Bob Pop, el afilado ‘voyeur’ de la tele y la prensa

_MG_6380

Roberto Enríquez, alias Bob Pop, analista de redes en el programa de Andreu Buenafuente, escritor y articulista.

A Roberto Enríquez, más conocido por su pseudónimo ‘Bob Pop’, muchos lo conocen por su participación, como irónico e inteligente analista de redes sociales, en el programa ‘En el Aire’, de Andreu Buenafuente. Pero su carrera no comienza ni termina en la televisión. Escritor, aunque le cueste definirse así, autor de la novela de trama gay ‘Mansos’ (Caballo de Troya), articulista en ‘La Marea’, crítico de televisión… En fin, voyeur -como le gusta definirse a él- de todo aquello que le rodea, y narrador atento y analítico del presente, como lo demuestra en esta conversación.

Novelista, colaborador de televisión, donde tienes una vertiente cómica, articulista en medios tan diferentes como ‘Lecturas’, ‘Público’, ‘eldiario.es’ y ‘La Marea’…, ¿cómo se define Roberto Enríquez, alias ‘Bob Pop’?

Yo me defino como voyeur, como mirón, soy el que mira y cuenta las cosas. Comencé a definirme como voyeur antes de publicar Mansos y, aunque siempre he escrito, me parecía algo petulante definirme por entonces como escritor; ahora, tras haber publicado, creo que podría definirme, a la vez que como un voyeur, también como “un escritor que hace cosas”. Además de todo esto, casi a modo de corolario, me defino como un superviviente.

¿En qué sentido superviviente?

Yo he pasado por muchísimos sitios, pero nunca me he reintentado; en primer lugar, porque he sido y soy yo mismo todo el rato. Por tanto, soy superviviente en el sentido de que siempre he intentado buscar un sitio desde donde poder expresar mi voz sin tener que dar muchas vueltas. Para mí, ser un superviviente es haber sido capaz de mantener siempre mi propia voz y, a la vez, ir evolucionando, no sé si creciendo o creando un mundo propio, pero sí evolucionando en tanto que he ido cambiando de lugares y ambientes.

Tu lugar privilegiado ha sido el de los medios de comunicación.

Yo empecé muy tarde a ganarme la vida en los medios de comunicación, puesto que mi carrera empezó en la empresa privada; mi trayectoria en los medios comenzó cuando abrí a finales de los ochenta un blog, cuando todavía éstos no eran muy comunes, y a raíz de ahí comenzaron a llamarme otros medios y empecé no sólo a tener visibilidad, sino a construirme en parte un personaje. Y, volviendo a lo de antes, soy un superviviente, porque creo que no he tenido que rendirme nunca; evidentemente, cuando cerró Público fue un auténtico mazazo, fue un momento muy duro en el que me replanteé qué es lo que hacía, si de verdad servía de algo lo que yo hacía y escribía. De hecho, todavía hoy, hablando con gente que hace cosas de verdad, como médicos, profesores…, pienso que en verdad yo me dedico a algo de juguete, es decir, a algo que no tiene transcendencia.

Distingues tu profesión de aquellas que hacen “cosas de verdad”, pero ¿no crees que hoy es esencial contar con la voz de alguien que observa y luego cuente, narre aquello que otros no ven?

No sé si sigue siendo importante. A veces, cuando me pongo a escribir, esa voz que es la propia escritura me genera muchas dudas, no tanto por lo que se refiere a mí mismo, sino en cuanto a la utilidad de cara al exterior. Yo siempre escribo, miro y proceso, anoto; la escritura me ayuda mucho a sobrevivir en el día a día, pues es un filtro excelente para asumir lo que te sucede. Hay una frase del Opus Dei, que aparece en la película Camino, que creo que explica perfectamente lo que es la escritura, al menos para mí; la frase dice: “Entrégale tu dolor al Señor”. Dentro de la barbaridad que representan estas palabras, para mí resumen mi relación con la escritura, yo entrego mi dolor a la escritura.

Pero la escritura tiene la fuerza de poder ser compartida: se escribe para sí mismo y, a la vez, para los demás.

Sí, compartes la escritura, pero es imposible dejar de preguntarse si lo que uno escribe es verdaderamente relevante para alguien, si sirve para algo escribir. Es imposible no preguntárselo, sobre todo en tiempos de crisis como los actuales, es imposible no preguntarse si el escenario que tú estás creando con tu escritura va a logra dar la vuelta a la realidad o, por lo menos, va a tener alguna influencia sobre ella o si, por lo contrario, todo lo que se escribe va a quedar descolgado, sin ninguna relevancia ni para ti ni para la vida del lector.

