Arnold Taraborrelli, el maestro de cómo moverse en el teatro, la danza y la vida

El preparador de actores y bailarines Arnold Taraborrelli. Foto: Nazita.

El preparador de actores y bailarines Arnold Taraborrelli. Foto: Nazita.

El preparador de actores y bailarines Arnold Taraborrelli. Foto: Nazita.

El preparador de actores y bailarines Arnold Taraborrelli. Foto: Nazita.

Este maestro de danza y teatro, Arnold Taraborrelli, imprescindible preparador de bailarines y actores, que formó equipo con William Layton y Miguel Narros, y que ha estado detrás, siempre discreto y sabio, de cómo se mueven grandes de nuestros escenarios como Nacho Duato, Carmen Maura, Miguel Bosé, Luz Casal, Ana Belén…, repasa ahora con nosotros, desde sus 87 años, la vida que es puro teatro y el teatro que da la vida.

Releyendo la entrevista caigo en la cuenta de que la palabra que más repite Arnold Taraborrelli (Filadelfia, 1931) es “maravilloso”. Las más elementales reglas de edición periodística sugieren que reduzca su presencia a uno o dos momentos puntuales de la conversación para así acentuar su resplandeciente resonancia. Pero me niego. ¿Para qué?, me pregunto. De la misma manera que restringir la figura de Arnold a su desempeño profesional—bailarín, coreógrafo, profesor, cartelista, pintor— es como querer ponerle vallas al campo. A un campo exuberante, salvaje y lleno de plantas y flores con aroma a prodigio. Quien lo probó lo sabe. Su compromiso con la vida y el arte son la misma cosa: entrega y una sana e inagotable pasión.

En una época en la que proliferan los concursos de talento en la televisión, en la que emergen sin cesar nuevas seudo figuras adictas al más banal de los postureos, en la que casi todo el mundo parece pensar que dedicarse al arte es solo cuestión de proponérselo, es necesario reconfigurar los criterios que evalúan una supuesta excelencia artística basada en la más cutre de las mercadotecnias.

Y para eso están los maestros. Referentes de una estética que no debería jamás de los jamases despegarse de lo ético. O viceversa. Lejos de ser un gurú que base su enseñanza en una especie de adscripción ciega a unos postulados pedagógicos fuera de los cuales no hay salvación posible—y haberlos, haylos y haylas, créanme—, Arnold es un prestidigitador del impulso: lo que tú des será transformado casi inmediatamente en material de seducción y fábula. No hay más exigencia que aquella que esté a la altura de tu propia honestidad y compromiso. Si careces de esos aparentemente elementales requisitos, mejor dedícate a otra cosa. Ese es el trato. Sin distinciones ni favoritismos. Sencillo, ¿verdad? Quizá no tanto.

Lo primero que te quería preguntar es cómo es tu vida sin enseñar, ¿cómo lo llevas?

Al principio ha sido muy difícil. No solamente por una cuestión de dar, sino en cuanto a recibir de ellos, de los alumnos. Por ejemplo, yo me levantaba siempre por la mañana y tenía ganas de ver a 40 personas esperándome, y ahora me levanto y no hay nadie. Entonces, es una cuestión también de acostumbrarse a que no hay público… Pero como estoy en contacto con los alumnos casi siempre… En la calle, les veo… Como hay tantos… Y luego los martes y jueves tengo una especie de visitas. Siempre los martes y jueves hay alumnos aquí y hablamos. Y tomamos vino, ellos traen patatas fritas. Vienen, limpian todo después, bajan la basura y ya está.

Es como una prolongación de tus clases. Pero sin bailar.

Exactamente, sí. Es una comunicación muy bonita. Porque hablamos de la profesión, de sus problemas en las audiciones, de todo este tipo de cosas también.

¿Estás en contacto con el panorama teatral de Madrid?

Sí, sí, sí… Voy al teatro también. Cuando puedo voy a ver lo que están haciendo. Depende del teatro. Y de la hora también. Prefiero ir los domingos, por ejemplo, cuando hay función a las siete o seis de la tarde. Es mucho más conveniente para mí, porque tengo problemas para andar por las escaleras y ese tipo de cosas. Pero, vamos, estoy en contacto y, casi, trabajando.

Claro. No puedes, de repente, dejar de ser un bailarín, aunque no bailes. Utilizo el baile como una metáfora de una disciplina artística que tú has convertido en una forma de vida.

Sí, sí… Es algo maravilloso. Ahora, como estoy en diálisis tres veces a la semana, vamos a hacer unas clases de gimnasia, antes de la diálisis, que me parece maravilloso. Así que voy a empezar a estirar un poco también.

