‘Balas contra la infancia’: Historias conmovedoras de niños y niñas en guerra

Niños sirios en un campo de refugiados. Foto: Global Humanitaria.

En ‘Balas contra la infancia’, cinco periodistas escribimos sobre distintos países y conflictos con la mirada puesta en los niños y niñas que participan de un modo activo o pasivo en ellos. Hibai Arbide Aza, Lula Gómez, Patricia Simón, Fernando García Arévalo y yo apostamos por distintas narrativas y estructuras, y por distintas épocas, porque, por desgracia, la humanidad tiene la mala costumbre de permitir que la Historia se repita. Desde Gaza a los refugiados ucranianos y los niños y niñas soldado. ‘Balas contra la infancia’ aparecerá en la colección ‘Compromiso’ de libros.com con el apoyo de la gente.

Recuerdo una mañana gris y un poco lluviosa en la Franja de Gaza. Ahora mismo no podría decir en qué campo de refugiados, pero tampoco es fundamental, en algún momento todas aquellas callejuelas parecen iguales. Porque les diré que, en Gaza, los campos de refugiados no son como esos que hemos visto por la tele en Grecia. Nada de casetas ni tiendas. Son ya edificios de varias plantas en barrios que conforman una ciudad, como capas del conflicto que se acumula y hay que desentrañar.

Aquel día, en aquella calle sin asfaltar, sobre la arena, jugaban a las canicas un par de niños. Me recordó a, cuando de cría, siempre a vueltas en torno mi hermano mayor y cualquier cosa que hiciera, yo aprendía a manejar entre los dedos esas bolas de cristal mágicas. Sonaban al rebotar y no se rompían. Tenían dentro sombras de otros colores y eran de tamaños diferentes. Hasta había unas, las que llamábamos de gasolina, que tenían un aspecto metálico casi extraterrestre.

Me faltó poco para arrodillarme a jugar con ellos y hacer un guá. La niña en mí sonreía a un momento suspendido en el tiempo que parecía sacado de aquella infancia apacible en Zamora; sólo el ruido de alguna bomba de sonido me devolvió a la realidad, recordándome que aquella seguridad que fue mi privilegio no está siempre garantizada.

Fue allí donde aprendí el nombre en árabe de las canicas. Gulul. Lo aprendí de uno de los críos que extendió la mano con una sonrisa ofreciéndome una de aquellas pequeñas joyas esféricas. Durante años la he llevado en el bolsillo en mis coberturas de conflictos. Y es curioso que, a lo largo de los años, las haya encontrado en el suelo de muchos de ellos. Carl Jung hablaría de sincronicidad. Un recordatorio quizá de por qué yo también estaba allí…

“Sobre la guerra”, escribía el periodista Hibai Arbide en Twitter hace unos días, “solemos pensar en bandos e intereses en juego. Pero no tanto en quienes más las sufren: los niños y niñas”. Intereses en juego. El juego de la guerra. Me quedo reflexionando. La guerra puede ser cualquier cosa menos un juego. Por eso decidimos escribir Balas contra la infancia, porque la guerra no es un juego de niños, pero en ella los y las más pequeños siempre se ven arrastrados, atropellados, forzados: como supervivientes, refugiados, combatientes de una situación impuesta, pero no dejan de ser lo que son.

Una mujer y su hijo esperan a ser atendidos por Cruz Roja, tras ser rescatados por un barco de salvamento en aguas del Estrecho de Gibraltar. Tarifa, Cádiz, 2014. Foto: Fernando García Arévalo.

En Balas contra la infancia, que aparecerá en la colección Compromiso de libros.com , cinco periodistas escribimos sobre distintos países y conflictos con la mirada puesta en los niños y niñas que participan de un modo activo o pasivo en ellos. No sólo de los contemporáneos. Hibai Arbide Aza, Lula Gómez, Patricia Simón, Fernando García Arévalo y yo apostamos por distintas narrativas y estructuras, y por distintas épocas, porque, por desgracia, la Historia tiene la mala costumbre de repetirse. O peor aún (¿por qué culpar a la Historia?), la humanidad tiene la mala costumbre de permitir que la Historia se repita, que los conflictos, como aquella Guerra Civil que fue testigo de la Desbandá en Andalucía, se vean reflejados como en un espejo en ese tan contemporáneo que observamos cuando miramos hacia las vallas de Melilla, como les explicará Fernando García Arévalo, fotoperiodista que lleva tres décadas empeñado en hacer un periodismo a fuego lento, que cuente historias personales y cercanas.

“Con tan solo 9 años y mientras huía de Málaga con su familia junto a miles de civiles indefensos hacia Almería, Ana Pomares fue ametrallada y bombardeada desde tierra, mar y aire por tropas fascistas y nazis durante la que hoy se conoce popularmente como La Desbandá de Málaga”, recuerda el autor. “No es de extrañar que este fatal episodio de la

Guerra Civil sea considerado hoy el episodio más cruel, sanguinario y cobarde ataque contra población indefensa. Extraña mucho más, explica García Arévalo, el tono y las formas en el relato de Ana: “No hay odio ni sed de venganza; al contrario, sí hay la necesidad de justicia: ese sentimiento tan necesario para que los que sobrevivieron duerman con sosiego y los muertos reposen donde y como merecen”. La de Ana es sólo una de las muchas historias que nos ayudarán a entender cómo sobrevive la infancia atrapada en conflictos de los que a veces huyen pero, en los que, en ocasiones, también luchan.