Y ante estas dudas, ¿qué hacer?

Al final siempre opto por ser muy sincero, porque lo que nos hace únicos es la verdad que tenemos: es como cuando te drogas, llegado a un punto del colocón, todos responden a unos mismos lugares comunes. Escapo del discurso único y de la ficción impuesta, pues me llevaría a los lugares comunes de los que trato de escapar. Nuestra historia, todo aquello que hemos vivido, incluso las ficciones que hemos asumido, es lo que nos hace únicos y los que nos permite hablar con una voz propia, con la que pueden identificarse o no los demás.

En definitiva, somos y vivimos en un conglomerado de relatos a los que tú tratas de dar forma en cada artículo.

Para mí, escribir artículos es trasladar por escrito aquello que he mirado y observado; para mí un artículo es una línea horizontal que cruza las líneas verticales que conforman nuestro espacio, es una línea que irrumpe. Y para que así sea, el artículo es una condensación de cosas observadas, aisladas en un primer momento de su contexto y luego condensadas que yo lanzo al lector.

Hablando de tu faceta literaria, Constantino Bértolo ha dicho de tu novela Mansos que no era una novela gay, aunque tiene una trama gay. ¿Estás de acuerdo con esta definición?

Yo no sé qué es una novela gay. Yo, personalmente, tengo la sensación de que pertenezco a una generación de hombres gays que somos los últimos que pasamos la guerra; ahora paseo por la calle y veo dos chicos jóvenes o adolescentes dándose la mano o besándose y me parece maravilloso, ¡cómo me hubiera gustado vivir esta realidad! Desde esta perspectiva, creo que en Mansos no cuento tanto lo gay, sino que narro una serie de batallitas de abuela. Mansos trataba de hablar del miedo, de la sumisión y del poder desde un sentimiento muy personal, desde la realidad que yo he vivido.

Los dos protagonistas plantean un conflicto generacional que, partiendo de dos modos distintos de vivir la sexualidad, se concreta en dos modos de vivir en sociedad y de vivir con uno mismo y con el otro. ¿Querías así trascender el tema de la sexualidad?

Si, exacto, quería trascender esta temática, se trataba de ir más allá de la sexualidad, puesto que estaba y estoy muy de acuerdo con la idea de que el hecho gay no forma parte de la privacidad; al contrario, forma parte del espacio público; esto lo he tenido siempre muy claro, aunque antes no era fácil, no era en absoluto como ahora. Antes estabas obligado por las circunstancias a vivir la homosexualidad en la intimidad, en el espacio más privado posible, y era extremadamente doloroso porque te condenaba a una gran soledad.

¿Consideras por tanto más honesto hablar y considerar la propia condición sexual como un hecho público antes que vivirlo en privado? Lo pregunto pensando, sobre todo, en personas que tienen relevancia o presencia pública y en medios de comunicación.

Sí, creo que lo más honesto es hacer de la sexualidad algo público, sobre todo porque a lo largo de la historia ha habido mucha gente que ha peleado muy duro para que esto sea posible y sólo por respeto a ellos tendríamos que hacerlo. Además, considerar la sexualidad como un hecho público contribuye a la tolerancia; se necesitaron y se necesitan referentes todavía hoy, no todo está ganado, sobre todo en ciertos ambientes: nada tiene que ver una gran ciudad, en la que hay una casi absoluta libertad, con un pueblo del interior, donde todavía hoy, para un adolescente de 15 años, enamorarse de alguien de su mismo sexo le va a conllevar problemas, se va sentir apartado y diferente. Este adolescente va a sufrir mucho y la presencia de referentes públicos y notorios puede facilitarle las cosas; son un espejo donde mirarse.

Pero el debate sigue abierto en torno al ‘outing’, a la importancia de hablar públicamente de la condición sexual y, a la vez, del derecho a mantenerla en la esfera estrictamente privada.

Si un personaje público nunca habla de sí mismo, la sexualidad entra dentro de este ámbito del que este personaje no habla y, por lo tanto, no se puede decir nada. Por el contrario, si hablas de ti pero eludes sólo este punto, con este silencio estás pecando por defecto, en tanto que consideras que la homosexualidad es algo que debe ser callado. Y este comportamiento hace mucho daño. Al mismo tiempo, entiendo y lamento que haya muchos sectores laborales en los que salir del armario puede implicar directamente perder el trabajo o no progresar en él; en estos casos, yo no soy nadie para juzgar, no soy nadie para decir cómo debe cada uno defender sus lentejas. En el mundo del espectáculo, el outing puede suponer la pérdida de un público y, no en pocas ocasiones, en nombre del público se silencia o directamente se miente.

