Yo no quiero que me instalen un carnet por puntos de buena ciudadana

Ilustración de Concha Pasamar.

Ilustración de Concha Pasamar.

Ilustración de Concha Pasamar.

Ilustración de Concha Pasamar.

Algo extraño me está sucediendo últimamente. Para que os hagáis una idea, el otro día me dejé el móvil sobre la mesa del despacho –del que salgo disparada a las tres de la tarde– y no me di cuenta de que lo había olvidado hasta las nueve de la noche. ¿Querrá decir eso que ya no soy una whatsappdicta?

Confieso que lo he sido. Y mucho. Era de ese tipo de personas que se pasan horas y horas chateando con amigos –de los que nunca tienen tiempo para quedar– y, encima, lo hacía convencida de que era amigos de verdad.

No sé. Este haber pasado de un extremo al otro en lo que a tecnología se refiere me hace sospechar que estoy sufriendo un shock postraumático provocado, seguramente, por una escena que presencié hace unos días y que me pareció el arranque de un buen capítulo de Black Mirror, cuyo guión empezaría más o menos así:

ESCENA 1. VAGÓN DE METRO. INTERIOR. DÍA

Matrimonio joven. De pie. Junto a ellos un bebé de unos siete/ocho meses en sillita. Ella, con una cuchara en una mano y un tarro en la otra, le da la papilla. Él, a su lado, hace todo tipo de equilibrios para mantener estable el móvil ante los ojos del pequeño. El niño abre la boca cada vez que se acerca la cuchara, sin dejar de mirar los dibujos animados que su padre se empeña en mostrarle.

Vale. Lo reconozco. La escena no es para tirar cohetes, pero aquel día debía de estar especialmente sensible. De hecho, yo era la única que miraba fascinada a aquella familia: el resto de los pasajeros permanecían tan atentos a sus pantallas como el bebé a sus dibujos. Mi cabeza empezó a volar imagnando cómo seguiría el capítulo. No me acuerdo bien del nudo –y es una pena, porque creo que me quedó genial–, lo único que sé es que, al final, el cerebro de los humanos se acababa convirtiendo en un órgano atrofiado por el desuso, igual que la muela del juicio. Ahora que lo pienso: peca un poco de darwinista, ¿no?

Diréis que soy una exagerada –y quizás tengáis razón– pero os aviso, yo pensé lo mismo cuando vi el primer capítulo de la tercera temporada de Black Mirror –si no lo habéis visto, ya estáis tardando–, en el que las personas se valoraban entre ellas con un sistema de estrellas igual al que usamos en las redes sociales y veían la puntuación de las personas con las que se cruzaban gracias a un implante que llevaban en los ojos. Y resulta que, tan solo unos meses después, he leído que esto ya no es ciencia ficción: el Gobierno chino, desde el 1 de mayo, ha empezado a implantar el carnet por puntos del buen ciudadano, lo que es posible gracias a más de 20 millones de cámaras equipadas con inteligencia artificial –más 160 millones de cámaras tontas– que vigilan a la población las 24 horas del día.

En fin, ante esta expectativa de futuro, lo que me pide el cuerpo es dejar el móvil en cualquier sitio y salir de chatos en vez de chatear.

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