Bajo los adoquines crecen los tomates

Cantarranas

Un huerto urbano en la localidad de Cantarranas. Foto: Huerta Agroecológica Comunitaria Cantarranas (Flickr Creative Commons)

A veces las crisis albergan una oportunidad: se revisan patrones, se tienden manos, nacen alternativas. Otras veces simplemente destrozan vidas. Pero aquí quiero centrarme en lo positivo que puede traer consigo una depresión como la que vive nuestra sociedad desde hace tanto tiempo. Por ejemplo, los huertos urbanos, que se han multiplicado en España en los últimos años, como una expresión más de la ciudadanía organizándose a sí misma al margen de políticas que no les solucionan la vida.

Ciudades como Sevilla, Madrid, Bilbao, Huelva o Barcelona ven crecer en solares abandonados, donde antes solo se acumulaban basura y chatarra, pequeñas plantaciones. Verduras, legumbres y hortalizas crecen al sol y vienen a recordarnos que bajo los adoquines no es que esté la playa, como en el París del 68, es que late la vida; hay tierra, humus (que tiene mucho que ver con lo humano), origen.

Para muchas personas sin recursos, los huertos urbanos suponen la fuente de alimento fundamental que no pueden adquirir en el supermercado. Para otras, en cambio, son lugar donde ejercer el encuentro comunitario, donde hacer sociedad en red y reinventar la manera de relacionarse con el entorno urbano y con los vecinos sorteando políticas especulativas. También están los que buscan la conexión consigo mismos en un espacio donde dar uso a las manos, cansadas de mandos a distancia y pantallas táctiles.

Estas pequeñas plantaciones humanizan nuestras ciudades y a nosotros mismos; o, si no, que levante la mano quien no sienta que le late el corazón un poquito más deprisa cuando adivina, así, por sorpresa, una tomatera o un girasol en un solar en mitad del barrio de Lavapiés. Por supuesto que las flores y los jardines aportan la belleza y el frescor necesarios a nuestro entorno, pero un huerto es algo más. Conecta con algo muy recóndito en nuestro inconsciente y nos recuerda que, en algún momento de nuestra historia como especie, cultivábamos de manera colectiva nuestros propios alimentos al ritmo de las estaciones… Nos recuerda que comíamos tomates carnosos y no aguados en verano -y solo en verano-, calabazas en otoño e invierno, o higos en septiembre; y que había que tener paciencia y mucha fe para enterrar una semilla, cuidarla y esperar alimentarse de su fruto meses después.

Rafa Ruiz, en un reciente reportaje en El Asombrario & Co, nos advertía del veneno que habita en los productos agrícolas que consumimos diariamente. Así pues, ¡reconquistemos nuestra alimentación y, de paso, nuestras ciudades! ¡Conquistemos los espacios baldíos y sembremos nuestras propias verduras libres de pesticidas! Sin embargo, no todas las iniciativas en torno a los huertos urbano, en su mayoría vecinales, llegan a buen puerto. En algunas ocasiones las autoridades locales las abortan, como fue el caso del huerto de La Revoltosa, en el madrileño distrito de Arganzuela. En otoño de 2013, el Ayuntamiento ordenó arrancar de cuajo los brotes que con tanto mimo habían cuidado los vecinos en un solar en el aŕea conocida como Pasillo Verde. ¿Demasiado peligro en unas matas de cebollas y un limonero en torno a los que los vecinos se reunían para crear algo en común? ¿No será que esto de cultivar la tierra es más revolucionario de lo que parece?

Los huertos que sí consiguen prosperar lo hacen gracias a que los hortelanos de asfalto comienzan plantando en un espacio abandonado y, después, tras negociaciones con el Ayuntamiento de turno, consiguen la cesión del solar. También se da el caso de que los consistorios no pongan objeción alguna a iniciativas que surgen en suelo público ya cedido, como en el centro autogestionado de Tabacalera o en ¡Esta es una Plaza!, ambos en Madrid. A veces, las autoridades locales incluso fomentan estas iniciativas, como está pasando en Málaga, donde ayudan en el acondicionamiento de solares y ceden otros terrenos para huertos, o en Barcelona, donde también se está haciendo cesión de numerosos solares. En Sevilla, en cambio, donde los huertos urbanos se multiplican cada temporada, el Ayuntamiento está rebajando de manera drástica las ayudas. Lo que está claro es que la mayoría de los huertos están gestionados por asociaciones y el apoyo recibido por parte de las instituciones es desigual, y esto a veces convierte la gestión en una verdadera odisea.

