Bandas en el corazón de Madrid: cómo evitar que crezcan

Equipo de fútbol Dragones de Lavapiés.

Bandas en el corazón de la ciudad. Frente a los planes municipales y de la Delegación del Gobierno en Madrid, que parecen ser partidarios de aplicar la ‘mano dura’ que algunos tanto alabaron en el alcalde neoyorquino Giuliani, la autora de este artículo –periodista y antropóloga, presidenta de Dragones de Lavapiés– subraya la importancia de trabajar por la creación y la mediación pacífica, por la integración mediante el deporte y el teatro. “Hemos aprendido algo que necesitamos entender bien: los niños en bandas siguen siendo niños y tienen derechos como niños, y la estigmatización, criminalización y deshumanización de los chicos agrava un problema y no aporta soluciones. Hablar con los líderes e intentar crear espacios para acabar con el aislamiento sería un paso importante”.

POR DOLORES GALINDO FONTÁN

«Los imaginados son los que se creen de banda, los que caminan con el pantalón bajado y piensan que por dar un machetazo ya están dentro. Pero eso no es ser de banda, ser de banda es otra cosa. Es haber pasado hambre juntos. Ser familia”. Es posible que, para S., el joven que habla, los imaginados no cuenten. Lo cierto es que las bandas no te hacen una ficha, te dan un carné o te emiten un certificado de banda. No hay censo, no hay registros… Sí que hay escalafones y jerarquías. Los componentes se llaman precisamente así, componentes y se estructuran en coros ligados al territorio: una plaza, una cancha, un barrio. Nadie sabe a ciencia cierta cuántos chicos y chicas están en bandas en Madrid porque ser de banda es secreto. Se habla de cientos o miles. Muchos son niños de 11 o 12 años.

De vez en cuando, si hay una trifulca y algún chico resulta herido o muerto, las bandas ocupan titulares en los que se extiende un piadoso velo de palabras sobre la víctima para ocultar su pertenencia. La condición de niño es más reconocida si está muerto y fuera de la banda.

Casi siempre pensamos en la banda como una estructura criminal. Pero lo cierto es que no todos los que están en banda cometen crímenes. Ni todos los que aspiran a estarlo quieren cometerlos. Aunque en sus canciones, en su drill compartido en YouTube se hable mucho de josear o buscarse la vida como sea y de peleas, de fidelidades a muerte y de traiciones, ese es también el material con el que se hacen las historias en cualquier fábrica creativa. Lo que buscan todos los niños que están o pretenden entrar en bandas, sin excepción, es una familia. Están solos. O en familias tan vulneradas que no son capaces de proporcionarles el abrigo necesario. Madres y padres con horarios laborales interminables o con una situación tan precaria que les hace estar ausentes en el día a día de sus hijos. La épica de la que se alimentan estas agrupaciones es la de la confrontación: entre bandas y con la policía. Si la policía identifica a un imaginado le está ayudando a afirmarse como parte de la banda.

Post-apocalipsis en las canchas de Lavapiés

Hay un coro de los Domenican Don´t Play en el Casino de la Reina, justo en el mismo espacio donde jugamos los Dragones de Lavapiés a fútbol.

Fue en el verano del año de la pandemia, en el que, tan pronto como fue posible, los responsables del club, con la ayuda de todo el barrio, nos organizamos para sacar a los niños y niñas confinadas en las casas más pequeñas de Madrid (y quizá de Europa) creando un campamento urbano, cuando por primera vez hablé con un líder de banda. Era por la mañana y la luz del sol brillaba sobre la pista de pasta de vidrio reciclado de la cancha de baloncesto de una forma tan intensa que parecía la escena de una película o de un sueño postapocalíptico.

