Rafael García Maldonado: “Nuestros alcaldes no leen a Hegel, ni siquiera a Paulo Coelho»

El escritor Rafael García Maldonado.

En el mapa de la imaginación, el escritor y articulista Rafael García Maldonado ha creado Majer, un territorio literario que le permite explorar el enigma y el misterio de la existencia, un espacio donde forja un estilo y una voz propia, con ecos de Juan Benet, Onetti o Faulkner. Adicto a la provocación, sus artículos no dejan indiferente al lector, como aquella carta antitaurina que se hizo viral en ‘El Asombrario’. Y algo tiene claro sobre la triste realidad que nos circunda: “Nuestros alcaldes no leen a Hegel, ni siquiera a Paulo Coelho”, sentencia.

García Maldonado, farmacéutico de profesión en Málaga, acaba de publicar su primer libro de relatos: Cuaderno de incertidumbre (Editorial Anantes). Sostiene una teoría: la profesionalización de la literatura termina afectando a la calidad de las obras que se publican. “Conrad fue marino, Lobo Antunes psiquiatra, Pessoa oficinista, Miguel Torga otorrinolaringólogo, Benet ingeniero de Caminos, León Felipe boticario… No creo que la experiencia vital que ellos tuvieron la tenga el que se levante y en pijama y pantuflas eche a volar la imaginación únicamente, por mucha que tenga”, asegura.

Trabaja en un ensayo novelado sobre Juan Benet y publicará nueva novela en primavera. Le apasiona la Guerra Civil, un conflicto bélico que está muy presente en su escritura y sobre el que seguirá trabajando. Cree que España es un país extraordinario aunque “históricamente enfermo”.

Conocemos bien Macondo, Comala, la onettiana Santa María, Región… y ahora Majer, ese pueblo que has trazado en el mapa de la imaginación y donde la saga de los Rey viene ejerciendo la medicina desde hace “varios interminables y ultrajados siglos”. ¿Se crean estos territorios literarios de ficción y autoficción para huir de las sombras de la realidad, para no imitar la vida, para desarrollar un estilo propio sin injerencias y opiniones sobre lo que es y no es verdad?

Realmente sí, por un poco de todo eso. Yo debo mucho a los autores de los territorios que citas, sobre todo a Onetti y Benet (y a Faulkner, que es mi oráculo), menos a García Márquez. Sin haberlos leído no hubiese escrito una palabra. Y sí, creé Majer fundamentalmente porque no quería que ocurriese lo que por desgracia me ocurrió en la primera novela, que siendo una ficción hubo gente que vio contenidos reales. En Majer nadie puede decirme que tal o cual personaje es primo de su tío o que tal acontecimiento histórico no ocurrió de la manera que yo lo cuento. Majer es un territorio de la imaginación, pero Ismael –el protagonista de Moby Dick- dijo que eran ésos los únicos territorios que existen en realidad. Yo estoy convencido de que es así, por eso no creo que salga demasiado de Majer a la hora de escribir novela o cuento. Por otra parte, la realidad cruda es muy aburrida y a su vez muy desagradable, muy terrorífica. A mí lo que me gusta es el enigma, lo que no baña la razón, el misterio de la existencia, lo desconocido. Dar con un estilo que te permita explorar, eso es la clave, como dijo Benet, pero cuando se da con él todo fluye, inspiración incluida.

Sostienes, entre otras, una teoría literaria: los escritores que escriben mientras se dedican a otra cosa –en tu caso eres farmacéutico-, los escritores que escriben para sí mismo, sin pensar en los lectores o en lo que pueda pensar la crítica, desarrollan una escritura en estado de gracia permanente frente a esos que aparcan sus profesiones y se dedican a vivir de la literatura de pleno, y comienzan más a pensar en el mercado literario, en número de lectores, que en proteger su estilo…

Estoy convencido. Profesionalizar la literatura lleva aparejado una menor calidad en las obras, por dos cosas fundamentales. Primero porque si desde por la mañana te dedicas a escribir es que, de alguna forma, has dejado de palpar la vida real de un trabajo convencional, que a veces son muy aburridos y a menudo duros, pero es allí donde la vida lo golpea a uno, donde se relaciona con otros –con sus problemas, con sus alegrías- y donde en definitiva suceden las cosas que luego llenan las obras de experiencias interesantes. Conrad fue marino, Lobo Antunes psiquiatra, Pessoa oficinista, Miguel Torga otorrinolaringólogo, Benet ingeniero de Caminos, León Felipe boticario… No creo que la experiencia vital que ellos tuvieron la tenga el que se levante y en pijama y pantuflas eche a volar la imaginación únicamente, por mucha que tenga.

