Carlos Saura: «Quise hacer ‘El gran teatro del mundo’ en cine, pero no hay dinero»

Uno de nuestros directores de cine más internacionales debuta, por fin, en teatro. Ha elegido una obra de Calderón de la Barca después de amedrentarse con un Shakespeare. Carlos Saura se une a la lista de directores que se pasan al teatro por culpa de -o gracias a- la crisis.

MILUCA MARTÍN

Carlos Saura (Huesca, 1932) es un hombre de cine y se nota, no en vano ha dirigido más de 50 películas. En uno de los ensayos ante la prensa de su primera incursión en el teatro, en el que lleva a las tablas el auto sacramental de Pedro Calderón de la Barca, El teatro del Mundo, el director grita “¡Acción!” para que los actores comiencen la representación. Y aparece Calderón en el escenario leyendo el libro de la obra, y desciende de los cielos El Autor Soberano en un huevo gigante y entra en el escenario El Mundo empujando un globo terráqueo gigante. Los asistentes al ensayo sonríen. “He preguntado cómo se dice en teatro que se empiece y me han dicho: No se dice. Pues si no se dice nada, yo digo acción”, bromea Saura, que estrenó el 4 de abril en las Naves del Español-Matadero.

Para su debut como director de teatro dudaba al elegir la obra. “Al principio quería hacer El rey Lear, la tragedia de Shakespeare,  pero no me atreví. Me dio miedo, sobre todo después de ver cómo la hacen los actores ingleses. Elegí El gran teatro del mundo porque me ha gustado siempre mucho. Ya hice una pequeña versión en mi película Elisa vida mía (1977), en la que unas niñas de un orfanato de Segovia realizaban una función dirigidas por la maestra, que era Geraldine Chaplin”, comenta el director en uno de los ensayos de la obra previo al estreno. “Es magnífica, pero muy difícil de hacer y, a veces, complicada de entender. Una vez vi una representación de la obra en una iglesia monumental, pero me enteré de muy poco. Era muy hermosa, pero larga y fatigosa. Siempre pensé que me gustaría hacer un día una versión de El gran teatro del mundo poco respetuosa y con una gran libertad”.

Y Carlos Saura ha aprovechado la escenificación que recrea El gran teatro del mundo para desnudar la obra y llevarla a su terreno y crear un juego entre el pasado y presente, realidad y ficción. “Esta versión refleja cómo yo creo que hoy día sería un ensayo de la obra de Calderón. Pensé que había que popularizarla. He cortado mucho del original, he dejado lo esencial y las cosas que funcionaban bien. Quería una versión popular con humor y amena para que se entienda, pero respetando el original al máximo; por eso he adaptado poco el verso, para conservar su belleza y musicalidad”.

La adaptación que Saura ha realizado de esta pieza es un ensayo de la propia obra, formato que ha empleado en varias ocasiones en películas y trabajos anteriores. En él, es el propio Calderón quien dirige una compañía de actores que tendrán que esforzarse por hacer que el espectador actual entienda un auto sacramental escrito en el siglo XVII que se representaban el día del Corpus para divulgar la doctrina de la Iglesia Católica. Calderón, que ejerce de autor y director, va repartiendo los papeles a los actores que representan a personajes arquetípicos, símbolos que reflejan la sociedad: El Rico, El Pobre, La Hermosura, La Discreción, El Labrador, El Niño, La Institutriz. A pesar de haber sido creados para encarnar cada uno un papel específico, algunos se rebelan al recibirlo, protestan ante el autor y se pelean entre ellos. Son once: Antonio Gil, José Luis García Pérez, Fele Martínez, Manuel Morón, Emilio Buale, Adriana Ugarte, Raúl Fernández de Pablo, Eulalia Ramon, Ruth Gabriel, Héctor Tomás y Tacuara Jawa.

¿Pero hasta qué punto ha aprendido la lección de la obra como director y ha estado abierto a las propuestas de los actores? “Esta obra se ha hecho con mucha colaboración por parte de los actores, no podría haber sido de otra manera. Todos han aportado algo. He hecho varias películas en las que se representa el proceso creativo de una obra. Flamenco, Sevillanas o la ópera Carmen. Este formato me fascina”. Emilio Buale, El Rey, coincide con el director: “Su manera de trabajar nos ha dejado el tiempo y el espacio necesarios para ir nosotros proponiendo y luego él corrigiendo”.

El desdoblamiento de los actores, el estar interpretando el papel asignado por Calderón en su obra y de repente cortar y convertirse en personas normales, resultó duro al principio. Antonio Gil, El Labrador, explica: “Fue difícil hasta que nos dimos cuenta de que había que dejarse llevar”. Ruth Gabriel, El Pobre, concluye: “El teatro dentro del teatro es divertido”.