En todos los casos, estos huertos abastecen a gente de la zona en la que se cultivan o a grupos de autoconsumo, en lo que supone toda una reivindicación del acceso a productos locales y ecológicos y una vuelta a lo cercano.

En Madrid, ciudad que tiene por patrón al hortelano San Isidro, tal es la fiebre por cultivar que el pasado 15 de julio, en el espacio autogestionado de La Latina El Campo de Cebada, la plataforma Tedx Madrid invitó a un integrante de la red de huertos urbanos de la capital para que hablara de cómo nació la red, sus frutos y sus retos. Grupo de Utópicos se llaman a sí mismos los componentes de esta red en su blog, donde dan cuenta de las actividades y evolución de un colectivo que agrupa huertas con nombres tan sugerentes como El huerto ambulante, Revuelta en la huerta o Quijotes con azadas.

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Jovenes trabajando en un huerto urbano. Foto: Fernando Mafé (Flickr Creative Commons)

En junio de 2014, OcioGune, evento organizado por la Universidad de Deusto en Bilbao, también dio espacio a esta iniciativa e invitó al colectivo de ¡Esta es una Plaza!, de Lavapiés, a la jornada Ocio y derecho a la ciudad, para compartir su experiencia en este “jardín comunitario autogestionado” que cuenta con huerto y actividades de todo tipo. Encuentros como este aportan visibilidad, tal y como dicen en la organización de OcioGune, a “expresiones innovadoras de ese derecho a la ciudad que emerge a caballo entre el activismo social, la práctica estética y el saber colaborativo; iniciativas de mapeo y cartografía de la ciudad que buscan visibilizar los recursos comunes urbanos (urban commons), a menudo invisibles ante proyectos comerciales y urbanísticos”. 

El fenómeno de las plantaciones urbanas, fuera del movimiento vecinal y comunitario, también se ha convertido en un negocio a cuya vera nacen empresas que instalan plantaciones en terrazas individuales y patios de casas de vecinos o incluso de hoteles. Es el caso de los lujosos Wellington en Madrid o Waldorf Astoria de Nueva York, cuyas respectivas azoteas albergan enormes huertos. Como el Wellington, muchos restaurantes y establecimientos hoteleros en España presumen de ofrecer en sus cartas verduras, hortalizas y legumbres ecológicas de sus propias plantaciones. Cualquier rincón con un poco de sol es susceptible de tener una pequeña instalación con hierbas aromáticas, brotes de alfalfa o berros y, ya palabras mayores, lechugas, cebollas… Se aprecian desde la calle en pequeños balcones o en terrazas en las que se mezclan con geranios o pensamientos, belleza pura.

Hablamos de España, pero en otros países de la Unión Europea y en Estados Unidos los huertos urbanos son un fenómeno más que consolidado.

Todmorden es una localidad del Norte de Inglaterra que es casi un huerto urbano en sí misma y bandera del movimiento “Incredible Edible”. “We grow and campaign for local food” (Cultivamos y promovemos los alimentos locales), explican en su web. En esta ciudad de 15.000 habitantes hay más de 70 espacios públicos dedicados a huerto, que se mantienen gracias a la labor de voluntarios perfectamente organizados. Todo el pueblo, incluidos restaurantes y bares, pueden beneficiarse de la cosecha gratis en función de sus necesidades. Empezaron en jardines privados, siguieron con solares y ahora están implicadas instituciones locales para ceder áreas del parque de bomberos o la estación de tren en las que cultivar y ampliar su “revolución” con proyectos de vivienda social, talleres educativos, etc…

En Estados Unidos, hay que referirse sin duda a los huertos urbanos de South Central, en Los Ángeles. “Cultivar tu propia comida es como imprimir tu propio dinero”, proclama en una charla de TED Rod Finley, el promotor de este movimiento al que llaman «el jardinero guerrillero”. En esta emocionante conferencia de apenas 15 minutos, Rod Finley rechaza ser parte de la “realidad manufacturada” que le rodea en el barrio más conflictivo de una ciudad en la que hay tantos terrenos abandonados que podría llegar a cultivarse una superficie equivalente a 20 Central Parks. Finley resume de manera más que elocuente todo lo que un huerto puede suponer para una sociedad como herramienta de educación y transformación. “Cultivar es el acto más terapéutico y provocador que se puede hacer, especialmente en una ciudad”, asegura.