«Mírame, no te tengo miedo», le dije al muchacho tatuado, no muy alto pero fornido, que amenazaba con agredir a un entrenador por haberse sentado en su banco. «Soy la presidenta de los Dragones de Lavapiés», le lancé como quien lanza un guante en un torneo medieval.  «Sé quién eres, yo te conozco, yo te veo» me dijo el Menú, cambiando repentinamente de actitud y reconociéndome como interlocutora válida. Se abrió una grieta en esas realidades paralelas que habitamos. Hablamos. Me enseñó sus cicatrices y yo le conté que tenía una mayor, por una cesárea. Él también había cambiado pañales, los de un hermano pequeño al que intentaba proteger de la violencia encerrándolo en casa jugando a la Play. Se empeñó en mostrarme su pasaporte venezolano (el entrenador que se había sentado en su banco era de su misma ciudad). La desesperanza más absoluta se reflejaba en cada una de sus frases que parecían también sacadas de una serie de Netflix. «Yo sólo puedo terminar en la cárcel o en una caja» y «tú eres una antisistema», me dijo. «Tráete a tu hermano a jugar a fútbol», le contestó tan natural una de nuestras jugadoras adolescentes quien estaba escuchando.

La escuela de ‘influencers’ y las tortillas de patata

Ese otoño, Football Against Racism Europe nos propuso que presentásemos un proyecto a una convocatoria de Adidas y resultamos ganadores. Creamos una Escuela de Influencers para prevenir la violencia, un lugar donde los niños pudieran disfrutar del arte urbano, del rap, del freestyle, del break dance y del teatro disfrazado de TikTok. Donde pudieran conocer a profesores de baile y de rap racializados que sirviesen como referentes y les empoderasen (los músicos de Afrojuice 195, la actriz Alba Flores, la freestyler Erika dos Santos y el poeta Yeison García López fueron algunos de quienes respondieron a nuestra llamada). Rocío Gómez, activista antirracista y actriz, experta en la técnica de teatro neoyorquino de Susan Batson, fue la encargada de dirigir la escuela, de dar clase de teatro, de buscar colaboradores y de asegurarse de que en la Influencers School las chicas y los chicos pudieran cenar. Porque hay niños y niñas en Lavapiés que deambulan por las canchas con hambre. Niños y adolescentes a quienes el mundo adulto envía, sobre todo, policía y mucha hostilidad y a quienes alimentamos con tortilla de patata el sábado por la noche durante algunos meses.

El mismo día de febrero que empezamos con nuestras actividades en La Casa Encendida, que nos acogió generosamente, dos asesinatos relacionados con bandas –DDP contra Trinitarios– tensaron todavía más el ambiente con la amenaza de una venganza trinitaria y una gran presión policial en respuesta.

Rocío Gómez dirigiendo una improvisación en un estudio profesional.

Técnicas teatrales para provocar el cambio social en Lavapiés

En primavera, la plataforma MAR (Fundación Carasso, Hablar en Arte y Museo Reina Sofía) nos ofreció la oportunidad de investigar a través del teatro, y empezamos Dragones X el Reina, un proyecto apasionante cuyo objetivo es tratar de entender dónde se origina la violencia. Uno de los acusados de uno de los asesinatos de febrero (detenido y liberado a los dos días por falta de pruebas), y a quien conocimos siendo un niño futbolista nueve años atrás, nos pidió contar su historia. Se sentía muy injustamente tratado por los medios de comunicación, quienes habían difundido la noticia de su detención publicando su nombre y apellidos y fotografías con su rostro, marcado por una cicatriz. Esas fotos ponían una diana sobre él allá donde fuese: por lo menos, hasta que los verdaderos culpables fueron detenidos, S. podía ser objetivo mortal de un trinitario.

Con S. y con un pequeño grupo de chicos adultos iniciamos un proyecto de teatro e improvisación dirigido por Rocío Gómez y creamos un corto documental, Esferas. Allí venimos a contar que hay niños en nuestra sociedad a quienes nunca se dio la oportunidad real de ser niños y que, según Rocío, se han especializado en crear una cuarta pared que les aísla (y también les permite ser muy buenos actores).