El caso elocuente de Rock Hudson…

¿Y quién nos dice que no es una historia que están viviendo actualmente grandes galanes de Hollywood recientemente casados? En casos como el de Hudson o similares, hablamos de estrategias de mercado y, por tanto, el tema ya no se circunscribe al ámbito privado como tampoco al ámbito militante vinculado a unos derechos.

Volviendo a tus artículos, yo diría que se caracterizan por su ironía fina, por ser afilados, penetrar en los temas de forma elegante, pero incisiva.

Me gusta que me digas esto, puesto que a veces temo que mi ironía sea demasiado fina y se convierta en un hilo tan invisible como un hilo de bramante. Intento ser irónico, pero a la vez trato siempre de ser piadoso; me cuestan mucho como lector y como espectador las obras sin piedad, sufro cuando no hay piedad en los personajes o en los relatos, me gusta pensar que siempre hay un punto de salvación. Al fin y al cabo, porque en el fondo, creo, soy un moralista.

Es decir, que tienes unos principios que consideras inamovibles.

Sí, en parte porque no son siempre los mismos principios, pero cuando estoy escribiendo sí que tengo unos principios inamovibles.

Como Groucho Marx.

Exacto, eso de «tengo unos principios, pero si no le gustan tengo otros».

Sin embargo, ‘La Marea’, donde colaboras, tiene una línea editorial muy combativa, con unos principios ético-sociales y periodísticos muy firmes.

Con los compañeros de En el Aire, con Andreu, con Berto y con Jorge, hablo con frecuencia acerca de los límites del humor, y hay algo que tengo muy claro y que es aplicable tanto al humor como a los textos de La Marea; no se trata de la ofensa por la ofensa, se trata de ofender a quien quieres tú ofender. Tengo muy claro mi nómina de ofendidos voluntarios y no me importa que ellos se sientan ofendidos; al contrario; pero sí que me sabe mal que se ofenda alguien por algo que diga sin que yo hubiera tenido ese propósito.

No todo es respetable…

En absoluto, no todo es respetable, yo no respeto nada la crueldad, la mala educación, el mal compañerismo y muchas otras cosas.

El otro día, en un artículo del Señor Paco Tomás…

[Me interrumpe] Adoro al Señor Paco Tomás, quiero que quede claro que venero al Señor Paco Tomás, le quiero.

El Señor Paco Tomás planteaba que no todo debía ser respetable…

Hay cosas que nos han hecho ser mejores seres humanos precisamente por faltar al respeto; el respeto tiene un aspecto de estatus quo muy peligroso, como por ejemplo el concepto de tradición.

A propósito del respeto, en En el aire, tú te posicionaste abiertamente en contra a la censura en las redes sociales. Para ti, ¿dónde está el límite en las redes sociales?

Yo creo que el límite está en el Código Penal. Dicho esto, creo que la gran trampa de las redes sociales, especialmente de Twitter, es que comenzamos a utilizarlo como una especie de dietario tonto en el que contábamos lo que estábamos haciendo y poco más, pero luego le perdimos el miedo y lo convertimos en una prolongación de nuestro cerebro, hasta el punto que hemos llegado a no diferenciar lo que estábamos pensando y lo que estábamos tuiteando. Yo creo que esto fue lo que nos condenó y lo que llevó a proponer una censura; yo no creo en la censura, pero sí que creo que no hemos entendido bien lo que supone una herramienta como Twitter; puede que no haya que contarlo todo, que no haya que decir todo lo que pensamos. Pienso también que Twitter se hubiera mantenido más inocente si no hubiera entrado en el catálogo de los recursos de los medios de comunicación de masas: si la televisión, la prensa o la radio no hubieran tirado de Twitter convirtiéndose en altavoz de muchos tuits. Twitter debería ser como Las Vegas: lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas y lo que pasa en Twitter se queda en Twitter. Así no habría problemas.

Por otro lado, en un momento en que las calles están más cercadas y el derecho de reunión más cercenado, Twitter parece haberse convertido en la nueva ágora.