Lo dicho, bajo los adoquines no es que esté la playa, como en el París de Mayo del 68, es que laten los huertos, crecen los tomates, renace la vida. Cultivemos una nueva sociedad con ellos.

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Comentarios

  • Juanjo

    Por Juanjo, el 18 julio 2014

    Claro debemos dejar que la gente siembre huertos para entretenerse, tengan una vaca para no tener que comprar leche, un par de cerdos, un par de ovejas para no tener que comprar carne, unas gallinas para no tener que comprar huevos, un pequeño taller en casa para ir arreglando el coche, vamos de todo un poco y ya nos dedicamos todos al trueque como hace 500 años y cuando no haya fondos en la seguridad social para pagar las pagas ya veras de donde van a ir todas las pagas. Si eres periodista y tuvieras una poco de sentido no defenderías algo que esta arruinado poco a poco al sector mas importante que hay en España que es el sector agricola-ganadero. España siempre ha vivido del campo no de la construcción como nos quieren vender los políticos y si resulta que los que estan cobrando se dedican a sembrar el huertecillo tan bonico, los que lo pagan son los que tienen que vivir de los que le da el campo.

    • Humo

      Por Humo, el 20 julio 2014

      Juanjo, no se trata de sustituir nada, sino de humanizar las ciudades para aquellos que no podemos desplazarnos a los pueblos. No destruimos nada, al contrario: construimos un nexo entre lo rural y lo urbano, y los niños aprenden que los tomates no nacen en el supermercado. Por otro lado, gran parte de lo que encontramos en las tiendas ni se ha cultivado en nuestro país – con la consiguiente contaminación debido al CO2 emitido durante el transporte – ni lo ha hecho con técnicas respetuosas con el medio ambiente. Por último, te rogaría que reflexionaras sobre la diferencia entre el precio al que venden los agricultores y el que pagan los consumidores… Ese sí es un verdadero problema, y no el hecho de que se aprovechen los solares y las azoteas urbanas para cultivar unas verduras que en muchas ocasiones sirven para aliviar el magro presupuesto familiar o para un ocio que une a los abuelos con los nietos y les transmiten amor y respeto a la tierra.

  • Humo

    Por Humo, el 19 julio 2014

    Tengo un balcón de dos metros cuadrados. He cultivado pimientos, albahaca, hierbabuena y otras «hierbas», tomates y hasta sandías… Van por turno, claro, porque el espacio no da para más. En la próxima reunión de la comunidad de vecinos pediré permiso para cultivar en la azotea, que podríamos utilizar todos. Veremos.

  • Yago Martinez Alvarez

    Por Yago Martinez Alvarez, el 19 julio 2014

    Los pies de foto no son correctos. La de la portada corresponde a la Huerta Cantarranas de la Universidad Complutense en la localidad de Madrid. Y la siguiente foto en la que es ven los bancales y el mural es Esta es una Plaza, en el barrio de Lavapies, tambien en Madrid.

  • emilio

    Por emilio, el 19 julio 2014

    Claro, claro… la gente está harta de la supermasificación de las ciudades actuales y busca un alivio en la «urba-agricultura»… sería mejor que abandonasen las grandes masificaciones humanas y que se integraran en el mundo rural español, que por cierto esta vacio.
    Las carreteras y autovías para acceder a ellas ya están construidas. POR UN MUNDO MAS HUMANO.

    • Humo

      Por Humo, el 20 julio 2014

      Emilio: para desplazarse a un pueblo a cultivar la tierra haría falta que ofrecieran trabajo digno, porque un huerto pequeño no da para vivir. La gente no emigra a la ciudad por capricho, aunque añore el campo.

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