Y segundo, porque para vivir de la literatura tienes que vender muchos libros (o trabajar en 18 medios de comunicación, quedándote el mismo tiempo libre que a un físico o un médico), y eso implica gustar mucho a un público muy amplio. Sólo un iluso –o un tonto- cree que obras literarias del tamaño de las de Onetti darían para vivir. El uruguayo, lógicamente, vivió en la semiindigencia acostado en una casa humilde de Madrid, viviendo de la caridad de los amigos, que le daban encarguillos para comer, porque vendía muy poco. Pero fue el más grande. En el caso contrario está el premio Cervantes nuevo, Mendoza, que escribió obras maestras cuando vivía de su trabajo de abogado y traductor (mi favorita es La ciudad de los prodigios), y que hizo un bodrio tras otro cuando decidió vivir muy bien de sus libros. Por desgracia, la alta literatura vende muy poco. Pero siempre fue así.

El escritor Juan Benet, que, por cierto, fue funcionario del Ministerio de Obras Públicas, al igual que otro escritor, el madrileño Juan García Hortelano, ejerce una interesante influencia en tu escritura literaria, no ya sólo a la hora de que hayas creado un espacio literario al estilo de Región sino también en las referencias al autor a través de las citas, tanto al comienzo como al final de tu nueva obra, donde leemos: “La depuración del estilo aumenta con la entrega a la incertidumbre”. ¿Qué puede entenderse hoy por estilo o por buen estilo literario?

En efecto, la influencia de Juan Benet ha sido y es fundamental en mi andadura literaria. Descubrirlo a él fue para mí como para él fue descubrir a Faulkner, un auténtico flechazo, una conmoción. De hecho, hoy día trabajo en un ensayo literario sobre él, una suerte de biografía novelada que espero terminar antes de 2018. Benet apostó muy claro –desde la independencia que le daba tener una profesión sólida, científico-técnica y bien pagada- por el estilo, por esa vocación del escritor perdida entre el costumbrismo rancio y el realismo social más tardíamente. Él se dio cuenta de que en España ya no se apostaba por el estilo sublime –la belleza, la cadencia, la musicalidad, la metáfora, la adjetivación rica, el pensamiento, el misterio- y a ello se ciñó, haciendo una obra colosal y variada, tanto de ficción como de ensayo.

Hoy día los escritores de mi generación, en su mayoría, están de nuevo en el realismo social (¿cuántas novelas van ya de desahucios, feministas y mujeres maltratadas?; eso es sociología, no literatura) y en el costumbrismo (¿cuántos libros sobre la vida en Malasaña y en el barrio Chino de Barcelona?), y no veo dónde está el estilo noble y poderoso que hace grande la tarea literaria. A mí, lógicamente, me gustaría tener más lectores, pero eso no me preocupa, y decidí apostar por el estilo y el enigma, por aquella literatura que además de belleza lleve aparejada una meditación sobre el alma humana.

Ricardo Piglia, en ‘La forma inicial’, asegura que habitualmente lo que hacía era descubrir cómo era la historia a medida que la escribía y añade que a veces desarrollaba varias versiones hasta definir la trama. En tu manera de escribir, ¿vas del estilo a la historia?

