‘Bros’: Romeo Castellucci radiografía la violencia institucional

‘Bros’ de Romeo Castellucci. Foto: Stephan Glagla

El artista Romeo Castellucci trae al Festival de Otoño madrileño su último espectáculo tras haber sorprendido el pasado fin de semana en el Festival Temporada Alta de Girona. ‘Bros’ es una obra sin trama ni diálogos en la que una treintena de voluntarios vestidos de policía escenifican todo un aquelarre conceptual sobre la violencia institucional y los totalitarismos con la firma y el inconfundible estilo de uno de los dramaturgos más solicitados en Europa.

Bros tiene tres prólogos que se le sirven al espectador antes de entrar al meollo de la cuestión. Son tres ceremonias que emplea Castellucci para situar al público donde a él le interesa: en el desconcierto y la angustia. Nada más entrar a la sala en la que se representa la obra (en este caso, en el Teatro El Canal de Girona el pasado fin de semana) dos extraños artefactos con claras reminiscencias bélicas reciben al espectador emitiendo un ruido ensordecedor. Son dos especie de radares, de armas inquietantes que no paran de moverse –como buscando alguna presa a la que dispararle– y de emitir destellos. Tal es el ruido continuado en el tiempo que a la entrada del recinto, junto al programa de mano, se le entregan al espectador tapones para los oídos.

Casi 15 minutos después resulta natural experimentar cierta ansiedad. Cuando estos artefactos cesan el estruendo, en medio de una extraña niebla aparece en escena la figura de un anciano de barba y pelo blancos con una rama de árbol como bastón. Recita un texto en un idioma que nos resulta incomprensible. Más tarde, en la información que se nos ha proporcionado a la entrada, comprendemos que se trata de una representación de Jeremías, que profetizó el castigo de Dios a los reyes de Judea por la violencia y la corrupción social en la que vivían. Entre otras cosas dice: “Muchos pastores han destruido mi viña, hollaron mi heredad, convirtieron en desierto y soledad mi heredad preciosa. Fue puesta en asolamiento: y lloró sobre mí desolada; fue asolada toda la tierra, porque no hubo hombre que reflexionase”.

Una vez que termina su perorata, entran en escena 30 policías. En principio parecen una caricatura: todos con bigote (algunos reales, otros pintados como si fueran actores cómicos) y con ese uniforme oscuro y esa gorra de policía estadounidense que han servido (y sirven también aquí) como estereotipo del poli de película. En principio, todo inofensivo. En el tercero de estos prólogos, estos policías despliegan unas pancartas de satén bordadas con lemas escritos en latín. Más tarde, también en los textos entregados al principio, sabremos lo que se dice en ellos:

“No puedes decirle al pasado qué hacer”.

“Con los muertos es preciso negociar”.

“¿No saben qué hacer? Entonces copian”.

“Sin la que no se ve, la parte que se ve no es nada”.

“Celebrar lo marginal mantiene intacto el centro”.

Es entonces cuando lo inquietante, lo que se intuye, comienza a convertirse en una realidad incómoda y brutal.

La gestión de la masa como individuo está en el imaginario de Romeo Castellucci como uno de sus recursos estilísticos. En su reciente puesta en escena de Don Giovanni para el Festival de Salzburgo era una multitud de mujeres de todas las edades y condiciones las que representaban la individualidad femenina defendiéndose del depredador Don Juan. En su Réquiem –coproducido por el Festival de Aix-en-Provence y El Palau de Les Arts de Valencia–, el coro, los bailarines y los extras no son otra cosa que la humanidad misma entendida individualmente en su devenir circular de nacimiento-muerte-nacimiento, generación tras generación. En Bros, el creador italiano se decanta por una masa muy concreta: la policía. Uno de los organismos sociales que detenta la facultad, el derecho y el deber de ejercer la violencia, presuntamente, en favor de la colectividad. Pero en esta ocasión esta masa, según explica el propio creador, será diferente. Estará sometida a los dictados de un ser superior que les impartirá órdenes en directo durante toda la representación.

En su concepción intelectual se presupone que tan solo 2 de las 30 personas que vemos en escena son actores de la compañía. El resto del grupo policial está compuesto por voluntarios que recibirán instrucciones de lo que deben hacer en escena a través de unos auriculares. Al observar algunos de los cuadros vivientes que se componen en escena –La lección de anatomía, El entierro del conde de Orgaz, La muerte de Sócrates y otros conjuntos muy estudiados– se comprende que no todo es fruto del caos del directo y que detrás de Bros debe de haber más ensayos de lo que nos propone su concepto.