Sí, es una nueva ágora donde la gente habla de cosas, donde se decide lo que interesa y lo que no, donde el humor y la ironía triunfan, donde hay militancia activa y compartida. Por otra parte, creo que no hemos entendido, o no nos han explicado, si Twitter es realidad o ficción, y lo digo porque sospecho que los límites que quieren poner a Twitter están motivados por el deseo de convertirlo en un medio de comunicación convencional, donde no haya espacio para la ironía, para la ficción; quieren convertirlo en un teletipo. En Twitter nadie te exige verosimilitud o verdad, pero con este planteamiento de censura pueden de repente pedírtelo.

Pero, ¿no crees que debería requerirse que un periodista tuiteara hechos y datos verídicos?

Depende con que tono se tuitea. Tuits como los de Masa Enfurecida responden a otra cosa y son los que han dado verdadero sentido a Twitter, un sentido que no radica en la verdad periodística. Lo paradójico es que a esto se suma unos perfiles que son asociales, como Secret, que muestran un deseo de volver a escondernos, puesto que nos hemos expuesto demasiado. Y puede que haya algo de justo en esto, no tanto en la idea de crear cuentas fantasmas, sino en el hecho de no tener que arrastrar toda nuestra personalidad en el perfil.

Sin embargo, es un falso retiro, el espacio íntimo es público.

Creo que hemos sido víctimas de nuestro propio exhibicionismo.

Como la televisión, un escenario de pura ficción y un escenario que fomenta el exhibicionismo constante.

Hay un problema con la televisión: todavía hay muchos críticos que siguen pensando que la televisión es información y, sin embargo, desde ya hace mucho tiempo la televisión es entretenimiento, donde los límites entre realidad y ficción son muy confusos. Yo no arremeto contra la televisión gratuitamente, pero sí arremeto contra lo mal que estamos viendo la televisión, no hemos aprendido a ser espectadores. A propósito de saber ver la televisión, yo siempre cuento que, cuando hacía crítica televisiva, veía la televisión en mi mesa de trabajo, nunca desde el sofá. Yo no quiero estar ni por encima ni por debajo, yo quiero estar al mismo nivel de la televisión y, sobre todo, evito estar en el sofá porque obliga a una postura que somete.

Ver la televisión desde el sofá evoca una actitud pasiva, acrítica…

Es la actitud de quien se lo traga todo, de quien lo absorbe todo. Creo que el espectador debería comenzar a poner la televisión en el suelo, a verla cara a cara.

Dices que la televisión no es información. ¿Toda la televisión? Dejando de lado los telediarios, ¿no consideras ‘Salvados’, por ejemplo, un programa de información?

Yo adoro a Jordi Évole y me encanta lo que hace y creo sinceramente que lo que hace es un muy buen entretenimiento; es decir, Salvados es entretenimiento a partir de información, pero su objetivo final es el entretenimiento. Puede que, en verdad, en el caso de Évole sería más adecuado hablar de diversión y no de entretenimiento, de diversión a partir de conocimiento. Con Évole te diviertes a la vez que aprendes, tiene un aspecto didáctico muy interesante y que, además, genera debate, pero, dicho esto, para mí la información ha abandonado la televisión. Se hace periodismo, esto no lo niego, pero un periodismo que busca el entretenimiento y no es por fuera malo, pues el periodismo puede ser divertido, incluso es útil que lo sea para poder así llegar a más gente.

¿Se podría decir que televisión o prensa del corazón están al servicio de una distracción cómoda al poder, que responden al tópico latino: ‘panem et circenses’?

Sí, pero lo mismo podríamos decir de la literatura de evasión. El problema no es tanto que la distracción sea el propósito de la televisión, el problema es que lo consigue. Enfrentemos la televisión con change.org, ¿qué es más tramposo evadirte de tus problemas o pensar que estás cambiando el mundo con un clic? Y, luego, es verdad que esa libertad de encender o apagar la televisión no es tanta, pues se ha incorporado casi invasivamente a nuestra vida, pero no habría problemas si la televisión, lejos de ser invasiva, se compatibilizara con la vida. El problema, el gran problema, es que para muchos la televisión es la única ventana a la vida real.

Y, por tanto, no hay un discurso alternativo, una mirada distinta o incluso contradictoria.

Exacto, el problema es cuando no hay un Sancho Panza a tu lado que te muestra que existe otra realidad, cuando no hay un recorrido en el que confluyan varios caminos y varias opciones. Y esto es lo que nos falta ahora, no tenemos un recorrido.

Puedes seguirle en Twitter: @BobPopENELAIRE @BobPopVeTV

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.