre levantar la voz para acallar a los demás y porque es el grito de agonía de un tiempo macho que se ha acabado. Otra cosa es que en su fin arrastre a la especie humana. Lo macho tiene ahora mucho que ver con un crecimiento material sin límites, que ha topado con los que sí tiene la naturaleza. Es una carrera suicida. Igual sigue existiendo 50 años, pero tiene los días contados.

¿Y en ese panorama cómo ves el mundo cultural?

Una gran noticia es el cine y las series de televisión que se hacen. Ahora el cine español tiene un movimiento fuerte de mujeres jóvenes catalanas excepcional, muy bueno. Y lo mismo pasa con la música, con tantos artistas que ponen su atención en la tradición popular para realizar algo nuevo y actual. El impulso de emancipación frente a la imposición existirá mientras exista el ser humano.

‘Macho grita’ se representa en el Teatro Pavón de Madrid hasta el 27 de febrero. 

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