Carl Honoré lleva su ‘movimiento slow’ a los viajes para que sean mágicos

El escritor Carl Honoré, autor del libro ‘Viajar sin prisa’. Foto: Madeleine Alldis

Hemos hablado con Carl Honoré, autor de ‘Viajar sin prisa’ (Editorial Flamboyant, 2022), un sugerente y hermoso recorrido ilustrado por 40 rutas en bicicleta, en tren, en barco o a pie para despertar nuestros sentidos, invitarnos a bajar el ritmo y mirar el mundo de otra forma. Aunque con la vista puesta sobre todo en jóvenes y niños, el libro posee la potencia suficiente para lograr que todos soñemos con un camino alternativo en el que vivir la experiencia del viaje desde la consciencia y la sostenibilidad.

Puedes seguir a Miguel Garrido de Vega, autor de esta entrevista, en su cuenta de Twitter, aquí.

Carl Honoré (Escocia, 1967) es un escritor galardonado, periodista y voz del denominado movimiento Slow. Aunque nacido en Reino Unido, se considera canadiense y ha sido corresponsal en Europa y América del Sur. Sus libros superventas sobre los beneficios de tomarse la vida con calma se han publicado ya en más de 35 idiomas. Y suele contar que, mientras se documentaba para su primer libro, Elogio de la lentitud, le pusieron una multa por exceso de velocidad. El Asombrario ha charlado con este profeta de la lentitud bien entendida acerca de cómo hacer del viaje algo íntimo, de cómo huir del turismo de masas, del papel de la tecnología o de qué forma recuperar el sentido de la aventura.

Para sumergirse en el viaje sin prisa, ¿basta con preparar la mochila y echarse a andar o es necesario llevar a cabo algún trabajo previo de desintoxicación mental?

Depende de la persona. Si eres de los que viven toda su vida sin prisas, si estás muy en contacto con tu tortuga interior, entonces es suficiente con agarrar el petate y salir por la puerta de casa. Pero seamos honestos: la mayoría de nosotros no somos así. De hecho, la mayoría estamos atrapados en el avance rápido, corriendo por la vida en lugar de vivirla. Eso significa que, antes de que podamos viajar sin prisa, debemos hacer una pequeña tarea mental. De lo contrario, no podremos saborear la lentitud. Al contrario: la encontraremos incómoda, incluso dolorosa, y nos irritaremos.

Dos semanas antes de viajar, recomendaría hacer un poco de entrenamiento lento. Ahí van algunos consejos: Haz menos. Compra menos. Consume menos. Conduce menos. Desconecta más. Camina más. Escucha más. Duerme más. Deja de hacer múltiples tareas a la vez y céntrate en una sola cosa. Incorpora momentos lentos y rituales en tu agenda. Y cuando regreses de tu viaje lento, trata de seguir con ese mismo espíritu lento, en lugar de simplemente volver a tu vieja existencia de correcaminos.

El poder de lo visual siempre ha resultado clave a la hora de ‘vender’ un viaje; las guías más conocidas incluyen multitud de fotografías que ilustran hasta el último recoveco del destino deseado, los documentales ponen un gran empeño en recoger cualquier detalle colorido que pueda llamar nuestra atención. Pero en ‘Viajar sin prisa’ se ha evitado la fotografía, dejando que el embrujo de las rutas lo sugieran las fantásticas ilustraciones de Kristen y Kevin Howdeshell. ¿Es esta elección deliberada de lo artístico –las ilustraciones– frente a lo meramente descriptivo –las fotografías– una forma de reivindicar que, igual que el artista filtra el mundo a través de su obra, cada uno de nosotros estamos llamados a hacer del viaje algo único y totalmente personal?

¡Exacto! Ilustrar el libro con fotografías habría matado la magia y socavado el mensaje. Hoy en día estamos saturados de información. Y estar sobreinformado dificulta experimentar el mundo en tus propios términos. No deja espacio para la casualidad. La verdadera alegría de viajar radica en la música y el misterio del descubrimiento. De forjar tu propia experiencia única de un lugar. De escribir tu propia historia. Por eso me encantan las ilustraciones de Kristen y Kevin. Son lo bastante evocadoras como para encender la imaginación, pero lo suficientemente sutiles como para dejar espacio para que cada lector haga suyo cada viaje.