No, no llego a eso. Yo sólo escribo, el día que escribo, que no son todos, una o dos horas. Tengo mi trabajo y tengo antes la lectura: yo soy un lector, yo disfruto más leyendo, mucho más. Pero durante el día voy dándole vueltas a lo que tengo entre manos, de modo que cuando me siento sé bien lo que voy a poner, otra cosa es que luego me guste el resultado. Volviendo a Piglia, diré que sí. Verás, yo no sé de dónde sale lo que hay en mis libros, no recuerdo nada casi, una cosa muy rara. No sé de donde sale la voz que escribe mis libros, y por eso me entusiasma esto, porque me abre la puerta al corazón de las tinieblas que tengo en alguna parte, a las profundidades de la psique. Volvemos al enigma, porque todo, desde que te levantas hasta que te acuestas, es un enigma, incertidumbre, un sinsentido. La razón sólo me interesa para mi trabajo y para que no nos matemos unos a otros. La inspiración es el estilo, ciertamente.

¿Es éste, tu primer libro de relatos, un deseo de explorar nuevas formas, una manera de salir de esas restricciones que envuelven a un solo género o a un género como la novela?

Pues no sé, porque creo que en la novela cabe todo, siempre que sea con literatura y no con páginas inanes. Hace poco creía que si seguía escribiendo sólo escribiría novelas, pero de repente tengo dos novelas, una tercera que se publicará en primavera, un libro de cuentos y escribo un ensayo actualmente. Además de los artículos de prensa, donde me siento muy cómodo y que me son muy gratos por las polémicas que suscitan y por el público tan grande al que llegan. Me he hecho adicto a la polémica…

Leyendo por primera vez el título de tu libro, ‘Cuaderno de incertidumbre’, puede pensarse que estamos ante un ensayo o una recopilación de artículos, máxime cuando sabemos que el autor es un avezado articulista en diferentes medios. ¿Qué incertidumbres de lo real te trastocan el sueño, la serenidad, el día a día?

Sí, claro, ese título hoy día se presta a confusión. Pero no, yo soy optimista, vamos a mejor, a mucho mejor. Lo de Trump y los populismos, la crisis, el Daesh, etc… son horribles, pero son turbulencias, el progreso es imparable. Digo a mejor y hablo de datos de pobreza, de esperanza de vida, alfabetización, paz, etc. Mis dos abuelos combatieron pegando tiros en la guerra civil, uno en Córdoba y otro en Teruel, ¿cómo me voy a quejar yo? Me apasiona la historia, también la bélica, y como estudio a fondo eso sé que estamos en el mejor momento de la humanidad. Preguntémosle a una mujer, a un homosexual o a un enfermo crónico en qué época preferiría vivir.

Otra cosa es la decadencia de Occidente como faro cultural, eso sí me deprime mucho. La poca importancia que se le da a la cultura, a las humanidades, al cultivo del espíritu… Pero no están los bárbaros tan cerca, todavía le queda resuello a Occidente, al menos a la vieja Europa.

Por cierto, ¿hacia dónde va el mundo con Trump?

No sé si el mundo va o viene, ni siquiera si existe más allá de mi consciencia, pero la democracia es también que gane Trump. Me parece un tipo bastante impresentable, soez, inculto, fanfarrón y chovinista. La conclusión que saco es sencilla: la mitad del pueblo americano también lo es.

Hablando de artículos y de cartas abiertas, la tuya al torero Sebastián Castella se hizo el pasado año viral en este mismo medio tras poner algunos puntos sobre las ies…

Ya te digo, nunca seré un best seller con los libros, pero yo no sé qué ocurre con mis artículos, que se viralizan, pero el que realmente tiene talento para ello es mi hermano Antonio, del que aprendo mucho. En efecto, los toros me parecen algo abominable, una salvajada anacrónica, y en esa carta escribí un resumen de lo mucho que he leído sobre ese tema de un filósofo de la ciencia que admiro, Jesús Mosterín.

¿A quién le duele ya España?

Sinceramente, creo que España es un país extraordinario, pero un país que históricamente está enfermo. A mí me duele eso, que no aprenda de sus errores pasados, que no le dé la gana de elevarse, de mostrar grandeza. Me duele que el mejor resumen patrio sea el del cuadro de Goya, el de los dos mozos dándose garrotazos. ¿Sabes dónde abunda eso mucho? En los escritores, no he visto nunca un mundo más ladino, envidioso e hipócrita que el de los escritores, sobre todo los jóvenes. No son capaces da darle a otro escritor no ya un poco de aliento o una palmada en el hombro, sino ni un mísero like en las redes sociales, ya escribas en El País o publiques en Acantilado. Imagina de ahí para abajo lo que pasa.