Ah, ¿sí? ¿Te han propuesto dar clases de gimnasia en diálisis?

No, van a hacerlo ellos. Como voy tres días, lunes, miércoles y viernes, voy a hacer algo de ejercicio. Y por la calle siempre me encuentro con alguien que conozco de las clases. Y cuando me lo encuentro digo “¡Ay, Dios mío!, ¿qué José es?”. Todo el mundo se llama José. Y yo digo “¿Cuál José?, ¿de qué año?”. Y luego con Internet… Por ejemplo, en San Valentín he tenido muchísimos mensajes de amor total. Maravilloso.

¿Eres consciente de que dejas un legado?

Sí. Y me estoy aprovechando de ello ahora.

¿Y qué piensas al respecto?

¿De lo que he hecho? ¿De lo que he dado? Pues estoy muy orgulloso. Pero claro, yo no he sido consciente hasta ahora, porque la gente me lo recuerda. Y yo digo “¡Oh, my God! ¿Qué he hecho para que me venga todo este cariño? ¿Todo este respeto?”. Hay gente que me escribe diciéndome que he cambiado su vida. Entonces digo: he hecho algo. No sé exactamente qué. Cuando estás haciéndolo…, no sé, yo no pienso en lo que estoy haciendo. Lo hago. Por una necesidad personal. Porque veo que a los alumnos les hace falta. Pero no piensas “Ah, estoy cambiando la vida de alguien”. Pues no. No. Esto no entra.

Yo creo, y esto es una teoría mía, no sé si estás de acuerdo, que tiene mucho que ver con que tú eres una persona que combinas muy bien la disciplina con lo lúdico.

Sí, sí.

Eso conecta con algo muy personal. Efectivamente no le cambias la Vida a nadie, así, en mayúsculas, pero sí tocas una tecla que despierta muchas cosas.

¡Es que el mundo del teatro es algo muy grande! Incluye todos los museos del mundo, toda la historia del arte, todo lo culinario, la cocina, incluye muchas cosas. Entonces tienes que estar despierto siempre. Totalmente abierto y recibir todo. Yo escucho aquí la radio, la BBC, todos los días. Y hay muchos programas, muy divertidos, y cuando vienen mis alumnos a verme, yo hablo de lo que he escuchado. Y ellos aprenden de esto también. Seguimos con este intercambio de aprendizaje. Hay un canal que fluye todo el rato. Y que no ha parado.

No es que uno sea artista de 9.00 a 17.00 solamente. Uno es artista todo el rato. Es una manera de estar en el mundo.

Exactamente. Tiene que ser así. ¿Cómo voy a ser actor de 8.00 a 17.00? No, no, no… Todo el día. Es una responsabilidad enorme.

Este año estuviste nominado al premio ‘Toda una vida’ por la Unión de Actores (galardón que finalmente fue a parar a Marisa Paredes), prueba de que el respeto y el cariño profesados a Arnold siguen siendo un sentir mayoritario en la profesión. Recuerdo también el homenaje en el María Guerrero.

Sí, yo también. Fue maravilloso. Se llenó totalmente el teatro, con gente en la calle que se quedó sin poder entrar. Me quedé alucinado. Yo pensaba que íbamos a ser como 40 personas hablando en familia. Cuando vi todo eso… Yo fui desde diálisis andando hacia el teatro. Y cuando llegué y vi todo eso… ¡Oh, my God! ¡Impresionante!

¿Cómo ves el panorama teatral en Madrid?

Es un poco complicado contestar a eso… Hay dos grupos… Para mí lo que es más importante son los jóvenes. Y gente que no tiene dinero, que se están esforzando por hacer y decir algo y están haciendo cosas. Y algo va a cambiar. Y el otro grupo, que es la gente que tiene dinero y fama, son miembros de ese club interminable que yo lo llamo “los flecos de Franco”…

¿Los flecos de Franco?

Esto tiene que cambiar. Y va a cambiar. Porque ya se marchan. Se van. Lo que tiene que entrar ya es otro mundo. Todavía, en el mundo teatro, mucho está basado en la mala leche, en la mala uva, la envidia. Y esto no puede ser. No tiene nada que ver ni con el trabajo ni con lo que es el teatro.

Yo, antes de salir a escena, aunque esté en un trabajo que no me satisfaga mucho, siempre me repito una cosa: el teatro es un acto de amor.

