Álex Chico retrata el ‘mapa infinito’ y emocional de Barcelona

El escritor Álex Chico.

“Mi sueño como escritor no es ganar el Nobel, sino retratar la ciudad en la que vivo”, asegura Álex Chico (Plasencia, 1980) en su último libro, ‘Barcelona. Mapa infinito’ (Editorial Traspiés). Tanto en su obra poética como narrativa, Chico ha reflexionado como pocos escritores en España en torno a la noción del lugar, no solo como espacio geográfico, sino también emocional. Álex Chico vivió hasta los nueve años en Barcelona y luego se trasladó a Plasencia para regresar finalmente a Barcelona, donde trabaja como profesor de castellano en un instituto de educación secundaria. Su obra transita siempre en la frontera, en la hibridez, y en sus “novelas de ensayo ficción” (término que él mismo ha acuñado para definir su trabajo, y que luego ha servido como guía para otros escritores) siempre hay un estimulante y brillante equilibrio entre la narración, el ensayo y la poesía.

La conversación transcurre, cómo no, en un terreno fronterizo, en su piso de Vallcarca, el barrio donde transcurre su última novela, Los cuerpos impares (Candaya) y muy próximo a Gràcia, donde vivió desde que retornó a Barcelona en 2005, algo así como la periferia del centro de Barcelona. Es autor también de otras “novelas de ensayo ficción” como los Los nombres impares, Un final para Benjamin Walter y Un hombre espera. Seleccionado entre los 10 mejores narradores menores de 40 años por la AECID, Chico es también un reconocido poeta, con obras como Habitación en W, Un lugar para nadie o Dimensión de la frontera.

Al leer el libro tuve la sensación de estar al comienzo de ‘Manhattan’, una película que has citado alguna vez, y que mencionas al comienzo. Tu relación con Barcelona, salvando las distancias, puede verse como la que guarda Woody Allen con Nueva York, ¿no?

Así es. Porque aunque realmente no estaba pensando en él, es una referencia ineludible para mí. Esa película forma parte de mi educación sentimental, literaria, y la he visto tantas veces que al final te acaba dando un lenguaje para recrear tu propia ciudad, que es lo que nos aportan los grandes artistas.

“Busco una aguja en un pajar”, así comienza el libro. Y no solo buscas la ciudad, sino también una manera de escribir esa ciudad. Es como cuando Coetzee dice que escribe para saber qué quiere escribir.

Sí. Además me alegra mucho que lo veas así, porque el libro es un recorrido que parte de una ciudad, pero que en el fondo lo que pretende es dialogar, establecer una conversación entre un ser humano con su entorno, con lo que le rodea, con la ciudad que ha ido interiorizando año tras año. De hecho, el libro originalmente se iba a llamar La ciudad y yo, en homenaje a la canción de Serrat, Barcelona y yo. Al final, la ciudad es un disparadero de emociones y de creatividad, de problemas y de conflictos, que son al fin y al cabo lo que forman parte de uno mismo.

En un momento dado, señalas una frase de Calvino de ‘Las ciudades invisibles’ que te ha guiado a lo largo de tu obra: una ciudad se pierde si alguien no la escribe.

Es posible, sí. Barcelona es una ciudad que es muy difícil, como Madrid, como Berlín, como otras capitales. Hay lugares en esas ciudades que se van a perder, aunque no he querido hacer un ejercicio de nostalgia barata, ni pagar esa hipoteca de la que hablaba  Baudelaire y que menciona Carrión. Pero sí que es verdad que el presente de una ciudad está hecho de muchas capas, es como un palimpsesto que forma parte del territorio que pisamos. Descubrir  y escuchar las historias pasadas de lugares que están fuera del foco permite entender mejor la ciudad en el presente. Y más una ciudad como Barcelona, tan saturada muchas veces de turismo y de clichés, de postales y de iconos, pero donde también hay espacios más recónditos y amables a la vez.

