¿Quién es la Ana María Matute de la ‘generación millennial’?

La escritora Julia Viejo.

La escritora Julia Viejo debuta en el panorama de la narrativa española con el libro de relatos ‘En la celda había una luciérnaga’ (Blackie Books, 2022), una colección de pequeñas historias rebosantes de imaginación y posibilidades remotas, caracterizadas por un equilibrio entre los lados tierno y terrible de la vida, un rasgo directamente heredado de su maestra, Ana María Matute.

Todo empezó con un niño gilipolllas. Perdón, pero es así como ocurrió. El niño gilipollas se deja un huevo de chocolate debajo del asiento del autobús 118. Esta línea atraviesa todo el barrio madrileño de Carabanchel, desde la Avenida de la Peseta hasta la Glorieta de Embajadores. El recorrido no es de especial importancia para este texto, pero quería que lo supieran. Luego hay otros niños y un abuelo que se encuentran cada día el huevo de chocolate debajo del asiento. En el cuento El niño gilipollas no ocurre mucho más, apenas se trata de una anécdota que ocupa una página, pero es inteligente, mordaz, divertido y rezuma estilo literario. Fue suficiente para que la editorial catalana Blackie Books apostase por una voz joven y desconocida hasta entonces: Julia Viejo.

Los relatos de En la celda había una luciérnaga recuerdan, precisamente, a luciérnagas: pequeños fogonazos de una luz brillante, extraña y hermosa que vibra entre los grises de la normalidad, el aburrimiento, la vida corriente. Julia Viejo (Madrid, 1991) escribió el cuento El niño gilipollas y lo envió al concurso de relatos confinados que la editorial Blackie Books organizó para aliviar la preocupación y la soledad de todos aquellos que nos enfrentábamos a la incertidumbre de los primeros meses de la pandemia de la Covid19 arrojándonos al interior de los libros.

A la editorial le encantó el texto, y después llegó otro buen puñado de narraciones cortas: una adolescente fantasma que se pasa la eternidad bebiendo batidos, una madre y una hija que siembran rayos, una lata de Coca-Cola de cereza que desata un crimen, un menú degustación para los últimos instantes de vida, un hombrecillo en el corazón del bosque, una chica que se enamora de un Cristo en un sótano… Los textos son únicos por su originalidad y su mirada: es trágica, pero de una forma ligera, casi divertida. Este rasgo ha decidido a sus editores a compararla con la gran narradora Ana María Matute. Eso, y que Julia Viejo le hiciese a la escritora su última entrevista, pocos meses antes de fallecer.

Sobre esta anécdota, el proceso creativo de En la celda había una luciérnaga y los cambios que han llegado a su vida tras un estupendo debut literario, charlamos con la escritora en una librería-cafetería del centro de la capital.

Has llegado al panorama literario nacional con un primer libro de cuentos y de la mano de una de las editoriales independientes mejor posicionadas: Blackie Books. ¿Qué tal estás llevando el debut? ¿Ha traído cambios importantes a tu vida?

Mi vida ha cambiado muchísimo. Me pilló en un momento muy malo, en plena pandemia. Los cuentos me salvaron de no volverme loca, fueron mi refugio, mi ilusión. El libro me ha cambiado la vida hasta el punto de que he podido dejar mi trabajo [Julia Viejo trabajaba como librera en una gran superficie], no para dedicarme solo a escribir, porque también hago otras cosas, pero sí para orientarme a todo lo que quiero hacer en la vida: escribir, traducir y otro tipo de trabajos editoriales. Me siento muy privilegiada de que alguien como yo, sin excesivos contactos ni seguidores, solo por mi material literario, esté aquí.

Ellos te han presentado como “una suerte de Ana María Matute de la generación millennial”. ¿Cómo llevas esta comparación?

Muy bien, para mí es todo un halago. No me genera ninguna presión. Creo que se entiende perfectamente que eso se pone en el libro porque Ana María Matute ha sido una gran influencia para mí. Es claramente mi escritora favorita, de la que más he leído, pero también nos diferenciamos en muchas cosas. Por la época que le tocó vivir, su literatura tiene un poso mucho más trágico. Vivió la guerra civil de adolescente. Yo no. He vivido 14.000 crisis, pero por lo menos una guerra en mi ciudad, no.

¿Puedes contarme la anécdota de esa última entrevista que le hiciste?

(Se ríe). Fue un movimiento muy curioso. Conocí al editor de una revista literaria en el máster de edición que estaba haciendo. Como él era de Barcelona, le pregunté si Ana María Matute, que vivía en esa ciudad, iba a venir a Madrid, y cómo podría conocerla, quizás en alguna firma. Él se ofreció a encargarme una entrevista. Ana María Matute vino a Madrid por la entrega de un premio y ejercí de periodista por una vez. Fue muy bonito, ¡y no me decepcionó! Fue encantadora. El mes que se publicó la revista, falleció. No sé si llegó a leer la entrevista, pero me quedo con ese encuentro.

