Esa casa donde los muertos salen del armario y te agarran el pie bajo la cama

La escritora Layla Martínez, autora de ‘Carcoma’.

Dos generaciones de mujeres, una abuela y una nieta, atrapadas entre las paredes malditas de una vieja casa familiar perdida en mitad de uno de esos pueblos de la España vacía (o vaciada o desatendida) que todo el mundo quiere abandonar. En su primera novela, ‘Carcoma’ (editorial Amor de Madre), Layla Martínez conjura a los santos y los fantasmas de un país desangrado para hablarnos sobre la memoria histórica, el odio entre clases sociales o la violencia contra las mujeres.

Esta historia, como muchas otras, arranca con un niño que desaparece. Sin embargo, los derroteros no van por donde te imaginas. El niño que desaparece es el hijo de un matrimonio de clase alta, unos señoritos de pueblo del siglo XXI que disfrutan de su opulencia, su elegancia estudiada, su casa enorme, sus terrenos hasta donde alcanza la vista, sus internas bien serviles y calladas. Una chica joven vuelve al pueblo del que nunca ha logrado marcharse. Ha pasado un tiempo en prisión provisional porque ella, que era la niñera del crío desaparecido, que es la hija de la mujer que tenía una aventura con el padre adinerado mucho tiempo atrás, es la principal sospechosa de su desaparición.

Vuelve a la podrida y tétrica casa familiar de cuyas enredaderas polvorientas cuelgan estampitas de santas. Dentro la esperan su abuela y las sombras. Esta casa está maldita desde que se construyó, desde que la levantó el bisabuelo, un mal hombre que “vivía de las mujeres”. La casa encantada es un vórtice de mujeres de la calle que fueron maltratadas, de mujeres de la familia que están condenadas a sus paredes, de vecinos que en voz alta critican y en voz baja le piden remedios a la vieja, y sobre todo de las sombras –dentro del armario, abriendo las puertas de las alacenas, te agarran el pie por debajo de la cama– de un montón de muertos. Esos muertos fueron despeñados por un desfiladero, sacados a rastras de sus casas, fusilados en las montañas en aquel tiempo en que unos vecinos se denunciaban a otros, y todavía duran los rencores, las habladurías y, por supuesto, los fantasmas.

En clave de novela de terror, retomando el motivo nunca demasiado exprimido de la casa encantada, la escritora y editora Layla Martínez nos trae una fantástica primera novela, Carcoma, sobre el odio y el rencor entre clases sociales, los malos sentimientos que florecen en ambientes cerrados, el peso de la herencia familiar, el peligro de la superstición y el odio y la violencia contra las mujeres.

¿Qué es exactamente la ‘Carcoma’, esa podredumbre que corroe por dentro a la abuela y la nieta que narran esta historia?

Para mí, la carcoma es la interiorización de la violencia social. Nuestra sociedad está atravesada por distintas violencias (la de clase, la patriarcal, la de raza…), y al haber sido educados en esta sociedad, tenemos interiorizadas estas violencias, que nos van carcomiendo por dentro. Hay que hacer un trabajo realmente activo para sacártelas y darte cuenta de lo que son: unas violencias fruto de un contexto y de una organización social. Si no haces ese trabajo, te corroen. En el caso de la violencia patriarcal es fácil de ver. Si no te conciencias a través del feminismo, si no hablas con otras mujeres que ya hayan hecho ese proceso y simplemente te dejas llevar por la sociedad en la que vivimos, seguramente te acaben haciendo daño. Creerás que es tu culpa, que la diferencia de jerarquías de poder entre hombres y mujeres está bien. En el libro, esa carcoma es una forma de decir todo esto en forma de metáfora.

Brujería, una casa con vida propia, muertos que se esconden en el armario o debajo de la cama… Pero el fin último de estas páginas es, sin duda, la denuncia social. ¿Tuviste claro desde un principio que querías hacerlo en clave de terror?

