Bobby Baker, la feminista que revoluciona el arte con tartas
“Me llamo Bobby Baker y soy una mujer”. Así de rotunda se presenta esta artista y activista (Londres, 1950) que durante más de 40 años ha creado piezas radicales y llenas de humor. Su obra autobiográfica recurre a la experiencia personal. Analiza la vida cotidiana a base de performances, dibujos y vídeos, y lo hace mostrándose sin pudor y con la comida como material artístico. Mucho antes de que Lady Gaga se hiciera un vestido de carne, ella se colgó un sujetador de filetes, un sombrero de coles y una falda de zanahorias. La Casa Encendida de Madrid le dedica su primera gran exposición en España. Y con motivo del 8M, ‘El Asombrario’ inicia aquí una serie de cuatro artículos que reivindican a las mujeres desde perspectivas distintas y originales.
Pero ¿quién es Bobby Baker? Pocos la conocen, pero quien haya asistido a una de sus performances nunca la olvidará. A base de humor es capaz de ridiculizar a la familia, la maternidad, la sociedad. Ha horneado pasteles representando a su familia a tamaño natural en A model family, creado mujeres merengue, recreado la historia de la pintura en azúcar glas. Interpretado la maternidad (Dibujos de mi experiencia como madre) con tarros de melaza negra para describir la depresión post parto. Ha enseñado cómo es la vida del ama de casa rodando vídeos en la cocina de su hogar mientras pelaba zanahorias y ha mostrado lo enfadada que se puede llegar a estar siendo un guisante apretujado entre miles de congelados.
La exposición Bobby Baker. Tarros de Chutney, en La Casa Encendida de Madrid, comisariada por Clara Zarza, presenta por primera vez en España un recorrido por su obra a través de sus dibujos y vídeos, e incluye series inéditas como la de sus Diary Drawings, una selección de más de 700 dibujos realizados por la artista a lo largo de 11 años, cuando fue tratada de una enfermedad mental. Su otra serie, Timed Drawings, entre 1984 y 1985, cronometra cuántos minutos conseguía robar al día para ella entre sus obligaciones como madre, ama de casa y su trabajo. En otoño, La Casa Encendida ya nos presentó a otra artista muy especial, una mujer que vivió sus últimos años recluida en un manicomio, Jeanne Tripier.
Baker, de 69 años, con pelo corto y gris, ojos claros, vestida con camisa de cuadros, pañuelo a lo boy scout al cuello y cesto-bolso con botella de litro y medio de agua, tiene una fuerte presencia. Sus obras no están en la Tate londinense, no hace exposiciones convencionales, pero es una artista total. Cuando interpreta sus performances se viste con una aséptica bata blanca para mostrar cuánta habilidad se necesita para las tareas domésticas: “Me gustaría que la gente viera las múltiples capas de la vida cotidiana, las que van desde la alegría y la belleza al infierno, el horror y la desesperación”.
Lo personal es político, y ese mantra feminista Baker lo ha practicado toda la vida. “Cuando acabé la carrera de Bellas Artes a principios de las década de 1970, me sentía decepcionada por la cultura elitista y chovinista que dominaba el mundo del arte. Apenas había mujeres artistas en las galerías o en los libros, y a mí me costaba encontrar espacio para mis ideas. No tenía modelos”. Y de un desastre, un pastel que le quedó incomestible, surgió la inspiración: haría arte con tartas. “Venía de estudiar Bellas Artes en St. Martin’s [la prestigiosa escuela de Bellas Artes de Londres] y me pareció bastante subversivo, frente a la grandeza de esa institución, declarar mi tarta una obra de arte de enorme significado”, afirma la artista británica. Humor ácrata, algo que no estaba bien visto: “Mis solicitudes de ingreso al Royal College of Art fueron rechazadas; los pasteles y las performances no eran aceptables como forma artística”. Desde entonces, la comida, y en especial las tartas y los merengues, han sido capitales en su trabajo.
¿Tiene problemas en su matrimonio?