Sí. Y tienes la obligación de hacer tu trabajo. Yo les digo también a muchos actores: “No tienes ningún derecho a comentar”. Te han cogido para hacer un trabajo. Pues hazlo lo mejor posible. De la manera más honesta posible. Y ya está. Pero no puedes estar todo el rato diciendo: “Esto no está bien. El director no está bien. Esto no sé cuantos…”. No. ¡Cállate! No, no… Haz tu trabajo. Con mucho respeto. A los compañeros, al trabajo… Y si no, pues no lo hagas. Puedes tener opiniones, sí, claro. Pero no molestar el ambiente de trabajo.

¿Y qué le dirías a alguien que está empezando?

Si tienes el impulso de hacerlo, hazlo, porque si no lo vas a pasar muy mal. Y si estudias y no logras salir a un escenario, sales al escenario en cualquier trabajo que estés haciendo. Cualquier estudio relacionado con el teatro te va a ayudar como persona. En cualquier cosa. Es un intercambio. Yo estoy trabajando con un chico ahora que trabaja en protocolo porque él sabe que lo que está haciendo ahora es teatro. Está siempre con el rey y la reina y todo eso, y tiene que tener siempre un comportamiento. ¿Qué hago con mis manos? Una manera de hablar.

El teatro es una herramienta poderosísima.

Exactamente. Como dice Shakespeare, el mundo es un escenario y cada uno de nosotros somos sus actores. Maravilloso.

¿En que año llegas a España?

La primera visita fue en el año 60.

¿Y te quedas ya?

No, porque estaba trabajando en Londres, en la televisión. Cogí mi primer apartamento en Prim 17 en el año 63. Llevo en la calle Prim 55 años. Y también en el año 63 empecé a dar clases en el estudio de Karen Taft. Y luego más tarde, no recuerdo bien el año, conocí a Miguel Narros, haciendo una película juntos. Y un día me dijo: “Oye, que viene un compañero tuyo, de tu país, a mi casa a hablar de teatro. ¿Por qué no vienes?”. Entonces fui y era el señor Layton. Y ahí empezamos todo el Laboratorio de Layton. En la casa de Miguel Narros, en la calle Barquillo. Y ahí di mis primeras clases.

Ha cambiado mucho, aparentemente, España del año 1964 al 2019, aunque sigamos con estos flecos de Franco que mencionas. ¿Cómo lo ves tú ahora, desde aquí? ¿Cómo te relacionas con todo lo que ha pasado?

Es un poco difícil… Yo tengo mucho orgullo de trabajo y de mi contribución a los cambios que han ocurrido, porque yo he participado de todo ello también. Yo soy una persona que ha sido parte de los que han provocado estos cambios en la manera de ver cosas, en la manera de pensar sobre el trabajo. Estoy muy orgulloso. Y esa es la generación que ahora está empezando a hacer cosas. Con eso estoy muy contento. Y va a funcionar. Y son muy jóvenes todavía. A su vez influirán a otras personas más jóvenes. Entonces eso ya no se para. Pero a la vez está todo un poco… No sé… No hay suficiente comunicación porque la gente está demasiado pendiente de esto… [señala el móvil]. Y es muy peligroso. Pero yo tengo mucha confianza. Porque la gente que yo conozco personalmente no es así. Hay unas semillas que van a crecer.

Aunque da la sensación de que esas semillas están siempre en los márgenes.

Sí, sí… Muy bien… Pero en los márgenes pueden florecer muchas cosas.

En este país ha habido muchísimos avances antes que en otros países, que se supone que eran más avanzados, entre ellos el matrimonio entre personas del mismo sexo, que a mí me parece algo de lo que hay que estar muy orgullosos. Me gustaría saber cómo has vivido tú todo esto.

Sí. Ha sido muy brusco. Cuando yo vine ya a vivir aquí, era ilegal. Era completamente ilegal. Y sabía que la portera tenía sus obligaciones con la policía. Yo no podía tener más que cinco personas en casa sin pedir permiso.

¿De verdad?

Sí, sí. Desde el año 63 hasta hace relativamente poco. Claro, claro. Los cambios son maravillosos en ese sentido. Y muy rápidos. A lo mejor demasiado rápidos. A veces veo a chicos jóvenes reivindicando ciertas cosas y yo digo: “Por favor, ¿qué haces?”. Sin saber qué significa porque son demasiado jóvenes y no han vivido todo el proceso. Pero, por otro lado, la derecha está saliendo otra vez… Y es muy peligroso. La extrema derecha…, ¿cómo se llama?,…, el Vox ese… Fatal esto. Para mí, fatal. Pero yo, nada, personalmente yo tenía mi pareja, y como hemos sido tan simpáticos y la gente ha sido tan maravillosa con nosotros, hemos estado muy aceptados por todo el mundo.