El terror es mi género favorito, tanto en la literatura como en el cine. Desde muy pequeña he consumido mucho terror. Leía, por ejemplo, la serie de Pesadillas, que fueron auténticos best-sellers en mi época. Recuerdo cogerlos de la biblioteca. Fue mi primer acercamiento al terror, aparte de algunos cuentos infantiles. Fíjate en Hansel y Gretel: canibalismo, abandono infantil, secuestro… Lo tiene todo. Las versiones menos edulcoradas son terroríficas. Es un género en el que me siento muy cómoda. De adolescente he leído mucho terror anglosajón, como Stephen King, que para mí es uno de los grandes maestros del género. Y también clásicos como Cumbres borrascosas o Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, que es uno de mis libros favoritos. También me gusta el terror latinoamericano tan emparentado con el realismo mágico. Con esa etiqueta se publicaron muchas cosas que podrían catalogarse como terror. Por ejemplo, Pedro Páramo. También Cortázar o María Luisa Bombal. Y, actualmente, sobre todo lo que están haciendo las mujeres latinoamericanas: Mariana Enríquez, Samantha Schweblin, Mónica Ojeda…

Es un género en el que me siento muy cómoda, en el que mejor me manejo y más referencias tengo. Pero además creo que el terror es un género especialmente útil para analizar las inquietudes sociales, las ansiedades colectivas. Un gran escritor de terror lo que hace es eso. Si haces análisis cultural, el terror sirve muy bien para ver qué miedos ha habido en una sociedad concreta y cómo han ido evolucionando esos miedos. Las mujeres que escribían terror en la época victoriana, por ejemplo, cuando el ideal de mujer de clase alta era el “ángel del hogar”, a través de sus historias de casas encantadas y fantasmas contaban que la casa era un espacio peligroso para ellas. La vivencia de género del espacio doméstico es muy diferente.

¿Qué herramientas, incluso ventajas, crees que ofrece la literatura de género –fantasía, terror, ciencia ficción…– a la hora de escudriñar la realidad actual?

Creo que el terror tiene una ventaja: permite hacer metáforas muy eficaces sobre asuntos muy complejos relacionados con los miedos colectivos. Por ejemplo, para hablar de los traumas heredados dentro de una familia, en el género del terror tenemos la figura del fantasma, que es una metáfora muy eficaz que ya te está explicando todo lo demás. Un fantasma es eso: un trauma, una herida que no se ha cerrado. Vuelven porque tienen una cuenta pendiente. La metáfora, de un golpe, sintetiza muy bien toda la información y lo hace con imágenes que todos conocemos. Otro ejemplo: utilizar la casa encantada para hablar sobre la violencia dentro del hogar. Aparte, también creo que el terror tiene mucha capacidad de emocionar y generar impacto social. La literatura y el cine de terror han influido muchísimo en la sociedad y la cultura popular. Tenemos un montón de ejemplos: Drácula, Frankenstein, los zombies…

El peso de la herencia es un tema bastante recurrente en el terror contemporáneo, sobre todo en el cine. Tenemos grandes ejemplos como ‘Hereditary’ o ‘Relic’. ¿Qué heredan las mujeres de ‘Carcoma’?

Lo que heredan ellas es el propio trauma. También se heredan los odios: los individuales, los de clase… Algo que le pasó a tu bisabuela sigue permeando tu forma de ver el mundo. Los sucesos violentos dentro de la familia, y la violencia estructural de la sociedad, se infiltran dentro de nosotros, nos carcomen a nosotros mismos, también a las familias. La forma en que se gestiona este odio y estas violencias también se puede heredar.

¿Dirías que esta es una novela sobre vencedores y vencidos, sobre el rencor de clase?

Es un componente muy importante del libro: el rencor, el resentimiento de clase que decía Mark Fisher. Él contraponía la envidia de clase contra el resentimiento de clase. El sistema nos inocula la envidia, el deseo de querer ser como las clases altas. Esto nos hace competir entre nosotros y no generar nuestras propias formas de ver el mundo. Solo miras hacia arriba. Frente a eso está el resentimiento en el sentido de volver a sentir. Fisher lo entiende como una potencia política, sentir las cosas para poder cambiarlas, empatizar con los demás: los que tienes a los lados (tus iguales), pero también con los que tienes detrás, los muertos oprimidos. Esa historia se ha ido reproduciendo, no se ha cortado porque no ha habido un cambio social. Los que ejercieron la violencia son los mismos que ahora lo siguen haciendo y no han pedido perdón.

El pueblo, la casa, la genealogía, atrapan a las mujeres de esta familia, que se ven condenadas a quedarse allí recluidas para siempre. ¿El lugar donde nacemos, la familia y la clase social, nos determinan de por vida? ¿Es imposible escapar de los orígenes?

Nos determina mucho. La película Gone Baby Gone arranca con una voz en off que dice que aquello que más nos determina es lo que no elegimos: el barrio, la clase social, la familia… Y me parece que tiene mucha razón. No creo que sea deseable huir de los orígenes, pero no tenemos por qué reproducir los estereotipos que se han asignado a un barrio o a una clase social. Los orígenes no son una condena. Tú puedes hacer algo muy diferente con esos mismos orígenes y no reproducir los roles y estereotipos que se te han asignado. Lo interesante es subvertir estos mandatos que la sociedad te impone, hacer otra cosa que la sociedad no espera de ti.

