¿Qué busca alguien que quiere atar al otro para salvarlo?

Fotograma de la película ‘Lazos’ de Daniele Luchetti.

¿Qué busca alguien que quiere atar al otro, o la otra, incluso con la certeza de continuar encerrados en la rutina de la infelicidad y los reproches? ¿Busca salvarlo para no salvarse ella? O, dicho de otra manera, busca salvarlo, enseñándole dónde reside su error, aun a costa de su propia condena. Una película italiana que se estrena la próxima semana, ‘Lazos’, de Daniele Luchetti, nos sitúa frente al trampantojo amoroso. Salvar para condenarnos: una misión envenenada.

Muchas veces me he preguntado si la manera predominante de amar de las mujeres es querer salvar al otro. Así como la socialización de género coloca al hombre en el lugar del que debe conquistar y controlar un territorio, la misión heredada por las mujeres parece ser la de salvar a la pareja. Salvar implica cuidar, que de esto se ha hablado bastante, pero también corregir.

Corregir no es siempre acertar y, por lo general, corregir implica desvalorizar al otro como sujeto capaz de tomar sus propias decisiones. De ahí las miles de quejas de los maridos/padres que claman por hacer las cosas a su modo con los hijos y las hijas, y dejar de ser regañados cuando se desvían de las instrucciones de la madre, dispuestas para ser seguidas a pie juntillas, porque es el mejor (el más probado) modo de actuar.

Corregir también puede tomar la forma de impulsar al otro a hacer algo. O a no hacer algo.

En esta suerte de La isla de Gilligan, en versión humor interseccional, que es la serie The white lotus, de Mike White, hay una adolescente enamorada que busca ayudar (salvar) a un nativo que trabaja a destajo sirviendo en un hotel cinco estrellas de su tierra, Hawai, lleno de white people y white people problems (problemas de gente blanca). La huésped con cargo de conciencia de clase incita al sirviente a cometer un delito por el bien de su propia comunidad. Sin destripar más el episodio de la serie de HBO, valga decir que la promesa de salvación suele venir envenenada, porque, como dicen en esta reseña, poco importa el amor si “los ricos siempre ganan”.

En otra sátira del brillante Mike White, llamada Iluminada, el personaje central –una mujer destartalada y buenista que interpreta Laura Dern– termina por entender que no puede torcer la voluntad de un ex marido, drogadicto irredento, cuando recibe la lapidaria exhortación: “no me salves”.

Atar, y no es ‘bondage’

¿Querer salvar es una tarea más desesperada cuando el otro está tratando de cortar las ligaduras? A las mujeres no nos han enseñado a “dejar caer” al otro, cuando nos parece que va a despeñarse sin red de salvación. Nos parece, claro, porque en las relaciones erótico-afectivas, casi todo es un juego, más o menos compartido, hecho de apariencias y suposiciones. De esas conjeturas propias solemos valernos para intentar salvar, aun a costa de sobreinterpretar o, directamente, imponer. En algunos casos, podría usarse el verbo asfixiar , que es el que elige el personaje masculino del matrimonio de la película Lazos, de Daniele Luchetti, que se estrena la semana que viene en cines. Más que de lazos, en un sentido amoroso, el filme habla de las ataduras de la novela original de Domenico Starnone, una suerte de Ingmar Bergman napolitano, que saca punta a cada diálogo y cada gesto de una pareja en el precipicio, y a quien se menciona a menudo como uno de los nombres –junto a su esposa, la traductora Anita Raja– detrás del seudónimo Elena Ferrante.

Cotilleos del mundo editorial al margen, Lazos es una película deliciosa, aunque con el regustillo amargo –como el de una tónica– del simple acto de vivir, en especial si somos conscientes de las trampas de la palabra amar, de nuestras incoherencias y contradicciones, o si topamos contra el trampantojo del amor.

Frente a estas escenas de una mujer despechada que intenta hacer volver a su marido al hogar, aun a sabiendas de que él preferiría no hacerlo, vuelvo a preguntarme qué busca alguien que quiere atar al otro, o la otra, incluso con la certeza de continuar encerrados en la rutina de la infelicidad y los reproches. ¿Buscar salvarlo para no salvarse ella? O, dicho de otra manera, busca salvarlo, enseñándole dónde reside su error, aún a costa de su propia condena.

Del otro lado, ¿qué puede dar alguien que se siente obligado a volver a ligarse a una pareja a la que ya no ama? Desprecio es la primera sensación que se me viene a la cabeza; o resentimiento por que lo supone que se perdió fuera, o desgana y tedio infinito, distancia y secretos, pero, sobre todo, pereza vital. Este es el caso del protagonista de Lazos, un amante pasivo que se ofrece a la disputa femenina. Tironeado por las mujeres (a las que él ha puesto en el ring) siempre será el único amado… que no tiene que conjugar en primera persona ni el verbo amar ni el verbo decidir.

El propio Starnone, escritor y coguionista de Lazos, habla sin tapujos de sus personajes masculinos, en esta entrevista: “Son celosos, pero infieles. Son desleales, pero se alarman por la deslealtad de los demás. Están muy centrados en sí mismos, por lo que viven distraídos por sus ambiciones; sin embargo, exigen toda la atención y se lamentan cuando descubren que otros han ocupado su lugar y que han sido traicionados. No creo que sean torpes en el amor. Creo que se aman sobre todo a sí mismos, en el otro”.

Ante esta constatación de intereses enlazados, ¿podremos eludir la salvación? Desligarnos de salvar para no autocondenarnos.

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