En el volumen se han elegido medios de transporte que priorizan otros aspectos antes que el mero hecho de acortar el trayecto para llegar cuanto antes al destino: la bicicleta, el tren, el barco, la tracción de nuestros propios pies… y es que, por muchos motivos, parece claro que el automóvil no facilita esa visión sosegada del viaje como una experiencia transformadora. ¿Cómo enfrentar la paradoja de que, para poder comenzar la mayoría de las rutas propuestas, es muy probable que el viajero precise llegar al punto de partida utilizando el avión o el mencionado automóvil?

Sí, es una paradoja. Y, como la mayoría de las paradojas, no es fácil de resolver. No tengo una respuesta sencilla sobre cómo lograr que el mundo abandone las formas dañinas de transporte. Pero aunque los viajes en coche y en avión suelen ser inevitables, sí deberíamos intentar utilizarlos lo menos posible. Dos aspectos hacen esto más fácil de lo que suena.

El primero es que algunos de los mejores viajes pueden empezar y acabar en tu imaginación. Tener lugar completamente dentro de tu mente. El libro correcto puede permitirte viajar por el mundo en una alfombra mágica de palabras e ilustraciones. Incluso si nunca recorres la Ruta de la Seda en bicicleta o remas por las Islas Galápagos, leer sobre aventuras como esas puede transportarte allí directamente. Mi esperanza es que padres (o tutores, o abuelos) y niños saquen Viajar sin prisa de la estantería, se acurruquen en la cama y hagan la pregunta más emocionante de todas: ¿adónde vamos esta noche? ¡Y ese vamos no implicará coches ni aviones, y será 100% neutro en carbono!

También ayuda que muchos de los viajes más transformadores pueden empezar en la puerta de casa. Cuando viajas despacio, cuando te presentas con la mente tranquila y curiosa, puedes ennoblecer hasta el más humilde y familiar de los viajes. Tu propio vecindario, tu parque local, hasta el jardín trasero puede convertirse en un lugar de maravilla, placer y descubrimiento. Así que empecemos todos por explorar nuestros propios países, provincias y ciudades más de lo que lo hacemos ahora. Si reduces el ritmo, puedes encontrar lo trascendente en los lugares más familiares. 

El libro formula maravillosas invitaciones a la aventura: desde el peregrinaje a pie por los 88 templos de la isla japonesa de Shikoku hasta un viaje en bicicleta por Alpe d’Huez, tomar el ferrocarril Darjeeling del Himalaya e incluso atrevernos a un periplo en barco por los fiordos noruegos. ¿Es España un buen lugar para empezar a practicar el viaje sin prisa?

¡Sí, sí, sí! España tiene todo lo que necesitas para el perfecto viaje lento. Una cocina fabulosa, una historia y una cultura ricas, paisajes impresionantes, gran arquitectura. Las siestas y las fiestas encajan bien con viajar sin prisa. Los españoles también son muy sociables, así que es natural que un café se alargue o sentarse en una mesa en la acera y ver pasar el mundo. España también ha sido bendecida con una buena red de ferrocarriles, por lo que es fácil recorrer el país sin utilizar el coche o el avión. Aun así, aquí también hay una paradoja. España recibe más turistas que cualquier lugar del mundo después de Francia. Y, pese a eso, los españoles viajan fuera constantemente para sus vacaciones. No hay nada malo en ir más allá de tus propias fronteras, en marcharse lejos. Pero quizá los españoles podrían dedicar un poco más de tiempo a investigar el rico bufé de placeres lentos que se ofrece en casa.

