Arturo Larena, director de EFEverde: “Nos motiva contar historias en positivo”

El periodista Arturo Larena, director de EFEverde, con Oli. Fotografía de Cristina Benito.

No sé cómo será ahora, pero cuando era estudiante de Periodismo, todos teníamos claro que para aprender el oficio había que pasar por una Redacción. En mi caso, siguiendo el consejo de un profesor y maestro, Pedro Sorela, quise que ese primer contacto fuese en una agencia. El anonimato baja los humos de muchos periodistas y la contención y la síntesis de los teletipos son el mejor ejercicio posible de escritura, solía decir. Tuve suerte y en el último curso logré una de las becas que entonces otorgaba Caja Madrid para trabajar en la Agencia EFE. Elegí la sección de Cultura, Ciencia y Medio Ambiente y allí me topé con dos maestros, Amanda García Miranda y Arturo Larena. Han pasado casi 30 años y regreso a EFE para conversar con Larena, hoy al frente de la Dirección de Medio Ambiente y Ciencia, para la sección ‘El Asombrario Recicla’ y su serie de ‘ecolíderes’. “La primera vez que el medioambiente va por delante de la ciencia en una sección, lo cual da una idea de que es un área estratégica”, me dirá durante la entrevista.

La agencia EFE dejó hace unos años su mítica sede de la calle Espronceda y ahora está ubicada en un moderno edificio de la Avenida de Burgos, en Madrid. Arturo Larena viste vaqueros, camisa y americana. Una larga melena le da el punto transgresor que uno quizá imagina en alguien que ha pasado gran parte de su vida dedicado al periodismo ambiental, a narrar el deterioro imparable de la Biosfera por la acción humana, pero también aportando las soluciones y los cambios que proponen la ciencia y las organizaciones ambientales y ecologistas.

Parece que el tiempo no ha pasado para Arturo Larena, aunque algunas canas delatan que sí. Como ha cambiado también la forma de trabajar en una agencia como EFE, la cuarta en el mundo por su influencia, y de carácter público. “Ahora los periodistas firman sus temas, ya no se da el anonimato de antaño. Internet ha igualado a las agencias y los demás medios, se trabaja con la misma urgencia. Somos todos mucho más agencia en ese sentido. La información ha incrementado la velocidad con la que se genera y con la que caduca también. Antes una información tenía vida de un día y ahora hay que modificarla continuamente”, me cuenta.

Uno de los fundadores de la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA), en 1994, Larena pertenece a una familia vinculada al periodismo. Su padre trabajó en el equipo gráfico del desaparecido diario Ya. Les aconsejó a sus hijos que no se dedicaran a la profesión, donde el horario no existe. “Pero le salió fatal, porque los cuatro hemos acabado siendo periodistas de una u otra forma”. Tras una dilatada experiencia en varios medios, Larena recaló en EFE a finales de los años ochenta y desde entonces ha desarrollado su vida profesional aquí. Ahora está al frente de un equipo de 16 personas, entre redactores y editores; por primera vez en la historia de EFE, el medioambiente cuenta con editores propios.

Llevas casi toda tu vida profesional como periodista especializado en temas ambientales. ¿Cómo ha cambiado el oficio desde la Cumbre de Río de 1992 hasta hoy?

Yo no pude asistir personalmente a la Cumbre de Río, pero lo seguí desde la agencia. Fue un momento muy especial para el periodismo ambiental. Había ya secciones consolidadas en varios medios, como El País o El Mundo. Acudieron a la cumbre muchos jefes de Estado y periodistas acreditados, y la cita sirvió para dar mayor visibilidad a los temas ambientales más allá del movimiento conservacionista. En ese sentido, fue un punto de inflexión, porque de ahí salieron además los grandes convenios, como el Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el de Diversidad Biológica, la Agenda 21 de Medio Ambiente.