Al espectador se le da también antes de entrar al espectáculo una copia del contrato al que presuntamente se han sometido todos los no-actores que vemos en escena. Un listado encabezado por el lema: “Pautas de comportamiento entregado a participantes ignaros” [ignorantes, profanos] en el que también pueden leerse cláusulas como: “Estoy dispuesto a creerme un policía verdadero”, “Cumpliré las órdenes, aunque me parezcan contradictorias”, “Cumpliré las órdenes hasta el final, aunque me expongan a la vergüenza”, “Cumpliré las órdenes con frialdad sacerdotal aunque no entienda esta frase”, “No reaccionaré de ninguna manera a posibles intemperancias verbales de los espectadores” y una última y, tal vez clave: “La ejecución de las órdenes será mi oblación [ofrenda a una divinidad], será mi teatro”.

Esta manada de seres uniformados le sirve al dramaturgo para interpelarnos sobre cuestiones que van más allá de la paradoja del contrato social pese a que estén enraizados en él. Conceptos como la obediencia debida, la alienación, la violencia institucional, la maldad primigenia, el totalitarismo, la perversión de la legítima defensa, la desobediencia civil, la herencia de la maldad se intuyen en el bombardeo de imágenes que se lanzan desde el escenario en este espectáculo sin argumento y sin diálogos. Una ceremonia de la confusión enfocada, una vez más, a agotar el cerebro del espectador, que se ve sobrepasado, incapaz de asimilar ese torrente de información simultánea. Bros es una potentísima marea de imágenes y símbolos evocadores que la mente trata inconscientemente de traducir según van impactando en el cerebro y en la que el espectador inevitablemente naufraga víctima de una tormenta desasosegante.

Hay momentos en los que lo que se ve no admite interpretación. El mensaje es claro: como la brutal paliza que un prisionero desnudo recibe a porrazo limpio por dos policías. O ese agente que se convierte en ciudadano uniformado al que un grupo de sus compañeros tortura poniéndole una toalla en la cara y vertiendo litros y litros de agua asfixiándolo mientras lo sujetan para que no pueda moverse. O la adoración marcial y casi fascista a un tótem, a un líder incuestionable, mientras otro policía patrulla con dos perros pastores alemanes defendiendo al grupo. Otras referencias parecen inconexas, como la aparición de un retrato enorme de Samuel Beckett o la fotografía de la pata de un ánade o esa máquina formada por bombonas que expulsa agua y aire comprimido al fondo del escenario mientras suena el himno Erschien ist der herrlich tag (El día glorioso ha aparecido), incluido por Bach en su Orgelbüchlein o colección de canciones para órgano.

No hay mujeres agentes entre la masa y la única figura femenina que se ve en escena es una fotografía en blanco y negro de una mujer de perfil. El universo de Bros es eminentemente masculino. Tanto que hay imágenes que recuerdan muy vivamente la imaginería de determinado fetichismo de cierta pornografía sadomasoquista homosexual.

Tanto en la presentación de Bros en Milán como en el Festival Temporada Alta, Castellucci explicó que su intención es sugerir y que es el propio espectador el que ha de interpretar lo que ve sobre el escenario. “Cualquier interpretación será legítima”. La cuestión es que el artista es capaz de fabricar momentos sobrecogedores que se producen en riguroso directo en una suerte de invocación diaria de la emotividad del espectador.

Pese a que es inevitable que al espectador le vengan a la mente imágenes recientes de brutalidad policial, Bros no parece ser una obra de crítica social. Es más bien una visión conceptual de lo que es capaz de hacer una masa cuando pierde la capacidad de pensar. Una masa que en última instancia es una metáfora del ser humano. Lo que puede llegar a hacer una persona cuando tan solo obedece órdenes (ya sea inmediatas o leídas en artículos de desinformación en una red social). Cuando la acción produce una reacción sin que medie entre ambas un acto de conciencia o de pensamiento crítico.

‘Bros’, de Romeo Castellucci, se representa los días 24, 25 y 26 de noviembre en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque , dentro de la programación del Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid. 

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Comentarios

  • Jara

    Por Jara, el 27 noviembre 2021

    Enhorabuena por el texto, no era fácil escribir sobre esta obra y me ha parecido muy acertado

  • Mariana

    Por Mariana, el 17 diciembre 2021

    Excelente cada post de Manuel Cuellar y del Asombrario Los felicito

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