‘Berg’, la genial y retorcida locura de Ann Quin, por fin en español

La escritora Ann Quin.

A veces la sabiduría emocional tiene como único objetivo convertirnos en monstruos o en espectros. Si no, que se lo digan a Berg, el protagonista de la delirante y original primera novela que en 1964 publicó la británica Ann Quin (1936 / 1973), que se convirtió en autora de culto en los años 60 y 70, y cuya vida real también terminó entre delirios. Aunque para ser justos a la hora de calificar esta obra que escapa a todos los esquemas estilísticos y emocionales, optaría por calificarla como un diario expansivo y casi demente. Una novela-diario-alucinación dentro de un caos estético en perfecta armonía con el sufrimiento extremo del narrador y que ahora se publica por fin en español.

En Berg, la autora se afana por exorcizar lo imposible o, mejor dicho, construir un exorcismo imposible en el que la genética destroza el porvenir, la calma y, en realidad, cualquier certeza que quiera ser levantada desde la racionalidad.

Berg es un delirio construido con frases hermosas y sustentado por esa lengua que deja mil rastros en la memoria y que no es otra que la que forma el dolor:

“Por el rencor no hay recompensa”.

Sin duda esta novela-diario-alucinación representa un caos estético en perfecta armonía con el sufrimiento extremo del narrador. Es un sueño casi matemático para aislar al protagonista del abandono extremo; sin embargo, convierte la locura, la ensoñación, la violencia programada en una tabla de salvación para la supervivencia y la verosimilitud de un personaje tan histriónico como tierno. Berg es un cautivo del que tiran dos memorias. Es el díscolo niño que habría salido movido en la foto que hizo célebre al rey Salomón:

“¿De esto provengo? No, no, tendría que haberme quedado con la imagen de un padre sereno y digno, muerto solo en la imaginación”. 

Berg está auspiciada a base de reflexiones inhóspitas; sin duda supone una reformulación filosófica de la venganza, de la falibilidad de cada hombre. Quinn tiene un sentido muy shakesperiano de la puesta en escena. Por ejemplo, su forma de acumular la violencia como una fuerza centrífuga  que zarandea la biografía del protagonista, con la misma mala intención  con que zarandea el viento el cuerpo del diente de león hasta negarle cualquier posibilidad de supervivencia, entronca de manera mimética con el ideario del dramaturgo:

“Contemplaré lo que he imaginado y solo de ahí brotará la totalidad de mis actos”.

“Sanar de una vez por todas con realidad los sueños que se acaban”.

También hay que poner de manifiesto tras la lectura de este libro que esta historia es una travesura largamente pergeñada por el protagonista. La provocación de un hombre que sigue siendo el niño que se ahogó por culpa de las dudas maritales vomitadas por sus progenitores. Berg se hibrida muy bien con los personajes de Pinocho y Peter Pan, y se nota también que contiene mucho de la tradición oral que ha movido a los seres humanos durante siglos y siglos:

“El pasado es un árido paisaje invadido por una imaginación que vegeta; esa secularización del ideal”.

 Berg es un monólogo atípico, la arcada febril de un niño abandonado que habita sobre la sombra del suicidio, que persigue a dentellada limpia su necesidad de venganza como si esa fuera la única luz que le quedara disponible al mundo.

“¿Cuántas veces seguiría al deseo una acción a sangre fría?”.

“Quizás yo haya muerto durante la noche: ¿esto por eternidad?”.

Mención aparte merece la relación epistolar del protagonista con su madre, sin duda un agónico y despiadado Pepito Grillo, que azota la razón de su hijo de esa forma inhumana en que se azota la piel de un hombre del que nos creemos dueños. Aquí Quinn pone la maternidad (y la paternidad, el retrato que hace del progenitor es de una dureza incontenible, lo construye como un personaje execrable, como una bestia sin escrúpulos que habita en los generosos peajes que otros habilitan para él) en tela de juicio carta a carta. El fracaso de la madre es una tela de araña adulterada que lanza a su hijo hacia un pozo infinito y oscuro del que no logrará escapar indemne, porque la venganza es siempre una prisión aunque creamos salir de ella convertidos en héroes.

Berg es calidoscopio que escupe rabia en lugar de colores, es un laberinto sin puerta de salida ni puerta de entrada. La suya es una puerta giratoria que te adentra en una ensoñación perversa. Está llena de trampas, a veces los personajes se confunden, y de tan idénticos acaban siendo completamente opuestos. Berg te sumerge en una duda extravagante y extraordinaria. En un reto en el que los nombres se repiten y se mezclan con ese privilegio que supone saber que el agua y el aceite representarán su bello espectáculo para seguir siendo siempre líquidos inmiscibles.

Berg es una aventura alimentada por vicios y extremos. La ensoñación de un hombre, de dos hombres, de una mujer, es la definición más punzante del deseo. Una hecatombe que derriba los muros del escenario y que es lamida por la cara menos agradable del mar.

Berg es sentir el poder de la sal y el vinagre como únicos alimentos. Es la corona de espinas que llevan ceñida a su cabeza de hombres demasiados niños.

‘Berg’. Ann Quin. Traducción de Axel Alonso Valle y Ce Santiago. Malas Tierras / Underwood. 205 páginas.

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