Han pasado varios meses. Hemos conocido a chicos, casi siempre con hermanos pequeños, a quienes su madre nunca pregunta de dónde sacan el dinero cuando lo traen a casa para hacer la compra. A chicos que no fueron casi a la escuela, pero que han enseñado a leer a otros. A muchachos ya mayores que buscan abrirse paso en el mercado laboral en obras y en restaurantes de comida rápida y que siguen perteneciendo. Incluso a alguno con tienda propia que también sigue.

Los planes municipales y de la Delegación del Gobierno en Madrid parecen ser partidarios de aplicar la mano dura que algunos tanto alabaron en el alcalde neoyorquino Giuliani. Se habla incluso de «no permitir entrar a las bandas violentas en los institutos». Como si pudiera hacerse esto en abstracto y sin vulnerar el derecho a la educación de niños. No permitir entrar a las bandas violentas en los institutos supuso, hace cinco años, la expulsión durante semanas de seis chicos de nuestro club de fútbol, Dragones de Lavapiés, nada más empezar 1º de la ESO, con 12 y 13 años. Eran todos afros. Cuando hablé con el jefe de estudios, me dijo que la expulsión no tenía que ver con el racismo, sino que no querían que volviese a haber bandas ni violencia (los chicos se habían peleado en el pasillo). La profecía autocumplida: quien esperaba a esos seis chicos expulsados en la puerta del instituto era la banda.

Transgang, investigar para mediar e intervenir sin adultocentrismo

Durante nuestra investigación también hemos leído a muchos expertos y hemos hablado con alguno; imborrable la charla con el profesor Carlos Feixa. La trayectoria de este antropólogo es reconocida a nivel internacional. Años de investigación etnográfica, rigor intelectual y una extensa producción científica le avalan. El Consejo Europeo de Investigación ha destinado 2’2 millones de euros para su proyecto Transgang cuyo objetivo es «deducir formas de intervención más eficaces para prevenir la hegemonía del modelo de banda delincuente que aparece como dominante en la era neoliberal». Otra experta, nominada varias veces al Nobel de la Paz, Nelsa Curbelo, de Ecuador, también advierte de que la política de mano dura no es eficaz con las pandillas violentas. A ella le sirvió el deporte. En Estocolmo, adonde acudimos invitados por la Radicalisation Awareness Network, hemos visto cómo la asociación Fryshuset utiliza el teatro y la creatividad y hemos establecido lazos para colaborar.

De todos estos enfoques hemos aprendido algo que era básico y que necesitamos entender bien: los niños en bandas siguen siendo niños y tienen derechos como niños, y la estigmatización, criminalización y deshumanización de los chicos agrava un problema y no aporta soluciones. Hablar con los líderes e intentar crear espacios para acabar con el aislamiento sería un paso importante. Algunas de las ideas lanzadas por los propios chicos las estamos llevando a cabo juntos: hemos empezado a jugar al baloncesto, pero querríamos hacer una liga, apoyarles con clases de guion y de teatro. Muchos nos piden ser entrenadores de fútbol. Necesitamos aunar fuerzas para hacer despegar el Proyecto Mandela que busca ayudar a los más vulnerados entre los más vulnerados. A una infancia tan vulnerada que ni siquiera se la percibe como infancia.

***

Dolores Galindo Fontán es periodista. Investigadora en Antropología Social y Cultural. Presidenta de Dragones de Lavapiés, club de fútbol cuya misión es tejer, a partir de los valores y la competición deportiva, lazos de solidaridad, respeto y comunidad, propiciando el diálogo entre personas de más de 50 procedencias nacionales. Trabajan en programas basados en el entrenamiento, el acompañamiento y la mentorización enfocados al estudio y a la transición a la vida adulta. En la actualidad 400 futbolistas, 250 niñas y niños y 100 hombres y mujeres, juegan en el club. En total, 23 equipos, incluido uno senior de refugiados, dos queer y el Proyecto Mandela de baloncesto y teatro.

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