Las armas de las FARC se convierten en escultura contra la violencia sexual

La escultora Doris Salcedo. Foto: The Solomon R. Guggenheim Museum.

La escultora Doris Salcedo. Foto: The Solomon R. Guggenheim Museum.

La escultora Doris Salcedo. Foto: The Solomon R. Guggenheim Museum.

La escultora Doris Salcedo. Foto: The Solomon R. Guggenheim Museum.

De la quema de armas de las FARC colombianas salió una inmensa placa de metal que martillearon 20 víctimas de la violencia sexual –la mujer tomada como botín de guerra- y que terminó convirtiéndose en un “contramonumento” creado por la escultora Doris Salcedo. Mayte Carrasco, documentalista, escritora y periodista especializada en cubrir conflictos bélicos, recoge sus testimonios en la película ‘Fragmentos’, un recuerdo a las mujeres víctimas olvidadas de todas las guerras de todo el mundo.

Se dice que un periodista no busca la historias; que se las encuentra. Eso le pasó a la corresponsal de guerra, escritora y directora de documentales Mayte Carrasco. Estando en Cuba estudiando cine, de alguna forma, y de esa manera que saben hacerlo los buenos reporteros, se tropezó con un general que le regalaba unas imágenes prohibidas en Colombia. El militar le ofrecía unos fragmentos de la historia que “dolían” en su país: la fundición de las armas entregadas por las FARC grabadas por las fuerzas militares. Dada la sangrienta historia del país, se consideró que ningún medio debía tomarlas. Ahí es nada: 52 años de plomo derretidos y convertidos en una amalgama de metal con los que el Gobierno se dispuso a hacer tres monumentos.

Con ese botín de guerra, Carrasco ha compuesto Fragmentos, un corto de 22 minutos de duración que recoge la voz de 20 mujeres víctimas de la violencia sexual. Ellas fueron las encargadas de martillear una inmensa lámina de aluminio construida a partir de las 37 toneladas de metralletas, escopetones, pistolas y otros artilugios de matar. Ellas dieron forma al “contramonumento” que creó la escultora colombiana Doris Salcedo, un espacio en contra de cualquier triunfalismo del pasado. Allí no valía ninguna versión grandiosa, épica o gloriosa de la guerra, porque en ese país, de alguna forma, todos han perdido, y especialmente ellas.

El dolor de las mujeres tomadas como botín de guerra, como cuerpo para vengar la impotencia de los machos, como campo de horror, como vejación del enemigo… fue el motivo elegido por Salcedo para uno de esos tres recuerdos a la barbarie que ha vivido Colombia durante décadas. Un horror que 20 mujeres cuyos cuerpos fueron vapuleados por la guerra redimieron a golpes de martillo: eran las constructoras de lo que el suelo del Centro de Arte Contemporáneo para la Paz en Bogotá, la base de todo.

Un momento del rodaje del corto 'Fragmentos' de Mayte Carrasco.

Un momento del rodaje del corto ‘Fragmentos’ de Mayte Carrasco.

Carrasco (a quien también le entregaron parte de esas entrevistas filmadas durante la fabricación de la gigantesca placa) hilvanó el material y las sanas reacciones de esas sobrevivientes junto con las imágenes que le brindaron los militares. El resultado impresiona: fuego, un fuego que funde las armas y que se ven –a vista de pájaro y tomadas con dron- en unas extensiones similares a campos de fútbol, campos sembrados de muerte que acabaron –por fin- en el fogón. Y tras tan fausto elemento, un ejército de mujeres, 20 víctimas de la violencia, 20 mujeres de todas las clases y colores, martilleando el metal para forjar otra realidad. Ninguna aparece con nombre: representan a todas. Las de allí y las de acá, aclara la documentalista, las víctimas olvidadas de todas las guerras.

“Son unas mujeres valientes, unas mujeres que deciden romper el silencio y perdonar, pero que al tiempo piden justicia y reparación. Las admiro y además me han enseñado que la vida sigue y que el dolor se puede transformar en algo positivo”, afirma Mayte Carrasco.

La cineasta también reconoce que, al igual que a sus protagonistas, Fragmentos para ella ha sido una forma de redimir el dolor, el de la guerra de Siria en la que tanto batalló por contar. El formato documental también le ha servido para cicatrizar otra pena, la de los medios de comunicación, grandes cabeceras que pagan crónicas desde la guerra a precio de una buena caja de bombones (60 euros la crónica). Pero esa ya es otra historia.

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