Aquel portazo en nuestra amistad

Foto: Pixabay.

Tercera entrega de nuestra serie para este agosto, ‘El viaje de las heroínas’, con protagonistas femeninas. Hoy, el tenso reencuentro de dos amigas, tras un tiempo distanciadas. ¿Hora de reproches? En colaboración con el Taller de Escritura de Clara Obligado.

POR LAURA AZUFRE

“No perdonamos jamás más que a aquellos que tenemos interés en perdonar” (Jules Renard).

Hay un punto en el que las relaciones se quiebran y todo se convierte en un no saber dónde colocar el brazo, en una ignorancia plena de cómo dirigirse al otro. Por eso, cuando me escribió Silvia, le dije de vernos a las seis en el centro y escondí en esa frase escueta todas mis inseguridades. No mencioné mi tambaleo entre verla o no, y no le comenté lo difícil que resulta, después de tantos años de amistad, encontrar una cafetería sin recuerdos. Hace meses que yo sé que solo hay una decisión que importa, pero ahora que apenas quedan diez minutos para que llegue, dudo entre esperarla fuera o esperarla dentro, no sé si debería sentarme cerca de la puerta o lejos de la barra, si debería pedir un té para estar lúcida o alcohol para todo lo contrario.

Pero los camareros tienen más noches que la mayoría de los mortales y saben reconocer a una chica en crisis en cuanto la ven, así que el que está en la barra se me acerca, me acompaña a una de las mesas del fondo y me dice que tiene doble malta de barril. Miro más allá de la mesa de madera y sé que he acertado con el bar. Los asientos son de terciopelo rojo y el perfil de cliente es de varón heterosexual que arranca las páginas de finanzas. En circunstancias normales, Silvia y yo no habríamos venido aquí en la vida. Sonrío, y me doy cuenta de que me veo sonreír, que entre los múltiples objetos castizos también hay un espejo. Me veo la sombra verde en los ojos, el tercer pendiente y la blusa nueva, esfuerzos inútiles para fingir que algo ha cambiado, para decir, sin decir, que esta es mi versión después del daño.

Aparece por la puerta y yo quisiera seguirle el rollo al camarero, decirle que sí, que la cerveza está riquísima y tendré que venir a visitarlo con frecuencia, pero Silvia pregunta en la barra por una chica castaña, algo bajita, y a mí me empuja su voz desde otro tiempo. “He robado estos chocolates en el trabajo para ti”, “¿me cambias esas sandalias por las mías azules un par de días?”, “he hablado con tu hermana y yo te cubro en el hospital el jueves”. Me gustaría no reconocer su andar sobresaltado, no recordar los calcetines desparejos ni la forma en la que se aprieta las manos para calmarse. Silvia camina hacia la mesa y yo bajo la mirada. Viene en silencio y, sin embargo, su voz se enreda, se entremezcla con la voz de mi madre, que me repite por teléfono que me dejó tirada como a un queso agrio en la nevera, y viene de nuevo el sueño entrecortado, los mensajes sin respuesta, el portazo que resuena durante más de mes y medio.

Silvia llega hasta la mesa y me deslumbra el fular, el tintineo de sus colgantes, la certeza de que ella tampoco sabe hacia dónde mirar. Después de unos segundos manteniendo la distancia, me abraza sin sonido y yo quisiera no saber la marca de su colonia, no poder predecir que al sentarse se girará todo el pelo hacia la izquierda y pedirá una clara con limón. Yo me siento, sin apenas darme cuenta de que me había levantado, y todo mi cuerpo me reclama que empiece a hablar. Quiero aguantar la distancia, mirarla sin quebrarme y decirle que nada de esto tiene sentido, que no se puede construir ningún vínculo desde aquí, que no comprende mi daño. Pero Silvia llama al camarero con la mano, le pide una clara con limón y me sonríe todavía incómoda. Cojo aire, abro la boca y le pregunto por su abuela la viejita, por sus padres, por ese chico con el que salía, por los cursos que hace tiempo estaba a punto de acabar, y siento que la vida sigue y nunca termina de pasar del todo.

Si quieres apuntarte a algunos de los cursos que ofrece el Taller de Escritura de Clara Obligado, pincha aquí.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

Comentarios

  • Alicia

    Por Alicia, el 08 agosto 2022

    Me ha zarandeado este relato. Muy personal, perfectamente reconocible en todos sus momentos , detalles y percepciones.
    Parece que he pasado por ello sin que todavía hubiese ocurrido.
    Magistral.

    Gracias.

    • Laura

      Por Laura, el 03 diciembre 2022

      ¡Muchas gracias, Alicia! Leo tu comentario muchos meses después, me alegro mucho de que te gustase.

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.