Anne-Marie Schneider, geniales ‘monigotes’ para ahuyentar ‘monstruos interiores’

La Bella y la Bestia (El corazón agujereado de la Bestia). 2009. Cortesía de la artista y Peter Freeman.

La Bella y la Bestia (El corazón agujereado de la Bestia). 2009. Cortesía de la artista y Peter Freeman.

Anne-Marie Schneider. La Bella y la Bestia (El corazón agujereado de la Bestia). 2009. Cortesía de la artista y Peter Freeman.

La primera exposición en España de la francesa Anne-Marie Schneider cierra la temporada de otoño en el museo Reina Sofía. La obra de esta artista inclasificable muestra un universo atormentado por medio de dibujos de trazo simple, cuadros con paletadas de color y películas como fábulas. Ahí están Pulgarcito, Blancanieves, Pinocho, monigotes y fantasmas de una enigmática artista que no aparece en público, no habla con la prensa y que ahuyenta sus ‘monstruos interiores’ con una creatividad furibunda.

Punto, línea, plano. Así, con esta secuencia repetitiva, Anne- Marie Schneider (Chauny, Francia, 1962) se sumerge en sus obsesiones reflejadas en unos dibujos tan ambiguos que dan la falsa impresión de simplicidad. Trazos ingenuos que pueden pasar por infantiles. Nada más incierto. Cuando la mirada se detiene se aprecia el dolor, la poesía, la escapatoria de una mente que dibuja su habitación como lo hiciera en su día Van Gogh con la suya, o Munch entre alucinaciones de locura. Para Schneider el dibujo es una forma de escritura, un diario íntimo que oscila entre sueño y realidad. Jugando con los automatismos y las asociaciones construye formas simples, incisivas que muestran una sensibilidad extrema y vulnerable enfrentada a la violencia, la sexualidad o la muerte.

Tinta, carboncillo, acuarela, para unos dibujos que se miran como se lee un diario. Ella dice: “Mis dibujos son letras flotantes”. Cada motivo está aislado, pero con un pasado detrás. Puedes fantasear, horrorizarte o sonreír porque hay en ellos mucho humor negro, del bueno. Sus obras tienen elementos autobiográficos en el sentido de que le permiten construir su propio mundo, narrar su vida utilizando referencias a la escritura de Virginia Woolf, Kafka o Nathalie Serraute. Las figuras monigote de Schneider se repiten, muestran deseos secretos en cuerpos intercambiables. A veces evocan fertilidad, otras el poder masculino en falos que se repiten hasta el infinito. La artista dibuja como si saliera de un sueño, de forma compulsiva, con elementos que se repiten: máscaras, escrituras, gritos.

Anne-Marie Schneider. SIn título.

Anne-Marie Schneider. Sin título.

Anne-Marie Schneider. Tríptico sin título.

Anne-Marie Schneider. Tríptico sin título.

Sugiere Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, que Schneider utiliza el dibujo como algo que le permite alcanzar el nivel poético. Es posible también que lo haga buscando calmar sus monstruos interiores. En esas obras de mujeres cortadas o atravesadas por autopistas, está la huella de Louise Bourgeois, en otras, la del pintor holandés René Daniëls, o incluso de Beuys.

Su trabajo es tan personal que rezuma emoción. En alguna escasa entrevista que ha concedido, Schneider reconoce la idea de diario en sus primeros trabajos: “Empecé con pequeños dibujos de 32 por 38 centímetros sin ninguna idea preconcebida. Pero paré, pensé, analicé y añadí cosas… Trabajo de forma consciente e inconsciente al mismo tiempo”. Una selección de sus dibujos se mostró en la Documenta X, en Kassel y ha expuesto en el Museo de Arte Moderno de París.

Se adivina su gusto por los cuentos y las leyendas. Son su forma de desafiar las convenciones, de adaptar el mundo imaginario al real. Admira a Blancanieves y a Pinocho sin juzgarlos. Su serie de la Bella y la Bestia es una fábula carente de moralina. El monstruo no quiere oír, no es consciente del horror al dejar la máscara y aparecer un rostro. Si abandona el negro, Schneider aplica el color, fuerte, luminoso, y prefiere el azul monocromático en anchas bandas. Es Pulgarcita siguiendo su propio rastro. Cuando hace películas son como collages de sus dibujos, convertidas en películas de animación. En Código de barras, su serie de piernas en friso es inquietante, movimiento sin cuerpos que sujeten el andar, el bailar. Una coreografía que puede tener raíces en los comienzos musicales de una Schneider violinista que tiene arraigado el movimiento. Su película Boda sugiere su deseo de normalidad entendida como aspiración a un matrimonio, a unos hijos.

Vista de la sala de exposiciones de Anne-Marie Schneider. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Vista de la sala de exposiciones de Anne-Marie Schneider. Foto: Joaquín Cortés / Román Lores. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

Anne-Marie Schneider. Sin título.

Anne-Marie Schneider. Sin título.

Schneider no aparece en público, no habla con la prensa y se refugia en una producción inabarcable. La francesa ahuyenta a sus “monstruos” con una creatividad furibunda. En ella van de la mano lo personal y lo político. Sus obras comentan experiencias diarias, hablan de literatura, de imágenes en los medios de comunicación, también de política, y lleva su implicación al extremo en una serie sobre los sin papeles expulsados de la iglesia de Saint-Bernard en París en 1996. Dicen que ya no hace películas y se ha volcado en sus últimas series en óleos con grandes manchas de color.

‘Anne-Marie Schneider’ en el Museo Reina Sofía hasta el 20 de marzo de 2017. 

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