Mujer, de clase media británica, madre, artista, paciente psiquiátrica, enferma de cáncer. Todo está en la obra de Bobby Baker. El tema de las malas madres aparece mucho antes de que el término se pusiera de moda: “Durante mi primer embarazo me aterraba no ser capaz de querer a mi hija”. Y cuenta en sus dibujos los problemas de mujeres que no entienden los médicos, a los que sólo se les ocurría decir cuando acudía enferma de cuidado: “¿tiene problemas en su matrimonio?”.
Sin inhibiciones, narra desde un escenario o en sus dibujos, como el de Sola, perpleja, un autorretrato con dos bocas, la dureza de la enfermedad mental. “Todo el horror que había estado encerrado en mi cabeza explotó”, dice, mientras contemplamos la lámina en la que muestra con un gran cuchillo a su psicoterapeuta. “Me volví loca porque mi vida era una locura. Sobreviví a esa fase y ahora me río de todo aquello”.
En 2009 expuso en la Wellcome Collection de Londres, una de las entidades más prestigiosas de la capital británica, sus dibujos del diario de aquellos 11 años en que recibió tratamiento psiquiátrico, que luego publicaría en libro, con el que conseguiría el Mind Book de 2011, para “que la gente deje de juzgar las enfermedades mentales como una debilidad y darles esperanza”.
Durante los noventa, la artista británica recorrió el mundo con varios de sus espectáculos, entre ellos Kitchen Show y How to Live. Hace casi 20 años de la última vez que presentó Drawing on a Mother’s Experience. Lo ha vuelto a hacer ahora en La Casa Encendida, pero desde la perspectiva de una abuela: “Tengo cuatro nietos y uno en camino”, afirma orgullosa.
Vio a su padre ahogarse mientras la familia comía salchichas
Subida al escenario, se crece. Vestida con la habitual bata blanca de enfermera que utiliza en estas presentaciones, lanza comida sobre una sábana, cerveza Guiness –“es buena para la lactancia, me dijeron”-, harina, mermelada y melaza en hilillos como si fuera Jackson Pollock. Un pastel de proporciones gigantescas en el que se reboza y se envuelve. Y cuenta sin pudor detalles de su vida. Igual que lo ha hecho siempre. Descarnada, incisiva, hace años en Box Story contaba a los espectadores cómo en unas vacaciones de verano en Brancaster, Norfolk, cuando tenía 15 años, vio a su padre ahogarse mientras la familia comía salchichas.
Son historias de sufrimiento y superación. Habla de sus hijos, su marido, su cáncer de mama, ya superado, sus rodillas artríticas. Colecciona citas de Churchill, y una de sus favoritas, “Soy un optimista. No parece muy útil ser otra cosa”, le viene como anillo al dedo. “No quería ser graciosa, ni que se rieran de mi obra, quería que se me considerara una artista seria. Pero todo lo convierto en algo absurdo y veía que la gente se carcajeaba; ahora aprovecho el poder que tiene el humor, el de criticar, de conectar con la gente”, afirma. Aunque la sátira de su obra no le ha beneficiado, los críticos de arte se obstinan en pasar por alto su rigor. “Como mujer artista de mi generación cuya voz no es escuchada en los espacios canónicos del mundo del arte, me he sentido frustrada y marginada”.
El Partido de la Revolución Doméstica
Para esta exposición en La Casa Encendida, Baker ha diseñado un mural en el que se ha retratado, con una bandera roja en la mano, liderando una manifestación del Domestic Revolutionary Party que glorifica la épica de lo doméstico. Esa es la principal motivación de la artista: “la importancia de la vida cotidiana en mi obra”. El valor político de la rutina doméstica de las mujeres y el hogar es una reivindicación de ese partido soñado, y aunque ahora Baker ya no se subiría a un camión por las calles de Londres gritando “¡Calmaos! ¡Recobrad la compostura!”, sigue pensando que el camino del arte transforma la compresión del mundo.
‘Bobby Baker. Tarros de chutney’. En La Casa Encendida de Madrid. Hasta el 21 de abril.
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