Calígula: ¿Qué hicisteis vosotros cuando a mí me atacaron los monstruos?

Xoel Fernández en la obra ‘Calígula debe morir’.

Calígula ha pasado a la historia como símbolo de la borrachera de poder que desemboca en la más cruel y abyecta de las locuras. Este personaje regresa una y otra vez a las representaciones artísticas. Ahora, en forma de monólogo en la Sala Mirador de Madrid. A partir de dos frases atribuidas al emperador romano que lo explican de alguna manera y alimentan la médula de la obra: “Los hombres mueren y no son felices”. “Me acusáis de ser un monstruo, pero ¿qué hicisteis vosotros cuando a mí me atacaron los monstruos?”. Hablamos con el actor que se mete en la difícil piel de Calígula, Xoel Fernández.

Calígula debe morir parte del mismo punto que la célebre obra que escribió Albert Camus en torno a Cayo Julio César Augusto Germánico (nacido en el año 12, muerto en el 41) y que se estrenó en 1945: la desesperación del emperador tras la muerte de Drusila, su hermana y amante; lo que desata en él la locura y el nihilismo existencial, la percepción de que nada merece la pena. Ya que la vida es absurda, convirtamos todo en un absurdo, desde prostituir a la mujeres de los senadores a darle un alto cargo a su caballo. Así lo explican los artífices de este monólogo llevado ahora a escena, Mabel del Pozo y Xoel Fernández: “Ella, mi hermana, mi amante, mi amor ha muerto, y ya nada, nunca, volverá a ser como antes. El terrible dolor que supone para Calígula la temprana pérdida de su hermana Drusila desatará en su interior una rebelión metafísica contra el orden de las cosas. Si el mundo es absurdo, su gobierno también lo será. Se obsesionará entonces con lo imposible, con la Luna… Se presentará a sí mismo como un dios y tratará, gracias a su poder absoluto, de pervertir todos y cada uno de los supuestos valores humanos”.

Calígula convierte la incertidumbre vital en una certeza: “Los hombres mueren y no son felices”. Y entra en una espiral de anulación de todo orden y ética, anulación incluso de sí mismo. Para Calígula, el cosmos carece de sentido. Es ridículo hablar de leyes naturales o morales. “Los hombres mueren y no son felices”. “No soporto este mundo. No me gusta tal como es. Por lo tanto necesito la Luna, o la felicidad, o la inmortalidad, algo que, por demencial que parezca, no sea de este mundo”. Si no es posible cambiar el mundo, habrá que destruirlo. Hace unos años, el escritor Rafael Narbona reseñaba así la obra de Camus en su serie Entreclásicos, en El Español: “Los hombres intentan engañarse, exaltando el bien y la belleza, inventando mundos imaginarios, hablando de dioses amables y paraísos perdidos, pero sus delirios no pueden esconder la imperfección de la vida, fatalmente abocada al envejecimiento, la enfermedad y la muerte. Sólo los niños ignoran esa tragedia. Ser arbitrario, actuar como un tirano, robar y asesinar impunemente, no es locura, sino una forma de recordar al ser humano su fragilidad, su irremediable inconsistencia, su triste futilidad”. “Calígula ha comprendido que la única manera de igualarse a los dioses es ser tan cruel como ellos”.

Para Xoel Fernández, nuestro Calígula 2023: “En la obra partimos de momentos puntuales de la vida de Calígula para reflexionar sobre un personaje que ha pasado a la historia como un monstruo, que está en el imaginario de todo el mundo como un monstruo, sin otorgarle la más mínima concesión a intentar entender por qué era así o por qué nos ha llegado así. Es un personaje fabuloso para explorar sobre las sombras del ser, la división entre el odio y el amor. Hemos intentado despegarnos de tantos prejuicios morales, de tantas ideas pre-establecidas que han estado fermentando durante 2.000 años”. “Lo primero que debemos explorar es que fue un niño del que abusaron mucho, mucho, mucho. Un niño al que mataron a su familia para luego abusar de él. Y se dice que una de las grandes marcas emocionales que les quedan a estas personas de las que han abusado en su infancia es que experimentan tal pérdida de identidad y autoestima que pueden acabar buscando el poder de una forma exacerbada. Esa frase tan definitoria que le llega al público al final de la función: “Me acusáis de ser un monstruo, pero ¿qué hicisteis vosotros cuando a mí me atacaron los monstruos? Tal vez esos monstruos lo que le enseñaron fue a ser un monstruo”.

Xoel Fernández, en la piel del emperador romano.

Xoel Fernández reconoce que es un personaje “tan, tan, tan instaurado entre nosotros como un monstruo, que nos resultaba muy difícil salir de ahí, pero que eso precisamente lo convierte en un reto apasionante”. Recuerda el Calígula de Malcolm McDowell en la película de 1979 de Tinto Brass, con guion nada menos que de Gore Vidal y Roberto Rossellini. “Nuestro reto es conseguir ir a otros lugares. A mí me cautiva ese niño al que le destrozan la vida. Antes de abusar de él, matan a su padre, a su madre, a sus hermanos, abusan de él, y le mantienen al lado de quien ha causado todo ese dolor. No se me ocurre un drama mayor. Me interesa explorar eso, no tanto caer en el juicio de que era el más malvado de los emperadores”.

Mabel y Xoel han buscado también componer un personaje universal y atemporal, que mezcla el Imperio Romano con la música de Raffaella Carrá, y que indaga también con insistencia en algo que le hace muy actual: el carácter queer de Calígula. “Creo”, comenta Xoel, “que es algo que en la sociedad de esa época podían estar hasta más adelantados que nosotros; hemos necesitado miles de años para volver ahí. En ese sentido, toda la carga de nuestra cultura y religión nos ha marcado mucho. Es muy interesante salir de esos convencionalismos para hablar de algo tan universal, con esa gran división que todo ser experimenta dentro de sí mismo”. “Hemos querido evitar muros de contención para apuntar que, a nivel existencial, las cosas apenas cambian. Nos interesa ese trabajo con un personaje de hace 2.000 años, al que lo traes aquí y ahora, y no percibes saltos que te impidan seguir hablando el mismo lenguaje”.

Esa sensación de que los hombres mueren y no han sido felices, de que la existencia es un absurdo y no merece la pena intentar poner orden o ética en el caos. Así comienza la obra. “Drusila ha muerto”, dice Xoel, “y no han servido de nada las imploraciones a los dioses. Todo acaba de cambiar; y si el mundo no le va a dejar a él tener un ápice de esperanza y de felicidad, entonces nadie la tendrá. Tiene todo el poder. ¿Qué hará con él? Agitar el avispero hasta que todas las avispas se vuelvan contra él y lo asesinen”. Calígula debe morir. Seguramente para que el resto nos quedemos con la conciencia tranquila, nos engañemos aislando a quien consideramos el único monstruo y el caos continúe.

‘Calígula debe morir’, de Mabel del Pozo y Xoel Fernández, se sigue
representando desde hoy y hasta el domingo en la Sala Mirador de Madrid.

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