Tradicionalmente hemos empleado el concepto de niños y niñas soldado en conflictos como el de Sierra Leona, República Democrática del Congo o República Centroafricana, pero muchos combatientes que se encuentran en las maras o pandillas de Centroamérica, en los grupos paramilitares de Colombia o en los grupos yihadistas que operan en Mozambique, también son menores reclutados forzosamente por los actores armados o por sus circunstancias de vulnerabilidad, como les contará Patricia Simón, periodista especializada en derechos humanos y perspectiva de género. “Para muchos de estos menores es la única forma de salir de la pobreza, de la falta de expectativas y de encontrar un sentido de pertenencia. Conocerles nos permitirá entender que solo podremos vivir en un mundo más seguro y pacífico si conseguimos que sea menos desigual e injusto”, apunta mi compañera.

Balas contra la infancia contará historias que no son lineales, sino poliédricas. Cuando comenzó la guerra de Ucrania, todos los ojos del mundo miraron hacia Medyka y Przemyśl, la frontera con Polonia por dónde comenzaban a salir millones de madres con sus niños y niñas. A veces, cuando el movimiento es tan multitudinario que no podemos ignorarlo, el mundo mira, como miraba hacia Lesbos, Grecia, en 2015. O hacia la frontera de Guatemala y México en 2020. Pero el movimiento no se detiene cuando no miramos. “Mientras todos los ojos estaban puestos en Medyka, Khushbo, de 11 años, y sus cuatro hermanas, afganas, cruzaban a pie los Balcanes con la intención de llegar a Alemania desde Grecia”, explica Hibai Arbide Aza, que lleva años en Grecia cubriendo, entre otras muchas cosas, el conflicto que se repite en las fronteras. “Esos mismos días, muy lejos de allí, en Agadez, Níger, la migrante nigeriana Tresor trataba de recuperar el contacto con la hija que había dejado atrás para ir a Libia. Y aún más lejos, en Caucasia, un pequeño pueblo de Colombia, Ana se preguntaba si sería necesario marcharse de su casa para que sus hijas adolescentes no terminaran siendo reclutadas por el mismo grupo paramilitar que la había comenzado a amenazar a ella”. Porque la historia de la guerra también repercute en los descendientes de esos niños y niñas, desterrados a la fuerza. A veces se hereda.

Familia desplazada por los ataques terroristas yihadistas en Cabo Delgado, Mozambique, en marzo de 2021. Foto: Patricia Simón.

Miles de menores huyeron de España hacia la Unión Soviética, como ahora lo hacen los ucranianos o los africanos o sirios. Muchos salen de sus hogares soñando con regresar algún día y con el tiempo ven desvanecerse esa esperanza. Algunos de los supervivientes de aquel exilio nos hablarán en Balas contra la infancia a través de Lula Gómez, quien ha recopilado muchas de las cartas que enviaban y que nunca llegaron a España. Y los testimonios de muchos de aquellos niños y niñas ahora centenarios. “Tienen más de 90 años y cada vez quedan menos y en peores condiciones”, detalla la autora. “Un día pueden estar bien, otros mal. Se marcharon de España con 5 años; otros con 16. Es difícil hablar con ellos, niños y niñas (hoy ancianos) de la Guerra, que fue como se llamó a esas almas que ante las balas que caían sobre sus tierras se embarcaron rumbo a la antigua Unión Soviética”. Marcados para siempre, ellos y sus descendientes. Todos víctimas: “con hijos que no pudieron volver: la frontera del franquismo les retuvo para siempre”.

Ellos son la memoria viva de lo que es ser un niño en conflicto pero, por otra parte, incide Gómez, “ese país que recibía a víctimas, hoy es quien toma armas y provoca que infantes como aquellos vuelvan a repetir el drama de no saber el idioma, no saber si volverán, no saber si tendrán una casa, si su gente sigue viva…».

En Balas contra la infancia las voces de esos niños y niñas resonarán como las bombas que caen sobre Gaza, el espacio vital al que les llevaré de la mano en el libro. Como esas bombas de sonido que recuerdan que los pequeños que juegan a las canicas en las calles sin asfaltar nacen, viven y mueren en conflicto. No hay forma de escapar. El mar es una trampa cubierta de escombro que se envenena poco a poco. La playa, una zona de peligro, como en Ucrania. La cárcel se traslada entonces del exterior al interior de unas mentes que solo deberían soñar con volar y crecer libres… y jugar a las canicas.

‘Balas contra la infancia’, coordinado por Nuria Tesón, autora de este artículo, se editará en libros.com a través de crowdfunding. Si quieres apoyar su publicación, entra aquí

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