Carlos Saura explica por qué esta es una de sus obras preferidas. “Para mí, una de las cosas más mágicas del texto de Calderón es el desdoblamiento que existe entre el actor, que es una persona normal, y lo que tiene que representar. Es algo que yo he hecho en dos de mis películas con influencias calderonianas: Ana y los lobos y Mamá cumple 100 años. La idea de Calderón es que los personajes dejan de ser humanos y pasan a representar un concepto, El Rico, El Pobre, El Rey… Me parece una idea muy moderna. Luego vinieron Pirandello, Brecht…, pero creo que el antecedente es éste. No solo que el mundo es un teatro, que eso es algo muy antiguo, sino que los personajes reflejan los diversos aspectos de una sociedad; me parece una invención extraordinaria que da mucho juego. Por una lado representan lo que tienen que representar, pero por otro lado son seres humanos que tienen su vida, sus problemas, y de ahí viene esa rebelión que contiene la obra, no solo contra los papeles que les asignan, sino contra el propio autor, que en este caso sería José Luis García Pérez, que se mete en la piel de Calderón en la obra, y, por tanto, también de rechazo a mí”.

El libre albedrío es otro de los ejes en torno al cual gira el texto. Este fue uno de los aspectos más discutidos entre catolicismo y protestantismo. Los protestantes defienden que Dios es omnipotente y conoce el destino de cada cual, mientras que los católicos defienden el libre albedrío, por el cual cada ser humano tiene la capacidad de decidir su propio destino y cambiarlo. Cosa que se hacía difícil en una sociedad tan jerarquizada como la del Siglo de Oro en que escribió Calderón. El autor asegura que albedrío consiste en aceptar el destino con humildad y así conseguir ser premiado al final; si no, lo que nos espera es el castigo y la condena eterna. Saura no está de acuerdo con esto; él, como Mercedes Sosa en Todo cambia, la canción que suena al principio de la obra, piensa que todo es mudable: “Para mí la obra tiene grandes contradicciones, porque se dice ‘tenéis libertad’, pero luego os condenan si no hacéis lo que tenéis que hacer. Te da libre albedrío, pero dentro de tu papel en la vida. En la vida real, afortunadamente no es así. Cada persona tiene capacidad de cambiar su destino”.

Foto: Eulalia Ramón

Foto: Eulalia Ramón

La influencia del teatro en sus trabajos cinematográficos es evidente en muchos de ellos. “Es la primera vez que realizo una obra de teatro con diálogos y con actores. He hecho cinco veces la ópera Carmen, espectáculos flamencos, pero nunca me había decidido a hacer teatro. Siempre me ha gustado mucho el teatro dentro del cine. Es un  vicio mío que, cuando se lo digo a los actores de teatro, me miran de reojo. Cuando bajo al escenario y los veo interpretar, me dan ganas de coger una cámara de cine. Es un vicio visual. Resulta muy bonito verlos interpretar con esta proximidad. El teatro es un plano general, un plano único que dura una hora y media, en el que hay que buscar los espacios, el ritmo, que todo esté en su sitio, pero todo dura mucho. En cambio, en el cine cada día tiene la ventaja de que hay un poco de improvisación. En el teatro he tratado de imbuir a mis actores de esa improvisación dándoles cierta libertad”.

Cuando habla de la obra tiene lapsus y la califica a veces de película: “No me acostumbro a la mecánica de trabajo del teatro. Se va trabajando por partes, en trocitos pequeños,  y siguiendo un orden. Quise hacer esta obra en el cine, pero no hay dinero”. Tanto es así que en un cuaderno tiene todos los personajes dibujados a modo de story board, con sus ropajes, tocados, y con la escenografía presidida por dos pantallas gigantes que mutan de biombo translúcido donde los actores se cambian a pantalla de cine donde se proyectan imágenes de planetas que acompañan a la creación del mundo. Paco Belda, como responsable de la iluminación, y Sergio Parra, de la fotografía, han  contribuido a estos efectos. También la música, como en toda su obra, cuenta con gran importancia para el director oscense. No duda en mezclar a Mercedes Sosa con Verdi o poner a bailar a los actores al ritmo discotequero de Draostea din tei, de los rumanos O-Zone.

Al final, una procesión -muy mexicana- de personajes vestidos de negro con esqueletos blancos dibujados en el cuerpo y cabezas cubiertas de calaveras nos recuerda el pensamiento de Calderón de que solo a través de la muerte se llega a la verdadera vida.

Del 4 de abril al 5 de mayo. Matadero. Naves del Español. Pº Chopera, 14. Madrid.

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