Encontramos en tu libro continuas incursiones en la Historia y diversas referencias a la guerra. Incluso en tu primer relato, un personaje afirma: “La vida es una guerra”. Lennon quería llevarse a Dalí a un escaparate para reivindicar la paz y Salvador dijo que aceptaba si Lennon hacía lo mismo pero defendiendo la guerra, “porque el amor y la guerra son la sal de la Tierra”. ¡Esto es de locos!

Sí, sí, la historia me apasiona, como te decía antes, y mucho la historia bélica. Puede que esté un poco obsesionado con la Guerra Civil, pero es que está muy cerca, y ha sido el acontecimiento más importante en este país desde la revuelta de los comuneros de Castilla. Pienso seguir trabajando alrededor de ella en más obras, qué duda cabe. Metafóricamente o no, creo que la vida tiene mucho de viaje y mucho de batalla, y eso está en mis libros.

Aseguras que te sientes muy identificado con el comienzo de la novela ‘El gran Gatsby’, de Scott Fitzgerald: “En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vuelta por la cabeza: “Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas…”. Tu infancia transcurrió entre libros, que incluso utilizabas como palos de una imaginaria portería en los partidos de fútbol…

Creo que estarás de acuerdo, es un comienzo de novela maravilloso. Y sí, lo pienso absolutamente. Yo, como dijera Don Quijote, sé quién soy. Me explico, sé que he nacido, por así decirlo, entre algodones, y cada día lo recuerdo. Pero eso no me ha hecho ni mejor ni peor, sino que me ha dado más facilidades de salida. Me considero socialdemócrata porque no quiero que nadie, haya nacido donde lo haya hecho, se quede atrás. Esa vida cómoda me ha hecho tener mala conciencia burguesa, por así decirlo, y ser muy consciente de que he sido un privilegiado, en lo económico y en cuanto a la cultura. En la casa de mis padres había cuatro o cinco mil libros, y digo había porque me habré llevado ya unos 500. Eso facilitó todo lo que ha venido después.

De una cosa sí estoy sano, del resentimiento, que creo que vuelve a estar muy en boga, y que creo que es lo peor de lo peor, lo más peligroso. Volvamos a la guerra: estoy convencido de que yo, que he votado siempre a partidos socialdemócratas, de haber nacido allí, hubiese muerto el mismo 18 de julio del 36, acribillado por los milicianos armados. Todavía hay quien no perdona el estatus, la educación ni la renta de tus ascendientes.

“Un inusual superávit en las cuentas de la diputación permitió a los majenses –el alcalde ingeniero militar, borracho y lector de Hegel del que casi nadie recuerda bien al nombre, mejor dicho- invertir la suma desconocida de pesetas de más en adecentar el viejo camino que conducía al cementerio”. Esto lo leemos en tu último relato. Un superávit hoy en una Diputación es como de realismo mágico…

Ja, ja, ja, muy bueno. No sé por qué dije eso en el cuento A través de Majer, el último del libro. Supongo que porque en el fondo me hubiese encantado tener un alcalde así, borracho, ingeniero y lector de Hegel. Se da ahí el viaje a la ficción onettiano, el que pretende mejorar la triste realidad. Nuestros alcaldes no leen a Hegel, ni siquiera a Paulo Coelho.

Pla decía que dejar una cosa para mañana es dejarla para siempre. ¿Qué no dejas nunca para siempre?

La lectura, soy un enfermo y patológico lector. Vivo en la angustia permanente por leerlo todo y eso me frustra y me crea ansiedad. Para mí un día es un día perdido si no he conseguido sacar, al menos, dos horas para leer.

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Comentarios

  • slomillo

    Por slomillo, el 24 diciembre 2016

    la lectura de Hegel es intrinsecamente un acto de heroísmo, sobre todo en tiempos de juventud y de vejez…ese lenguaje hegeliano y el espíritu burocratico que destila me llevan a simpatizar mas con Schopenhauer, su mas conocido enemigo…

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