Y cuando se aprobó la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo, que fue un momento muy importante en la historia de España, y había mucha gente que se oponía, ¿cómo lo viviste?

¡Aleluya! De hecho fui a una boda. Claro. ¿Quién era?… Yo creo que fue Ramón Linares y Carlos. Carlos murió hace ya cuatro años. Y Ramón está trabajando con la alcaldesa ahora en algo relacionado con el medioambiente.

¿Y sigues la actualidad de tu país de origen?

Estoy en contacto con mi familia más inmediata, los hijos de mi hermano, que murió. Pero no voy ya porque tengo problemas para andar y, luego, pagar diálisis allí es carísimo.

¿Pero sigues la actualidad política?

Oh, sí, sí, desgraciadamente… Lo que está pasando con ese señor… Unbelievable! Ha abierto las puertas a toda la gente estúpida que hay en Estados Unidos. Están dando sus opiniones. Personas que no leen, que no saben nada de nada. Se les ha dado un altavoz para hablar. Y, ¿qué dicen? Dicen “Nigger!”. Cosas racistas. En la calle, en plena calle, hoy en día. Es tremendo.

¿Qué recuerdas del país que dejaste?

Yo tengo mucho cariño hacia mi país porque conmigo ha sido buenísimo. Yo nací no con una enfermedad, pero sí con un problema enorme que me descubrieron cuando yo tenía seis o siete años… Tenía una dislexia, pero muy grave. Entonces no podía leer ni escribir, pero yo me pasaba todo el tiempo dibujando. Constantemente. Y fue en esa época, en los años treinta, cuando descubrieron ese problema. Y toda la gente me ayudó muchísimo.

¿Qué gente?

En la escuela, en el instituto y luego en la Universidad. Ya en High School me concedieron una beca para estudiar en la universidad que fue algo increíble porque mi familia no podía pagar cuatro años de universidad. Con la ayuda de gente que se dio cuenta del talento que tenía y que tenía que ver con mi manera de comunicarme. Y que era dibujar y escuchar, dibujar y escuchar. No pude leer y escribir pero pude escuchar y dibujar. Y eso fue la salvación de mi vida.

¿Tu entrada al arte fue a través de la pintura?

Sí, sí… Y mi padre también; como era artesano, siempre estaba haciendo cosas con sus manos, cestas y ese tipo de cosas. Y siempre me daba cosas para que yo pudiese dibujar en el sótano: papel, pinceles… Fue él quien me enseñó cómo cuidar el material. Muy importante: el respeto por el material, por el papel, las brochas, los pinceles… Todo esto forma parte del respeto por el trabajo.

¿Y cuándo llega la danza?

Llegó la danza…, pues no sé… Había una chica que estaba estudiando baile, en el barrio, y yo empecé a bailar con ella, abajo, en mi sótano. Entonces les pedí a mis padres si podía ir a clase de baile. Y me dijeron que no. Eso es imposible. Incluso hablaron con un cura para avisarme de que hasta el cura decía que no, no, que eso era imposible… Yo seguía bailando con la chica. Y, claro, luego me fui a la universidad y empecé a bailar ahí. Con un grupo de gente negra, y todos mezclados, que fue una vida maravillosa. Cuatro años o así. Con una compañía, todo en la universidad.

La danza te encontró a ti. No tenías un plan establecido.

Para mí todo era lo mismo. El dibujo, el baile, el teatro. Es todo igual. Es todo una cosa. Es una vida. Ya está. Es la vida. Es mi vida. Cualquier persona que tenga interés en el teatro tiene que ampliar su vida. Tiene que saber de cocina, y de todo…

¿Y por qué decidiste quedarte en España?

Ella me hacía falta, eso por un lado. Y luego para mí también era muy interesante trabajar con gente que hablara, con actores. En vez de con gente que bailase. Porque yo perdí el interés con levantar la pata hasta aquí… Dejó de decirme nada. Entonces, mejor, cuando empecé a dar clases con Narros y, luego, cuando empecé a trabajar con él en sus montajes, empecé a experimentar un placer enorme. Enorme. Y, a su vez, trabajar con gente que no baila pero que se mueve muy bien es fascinante.

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Comentarios

  • Esperanza

    Por Esperanza, el 18 abril 2019

    Maravilloso maestro y persona. Mágico. Generoso. Gracias, mil gracias por todo lo recibido

  • Begoña

    Por Begoña, el 20 abril 2019

    Conocer a Arnold, sus clases, lo que he aprendido escuchándole, ¡ Me ha ayudado tanto en la vida! Que ha sido un regalo enorme!!! Todos los días le recuerdo.

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