Es común escucharlo: en caso de duda sobre a qué dedicar nuestro tiempo y nuestros ahorros, siempre es mejor destinarlos a viajar que malgastarlos en cualquier objeto o bien material. ¿Verdad verdadera o mantra idealista? ¿Qué tiene el viaje que no tienen otras actividades de ocio?

Definitivamente es la verdad. Claro que algunos objetos se pueden investir con un significado profundo y traernos alegría. Pero son las experiencias las que realmente dan color, significado y textura a la vida. Nadie se acuesta en su lecho de muerte y piensa: «Ojalá hubiera comprado más cosas». Lo que recordamos al final son los momentos que nos iluminaron. Y viajar es particularmente bueno para brindar momentos como ese.

Cuando se emprende con el espíritu correcto, el viaje es una forma de magia. Abre la mente. Te hace más fuerte y feliz. Te enseña sobre el mundo y sobre ti mismo. Te acerca a otras personas. Cuando viajas despacio, creas recuerdos proustianos que duran toda la vida. Algunas de mis mejores memorias de la infancia provienen de viajes. Mordiendo un jugoso melocotón arrancado de un árbol en el valle de Okanagan. Nadando en las aguas claras y cálidas del Océano Índico. Echando una carrera con mi hermano pequeño hasta la Torre Eiffel. Escribí Viajar sin prisa para presentarles a los niños las alegrías de viajar despacio. Para inspirarlos a ver el mundo como un patio de recreo gigante que explorar y saborear a un ritmo suave.

En ‘Elogio de la lentitud’ (2004) señalaste las múltiples formas en las que el actual culto a la velocidad nos deshumaniza, y nos invitaste a mirar la vida desde el prisma de la calma, mientras que en ‘Elogio de la experiencia’ (2019) hiciste lo propio con la obsesión por la eterna juventud y tendiste puentes hacia una longevidad más digna. ¿De qué forma dialoga ‘Viajar sin prisa’ con tus obras anteriores?

Elogio de la lentitud es el texto fundacional del movimiento Slow. Ser Slow significa hacer cada cosa a la velocidad correcta: rápido, lento o al ritmo que funcione mejor. Slow significa estar presente, vivir cada momento al máximo, poniendo la calidad por delante de la cantidad en todo, desde el trabajo y el sexo hasta la comida o la crianza de los hijos. Slow significa no hacerlo todo lo más rápido posible, sino lo mejor posible.

Para mí, Viajar sin prisa es una simple oda a esa misma filosofía Slow. También está dirigido directamente a los jóvenes, que es por donde debemos empezar a crear un mundo más lento y mejor. Uno de los mensajes de Elogio de la experiencia es que la novedad te mantiene alerta y comprometido, sin importar tu edad. Y el viaje presenta una cornucopia de nuevas experiencias.

La sostenibilidad es otro de esos valores llamados a convertirse en paradigma de los viajes; es importante interiorizar que no estamos solos, que nuestras acciones dejan una huella en el entorno y que el turismo de masas, lejos de ayudar al desarrollo social, nos estandariza a la baja, e incluso empobrece la experiencia. ¿De qué forma ejemplifica el viaje sostenible vuestro maravilloso itinerario en papel?

Mi mensaje en el libro no es correr y hacer las 40 rutas el año que viene. Tampoco quiero que cientos de millones de personas vayan a los sitios sobre los que escribo. ¡Ninguna de esas cosas sería muy Slow! Y tampoco es probable que sucedan. Como sociedad, tenemos que repensar nuestro enfoque del viaje. Necesitamos viajar menos y hacerlo mejor. En última instancia, escribí el libro para promover un estado mental en el que todos nos lo pensemos bien antes de emprender cualquier viaje: ¿Es necesario? ¿Cómo puedo aprovecharlo al máximo? ¿Cómo puedo minimizar mi huella en el planeta? Un estado mental en el que abordemos el viaje no como un acto de consumo, sino como un acto de aprendizaje y amor. Quería mostrar que si todos estamos de acuerdo en viajar de forma lenta y razonable, podemos explorar el mundo sin destruirlo.

