Assumpta Serna actualiza el mensaje de tolerancia de Minerva
Minerva es una revolucionaria. Una adelantada a su tiempo –el Imperio Romano– que celebra la diversidad sexual y lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Minerva es la máxima representación de la tolerancia y su discurso cala hoy día de la misma manera que hace dos milenios. Contra las guerras interesadas, los discursos imperialistas, los abusos de poder, las intolerancias hacia el que piensa diferente… ‘Minerva’, de Assumpta Serna y Scott Cleverdon, una producción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y la compañía extremeña Samarkanda Teatro, puede verse hasta el domingo en el Teatro Romano de Mérida.
A Minerva, diosa de la sabiduría, las artes y la estrategia militar, siempre se la representa con la espada baja. Su mayor arma es la palabra. Sus conocimientos son su mayor defensa. Haciendo honor a la diosa que lleva su nombre, Minerva, una mujer romana del siglo I d. C., representa unos valores de justicia e igualdad, enfrentándose a la tiranía de esa Roma imperial sedienta de conquista.
“La oscuridad no es la ausencia de luz, es la ausencia de amor”, dice Minerva, interpretada por Assumpta Serna, en la obra escrita por ella misma y por el escocés Scott Cleverdon, quien también la dirige. Una historia sobre el amor como motor para la evolución y la educación en valores que construyen una sociedad mejor. Valores que Minerva traslada a los miembros de su familia: una familia de clase alta romana formada por Pólux, un abogado que ayudó a organizar el Imperio; Céler, un talentoso arquitecto encargado de diseñar el coliseo; Gaia, la hija de Minerva, dispuesta a recorrer Hispania para cumplir el sueño de ser autora teatral y llenar con sus obras el Teatro Romano de Mérida; y el hijo de esta, Petronio, que se convertirá en el escultor que recordará la gloria de su familia.
Todos ellos representan esa otra cara de la sociedad romana. La que se aleja de la vileza y crueldad predominantes de la época. La que mata el tiempo leyendo a Sófocles y aparta de sus vidas el salvajismo de los sacrificios con leones. La que cimentó la ética de nuestra sociedad actual. Minerva es una revolucionaria. Una adelantada a su tiempo. Celebra la diversidad sexual. Está en contra de la esclavitud. Lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, aunque por ello sea acusada de hereje. Colma de conocimientos a su hija para que llegue a tener influencia en la sociedad romana, a quien educa como a un varón y no como a una mujer.
Minerva es la máxima representación de la tolerancia, a pesar de las consecuencias que ello implica; tanto es así que es acusada de defender a un cristiano, uno de los delitos más graves en la Roma politeísta. Se siente atraída por el cristianismo, una religión incipiente que reconoce admirar: “Me atrae cómo se aman los cristianos… Allí las mujeres son más libres que en nuestras reuniones…, como si fuera el fermento de algo nuevo. Te quedas con ganas de entender más su vida, su fe”, declara Minerva a su familia.
Su bondad, inteligencia y sentido de la justicia la llevan a ser reconocida y venerada. En la Roma imperial, decir lo que uno pensaba era la mayor virtud y el mayor peligro. Minerva tiene la necesidad de trasladar los valores que ella defiende, y lo hace a través de la oratoria. Una necesidad que inculca a su hija Gaia, quien encuentra en el teatro –en un primer momento entendido por los griegos como lugar de culto a los dioses–, ese lugar de refugio que nutre de sabiduría al público que lo presencia.
Minerva, estrenada este miércoles en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, dialoga con el público contemporáneo transmitiendo dichos valores. En una de las escenas, Gaia visita el teatro de Emérita Augusta y, en un ejercicio metateatral, el público viaja por más de 2.000 años de historia para escuchar su relato, que reverbera sobre las columnas romanas del teatro con la misma vigencia que hace 21 siglos. “¿Cómo lo verán las generaciones futuras?”, se pregunta. La respuesta queda recogida en la conciencia del público asistente.
Y es que Minerva nos habla desde las ruinas del teatro emeritense sobre temas que a día de hoy siguen más de actualidad que nunca: Las guerras interesadas, los discursos imperialistas, los abusos de poder, las intolerancias hacia el que piensa diferente. Minerva es atemporal. Perdura en el tiempo. Su legado es eterno. Su figura emerge de las ruinas romanas de Mérida con la finalidad de nutrir nuestra alma y nuestro espíritu. Sus palabras e ideas afloran de las piedras milenarias que acogen la representación.
De esta forma, la obra protagonizada por Assumpta Serna –a la que sigue un amplio reparto conformado por Francesc Albiol, Verónica Parreño, Robert Gordano o Fermín Núñez, entre otros– invita a reflexionar a través del teatro, tal y como hacían los romanos con sus obras primigenias. Y demuestra que muchas de las cuestiones filosóficas que preocupaban a la sociedad de la época, tratados en aquellas obras clásicas de la Antigua Roma, están presentes en nuestro tiempo. Asuntos como el aborto, el derecho a una vida digna o las relaciones poliamorosas son vistos desde el prisma de aquellos años. Asuntos que son abordados desde un enfoque mucho más progresista en algunos aspectos que ciertos discursos actuales. Una prueba clara de cómo la sociedad también puede retroceder.
“Es una tragedia que, en Roma, el talento de una mujer no aumente su valor como esposa. Espero que cuando se nos escuche no sea demasiado tarde. Ojalá sepamos perdonar el pasado y crear balance en vez de buscar venganza y tratar a los hombres como villanos”, expresa Minerva al público contemporáneo del Teatro Romano. Una reivindicación sobre las mujeres que a lo largo de la historia han sido relegadas a un segundo plano, aquellas que cambiaron conciencias, desarrollaron avances y construyeron mitos. Minerva sigue combatiendo con su legado. Las ruinas de Mérida siempre serán su refugio.
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