En tu vida y en tu obra, también en este libro, hay un hecho fundamental, y es que tú pasaste tu infancia en Barcelona. Luego viviste en Extremadura, pero regresaste en cuanto tuviste ocasión. Ese desgarro, digamos, ¿no ha provocado en ti una cierta idealización?

El libro no es solo una sinfonía de la ciudad, también es un libro de memorias, en cierta forma. Es imposible hablar de Barcelona sin comentar o citar, obviamente, la Sagrada Familia, la Rambla o la Casa Batlló o el Parc Güell. Pero para mí eso es tan importante como hablar de la Verneda, que fue mi barrio de infancia, o de los trayectos en autobús que hacía de pequeño, desde la Verneda hasta el centro, hasta l’Eixample, hasta la calle Aragón. Al final, una ciudad se compone de muchos lugares emblemáticos, emplazamientos icónicos, pero también de tu relación con ella. Idealización, no lo sé, no me gustaría que se percibiera como una idealización.

Claro, claro. No me refería a una idealización tonta, que pienses que en Barcelona todo es perfecto. Tú mismo señalas lo que no funciona o no te gusta. Pero el hecho de que tuvieras que marcharte de niño te dejó una huella y el sentimiento de una Barcelona  añorada, incluso por tus propios padres, como narras en el libro.  

Sí, en ese sentido sí, cuando uno ya no vive en un sitio, lo acaba idealizando, como a las personas, ¿no? Eso está muy bien dicho y tienes toda la razón. Y desde esa perspectiva sí que estoy muy de acuerdo. Yo viví en Barcelona del 80 al 90, y regresé en torno a 2005. Es durante ese periodo, sobre todo al principio de mis años en Plasencia, cuando el recuerdo de Barcelona se convierte casi en un mecanismo de defensa. Es curioso que se hable tanto de lo difícil que es pasar de un lugar pequeño a uno grande, pero no al revés.

Ahí nace, al menos en parte, la atención que le prestas en toda tu obra a la noción del lugar, en el sentido amplio, no solamente como espacio geográfico, también emocional.

Para mí la noción del lugar es un tema central en todo lo que escribo. Pero tu pregunta me hace pensar que, en realidad, yo le concedo importancia al lugar en tanto que espacio de desplazamiento. Y todo lo que el desplazamiento implica: añoranza, recuerdo, de idealización también como mecanismo de defensa. Al final los lugares que me han interesado, o los que he puesto yo el foco, son lugares en transición, o que me han implicado en una transición.

Aparte de la prosa con la que está escrito, de tu mirada, un aspecto de tu libro que me ha interesado mucho son los detalles que aportas sobre Barcelona, una ciudad con muchos tópicos, como tú mismo señalabas antes, de la que es difícil contar cosas nuevas porque se ha escrito mucho sobre ella.

Claro, ese era el desafío también para escribir un libro como este. Creo que en Barcelona ocurre una cosa muy interesante y es que se ha abordado a nivel narrativo, pero de forma muy parcial. Es decir, uno identifica la ciudad de Barcelona con determinados escritores, tanto en castellano como en catalán. Pero son escritores que se han fijado en una parte de la ciudad. Y yo creo que Barcelona necesita encontrar otros apelativos al margen de la ciudad de los prodigios, por citar a Mendoza. De ahí que me importara tanto aportar otros detalles. Por ejemplo, puedo hablar del Camp Nou, pero no hablo del Camp Nou como una construcción, como un equipo. Hablo de las primeras veces que entraba de forma gratuita con mi abuela. Es decir, al final los monumentos o los emplazamientos un poco más icónico están hechos de vivencias personales.

Defines Barcelona como una pequeña gran ciudad.

Es pequeña en cuanto a extensión, pero al mismo tiempo es muy densa en cuanto a población, con una de las tasas más altas de Europa. Eso es fascinante a nivel literario, artístico, aunque en otros aspectos no sé si viene tan bien, como por ejemplo como sucedió con la pandemia. Además, es una geografía por la que han pasado muchísimos pueblos, civilizaciones y estéticas también, que han dejado su impronta y su huella. Y por eso reivindico no tanto los lugares, los más conocidos, sino los pequeños detalles que hay, por ejemplo, en un edificio perdido en L’Eixample .