Y, efectivamente, el periodismo ambiental ha cambiado a lo largo de los años. Los temas de medioambiente siempre han estado en los medios. Joaquín Fernández (pionero del periodismo ambiental desde RNE) lo recoge en alguno de sus libros sobre la historia del periodismo español. Noticias sobre la contaminación de aguas o la declaración de los primeros parques nacionales o la desaparición de las especies. El cambio importante se produce con el nacimiento del movimiento antinuclear español. Los periodistas empiezan a informar sobre ello. Eran los años 70 y el oficio era bastante militante. Luego se ha ido hacia un periodismo más aséptico, sobre todo en los años 80. Tenía que buscar su hueco, era marginal, y además había pocas fuentes. Que te informaran las empresas resultaba una tarea titánica. O porque no te respondían o porque lo hacían a los dos o tres días del acontecimiento que hubiera dado pie a la noticia. Encontramos unos interlocutores muy fiables en el movimiento conservacionista. En un momento determinado te podían traducir, por ejemplo, lo que significaba un comunicado del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Todo eso ha ido cambiando, cada vez se han incorporado más fuentes. A día de hoy, el número de convocatorias que nos pueden llegar al correo electrónico ha crecido de forma exponencial. Todo el mundo quiere contar lo verde que es y lo bien que lo hace, y eso nos obliga además a ser mucho más selectivos.

¿Y cómo seleccionáis entre tantas fuentes?

Un apoyo importante es el oficio, conocer los temas, las fuentes, y ver dónde puede haber una novedad, en cuanto a la gestión de residuos, la conservación de especies… Sigue funcionando el bad news. Una noticia negativa siempre tiene más tirón que una positiva. Accidentes, catástrofes, problemas. Aunque a nosotros, en un momento determinado, sí que nos motiva contar historias en positivo. Todo lo que tiene que ver con biodiversidad, con animales, tiene un mayor atractivo para el público. Por no hablar del movimiento animalista, un colectivo creciente.

Han tenido que pasar muchos años hasta que el mensaje medioambiental haya calado en los medios, ¿no?, hasta que estos temas abran las portadas de los periódicos.

Se ha conseguido en la última década. Por múltiples razones. Un poco puede ser por el papel que hemos jugado los medios de comunicación y los periodistas ambientales, también, por supuesto, el papel de liderazgo que ha jugado EFE en este campo. Pero el periodismo y los periodistas ambientales han luchado por que estas cuestiones estuviesen en la agenda informativa y yo creo que se ha conseguido. Hay que estar agradecidos al movimiento conservacionista, que durante mucho tiempo ha sido prácticamente la única fuente de información que hemos tenido.

Digamos que ahora la información se ha democratizado, en el sentido de que existe un convencimiento más global de que necesitamos actuar frente a fenómenos ambientales como son el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la necesidad de una economía circular. Y eso sí que creo que está implantado en la sociedad española. La existencia de una vicepresidencia de Gobierno de temas ambientales –en este caso, de Transición Ecológica y Reto Demográfico– era una de las reivindicaciones históricas del movimiento conservacionista. Tenemos presencia del ecologismo en el Parlamento, hay un movimiento de empresas que cada vez asumen más responsabilidades en temas ambientales. Las razones pueden ser múltiples; convencimiento en unos casos, en otros necesidad de adaptarse al mercado, y al cumplimiento de la normativa europea en otros.

Ya que mencionas a las empresas. ¿Qué opinas del llamado ‘greenwashing’, el lavado de cara verde?

El lavado de imagen verde ha existido desde siempre, aunque ahora se ha acentuado porque hay más interés social. Muchas veces es por convencimiento, pero otras es por imposiciones legales, porque no queda más remedio que adaptarse. Lo importante es que las empresas empiecen a asumir esa responsabilidad. Que sean más socialmente ambientales. En todo caso, no se puede hablar del tema ambiental sin el social. Aunque como periodistas siempre hay que ponerlo en cuarentena, sí que se ha producido un cambio real en ese sentido. Una vez que las empresas han dado ese paso, es muy difícil que se vaya a involucionar. Es como todo, si los responsables están convencidos, la estructura de la compañía va a ser más eco y las condiciones sociales más conformes a los derechos de los países más avanzados.

¿Estamos a tiempo de frenar el cataclismo ambiental?