¿Qué hay en su literatura que resulta tan importante para ti, como lectora y escritora?

A mí me atraen mucho, aparte de su estilo literario, que es impecable y lírico, los contrastes de su obra: le atraía, igual que a mí, mezclar lo bonito y lo sórdido, lo dulce y lo trágico. Este camino de contraposiciones me parece muy interesante. También la inocencia que nunca llega a perderse del todo, pero una inocencia con mucha inteligencia y mucha madurez detrás, y también mucha tragedia. Algunos la veían como una niña con el cabello blanco, pero aparte de su espíritu infantil, también era una persona con mucha oscuridad y dolor dentro. Miraba a las tragedias con algo de humor, ligereza.

Después de que ‘El niño gilipollas’ conquistase a Blackie Books, ¿cómo le fuiste dando forma al libro?

Tenía unos diez o doce cuentos de talleres, concursos… que quería recuperar. Esto fue lo que leyó la editora, y lo que la impulsó a proponerme un libro entero. A partir de ahí, en 2020 y 2021 estuve escribiendo muchos más, motivada por la idea de publicarlos. Pensaba que iba a ser una presión. Me pasé un año y medio esperando que llegara la presión, pero no pasó. Tuve mucho tiempo para escribir los cuentos, y disfrutaba mucho haciéndolos y experimentando. Creo que en el libro se nota que me lo he pasado muy bien.

¿Hay algo que una todos los cuentos? Quizás una actitud ante la vida y la literatura, o una forma de mirar…

Sí. Ha sido inconsciente, porque me he dado cuenta al final. Mientras los hacía pensaba que iban a ser super diferentes, pero al final todos son fruto de aquel año en el que estábamos aislados. Yo pasé mucho tiempo sin tocar a otro ser humano. Ansiaba ese contacto, tanto físico como espiritual, y creo que eso impregnó el libro. Son personajes bastante solitarios, algunos marginados por su edad o por su entorno. Tienen eso en común: la necesidad de los outsiders de contactar con otros seres humanos.

Los cuentos son muy originales y diferentes entre sí. ¿De dónde surge tantísima imaginación?

Suelo arrancar desde una imagen más que desde un concepto. Yo trabajo mucho con imágenes. De pronto me llaman la atención y decido hacer algo en un desierto, o en un supermercado, o en un autobús, ¡que salen unos cuantos! Pienso en un escenario, sitúo a un personaje y pienso un poco en el primer conflicto, pero algo leve, y a partir de ahí voy tirando del hilo, viendo cómo va a reaccionar ese personaje en el escenario. Después del primer párrafo, que suele ser lo más complicado, donde más tengo que poner de mi parte, va saliendo solo. A veces la historia me lleva por lugares inesperados. Yo misma me sorprendo de adónde van a parar. Y me gusta mucho la circularidad: cerrar en un lugar parecido a donde empezó el cuento.

¿Crees que el cuento, por su extensión, es un buen género para experimentar y explorar los límites de lo real, para jugar con los “y si…”?

Sí, totalmente. El cuento permite experimentar muchísimo. El libro tiene cuentos que son solo imágenes sin trama, otros son un diálogo sin narración, algunos son experimentos formales… Si utilizara este sistema de tirarme al vacío en una novela, me perdería mucho. Eso solo te lo permite un cuento, y corto, además. Mi estilo es muy conciso y mis cuentos tienen como mucho tres o cuatro páginas. Eso me gusta: siento que puedo abarcarlos enteros y los tengo controlados. También soy muy maniática con las palabras, están escogidas por algo, todas tienen un significado muy preciso. Voy puliendo el texto a medida que avanzo. Soy muy de releer el mismo párrafo ocho veces hasta que está bien y puedo continuar.

¿Quiénes son tus cuentistas preferidos?

Contemporáneos en español me gustan mucho Eloy Tizón, Daniel Monedero, Ángel Zapata, Mariana Enríquez… Hace un par de años descubrí un libro increíble que se llama El gran despertar, de Julia Armfield (El gran despertar (sigilo.es)). Me sentí muy identificada con su estilo y los temas que trata. En el cuento tiro más hacia lo contemporáneo que a los clásicos.

¿Qué te ha enseñado tu experiencia como librera del mercado editorial español? Ahora que eres una escritora publicada y lo ves desde el otro lado…

Que el boca a boca es muy importante, y que no hay una fórmula para el éxito. También que las editoriales independientes tienen que luchar mucho para posicionarse. Parece que no, porque Internet es un nicho y nos seguimos los mismos a los mismos, nos creemos que estas editoriales son muy visibles, pero luego vas a una gran cadena como en la que yo trabajé y las editoriales independientes, incluso una como Blackie, tienen que luchar por su espacio. Los grandes grupos pisan muy fuerte. Mandan 20 ejemplares de cada una de sus veinte novedades, y muchas veces los clientes van a por el montón más grande. Es una batalla por el espacio.

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