Si nos preguntasen por localizaciones o actividades repartidas por el globo que consideramos “imprescindibles”, muchos repetiríamos nombres de ciudades, monumentos, obras de arte y paisajes –subir a la Torre Eiffel, caminar por el empedrado de Roma, visitar el Guernica, fotografiar el Gran Cañón del Colorado o el glaciar Perito Moreno– que, a fuerza de repetirse en todo tipo de medios y tendencias, se han asentado con fuerza en nuestro subconsciente. ¿Cómo luchar contra el cliché a la hora de armar un libro cuyo objetivo es resignificar el viaje para conectarnos con nuestro entorno?

Esto fue algo que pensé mucho antes de escoger los itinerarios del libro. Quería incluir unos cuantos que cualquiera pudiera reconocer. Siempre necesitas un poco de grandes éxitos en la mezcla. Pero también quería mostrar que cuando estamos abiertos a vivir el momento, cualquier lugar al que vayas puede ser un éxito. La forma de luchar contra los clichés es abrazar la alternativa. Mostrar que cuando nos movemos lentamente, con la mente y el corazón abiertos, en cualquier lugar y en todas partes se pueden ofrecer los desafíos más enriquecedores.

Viajar con niños es toda una experiencia; sin duda, puede presentar inconvenientes lógicos, pero también resultar muy gratificante por aquello de descubrir juntos nuevos horizontes. ¿Por qué es el viaje sin prisa tan recomendable para que los más jóvenes se formen una conciencia acerca de cómo relacionarse con la naturaleza, con otras culturas e incluso con su ambiente más cercano?

Mucha de la educación de los niños es abstracta. Son ideas que se imparten en una clase. Información que se comparte en las redes sociales. Historias contadas por amigos y padres. Todo eso es útil, pero también está limitado. Porque el aprendizaje más rico siempre viene de la mano de la experiencia. Y no hay mejor forma de experimentar el mundo, de absorber nuevas ideas, de desafiar las asunciones, que viajando sin prisa. La mejor manera de que un niño aprenda sobre el poder y la majestuosidad –y también sobre la fragilidad– de la naturaleza es pasando tiempo en la naturaleza. La mejor manera de que un niño aprenda sobre otras culturas es pasando tiempo en esas culturas. La mejor manera de que un niño aprenda sobre su ambiente más cercano es recorriéndolo de forma lenta y consciente.

En un mundo donde cada rincón está mapeado por satélite, donde existe una reseña –negativa o positiva– de cada pequeño puesto de comida, en el que hasta el último bosque ha sido fotografiado, esa fotografía se ha subido a varias redes sociales y cuenta con unos centenares de ‘likes’ desde cualquier parte del planeta, ¿es realmente posible mantener el espíritu aventurero? ¿Qué rol juega en la aventura del viaje la democratización de la tecnología?

Puede resultar difícil mantener el espíritu de la aventura cuando todo se ha fotografiado con profusión, pero no es imposible. Las fotografías y los vídeos nunca podrán contar toda la historia de un lugar; no pueden capturar su esencia al completo, su alma y todos sus matices. Además, los lugares cambian y evolucionan, de un día para otro y de un año para otro. Siempre es posible llegar con ojos nuevos a un lugar que ha sido muy fotografiado. Pero para lograrlo tienes que reducir la velocidad. Tienes que abrir tu mente y tu corazón. Tienes que activarte y prestar atención con los cinco sentidos. Conectar con la gente local. Si haces todo esto, puedes escribir tu propia historia estés donde estés.

La tecnología es un arma de doble filo. Si la usas en exceso, puede borrar la aventura. Pero si la usas sabiamente, entonces puede brindarte el conocimiento suficiente para explorar el mundo con más valentía. Personalmente, utilizo poco la tecnología cuando viajo. Evito ver fotografías de los lugares que pretendo visitar. Y solo leo las reseñas online necesarias para tener alguna noción sobre el sitio y sembrar unas pocas ideas. ¡Mi política es llegar siempre en un estado de gozosa y consciente ignorancia!

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