Dices también que es una ciudad muy delimitada. Y citas una anécdota de Esther Tusquets, quien no pasaba de la Diagonal.

Recuerdo haber leído a Jordi Corominas, un buen cronista de la ciudad, que en Barcelona hay poca permeabilidad entre los barrios. Supongo que pasa en otras ciudades también. Pero aquí ha habido fronteras simbólicas. La más conocida es la Diagonal, que separaba la parte alta y la parte baja de la ciudad. Eso hacía que algunos habitantes ilustres como Esther Tusquets, que vivían en la parte alta, no tuvieran ni idea de lo que sucedía en la parte baja.

Hace poco leí un libro que me ha gustado mucho, ‘La Fuente de la Fama’, de José María Goicoechea, sobre el Barrio de Las Letras, en Madrid, en el que el autor narra el cambio en este barrio emblemático sin sentimentalismo ni nostalgia. Si hay una ciudad expuesta al cambio provocado por el turismo y la gentrificación, es Barcelona. ¿Cómo crees que ha cambiado la ciudad, desde esa época idealizada de los años 70, casi mítica, de la que hablan algunos autores del bum, como Vargas Llosa?

Bueno, yo creo que lo de criticar Barcelona y poner de manifiesto lo que ya no existe, lo que ya no hay, lo que se ha perdido, creo que se está convirtiendo en un lugar común, para empezar. Es decir, la ciudad ha perdido cosas, claro, pero también tiene otras nuevas. En cierta forma también huiría de esa especie de crítica un poco despiadada porque al final volvemos al tema del principio, de lo que uno habla no es tanto de la ciudad, sino de sí mismo. Indudablemente, en Barcelona ahora se vive en determinados espacios infinitamente mejor que antes y hay muchas más propuestas que antes. Ahora bien, ¿significa eso que la ciudad haya seguido un ritmo coherente? Sí, seguramente, en algunos aspectos, pero también ha perdido algunas cosas por la maquinaria del capitalismo. Por ejemplo, en el tema de la vivienda es muy claro y además en el libro cito una experiencia, por decirlo de alguna forma, que ocurrió alrededor de la antigua cárcel Modelo. Un vecindario que se había pasado durante muchísimo tiempo tratando de dignificar esa zona y cuando se consiguió los expulsaron. Yo creo que esa crítica debe hacerse, es necesario que se haga, pero tampoco me parece justo que se caiga en ese lugar común de decir que Barcelona ya no es lo que era. Respecto al turismo, efectivamente Barcelona se ha convertido en un espejo negativo para otras ciudades. En Berlín te dicen que no quieren convertirse en una nueva Barcelona.

No son pocas las voces que dicen que Barcelona no se lleva muy bien con el independentismo, o al revés, el independentismo no se lleva del todo bien con Barcelona.

Bueno, es un tema muy polémico, que hoy por hoy, está infinitamente más calmado que antes, no porque ahora se haya resuelto gran cosa, sino porque hace cinco años, o seis, no recuerdo, o siete, la situación era casi insostenible o insufrible. Tú decías que la ciudad de Barcelona no se lleva bien con el independentismo. Bueno, yo creo que cualquier gran ciudad debe llevarse mal con el nacionalismo, cualquiera. ¿Por qué? Porque un nacionalista no entiende la ciudad. No la entiende, está en contra. Igual que un ultraortodoxo religioso se lleva mal con el relativismo. Y las ciudades son relativas también. Cuando algo es relativo, no puedes decir que es blanco o negro, o que hay un idioma único, una forma de ser única, una religión única. Es decir, cualquier pensamiento fanático o extremo se lleva mal con el relativismo. Los nacionalistas no entienden las ciudades, insisto. ¿O es que entiende Ayuso, por ejemplo, la ciudad de Madrid? En absoluto.

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