Yo creo que los últimos informes del IPCC (el panel intergubernamental de Cambio Climático), tanto los de mitigación como los de adaptación no son optimistas. Vamos tarde y los cambios tendrían que ser más drásticos. Quienes más van a verse afectadas serán las generaciones futuras. El planeta se adaptará, por supuesto, pero lo que no está claro es que la Humanidad sobreviva. Es algo por otro lado que ya se sabía desde hace años. Recuerdo que uno de los libros que leí a principios de los noventa, perdido en mis mudanzas, ya alertaba de todo esto, hablaba de los fenómenos meteorológicos extremos y de cómo podrían quedar sumergidas gran parte de las ciudades costeras. Afortunadamente, creo que ahora hemos tomado conciencia del problema. Si hubiésemos apostado de una manera más decidida por las energías renovables, seguramente ahora nos hubiera pillado con una mejor estructura y una menor dependencia de los combustibles fósiles procedentes de Rusia, por ejemplo.

¿Los periodistas ambientales han de ser también activistas?

Durante mucho tiempo he defendido que el periodista ambiental no es un ecologista. Es decir, trabajamos igual que otros periodistas. Todos podrían decirte que hay un sesgo diferente. Pero al mismo tiempo, a día de hoy es muy raro que alguien se declare que no es ecologista. Los periodistas ambientales no somos ecologistas en tanto en cuanto no militamos en ninguna organización o intentamos aportar la información más objetiva, pero evidentemente todas las personas tenemos nuestros condicionantes. Cuando trabajas en una agencia de noticias, intentas dejar eso al margen e intentas contar la información con las fuentes que crees que pueden aportar datos o información relevante para que la sociedad se forme su propio criterio. Cierto espíritu ecologista intrínseco tenemos, eso está claro.

¿Cuáles serían tus referentes dentro del periodismo ambiental?

Creo que hay un gran nivel del periodismo ambiental, tanto en España como en el mundo. En el ámbito anglosajón hay una mayor tradición. En España ahora está más consolidado y a mí me han podido influir profesionales como Joaquín Fernández, Joaquín Araujo, Amanda García Miranda, también mis hermanos. Como a muchos de mi generación, mis grandes influencias son de la infancia, con los documentales de Jacques Cousteau y Félix Rodríguez de la Fuente. Era una época en la que esos documentales eran un producto de consumo masivo, pues únicamente había una televisión. Han sido la mejor campaña de divulgación de temas ambientales. En los últimos tiempos, el periódico inglés The Guardian es sin duda uno de los referentes. En Latinoamérica te diría que existe un interés grande desde hace años.

Pero en América Latina, el periodismo ambiental es una profesión de riesgo, ¿no?

Es una realidad allí, sí. Los informes sobre violencia contra periodistas en muchos casos están vinculados con temas ambientales. El presidente de Reporteros sin Fronteras nos pasó recientemente una información sobre las presiones hacia varios periodistas de una multinacional minera, suiza, con vínculos con Putin. No es la primera vez que ocurre. En muchos países de América Latina los defensores del medioambiente son eliminados. Y eso afecta a los periodistas. Es una labor heroica.

¿Debería haber una mayor solidaridad con estos periodistas que de alguna manera son activistas? Creo que hay poco conocimiento en Europa.

Ya sabes que los periodistas a veces somos poco gremialistas, aunque otras somos muy tribu, pero nos cuesta visibilizar los problemas de los compañeros. Sin duda, sería necesario visibilizarlo.

¿Qué piensas de los negacionistas? Como Trump.

Hablaría más bien de populismo. Nos falta recuperar el espíritu crítico hacia las cosas. Es sorprendente que personas muy formadas caigan a menudo en el fanatismo de creerse afirmaciones sin contrastar, y eso es lo más peligroso. Los políticos populistas tipo Trump, Le Pen o Putin, acaban convenciendo a un montón de personas de cosas que no son reales. Es peligroso, porque muchas conquistas sociales o laborales pueden verse revertidas. Lo estamos viendo con el derecho al aborto en Estados Unidos. Yo a los políticos populistas los pondría bajo lupa. Y recuperaría materias clásicas como la filosofía, el latín y el griego, que te aportan un poso sobre la cultura de la que procedemos.

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