La generación intermedia de esta familia, la hija de la abuela y madre de la nieta, desaparece una noche. Ellas están seguras de que un hombre la mató. ¿Qué cuenta ‘Carcoma’ acerca de la violencia contra las mujeres?

Carcoma es un libro en el que está muy presente la violencia contra las mujeres. Son las dos grandes violencias estructurales que hay en el libro: la de clase y la de género. Son las que le han tocado a mi familia, las que a mí me han atravesado. Cuento cómo se interioriza esa violencia patriarcal. Llevamos la misoginia interiorizada por culpa de la sociedad en la que hemos vivido, tanto hombres como mujeres. Si no haces ese trabajo de concienciación al que me refería y te das cuenta de que esa violencia es algo estructural, la acabas reproduciendo. Las mujeres del libro reproducen esa violencia las unas contra las otras, se envenenan, se maltratan. Pero según va avanzando la historia hay un trabajo de sacarse eso de dentro. No es que seamos malas.

Por encima de todo eso hay una violencia estructural y unas personas privilegiadas que ejercen esa violencia. He intentado que el libro refleje no solo la violencia directa contra las mujeres, el maltrato, sino más cosas. Hay un miedo hacia las mujeres poderosas. Aunque sea una autoridad tan precaria como la de la abuela, que lanza maldiciones en una sociedad que cree en ellas. También quise que esa violencia tuviese una respuesta, que la novela no fuese simplemente volver a contar esa violencia. Una respuesta que esté a la altura. Cuando contra ti ejercen tanta violencia, no puedes responder de otra manera que no sea también violenta. No te han dejado otra. Te han metido en medio del conflicto social, y te tienes que defender si quieres sobrevivir a él. En el libro, la toma de conciencia genera sororidad.

¿Cuánto hay de real, de la historia de tu propia familia, en esta primera novela?

Es la historia de la casa de mi bisabuela, que ahora es la de mi abuela materna. La casa se construyó como se cuenta en el libro, y pasaron muchas de las cosas que cuento. Todo el contexto de creencias es real: los atados, las maldiciones, los aparecidos… Todo forma parte de la cultura de la zona entre La Mancha, la Alcarria y la sierra conquense. Es un lugar muy deshabitado, pero con mucha cultura de la muerte y los aparecidos. Quería que todo esto estuviese en el libro, porque es algo que está desapareciendo poco a poco por la simple despoblación y el envejecimiento.

Me he tomado más licencias en la historia de la venganza de las protagonistas. Cuando pensé en contar la historia de la casa de mi abuela y de las mujeres de mi familia, lo que sí tuve claro fue que no quería revictimizarlas. El maltrato de mi bisabuela, mi abuela sirviendo desde los seis años, las mujeres que prostituyó mi bisabuelo… Ya que habían sido víctimas en la vida real, no quería que volviesen a serlo en la ficción. Que por lo menos aquí tuviesen un espacio para la venganza, darles esa oportunidad.

¿Por qué te decidiste a culminar una historia de venganza, oscura y cruel, tan poco ‘correcta’?

La literatura en la que yo creo, la que a mí me gusta, es una literatura de conflictos, que los presente y visibiliza. Los miedos sociales, las tensiones dentro de una familia… Creo que esta literatura de batalla tiene un impacto social más a largo plazo. Lo bueno que tiene la ficción frente al ensayo, por ejemplo, es que no está obligada a dar soluciones o a ser correcta. Dice cosas que no se pueden decir de otra manera y puede hacer propuestas descabelladas, salvajes, indeseables. Entras al conflicto como un elefante en una cacharrería. Por otro lado, a mí me gustan mucho las historias de venganza. Es algo que tienes que tener mucho cuidado de plantear en un ensayo, pero en la ficción eres mucho más libre en ese sentido.

Deja tu comentario

¿Qué hacemos con tus datos?

En elasombrario.com le pedimos su nombre y correo electrónico (no publicamos el correo electrónico) para identificarlo entre el resto de las personas que comentan en el blog.

No hay comentarios

Te pedimos tu nombre y email para poder enviarte nuestro newsletter o boletín de noticias y novedades de manera personalizada.

Solo usamos tu email para enviarte el newsletter y lo hacemos mediante MailChimp.